Me llamo Omar Velásquez y vivo en Chile. En la oficina en que trabajamos Marisol, así se llama mi esposa y yo, por supuesto hay otras mujeres y hombres. Pero con una en particular, amiga de mi mujer, siempre habíamos tenido una relación de amistad de mucha confianza, tanto así que frecuentemente bromeábamos con que entre ambos había algo más que eso, lo que incluso era motivo de risa de mi esposa.
Muchas veces se quedó en mi casa puesto que ella vive bastante apartado de la ciudad. Y siempre las bromas fueron motivo de risas para los tres, incluso algunas con abierto contenido sexual.
Tal era la relación que, un fin de semana celebrábamos el aniversario de la empresa; razón más que suficiente para que la juerga que comenzó en la misma oficina se prolongara. Todo estaba acordado; se quedaría a dormir en casa, el lugar decidido era una disco y aunque en definitiva nadie más quiso seguirnos, el panorama estaba y la noche recién comenzaba.
Al llegar a la disco, en realidad había menos gente de la que esperábamos, pero no estábamos para aburrirnos y al rato estábamos los tres bailando animadamente.
Había pasado más de tres horas y varias copas de más comenzaban a hacernos efectos. Supongo que un poco debido a esto último y a que hacían varios días que no hacíamos el amor con mi mujer que ver tanta hembra a mi alrededor hizo que me empezara a excitar. Mucho baile junto a mi mujer y a Silvia, hacía que una tremenda erección se fuera desarrollando.
Estábamos bailando desaforadamente cuando aparece un amigo de mi mujer que interrumpe el trío y salieron a bailar. Entre algunas bromas me quedé con Silvia y un merengue de moda me dio valor para ponerme un poco más lanzado. Sin perder de vista a mi mujer fui apretando cada vez más a mi excitado cuerpo a Silvia, que lejos de sorprenderse respondía abiertamente a mis insinuaciones. La verdad es que siempre me llamó la atención esta mujer, pero me resultaba particularmente atractiva ahora, que vestía un ajustado jeans y un top que marcaba un par de apetecibles senos. Los giros y tomadas de cintura y cadera hacían que mi erección resultara más que evidente, y yo, más que evitar los roces, buscaba afanosamente tocar la entrepierna de Silvia. Marisol, que ya demostraba el efecto de unos cuantos tequilas demás, bailaba metros más allá de donde estábamos provocándonos Silvia y yo. Digo esto porque en una vuelta fue ella la que buscó rozarse con mi miembro.
No necesité más que esa invitación para acceder con un beso en su oreja a lo que ella respondió con una sonrisa. Yo no dejaba de mirar hacia donde estaba Marisol. Y aprovechaba cada giro para besarle la oreja, el cuello y las mejillas a Silvia. Ella se resistía a dejarme sus labios diciendo que nos podría ver mi mujer. Cuando la desafíe diciéndole que no era posible ponerse recatados a esa altura del juego me miró fijamente, con unos ojos ardiendo de excitación y me agarró por el trasero y me besó fuertemente, sin preocuparse de nada. Su lengua buscaba desesperadamente la mía y mis manos que estaban en sus caderas buscaron el borde de su calzón que asomaba por su espalda.
Todo me indicaba que al llegar a casa tendría la oportunidad que soñé: tantas veces cogerme a la amiga de mi mujer. Nos tomábamos lo que quedaba de nuestros tragos con Silvia cuando apareció Marisol que evidenciaba un estado de embriaguez que obligaba a retirarnos de la disco. Y fue lo que hicimos. Buscamos nuestras ropas y al subirnos al taxi pidió irse en el siento del lado del chofer, a lo que accedimos sin protesta alguna Silvia y yo. Intercambiamos unas sonrisas y apenas nos sentábamos yo busqué sus manos. La oscuridad en el automóvil y la música con un volumen más que moderado nos daba el marco preciso para preparar lo que sería una de las noches más memorables. Marisol no tardó en cerrar los ojos y apoyada junto al vidrio se quedó dormida. El trayecto de la disco hasta mi casa son veinte minutos. Y yo apenas tomaba las manos de Silvia, ella buscó el bulto que se había formado mientras bailábamos y que aún mostraba la calentura que me invadía. Disimuladamente desabrochó mi pantalón y acarició mi miembro, que debe andar por los 18 centímetros. Pero por la excitación y el ardor me parecía que estaba enormemente más grande. Yo me dejaba, y no perdía la vista de Marisol y del chofer que a ratos miraba por el espejo retrovisor.
