Era el año 1994, el personaje principal tenía 16 años recién cumplidos, por lo que de acuerdo con las normas internacionales totalmente aceptadas por la sociedad, ya debería haber debutado sexualmente.
Pero lamentablemente nuestro personaje era aún virgen.
La causa seguramente habría que buscarla en su austera y severa educación en un colegio de monjes, que si bien no eran budistas, por la apariencia y la rigidez de su pensamiento bien merecían serlo.
Concretamente, era ya tiempo de descremarse de vez en cuando, sus testículos hinchados y su pene fácilmente excitable lo estaban reclamando a gritos.
Este muchacho, como premio a su buena actuación escolar, pasará sus vacaciones con su familia en la playa, donde sus padres alquilaron una casita.
Cuando llega a ella, todos los demás miembros de la familia están instalados : padre, madre, hermana menor y la abuela, que justo había venido de vacaciones y se unió a su familia para tomar un poco de sol.
A la primera noche ya hubieron problemas, porque la niña de la casa, de 14 años de edad, se sintió mal de golpe y consultado el médico del pueblo diagnosticó una apendicitis aguda, por lo que mis padres decidieron trasladarla a Madrid para intervenirla quirúrgicamente de urgencia.
Como la casa ya estaba paga y la abuela y el muchacho habían venido especialmente, el padre de familia decidió que sólo él y la madre acompañarían a la niña y que su suegra y el chico se quedarían esperado novedades y si no pasa nada raro, en una semana o diez días estarían todos de vuelta para terminar las vacaciones y la recuperación de la hermanita menor.
Partieron esa misma noche en el auto del médico del pueblito y el chico se quedó con la abuela, ambos muy tristes y acongojados, porque a pesar de que la dolencia de la niña no era grave, separarse no les resultaba nada agradable.
Cenaron algo frugalmente y decidieron acostarse para mañana tratar de empezar un nuevo día.
El chico se fue a lavar los dientes y cuando se iba a acostar pensó en saludar a su abuela, pero cuando se acercó a su dormitorio pudo ver por la puerta entreabierta que su abuelita se estaba desvistiendo para irse a dormir. Se sacaba la remera y el short, el corpiño y la tanga, quedando completamente desnuda a la tenue luz de la lámpara de la mesita de noche.
La abuelita, viuda desde el año pasado, se había casado con su abuelito muy joven, a la tierna edad de 16 años, fundamentalmente porque ya estaba en camino quien sería la madre de mi compañero de viaje.
Este desliz tan precoz se repitió en la propia madre del chico, quien a la tierna edad de 17 añitos tuvo que casarse porque dentro de su barriga estaba creciendo un hermoso y saludable muchachito.
El mismo que ahora está absorto mirando por la rendija de la puerta a su espectacular abuela de 50 estupendos años. La abuela era profesora de educación física en un gimnasio de Madrid y tenía ella misma un físico envidiable.
Sólo tuvo una hija, la mamá del muchacho, y luego se cuidó mucho, estudió el profesorado con mucho esmero e incluso en su mejor momento integró el equipo pre-olímpico de gimnasia de España.
El chico quedó extasiado con la visión de su abuela, no sólo porque estaba muy bien físicamente, sino porque luego de quitarse la ropa se tendió en la cama y comenzó una rutina que literalmente volvía loco al nietito.
Empezó a acariciarse los senos suavemente, delicadamente rodeaba los pezones sin tocarlos, con la punta de sus finos dedos, lenta, muy lentamente.
Luego bajó por su vientre e hizo lo mismo con los muslos, acariciándolos suave, muy suavemente.
Subía sus manos tan lentamente que casi no se notaba, pero cuando llegó a la mata de pelo renegrido que tenía en el pubis dejó escapar el primer gemido, muy suave, apagado, pero alargado, mezcla de quejido con suspiro.
Sus dedos no descansaban y mientras que con una mano se dedicaba a acariciar suavemente su clítoris con la otra pellizcaba sus pezones, pasaba de un seno a otro y a medida que su mano derecha se aceleraba entre sus piernas, la izquierda hacía lo propio con los senos.
