Mi mujer no tardaría en regresar del supermercado en el que trabajaba como cajera. Yo la esperaba ansioso, porque sabía que iba a haber un gran “rollito” (es así como Montse, mi esposa, le llama a las relaciones sexuales) entre nosotros. Y no me equivocaba.
Para mi gusto Montse está buenísima. Es una chica de unos 27 años de edad, bajita y de constitución fuerte. Las facciones de su cara no son las de una diosa, pero resultan muy agradables a la vista, fundamentalmente debido a su naricita bien hecha, el gracioso flequillo de su cabello, su mirada (tierna y cariñosa) y su sonrisa. En la cama, sabe comportarse como para bien o para mal nos gusta a los hombres: como una putita.
Pues bien, como os iba contando, finalmente mi mujer apareció por la puerta del vestíbulo. Traía las mejillas congestionadas por el calor.
-¡Hay que ver como vienes hoy!- le dije.
-Sí, tío- respondió ella- ¡¡¡ 40 minutos para llegar desde el trabajo hasta aquí!!! Mierda de tráfico. ¡Con el calor que hace y tener que aguantar atascos! Así es que vengo toda sudada.
-Mira como tengo los pies- dijo ella, mientras se quitaba las sandalias que llevaba puestas- Con este calor y al pasarme de pie todo el día no paran de sudar.
¡Qué mala es Montse! Entra por la puerta y lo 1º que hace es “estimularme sexualmente”. ¡Como se nota que conoce bien mis fetichistas fantasías sexuales! -Me gusta ver tus pies sudados. Me calienta mucho. Eres una putita.
Ella rió.
-Si te portas bien y me das un masaje en la espalda te regalaré un polvo que no podrás olvidar en tu vida.
-¡Trato hecho! Montse se quitó la camiseta de tiras que llevaba puesta y el sujetador, quedando desnuda de cintura para arriba. Acto seguido, se tumbó boca abajo sobre el sofá y me indicó que ya podía empezar el masaje. Así lo hice. La acaricié repetidas veces de arriba abajo, con las palmas de las manos, haciendo presión sobre los costados y los hombros. A mi mujer le gusta que la magreen con fuerza en los masajes. No le pasa como a mí, que prefiero la suavidad en ese tipo de cosas. A mí me gustan más los masajes dados con las yemas de los dedos, pasados con ligereza sobre la superficie de la espalda. Mientras que a Montse ese tipo de caricias le hacen cosquillas, a mí me hacen entrar en una especie de placentero estado hipnótico en el que, eso sí, no siento nada de furor sexual, pero sí mucha paz y tranquilidad.
Al cabo de 20 minutos de masaje continuo, Montse se sintió ya con fuerzas para dar inicio al juego sexual y así me lo hizo saber.
-Podemos empezar cuando quieras- me dijo- Pide por esa boquita. ¿Por dónde prefieres empezar? -De momento, quítate toda la ropa- le respondí yo, excitado.
-Ahora empieza a acariciar tu cuerpo con delizadeza...
-Muy bien nena. Así... Lámete los pechos... Los pezones también... Acarícialos...
La escena sexual que Montse representó entonces para mí fue impresionante. Se empeñó en hacer de todo para llevarme a un estado de excitación límite: -Acariciarse todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, empezando por los brazos y el cabello para terminar en la vagina y en los pechos. También agarraba las piernas con las manos y, aplicando la lengua húmeda sobre ellas, daba comienzo a una lamida que empezaba en el muslo y terminaba en el dedo gordo del pie.
-Coger un pie con las dos manos y llevarlo directamente frente a su cara, para después olerlo y lamerlo a conciencia, como a mí me gusta. Se metía en la boca todos los dedos del pie, uno por uno, y los saboreaba lentamente. Después, le daba un repaso a las plantas de sus atractivos pies, completamente sudados después de un día de trabajo y con ese aroma típico que tienen los pies de las mujeres durante la estación veraniega.