La calentura me invadía cada vez que Silvia apretaba el glande. Como llevaba un ajustadísimo jeans, no tuve las mismas posibilidades de acariciarle la entrepierna, que a juzgar de lo lanzada que estaba, supuse debía estar muy lubricada. Con mi mano izquierda me dediqué a tantear su trasero, que junto a sus tetas, firmes por sus 21 años, eran comentario obligado entre los colegas varones de la oficina. Igual que en la disco hurgué entre su piel y la mezclilla y encontré un colaless de suave encaje que me puso a mil. Ella dedicada a jugar con el bulto que me quemaba y yo que tiraba suavemente su fino calzoncito. Las luces de los autos que venían en sentido contrario dejaban ver su ardiente y ya casi sin recato nos tocábamos casi descontroladamente.
Al llegar a casa tuvimos que llevar en andas a Marisol que vencida por el sueño y el mareo del tequila hasta nuestro dormitorio que está en el segundo piso.
Apenas se despertó para darse cuenta que estábamos en casa y volvió a quedarse dormida. Silvia, cuya habitación estaba entre el dormitorio matromonial y el baño, se fue a poner ropa más cómoda, porque quería asegurarse que Marisol estuviera profundamente dormida antes del asalto final. Todo esto me ponía más caliente aún. Al llegar al living que está en el primer piso, me encontré a nuestra amiga en un provocador baby doll de encaje negro, sentada o mejor dicho semitendida en el sofá. Debo reconocer que esta hembra sabía como provocar. -¿Te gusta mi ropa?, preguntó a la vez que estiraba una de sus piernas hacia el techo exhibiéndose de una manera salvajemente hermosa.
-Y a qué hombre no habrías de gustarle, le respondía, mientras me sentaba en el sillón que estaba justo enfrente de Silvia.
Nos tomamos unas cervezas y hablábamos acerca de lo excitante que había sido el baile en la disco, cuando sentí ruidos en el segundo piso. Subí a cerciorarme y pude comprobar todo estaba en orden. La ventana estaba entreabierta y una vez asegurada, cerré la puerta –por si acaso- y volví al living.
-¿En qué estábamos?, dijo Silvia, con una voz coqueta y sonrisa lasciva.
-En que esta noche serás mía, dije decididamente.
-Estás loco. Puede ser peligroso.
-Todo depende de sepas guardar esto como un secreto y ya está. Respondí.
-Soy como tumba cerrada para guardar secretos. -¿Y para otras cosas, como el sexo, cómo eres?, le pregunté mirando su provocador escote.
-Para eso soy muuuuuuuy abierta, dijo mientras se reía y bajaba las piernas del sofá abriéndolas descaradamente.
No faltaba más insinuación. Me acerqué y de rodillas a ella la besé con fuerzas, casi mordiendo sus labios. A lo que ella respondió acariciándome el pecho y desabrochando mi camisa.
Mis dedos rozaban suavemente sus blanquísimos muslos. Iban desde la rodilla hasta centímetros de su sexo. Eso la calentaba de sobremanera, porque al acercarme a su entrepierna su respiración se aceleraba.
-No sabes cuánto te deseaba –le decía mientras besaba sus orejas.
-Y tú ni sueñas las veces que te imaginé haciéndome el amor, me respondió.