De pronto emitió un grito sofocado, seguramente no quería que el inocente nietito se enterara desde su dormitorio, levantó un poco las caderas y a la vez que se apretaba el seno derecho, acabó salvajemente con repetidos movimientos de sus dedos, casi totalmente dentro de su peluda conchita.
Luego suspiró profundamente, se cubrió con la sábana, apagó la luz y se quedó dormida.
El muchacho estaba totalmente excitado, mientras observaba a la abuelita se acariciaba por sobre su short de baño y casi sin darse cuenta tuvo una abundante eyaculación que le produjo una mancha húmeda en la ropa.
Corriendo se fue a su dormitorio, se sacó la ropa y se metió en la cama.
Antes de dormirse tuvo que masturbarse un par de veces más, porque la visión de la abuelita gozando volvía a su cabeza a cada instante. Finalmente pudo dormirse, pero no llegó a descansar, debido a la tensión que había acumulado. Soñó todo el tiempo que su abuelita se despertaba en mitad de la noche y desnuda entraba en su propio dormitorio, se metía debajo de sus sábanas y justo cuando comenzaba a acariciarlo se despertaba, se tenía que hacer una nueva paja y vuelta a empezar todo de nuevo.
A la mañana, temprano, sintió unos suaves golpes en la puerta de su cuarto y se despertó.
Era la abuelita, con una bandeja de cama, un vaso con leche fresca, un par de tostadas, manteca y mermelada de duraznos, su preferida.
Estaba ya vestida con su short y su remera azul y le dijo que desayunara rápido que el sol estaba hermoso, que lo esperaba en la puerta de la casa para bajar rápido a la playa.
Entró y salió tan rápido del dormitorio que no se dio cuenta del fuerte olor a semen que lo inundaba todo, sábanas, ropa, etc.
El chico se desayunó, se puso su short y puso en la lavadora toda la ropa de cama y la suya propia.
Salieron juntos para la playa y al llegar pronto encontraron unas rocas bastante solitarias y se acomodaron en ellas.
El chico se sentó de frente al mar mientras que la abuelita se sacó el short y la remera, luciendo una espectacular tanga amarilla que dejaba todo su culo al descubierto y cuya parte de arriba apenas alcanzaba para cubrir la mitad de sus bellos senos.
El chico de inmediato sintió una dolorosa erección que lo obligó a tenderse boca abajo en la roca mientras que la abuelita disponía una toalla para tumbarse a tomar sol.
El chico miraba por el rabillo del ojo como su abuelita se desabrochaba el soutien y se acostaba igual que él, boca abajo con la cabeza hacia el mar.
No quería ni mirar para el lado de su abuelita, así se fue calmando y lentamente su erección fue cediendo.
Al rato la abuelita dijo que no soportaba el calor y lo invitó al agua, a lo que el nietito accedió gustoso porque también se sentía acalorado.
Por un momento el chico pensó que la abuelita se olvidaría de abrochar su sostén y podría verle de nuevo sus hermosos senos, pero no fue posible porque antes de levantarse se ató las cintas y no pudo ver nada.
Pero esta decepción se vio compensada cuando entraron al agua, porque los pezones de la señora se abultaron tanto, pero tanto, que hasta ella misma se sorprendió y le dijo al nieto :
- Pero que fría está hoy el agua !!!
Se bañaron un rato y la abuelita sugirió volver a la casa para almorzar algo y protegerse de las horas más fuertes de sol.
Estuvieron de acuerdo y cuando llegaron ella pasó primero al baño a ducharse, porque la salitre del mar le haría daño en la piel.
Al poco rato llamó a su nieto desde la ducha y cuando éste concurrió le dijo :
- Me he olvidado de una toalla, no me alcanzas una por favor ?
El chico accedió y cuando le llevó la toalla pasó al baño creyendo que la abuelita lo esperaba tras la mampara del baño, pero en realidad estaba ya fuera de la ducha y tocándose entre las piernas suavemente, mientras se miraba al espejo, por lo que quedaron frente a frente, ella totalmente desnuda, mojada y él con el short de baño puesto y con la toalla en la mano.
