También sé que desde hace tiempo te compras lencería fina, pero no para mí, sino para salir, cuando sales a trabajar o de viaje de negocios. Porque tú trabajas y yo no. Perdí mi trabajo y desde entonces tú te has hecho cargo de la economía familiar. Y además de la gobernanza de la casa porque soy yo el que limpio la casa, ordeno las ropas, haga la cama, lavo la ropa y la plancho, ya que tú no estás y eres la que aporta el dinero para mantenerla.
A él no le veo la cara mientras te quita el sujetador en el sofá porque tú me lo tapas, pero sé quién es. Lo intuyo. Lo imagino desde que tú también perdiste el trabajo, por la crisis, y me dijiste que sólo había una solución. ¿Cuál? No te la digo porque no quiero herir tus sentimientos, pero me han propuesto una salida que permitirá que sigamos viviendo como ahora e incluso un poco mejor.
Y te dije que bueno, que confiaba en ti. Y tú me besaste ligeramente en los labios y te fuiste. Cuando volviste me dijiste que estaba todo arreglado, que seguirías trabajando y que no tendríamos ningún problema económico. Y yo no dije nada. No te pregunté. No quería saberlo. No quise saberlo pero cada día volvías más tarde a casa y luego, cuando estábamos en la cama, no querías que te penetrara. Estoy muy cansada, me decías.
Ahora sé quién es. Y mientras veo como te quita el sujetador en el sofá, como tú te preparas para morrearte con él y follártelo, también sé que soy un cornudo consentido porque se me pone la polla dura cuando te veo. Y no es la primera vez que miro a escondidas. Y que me masturbo viéndote follar con él. Lo que ha ocurrido esta vez es que has mirado hacia atrás y me has sonreído, cuando se supone que tú no sabes que te espío.
Y luego lo has cogido de la mano y te lo has llevado a la cama donde te ha follado con un inusitado frenesí. Como si le fuera la vida en ello porque te ha follado sin piedad, duro, con pasión, mientras tú suspirabas, gemías y me mirabas con una extraña cara de placer. Y cuando se ha corrido, os habéis duchado y lo has despedido en la puerta con un beso de tornillo, morreándote con él con un beso pasional que a mí nunca me has dado.
- Lo sabes – me has dicho cuando has vuelto.
- Sí, desde hace tiempo.
- Lo sé. Te he visto masturbarte mientras nos veías. Te gusta mirarnos, se te pone la polla dura y te va el rollo de cornudo consentido.
- No lo sé.
- Yo si lo sé, pero a partir de ahora también serás cornudo sumiso, porque tendrás que hacer la cama antes de que yo folle con él, servirnos las bebidas e incluso chuparle la polla para que se le ponga bien dura y pueda follarme mejor. ¿Lo harás?
- No lo sé.
- Entonces te dejaré. No te necesito. Mi jefe me paga lo suficiente para vivir sola y me ha prometido pagarme el alquiler del nuevo piso, un chalé de lujo, además de comprarme un coche. A cambio he de follar con él cuando él quiera, estar disponible las 24 horas y dejarme follar como quiera, cuando quiera, como quiera y con quien quiera. No te necesito para nada, pero te tengo cariño y no quiero dejarte. Tú decides.
No supe qué decirte. No dije nada, pero tú te acercarte a mi, me metiste la mano en el pantalón y cogiste mi polla dura, muy dura.
- Te excita ser un cornudo consentido. Él me lo había insinuado, pero yo no lo creía hasta hoy. Ahora sé que él tenía razón y lo eres. Te gusta ser cornudo, que te ponga los cuernos e incluso que te humille después de follar con él.
- No es cierto.
- De acuerdo. Entonces me voy.
Y te fuiste a vivir al chalé que te alquilaba tu jefe y amante donde lo recibías a él, sus amigos o sus clientes, a cualquier hora del día o de la noche. Yo me quedé solo, sin ti, sin poder verte, sin oírte cuando andabas por la casa, sin poder olerte. Sólo tenía tu recuerdo grabado en unas bragas que te habías dejado y que olía sin parar para recrearme en el olor de tu excitación. Aunque esas bragas las hubieras llevado mientras él te magreaba y olieran la excitación que te había provocado otro macho, tu amante Me daba igual. Sabían a tu coño, a tu coño en celo, aunque fuera en celo por otra polla.
Una semana después acudí a tu chalé y te pedí perdón. Desde entonces vivimos los dos en el chalé, yo llevo bragas, un delantal de doncella francesa que apenas tapa mi pene metida en un cinturón de castidad CB-6000 y me dedico a las labores domésticas y a guardar la ropa de los que vienen a follar contigo para que no se les arrugue. Pero por fin los dos somos muy felices.