Ahora Silvia me lamía el pecho y suavemente me tumbaba sobre la alfombra. Era una visión maravillosa. Esta mujer, delicada y llena de modales en la oficina, estaba con las piernas abiertas, denotando una vagina empapada sobre mí. El encaje dejaba traslucir la perfecta redondez de sus senos y unos hermosos pezones rosados. Y yo que no podía más con el bulto de mi pantalón. Como pude me desnudé quedando en zunga y Silvia gemía frotando su sexo sobre mi pecho y mojándome con su evidente excitación. La lujuria hacía que mi miembro desbordara la diminuta prenda que impedía mi desnudez total.
-Vas a saber lo que es una mujer ardiente me dijo, al mismo tiempo que puso su vagina sobre mi boca.
Se movía como poseída. Articulaba palabras casi sin sentido y apenas se entendía la palabra culiar, que para los lectores de otros países es equivalente a follar, joder, o coger.
Temblaba cuando suavemente le mordía su caliente monte. La breve tela de encaje que cubría su sexo estaba absolutamente mojada. Su hermoso trasero, con dos perfectas mitades separadas por su pequeño colaless, era todo ardor.
Hice esfuerzos por detener sus frenéticos temblores para separar sus labios y chupar su caliente vagina. Sin pudor lamí su interior y casi entre mordiscos apretaba sus labios. Los líquidos de su sexo sabían a sal deliciosa y a lujuria infernal.
Silvia no tardó en doblar su espalda hacia atrás anunciando su primer orgasmo.
-No aguanto más,aghhhhhaggghhh. Gimió.
Temí que sus entrecortados quejidos despertaran a mi mujer. Pero nuestra excitación y frenesí era aún más poderosa. Superior a cualquier sentimiento de culpa o pudor.
Cuando se incorporó, todavía a horcajadas sobre mi pecho, pude apreciar las sinuosas formas de sus senos que ahora se veían majestuosamente desnudos sobre el baby doll.
Mis manos no tardaron en ir por ellos. Los apreté. Eran hermosos. Estaban hechos justo al tamaño de mis manos. Pellizqué los pezones duros y al rojo.
-Sigue. Me gusta que hagas eso. Suplicaba Silvia.
Descontroladamente rasgué los tirantes tras lo cual apareció un busto sin comparación. Los de Marisol son más grandes, pero quince años más se notan particularmente en la firmeza. Los senos de Silvia, eran evidentemente más duros. Sin salir de la posición, giró sobre sí misma y me invitó a un 69. A tirones sacó mi zunga y mi miembro, como si fuera un resorte salto a sus carnosos labios.
La boca de Silvia tenía vocación para una fellatio. Sin duda la técnica era fruto de un arduo entrenamiento. Subía y bajaba por mi tronco de carne ardiente. Con la punta de su lengua jugueteba con mi glande haciéndome temblar. Yo prácticamente le enterraba mi miembro en su boca, casi atragantándola.
Chupé su vagina empapada como no lo hice antes, si hasta mi propio semen me lo estaba tragando. Estaba excitadísimo. El hilo de tela que cubría apenas su redondo culo no impidió que con movimientos circulares de mi lengua la estremeciera cada vez que llegaba hasta su diminuto orificio.
No tardé en acabar. Y con movimientos ascendentes eyaculé en la boca de Silvia. Borbotones de semen salieron disparado de mi pene. No sé cuánto fue. Pero cuando Silvia se levantó y me miró con cara de cómplice pude ver que mi eyaculación caía por la comisura de sus rojos labios.
Apenas unos segundos descansamos. Creo que para escuchar si Marisol seguía en lo suyo.
-Ahora quiero que me lo metas bien adentro, dijo Silvia. Y sin sacarse nada de lo que la tapaba, se puso de rodillas, mostrándome su perfecto culo.
Unos cuantos toques tuve que darle con la punta de mi miembro. Y apartando su negro encaje empapado di un solo empujón y arranqué un grito de dolor que al rato fueron gemidos de placer.
-Dale fuerte, pidió.
-¿Seguro que no te duele?, pregunté mientras le abrazaba los senos y le mordisqueaba el cuello.