Por un instante sólo se miraron a los ojos y la primera que reaccionó era la abuelita, pidiéndole disculpas, es que hace tanto que no tiene ningún contacto con hombres que la necesidad era mucha y ya no sabía como calmarla.
El chico no respondía y la abuelita por un momento olvidó sus roles y por primera vez percibió el hombre que era su nietito, miraba su entrepierna crecer bajo el short y la necesidad pudo más que la sociedad, sin pensar tomó a su nieto de ambas manos y las dirigió a sus senos húmedos aún por la ducha.
Mientras el chico tocaba ambos pechos con mucho cuidado ella le bajaba el short, descubriendo un miembro ya casi totalmente erecto.
Literalmente se le hacía agua la boca por semejante bocado y agachándose levemente lo besó y lamió con cariño.
El chico casi se muere ante semejante sensación, la abuelita se la estaba mamando y él se sentía en el cielo.
Breves instantes después la abuelita sintió que la catarata del Niágara de semen de su nieto se volcaba en su boca, pero no detuvo sus besos y sus lamidas ni un instante, estaba tan excitada que siguió chupando todo lo que pudo y afortunadamente la ayudaron los 16 años de su tierno nietito, porque la erección no bajó ni un centímetro luego de eyacular, por lo que la abuelita se puso de pie y se recostó en la mesada del baño, abriendo sus piernas para recibir en su interior aquello que hace tanto tiempo no tenía.
El chico entendió todo el movimiento y penetró a la bella mujer que se le ofrecía ante sí.
Su pene entró en la carne de la abuelita como un cuchillo en la mantequilla y empezó a moverse acompasadamente hacia adentro y hacia afuera, dirigido por la experiente mujer que tomaba las nalgas del chico y empujaba y tiraba modulando la velocidad de acuerdo a sus apetencias.
Ella no gimió como cuando se masturbaba, sino que gritaba de puro placer.
Gozó cada embestida de su nieto como si fuera la última de su vida y cuando sintió que su interior se derramaba se afirmó con sus piernas en la cintura del chico y con un aullido tuvo el orgasmo más intenso de los últimos años.
Fue tan impresionante como largo, porque el chico no se detuvo hasta alcanzar su segunda eyaculación, en esta oportunidad dentro de ella, muy dentro de su propia abuelita.
Luego de tan intensa actividad, quedaron ambos abrazados muy fuertemente, besándose los labios y el cuello mutuamente.
El chico aprovechó para saborear los pezones de su abuelita, los que le supieron salados por la transpiración de tanto movimiento.
Como aún tenía su miembro dentro de la vagina de ella y aprovechando que no se le había bajado del todo la tremenda erección que ella misma le había provocado, la abuelita un poco más calmada sexualmente pero aún distante de ponerse al día con sus necesidades atrasadas resolvió tumbar al chico en el piso del baño y dedicarse a cabalgarlo.
Lo hacía tan concentrada que no advirtió como el niño le tomaba ambas nalgas y las sobaba fuertemente, tampoco advirtió cuando él se derramó en su interior jadeando con los ojos desorbitados.
Sólo lo cabalgaba persiguiendo su propio placer, frotando su clítoris contra la enorme vara de carne de su nietito, buscando en su interior el orgasmo profundo que tanto le hacía falta.
Cuando sintió que no podía contenerse más, con un movimiento de caderas se enterró aún más el miembro que estaba disfrutando y acabó a los gritos, como hacía en sus mejores épocas de casada, cuando su esposo atendía sus requerimientos.
Lamentablemente no sé como continúa esta historia, porque el viaje en el Transiberiano llegó a su fin y mi compañero de viaje y yo debimos separarnos.
Tengo su dirección y teléfono y en una de esas vueltas de la vida nos encontraremos, prometo que si me entero de algún otro detalle se los comentaré.
Espero que hayan disfrutado tanto como yo con esta historia.
Muchas gracias. Buenas noches.