-Aplicar abundante saliva en la zona del esfínter y meter a continuación uno, dos y hasta tres dedos en su cachondo culo acostumbrado a las penetraciones profundas. Cuando terminó con este numerito, tenía el ano sumamente dilatado. Tanto que la penetración anal que vendría más tarde se realizaría sin ningún problema.
El espectáculo erótico de mi mujer ya tocaba su fin (después vendría la follada) y decidió rematarlo de una forma que casi me obligó a correrme. Tumbada sobre el suelo, boca arriba, con la cara crispada por el placer, no cesaba de hurgarse la vagina y el ano con sus dedos, totalmente empapados por las secreciones de su propio cuerpo. Entonces, arqueó súbitamente la espalda, levantando el culo del suelo y exclamó: -¡No aguanto más, tío! ¡Me meo del gusto! Dicho y hecho: mientras se acariciaba el clítoris con frenesí, soltó un abundante chorro de pipí cristalino que le empapó las manos y llegó a alcanzar la pared de enfrente. Mi cachonda esposa se había hecho pipí delante de mí, solo para conseguir llevarme a un estado de incontenible furor sexual.
La meada fue larga, más que nada porque no la hizo seguida, sino a borbotones. Cada vez que lanzaba un chorro, cerraba los ojos y ponía cara de esfuerzo. Después, los abría y me sonreía lujuriosamente.
Fue la gota que colmó el vaso. Me abalancé sobre ella y comencé a besarla frenéticamente en la boca. Entre tanto, ella me bajó el pantalón de deportes y los calzoncillos y empezó a meneármela con fuerza.
-La tienes húmeda, cabrón. ¿Te gustó el espectáculo? -¡¡¡Siiiiiii!!! -Ahora te la comeré. Ya verás como te gusta.
Rápidamente se abalanzó sobre mi pene y lo engulló literalmente con su boca. Lo tenía dentro durante interminables intervalos de tiempo y, cada vez que se lo sacaba, podía ver como resbalaba sobre él la espesa y cálida saliva de mi mujer.¡Mi polla nadaba en un mar de saliva y lametones! Por mi parte, le arranqué a Montse la pequeña falda y el tanga y apliqué directamente la lengua en sus partes bajas. Le abrí con fuerza las nalgas, dejándole el ojete al descubierto, y le hundí la lengua en el agujero del culo. Después pasé a ocuparme de su vagina y de su clítoris, que respondieron soltando considerables cantidades de viscoso flujo. Siguieron las lamidas largas, que comienzan en el clítoris, siguen por la entrada de la vagina y terminan con gran parte de la lengua introducida en el ano. Entre tanto, Montse se retorcía de gusto y no paraba de decir obscenidades mientras, ocasionalmente, se llevaba una mano hasta el culo e introducía varios dedos en él con creciente crispación.
Le había aprisionado el clítoris entre los labios y tiraba de él hacia fuera y se lo acariciaba con la lengua.
-¡¡Para!!!- suplicó en ese momento-¡Vas a conseguir que me corra! -Lo mismo digo, nena. Si sigues chupándomela así, te voy a acabar soltando todo el semen en tu cara.
-Vamos a la cama – me pidió – Seguiremos allí.
-Bien- le respondí.
La cogí en brazos, levantándola del suelo. Crucé el pasillo, entré en nuestra habitación y la deposité suavemente sobre la cama de matrimonio.
-Ahora ponte a cuatro patas- le pedí a mi esposa- Te la voy a meter por los dos agujeros. Te va a gustar.
-Estoy deseándolo- respondió mi mujer, con sonrisa de putita.
Obedeció y se situó como le pedí. Yo me coloqué sobre ella y la penetré por la vagina, mientras ella soltaba un gemido de gozo.
-Primero te la meto por el coño- le expliqué- porque lo tienes empapado. Así lubrico la polla para poderte dar después bien por el culo.
Tras unas cuantas embestidas de mi miembro viril, lo saqué de la vagina de Montse y se lo introduje entero en el recto. La penetración se efectuó sin problemas, gracias al trabajito dactilar que mi mujer había hecho antes. A Montse se le escapó un ahogado gemido de placer.