-Dale, dale...y acabó en otro orgasmo. Más corto pero más intenso a juzgar por la tensión que adquirió su cuello.
Se dejó caer sobre sus tetas, dejando una montaña de carne que terminaba en una cumbre que coronaba su enrojecido orificio anal.
Como ya estaba lubricado, me lancé a jugar con él.
-Eso sí que no, sentenció mirando desde el suelo.
-¿Nunca te lo han hecho por alli?, pregunté.
-Jamás, me confirmó. Y parecía verdad, el pequeño orificio, mostraba un centro que parecía impenetrable.
-Te prometo que lo vas a disfrutar, argumenté queriendo conseguirlo.
-Me va a doler.
-Voy a hacerlo con suavidad. Diciendo esto unté mis dedos con los líquidos que fluían por su vagina y empecé con la tarea de dilatarla. La verdad es que no tengo un miembro descomunal, como ésos que se ven en el porno. Pero no me puedo quejar. Y realmente su culito virgen, era un tesoro que había que descubrir con dulzura.
Poco a poco fui metiendo un dedo, cuidando que la faena no desencadenara un grito que despertara a Marisol. Aunque se estremecía mientras entraba el dedo índice de mi mano derecha, la verdad sea dicha no reclamaba mayormente.
Y fui por más. Con otro dedo igualmente lubricado seguí hurgueteando su carne hasta que conseguí ensartarlo con una muestra de dolor. Esto más que hacerme detener me calentó más.
Y comencé a moverlos circularmente en su interior que ardía. Y los movimientos de mi mano se intensificaron cuando me di cuenta que ella misma giraba su trasero al compás de mis dedos.
No esperé más. La erección de mi miembro se había acrecentado con la excitante visión de ver cómo gozaba esta hembra.
Escupí la punta de mi miebro, cuidando no lastimarla con este trozo de hirviente sangre. Apunté hacia el centro de ese maravilloso culo que ahora estaba a mi merced.
Lentamente fui avanzando. No quería echar a perder este anhelado momento, porque debo confesar, más de alguna vez me masturbé fantaseando con esta escena.
Y ahora estaba allí en el mismo living de mi casa poseyendo a la mejor amiga de mi mujer que dormía en el segundo piso.
Era indescriptible la sensación de penetrar esa carne que se negaba a darme paso fácilmente. Pero ya había conseguido meter buena parte. Y sin darme cuenta, Silvia retrocedió dejándose penetrar entera. Un solo movimiento y ella misma se había perforado su virginal trasero.
Casí ni se quejó. Al contrario. Su empellón me hizo quedarme más levantado y ella se acomodó sentándose sobre mis muslos. Y comenzó a moverse frenéticamente.
-Me gusta, Omar, me gusta muchooooo. Decía como poseída por una fuerza sobrenatural.
-Ves te lo decía. No hay como hacerlo por aquí. Respondí mientras le acariciaba el pelo.
La verdad es que siempre me ha gustado el sexo anal, pero no siempre las mujeres están dispuesta a entregarse por ahí. Silvia estaba descubriendo sensaciones que no imaginaba. Y yo estaba gozando como loco.
Pasaron unos minutos y ayudada por las caricias que se deba ella misma en su clítoris y yo sobando sus senos, se desplomó sobre mí dejando escapar un gemido hondo de placer.
Yo tardé unos segundos tras ella y acabé en su interior eyaculando tanto que al sacar mi miembro de su recien perforado culo, asomaron restos de semen que cayeron por entre sus piernas. A la vez que ambos caimos sobre la alfombra, casi desfalleciendo de tanto placer.
Como podía suceder que Marisol despertara, nos despedimos con un largo beso, prometiéndonos discreción y la repetición de encuentros furtivos y apasionados como el de esa noche.
