ESPERMIA: 2ª Eyaculación. Enviudó mi madre I
( Relatos Gay )
Tenía yo tres años cuando murió mi padre. No lo conocí. Antes de los dos años mi madre se volvió a casar con otro hombre que vino a ser un buen padrastro al que yo llamaba papá. Cuando recién cumplía los 12 años murió también mi padrastro a quien yo quería mucho y él mostraba mucho cariño hacia mí y podía tenerle y lo tuve como mi padre.
No sé cómo, ni mi madre me puede hablar de ello, pero mi padre agarró un mal que ni los médicos pudieron hacer nada. Se murió. Me acuerdo vivamente, aunque el tiempo dicen que lo cura todo y ya no lloro.
Lo que recuerdo es que el día del entierro regresábamos todo el mundo hacia casa desde el cementerio, que está alejado de la población. Por el camino se iba despidiendo la gente y se fueron todos. Los últimos en irse fueron mi tía Adelaida, su esposo mi tío Santiago y mi primo Santi que tenía 13 años entonces. Al despedirse, mi tía me besó muy cariñosamente, porque me quiere mucho, mi tío me dio un apretón de manos, él es poco besador, y mi primo, extrañamente, me besó en la boca, pero no di mayor importancia ni los demás tampoco. Recuerdo dos o tres besos más en la boca que me dio mi primo en diversas ocasiones, pero ya lo relataré algún día.
Nos quedamos mi madre y yo solos para llegar a casa. Los dos estábamos afligidos y muy afectados, nuestros ojos húmedos y con ganas de explotar. Estando aún en la puerta, mientras mi madre buscaba las llaves de casa en su bolso, se acercó mi tía corriendo para decirle a mi madre que había cocinado para la cena y dónde lo había puesto. Nos volvimos a besar. A lo lejos mi primo y mi tío miraban. Mi primo Santi levantó la mano en un abur.
Entramos en casa, subimos en el ascensor, suerte que no encontramos a nadie. Mi madre cerró tras de sí la puerta de nuestra vivienda y se desmoronó en un violento ataque de lágrimas. Me contagié y los dos estábamos abrazados llorando, sentados en un sofá. No sé cuánto tiempo pasó hasta que nos pudimos desahogar con nuestras lágrimas, pero miré por la ventana y ya estaba oscuro y eso que cuando llegamos al portal de casa aún hacía sol, aunque solo en la parte alta de los edificios, el sol no se veía.
Creo que mi madre se armó de valor para hacerme comer. Ella no comió, yo poco porque no tenía apetito. Es que mi padre se desvivía por nosotros, solo pensaba en nosotros dos y estaba encima de nosotros dos, procurando nuestro bien, compraba cosas a gusto de cada uno y otros mil detalles. Una vez desaparecido el cadáver de mi padre y verlo meter en aquel nicho —eran las 4:00 de la tarde—, me impresionó tanto que se me quedó grabado en los ojos como una película. Algo así debió de pasarle a mi madre también. Después de cenar nos sentamos un rato en la sala de estar. Ninguno de los dos pensó en poner el televisor en funcionamiento, solo nos mirábamos y de vez en cuando nos contagiábamos con el llanto.
Todo el día de atender personas en el velatorio que se hizo en el Tanatorio de la Asunción, nos había puesto animosos porque vimos la cantidad de gente que apreciaba a mi padre, pero nos cansó más de lo que nuestras personas podían resistir; aunque resistimos, la procesión iba por dentro. Como estábamos tan cansados, mi madre me indicó que fuéramos a dormir. Me fui a mi dormitorio y me acosté. Mi madre hizo lo mismo. Pero a los pocos minutos escuché el lamento de mi madre con gritos y voces de protesta. Me levanté, acudí a su habitación y le pregunté:
— Mamá. ¿qué te pasa que gritas tanto? Entiendo tu dolor, yo también tengo ganas de llorar, pero es que gritas mucho…
— Sí, hijo, es que me he visto en este momento tan sola…
Me acerqué a la cama de mi madre y me senté para besarla y acariciarla.