-¿Sabes, nena? Te voy a contar cuál es mi plan.
-Dime.
-Verás: mi plan para ti consiste en domesticar tu culito para las folladas y dejarlo tan dilatado que no haya diferencia entre él y tu chocho. A partir de ahora, tu culo va a ser igual de bueno para follar que tu coño.
-Me gusta la idea- opinó ella, entre gemidos entrecortados, con voz tenue –sigue sodomizándome, por favor.
-Sí, puta. ¡Toma por el culo! -¡¡¡Siiii!!! Estuve durante unos cuantos minutos alternando entre su vagina y su ano. La metía en uno de los agujeros y la penetraba unas cuantas veces, para después sacarla y probar en su otro túnel del placer. Mi polla entraba y salía sin dificultad, gracias a la copiosa cantidad de jugos, procedentes tanto de su ano como de su vagina, que lubricaba sus calientes orificios.
Finalmente, una vez que Montse hubo tenido su primer orgasmo, me saqué de encima de ella para descansar un poco y para evitar correrme antes de tiempo. Estaba empezando a notar cómo la leche quería salir de mi pene. Sin embargo, la leche debía aguardar un rato más dentro, hasta que llegase el momento en que pudiese soltársela toda en su cara y sus tetas.
-Te dejé tus agujeritos totalmente dilatados. Compruébalo.
Montse se puso a 4 patas frente al espejo de la coqueta que tenemos en la habitación y colocó su cabeza entre las piernas, boca abajo, para poder ver el estado de su entrepierna reflejado en la superficie del espejo.
-¡¡¡Uauh!!!- exclamó- ¡Fíjate! Te has pasado.
Me coloqué al lado de ella y le abrí las cachas con las dos manos, ensanchando así tanto el ojete como el coño, en los que brillaban y resbalaban los jugos soltados. Después le pasé nuevamente la lengua por los agujeros. Esta vez mi lengua pudo penetrar más profundamente que antes, gracias al ensanchamiento producido por mi miembro viril durante la penetración. Me gustaba particularmente introducirle la lengua en el culo y lo hice durante un buen rato. Cuando acabé, con la cara deformada por la intensidad del juego sexual, le pedí que se volviese a meter los dedos en el coño y en el culo, y que entretanto se mirase en el espejo, cosa que hizo con verdadero gusto.
Al cabo de un rato, cuando me sentí a punto otra vez, desaparecidas ya las ganas de eyacular forzosamente, el coito comenzó de nuevo. Esta vez, ella se colocó boca arriba sobre la cama y yo encima de ella. La penetración volvió a ser de nuevo tanto anal como vaginal, pero la novedad estribaba en que en esta postura podía tener colocadas las olorosas plantas de sus pies frente a mi cara y olerlas y lamerlas tanto como yo quisiese, mientras mi pene chapoteaba contento en el interior saturado de caldos de mi querida esposa.
-Me gustan tus pies, Montse.
-Lámelos. Huélelos. Haz lo que quieras con ellos. Son todo tuyos.
-Me encanta el verano, Montse. Es la época del año en la que mejor huelen tus pies. Además, en verano, todas las chicas calzáis sandalias, y eso me pone a cien.
Era verdad. Y lo sigue siendo. No sé a qué es debido, pero me excitan muchísimo los pies de las chicas y su olor (siempre y cuando no calcen zapatos cerrados, porque en ese caso el olor es bastante desagradable, al degradarse tanto el sudor como los componentes del interior del zapato. En cambio, unos pies de hembra en “libertad” son una auténtica delicia). Al principio, a Montse le daba asco que adorase sus pies pero, con el tiempo, fue aceptándolo poco a poco y hasta terminó por hacerle gracia. Finalmente, llegó incluso a adorar ella misma sus propios pies sólo para hacer el juego sexual más excitante.