LA AMIGA DE MI MUJER
Esta es una de esas historias que a cualquiera le puede resultar increíble. Hasta el día en que me sucedió, jamás hubiera siquiera soñado en que aquello que siempre fue objeto de mi imaginación podría haberse convertido en una fascinante y peligrosa realidad.
Me llamo Omar Velásquez y vivo en Chile. En la oficina en que trabajamos Marisol, así se llama mi esposa y yo, por supuesto hay otras mujeres y hombres. Pero con una en particular, amiga de mi mujer, siempre habíamos tenido una relación de amistad de mucha confianza, tanto así que frecuentemente bromeábamos con que entre ambos había algo más que eso, lo que incluso era motivo de risa de mi esposa.
Muchas veces se quedó en mi casa puesto que ella vive bastante apartado de la ciudad. Y siempre las bromas fueron motivo de risas para los tres, incluso algunas con abierto contenido sexual.
Tal era la relación que, un fin de semana celebrábamos el aniversario de la empresa; razón más que suficiente para que la juerga que comenzó en la misma oficina se prolongara. Todo estaba acordado; se quedaría a dormir en casa, el lugar decidido era una disco y aunque en definitiva nadie más quiso seguirnos, el panorama estaba y la noche recién comenzaba.
Al llegar a la disco, en realidad había menos gente de la que esperábamos, pero no estábamos para aburrirnos y al rato estábamos los tres bailando animadamente.
Había pasado más de tres horas y varias copas de más comenzaban a hacernos efectos. Supongo que un poco debido a esto último y a que hacían varios días que no hacíamos el amor con mi mujer que ver tanta hembra a mi alrededor hizo que me empezara a excitar. Mucho baile junto a mi mujer y a Silvia, hacía que una tremenda erección se fuera desarrollando.
Estábamos bailando desaforadamente cuando aparece un amigo de mi mujer que interrumpe el trío y salieron a bailar. Entre algunas bromas me quedé con Silvia y un merengue de moda me dio valor para ponerme un poco más lanzado. Sin perder de vista a mi mujer fui apretando cada vez más a mi excitado cuerpo a Silvia, que lejos de sorprenderse respondía abiertamente a mis insinuaciones. La verdad es que siempre me llamó la atención esta mujer, pero me resultaba particularmente atractiva ahora, que vestía un ajustado jeans y un top que marcaba un par de apetecibles senos. Los giros y tomadas de cintura y cadera hacían que mi erección resultara más que evidente, y yo, más que evitar los roces, buscaba afanosamente tocar la entrepierna de Silvia. Marisol, que ya demostraba el efecto de unos cuantos tequilas demás, bailaba metros más allá de donde estábamos provocándonos Silvia y yo. Digo esto porque en una vuelta fue ella la que buscó rozarse con mi miembro.
No necesité más que esa invitación para acceder con un beso en su oreja a lo que ella respondió con una sonrisa. Yo no dejaba de mirar hacia donde estaba Marisol. Y aprovechaba cada giro para besarle la oreja, el cuello y las mejillas a Silvia. Ella se resistía a dejarme sus labios diciendo que nos podría ver mi mujer. Cuando la desafíe diciéndole que no era posible ponerse recatados a esa altura del juego me miró fijamente, con unos ojos ardiendo de excitación y me agarró por el trasero y me besó fuertemente, sin preocuparse de nada. Su lengua buscaba desesperadamente la mía y mis manos que estaban en sus caderas buscaron el borde de su calzón que asomaba por su espalda.