— Mamá, si quieres te acompaño hasta que te duermas, me puedo sentar en ese sillón de papá.
— Sí, Juanchito, acompáñame, por favor.
Cuando me iba a sentar en el sillón, mi madre me llama:
— Juanchito, no hace falta que estés ahí, métete aquí y me haces compañía.
— Vale, mamá.
Me acerqué, abrió la cobija y me acosté. Nos abrazamos para decirnos buenas noches y el cansancio pudo más que nosotros.
Desperté temprano cuando mi madre se movió de la cama y levantaba su parte de la cobija para poner los pies en el suelo. Entonces supe que mi madre dormía sin sujetador, solo con un pequeño pantalón de dormir.
— Buenos días, mamá.
— Buenos días, Juanchito.
Dio la vuelta a la cama y se acercó para besarme, como hacía cada mañana, solo que esta vez sus pechos se vinieron encina de mi barbilla. No dije nada, sin embargo no me disgustó. ¿Qué será que las cosas más raras nos gustan si las hace o pertenecen a una persona que queremos?
— No te levantes, Juanchito, hoy no irás al Colegio, ya lo saben, voy a preparar el desayuno, cuando acabe subiré para ayudar a lavarte.
— Mamá, ¿no lo hacemos a la tarde como siempre?
— Juanchito, eso es porque te levantas justo para desayunar, ir a esperar el autobús para poder llegar al colegio, por eso te lavo en la tarde, pero ahora vas a estar todo el día en casa, solo saldremos a comprar, si quieres venir conmigo.
— Vale, mamá, pero voy a quitarme la camisa de dormir porque tengo calor.
Mi madre me ayudó y me acosté. Me dormí. Mi madre me despertó cuando ya tenía la tina llena de agua. Me levanté, oriné en el baño y me metí en el jacuzzi de mis padres. Es grande, con muchas llaves. Entró mi madre y me comenzó a lavar la cabeza con champú, luego de enjuagarme la cabeza, me levanté y me lavó con la esponja de arriba abajo como hace siempre. Me enjuagó con la regadera de la ducha y me echó encima la toalla.
— Me recuerdas a tu padre.
— ¿Por qué, mamá?
— Porque haces todo igual que él, te sientas y te levantas y mueves tus piernas como lo hacía él.
— A qué padre te refieres de los dos?
— Al tuyo propio, al que no conociste.
— ¿También lavabas a mi padre?
— Siempre, desde que nos casamos. Y a tu padrastro también.
— No me gusta la palabra padrastro, fue mi padre porque no tenía otro y me amó, hemos sido felices con él.
— A tu papá Alfredo también le gustaba que lo lavara.
— ¿A mí también me lavarás siempre?
— Siempre que lo desees, Juanchito, ahora eres la única ocupación que tengo.
Decidí en este momento ser como mi padre. Pensé sustituirle y que mi madre no notara su ausencia, quise llenar ese vacío. Supongo que en las personas siempre hay un espacio que no se puede sustituir por nadie ni por nada, pero mi madre intentaba llenar mi vida sin padre y yo intenté llenar la vida de mi madre sin esposo. Esta fue la razón por la que mi habitación se convirtió en un estudio sin cama. Ya siempre dormí con mamá. En la cama de mamá crecí y allí pasé mi primera adolescencia sin sentir nunca un deseo extraño sobre mi madre que no fuese el de hijo. Nadie supo nunca este aspecto de la vida de madre e hijo ni les importaba. Y de haberlo sabido cuántas cosas habrían pensado. Nunca hubieran acertado, jamás. ¿Qué sentía mi madre para con su hijo? Supongo que durante ese tiempo hasta ahora, lo que sentía era maternidad y ¿qué sabía de los sentimientos de su hijo? Que le gustaban los hombres. Que recordaba a su padre como un excelente amante, exactamente lo que recordaba mi madre, que su esposo era un excelente amante. Mi madre me respetó toda mi infancia y mi primera adolescencia. Me respetó siempre. Además, sabiendo que a su hijo le gustaban los chicos de su colegio, no todos por igual, algunos más que otros, nunca se me insinuó, jamás me insinué.
(Continuará…)
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