Continuamos la follada. Yo alternaba entre su ojete y su vagina, con la polla, y entre sus pies, sus tetas y su cara, con la lengua. Colocaba la palma de la mano junto a su boca y Montse soltaba algo de saliva en ella, saliva que después yo esparcía por su hermosa cara, deteniéndome en la barbilla, las mejillas y la nariz. Después me abalanzaba sobre ella y le lamía todo el rostro. Ella no paraba de jadear y decir obscenidades con el gusto que sentía. En un alarde de contorsionismo, hubo un momento en el que consiguió incluso llegar con la lengua hasta sus pies (tenía las piernas flexionadas sobre la parte superior del cuerpo), sin sacar mi pene de su interior, y saborear durantes un breve intervalo las deliciosas plantas de sus pies, ahora sudorosas no sólo por el calor, sino también por la intensidad de la jodienda.
-Me gusta como huelen, cabrón. En mis próximas vacaciones voy a estar una semana entera sin lavármelos. Ya verás entonces lo que es bueno- decía la muy pilla, para excitarme aún más.
-Sí, nena. Hazlo. Será genial.
Al cabo de un rato, Montse tuvo su segundo y último orgasmo. Fue impresionante. Tuve que esforzarme al máximo para no derramar la leche en su interior, al ver la cara de mi mujer indescriptiblemente crispada por el gozo. Estaba muy congestionada y cerraba los ojos con fuerza. Su boca se abría con expresión de dolor, como si más que follándola estuviese yo torturándola. El inicial alarido de placer por su parte fue cambiando poco a poco, transformándose siniestramente, hasta convertirse en gruñido gutural. Cuando el grito cesó, le sobrevino el llanto. Ahora Montse lloraba desesperadamente sobre la cama, con mi pene en el agujero de su culo, embistiéndola despiadadamente. Eran lágrimas de lujuria extrema. Lloraba de placer. El orgasmo ANAL que experimentaba era interminable. Cuando parecía que estaba finalizando, un simple cipotazo mío conseguía que comenzase de nuevo, pero con más fuerza aún, si esto es posible. Debió correrse unas cinco veces seguidas. Yo contemplaba la escena! alucinado: ¡no sabía que esto pudiese pasarle a una mujer! Su corrida no habría finalizado ahí, pero ella ya no podía más y, no sin esfuerzo, consiguió librarse de mí y de mi polla devastadora apoyando las manos en mi pecho y empujando después con fuerza. Mi pene salió de su recto y tuve una visión fugaz de su esfínter completamente abierto, derrotado ante mis furiosas embestidas.
-¡Lo siento!- sollozó, con la cara llena de lágrimas- Pero si seguimos así, vas a matarme...
Y, entonces, rompió en llantos desconsolados y frenéticos. Yo la besé en la boca y en la frente, con mucho mimo y ternura.
-Tranquila, preciosa. Has estado muy bien. No te preocupes. Acabas de tener un orgasmo anal... y de los fuertes. Relájate. Cuando estés más calmada, te daré mi leche. Ya verás qué bien te sienta.
Durante los siguientes minutos, Montse y yo permanecimos tumbados el uno frente al otro. Yo la abrazaba y le hacía caricias, para ayudarla a sobreponerse de su traumática experiencia sexual. Poco a poco, ella fue calmándose y, curiosa, se dedicó a evaluar personalmente los resultados de la terrible penetración, encontrándose con que tenía los pezones tremendamente colorados y erectos, los pies LIMPIOS (por las lamidas) y los dos agujeros de la entrepierna como nunca los había visto en su vida. Habían soltado ingentes cantidades de líquido lubricante antes, durante y después del salvaje coito, por lo que relucían como nunca. Al igual que sus pezones, poseían un marcado color rojo. Todavía se veían resbalar por los bordes las gotas de las secreciones lubricantes de las mucosas vaginal y anal. En algunos puntos, la sábana de la cama estaba empapada.
-¡Qué desastre! Lo empapé todo- se disculpó ella.
-No te preocupes. A mí me encanta.