Todo me indicaba que al llegar a casa tendría la oportunidad que soñé: tantas veces cogerme a la amiga de mi mujer. Nos tomábamos lo que quedaba de nuestros tragos con Silvia cuando apareció Marisol que evidenciaba un estado de embriaguez que obligaba a retirarnos de la disco. Y fue lo que hicimos. Buscamos nuestras ropas y al subirnos al taxi pidió irse en el siento del lado del chofer, a lo que accedimos sin protesta alguna Silvia y yo. Intercambiamos unas sonrisas y apenas nos sentábamos yo busqué sus manos. La oscuridad en el automóvil y la música con un volumen más que moderado nos daba el marco preciso para preparar lo que sería una de las noches más memorables. Marisol no tardó en cerrar los ojos y apoyada junto al vidrio se quedó dormida. El trayecto de la disco hasta mi casa son veinte minutos. Y yo apenas tomaba las manos de Silvia, ella buscó el bulto que se había formado mientras bailábamos y que aún mostraba la calentura que me invadía. Disimuladamente desabrochó mi pantalón y acarició mi miembro, que debe andar por los 18 centímetros. Pero por la excitación y el ardor me parecía que estaba enormemente más grande. Yo me dejaba, y no perdía la vista de Marisol y del chofer que a ratos miraba por el espejo retrovisor.
La calentura me invadía cada vez que Silvia apretaba el glande. Como llevaba un ajustadísimo jeans, no tuve las mismas posibilidades de acariciarle la entrepierna, que a juzgar de lo lanzada que estaba, supuse debía estar muy lubricada. Con mi mano izquierda me dediqué a tantear su trasero, que junto a sus tetas, firmes por sus 21 años, eran comentario obligado entre los colegas varones de la oficina. Igual que en la disco hurgué entre su piel y la mezclilla y encontré un colaless de suave encaje que me puso a mil. Ella dedicada a jugar con el bulto que me quemaba y yo que tiraba suavemente su fino calzoncito. Las luces de los autos que venían en sentido contrario dejaban ver su ardiente y ya casi sin recato nos tocábamos casi descontroladamente.
Al llegar a casa tuvimos que llevar en andas a Marisol que vencida por el sueño y el mareo del tequila hasta nuestro dormitorio que está en el segundo piso.
Apenas se despertó para darse cuenta que estábamos en casa y volvió a quedarse dormida. Silvia, cuya habitación estaba entre el dormitorio matromonial y el baño, se fue a poner ropa más cómoda, porque quería asegurarse que Marisol estuviera profundamente dormida antes del asalto final. Todo esto me ponía más caliente aún. Al llegar al living que está en el primer piso, me encontré a nuestra amiga en un provocador baby doll de encaje negro, sentada o mejor dicho semitendida en el sofá. Debo reconocer que esta hembra sabía como provocar. -¿Te gusta mi ropa?, preguntó a la vez que estiraba una de sus piernas hacia el techo exhibiéndose de una manera salvajemente hermosa.
-Y a qué hombre no habrías de gustarle, le respondía, mientras me sentaba en el sillón que estaba justo enfrente de Silvia.
Nos tomamos unas cervezas y hablábamos acerca de lo excitante que había sido el baile en la disco, cuando sentí ruidos en el segundo piso. Subí a cerciorarme y pude comprobar todo estaba en orden. La ventana estaba entreabierta y una vez asegurada, cerré la puerta –por si acaso- y volví al living.
-¿En qué estábamos?, dijo Silvia, con una voz coqueta y sonrisa lasciva.
-En que esta noche serás mía, dije decididamente.
-Estás loco. Puede ser peligroso.
-Todo depende de sepas guardar esto como un secreto y ya está. Respondí.
-Soy como tumba cerrada para guardar secretos. -¿Y para otras cosas, como el sexo, cómo eres?, le pregunté mirando su provocador escote.
-Para eso soy muuuuuuuy abierta, dijo mientras se reía y bajaba las piernas del sofá abriéndolas descaradamente.
No faltaba más insinuación. Me acerqué y de rodillas a ella la besé con fuerzas, casi mordiendo sus labios. A lo que ella respondió acariciándome el pecho y desabrochando mi camisa.
Mis dedos rozaban suavemente sus blanquísimos muslos. Iban desde la rodilla hasta centímetros de su sexo. Eso la calentaba de sobremanera, porque al acercarme a su entrepierna su respiración se aceleraba.
-No sabes cuánto te deseaba –le decía mientras besaba sus orejas.
-Y tú ni sueñas las veces que te imaginé haciéndome el amor, me respondió.
Ahora Silvia me lamía el pecho y suavemente me tumbaba sobre la alfombra. Era una visión maravillosa. Esta mujer, delicada y llena de modales en la oficina, estaba con las piernas abiertas, denotando una vagina empapada sobre mí. El encaje dejaba traslucir la perfecta redondez de sus senos y unos hermosos pezones rosados. Y yo que no podía más con el bulto de mi pantalón. Como pude me desnudé quedando en zunga y Silvia gemía frotando su sexo sobre mi pecho y mojándome con su evidente excitación. La lujuria hacía que mi miembro desbordara la diminuta prenda que impedía mi desnudez total.
-Vas a saber lo que es una mujer ardiente me dijo, al mismo tiempo que puso su vagina sobre mi boca.
Se movía como poseída. Articulaba palabras casi sin sentido y apenas se entendía la palabra culiar, que para los lectores de otros países es equivalente a follar, joder, o coger.
Temblaba cuando suavemente le mordía su caliente monte. La breve tela de encaje que cubría su sexo estaba absolutamente mojada. Su hermoso trasero, con dos perfectas mitades separadas por su pequeño colaless, era todo ardor.
Hice esfuerzos por detener sus frenéticos temblores para separar sus labios y chupar su caliente vagina. Sin pudor lamí su interior y casi entre mordiscos apretaba sus labios. Los líquidos de su sexo sabían a sal deliciosa y a lujuria infernal.
Silvia no tardó en doblar su espalda hacia atrás anunciando su primer orgasmo.
-No aguanto más,aghhhhhaggghhh. Gimió.
Temí que sus entrecortados quejidos despertaran a mi mujer. Pero nuestra excitación y frenesí era aún más poderosa. Superior a cualquier sentimiento de culpa o pudor.
Cuando se incorporó, todavía a horcajadas sobre mi pecho, pude apreciar las sinuosas formas de sus senos que ahora se veían majestuosamente desnudos sobre el baby doll.
Mis manos no tardaron en ir por ellos. Los apreté. Eran hermosos. Estaban hechos justo al tamaño de mis manos. Pellizqué los pezones duros y al rojo.
-Sigue. Me gusta que hagas eso. Suplicaba Silvia.
Descontroladamente rasgué los tirantes tras lo cual apareció un busto sin comparación. Los de Marisol son más grandes, pero quince años más se notan particularmente en la firmeza. Los senos de Silvia, eran evidentemente más duros. Sin salir de la posición, giró sobre sí misma y me invitó a un 69. A tirones sacó mi zunga y mi miembro, como si fuera un resorte salto a sus carnosos labios.
La boca de Silvia tenía vocación para una fellatio. Sin duda la técnica era fruto de un arduo entrenamiento. Subía y bajaba por mi tronco de carne ardiente. Con la punta de su lengua jugueteba con mi glande haciéndome temblar. Yo prácticamente le enterraba mi miembro en su boca, casi atragantándola.
Chupé su vagina empapada como no lo hice antes, si hasta mi propio semen me lo estaba tragando. Estaba excitadísimo. El hilo de tela que cubría apenas su redondo culo no impidió que con movimientos circulares de mi lengua la estremeciera cada vez que llegaba hasta su diminuto orificio.
No tardé en acabar. Y con movimientos ascendentes eyaculé en la boca de Silvia. Borbotones de semen salieron disparado de mi pene. No sé cuánto fue. Pero cuando Silvia se levantó y me miró con cara de cómplice pude ver que mi eyaculación caía por la comisura de sus rojos labios.
Apenas unos segundos descansamos. Creo que para escuchar si Marisol seguía en lo suyo.
-Ahora quiero que me lo metas bien adentro, dijo Silvia. Y sin sacarse nada de lo que la tapaba, se puso de rodillas, mostrándome su perfecto culo.
Unos cuantos toques tuve que darle con la punta de mi miembro. Y apartando su negro encaje empapado di un solo empujón y arranqué un grito de dolor que al rato fueron gemidos de placer.
-Dale fuerte, pidió.
-¿Seguro que no te duele?, pregunté mientras le abrazaba los senos y le mordisqueaba el cuello.
-Dale, dale...y acabó en otro orgasmo. Más corto pero más intenso a juzgar por la tensión que adquirió su cuello.
Se dejó caer sobre sus tetas, dejando una montaña de carne que terminaba en una cumbre que coronaba su enrojecido orificio anal.
Como ya estaba lubricado, me lancé a jugar con él.
-Eso sí que no, sentenció mirando desde el suelo.
-¿Nunca te lo han hecho por alli?, pregunté.
-Jamás, me confirmó. Y parecía verdad, el pequeño orificio, mostraba un centro que parecía impenetrable.
-Te prometo que lo vas a disfrutar, argumenté queriendo conseguirlo.
-Me va a doler.
-Voy a hacerlo con suavidad. Diciendo esto unté mis dedos con los líquidos que fluían por su vagina y empecé con la tarea de dilatarla. La verdad es que no tengo un miembro descomunal, como ésos que se ven en el porno. Pero no me puedo quejar. Y realmente su culito virgen, era un tesoro que había que descubrir con dulzura.
Poco a poco fui metiendo un dedo, cuidando que la faena no desencadenara un grito que despertara a Marisol. Aunque se estremecía mientras entraba el dedo índice de mi mano derecha, la verdad sea dicha no reclamaba mayormente.
Y fui por más. Con otro dedo igualmente lubricado seguí hurgueteando su carne hasta que conseguí ensartarlo con una muestra de dolor. Esto más que hacerme detener me calentó más.
Y comencé a moverlos circularmente en su interior que ardía. Y los movimientos de mi mano se intensificaron cuando me di cuenta que ella misma giraba su trasero al compás de mis dedos.
No esperé más. La erección de mi miembro se había acrecentado con la excitante visión de ver cómo gozaba esta hembra.
Escupí la punta de mi miebro, cuidando no lastimarla con este trozo de hirviente sangre. Apunté hacia el centro de ese maravilloso culo que ahora estaba a mi merced.
Lentamente fui avanzando. No quería echar a perder este anhelado momento, porque debo confesar, más de alguna vez me masturbé fantaseando con esta escena.
Y ahora estaba allí en el mismo living de mi casa poseyendo a la mejor amiga de mi mujer que dormía en el segundo piso.
Era indescriptible la sensación de penetrar esa carne que se negaba a darme paso fácilmente. Pero ya había conseguido meter buena parte. Y sin darme cuenta, Silvia retrocedió dejándose penetrar entera. Un solo movimiento y ella misma se había perforado su virginal trasero.
Casí ni se quejó. Al contrario. Su empellón me hizo quedarme más levantado y ella se acomodó sentándose sobre mis muslos. Y comenzó a moverse frenéticamente.
-Me gusta, Omar, me gusta muchooooo. Decía como poseída por una fuerza sobrenatural.
-Ves te lo decía. No hay como hacerlo por aquí. Respondí mientras le acariciaba el pelo.
La verdad es que siempre me ha gustado el sexo anal, pero no siempre las mujeres están dispuesta a entregarse por ahí. Silvia estaba descubriendo sensaciones que no imaginaba. Y yo estaba gozando como loco.
Pasaron unos minutos y ayudada por las caricias que se deba ella misma en su clítoris y yo sobando sus senos, se desplomó sobre mí dejando escapar un gemido hondo de placer.
Yo tardé unos segundos tras ella y acabé en su interior eyaculando tanto que al sacar mi miembro de su recien perforado culo, asomaron restos de semen que cayeron por entre sus piernas. A la vez que ambos caimos sobre la alfombra, casi desfalleciendo de tanto placer.
Como podía suceder que Marisol despertara, nos despedimos con un largo beso, prometiéndonos discreción y la repetición de encuentros furtivos y apasionados como el de esa noche.