Montse me miró amorosamente y dijo: -¿Y tú qué? ¿Cuándo te corres? Debe dolerte horrores la barriga por estar aguantando las ganas de correrte.
-Sí, nena, me duele bastante.
-Pues, ¿a qué esperas?- me animó ella.
Aceptando su ofrecimiento de desahogarme, la mandé colocarse boca arriba sobre la cama y después me situé al lado, de rodillas, con la polla muy cerca de su cara. Ella sacó la lengua y se dedicó a lamerme el pene, mientras yo me masturbaba y apuntaba el miembro hacia su boca. Era encantador ver su boquita abierta, con la lengua haciendo de las suyas y una expresión lánguida en el rostro, mientras esperaba la inundación de semen con que la iba a recompensar. Yo me masturbaba con una mano y, con la otra, señalaba las zonas de la cara de Montse que más regadas iban a quedar.
-Te voy a inundar la cara- le decía, fuera de mí- Te voy a llenar de leche la boca, las mejillas, el cuello... Te va a entrar la leche hasta por los agujeros de la nariz.
-Sí, campeón. Dame tu leche. La quiero toda para mí- me decía ella, para excitarme y para que me corriese de una vez.
-¡Dame un pie!- le pedí.
Ella obediente, elevó un pie hasta mi cara. Yo me dediqué a comérmelo y a aspirar su aroma mientras me masturbaba frenéticamente. En ese momento, pude ver como ella colocaba una toalla muy grande que había junto a la cama bajo sus posaderas. No me imaginaba cuáles eran sus intenciones. Para contribuir a la fuerza del torrente de esperma, decidió que sería una buena idea el hacer un segundo pis encima de la toalla (¡mira tú para qué la quería!). Y no se equivocaba. En poco tiempo, pude ver como escapaba un chorrito de pipí de la salida de la vagina. Mi amada esposa me lo estaba dedicando. Aquello fue demasiado. Noté como se me escapaba la leche, espesa y abundante, y se derramaba sobre la boca de mi mujer. Jamás mi polla soltó tantas andanadas de esperma como en esa ocasión.
-¡El pelo no!¡Que no vaya al pelo!- exigió Montse. Yo me reí. Entretanto, mi esperma caía en abundante cantidad sobre el rostro de Montse, haciéndolo prácticamente irreconocible. La leche le llenó la boca (fue impresionante ver como la expulsaba mezclada con la saliva y le goteaba después por el cuello y las tetas), las mejillas, la frente, la nariz (me excité mucho cuando dos chorros de leche muy espesa le entraron por los agujeros nasales, obligándola a abrir la boca para poder respirar)... No le mentí cuando le dije que “Te va a entrar la leche hasta por los agujeros de la nariz”. Parecía que el riego de semen no iba a concluir nunca. Y, mientras tanto, ella seguía meando.
Cuando finalizó la corrida, ella se apresuró a limpiarse un párpado sobre el que le había caído esperma y se miró después en el espejo.
-¡Cómo te pasas!- exclamó, sorprendida- ¡Mira cómo me has dejado! Te voy a matar... me diste en el pelo. ¡Me lo lavé por la mañana! -Tenías que haber esperado a la noche para lavarlo- le contesté, en broma.
-¡Tonto!- protestó.
Yo caí en la cama, rendido. Entretanto, ella jugueteó un poco con el esperma esparcido sobre su rostro, me pidió que le sacase una foto antes de limpiarse (para la colección) y después echó la toalla del pipí a la lavadora y arregló un poco la sala de estar (lugar en el que me había obsequiado con su espectacular masturbación). Más tarde fuimos a cenar a un restaurante y rematamos el día viendo una película medio drama medio romántica en el vídeo de casa, siempre juntos el uno al lado del otro y profesándonos muchas muestras de mutuo afecto. Después, a la cama, pero esta vez a dormir.
Quiero mucho a Montse. Es una chica adorable. Nos compenetramos mucho en todo. No sé qué haría sin ella. Y, como es lógico, no todas las relaciones sexuales que tenemos entre nosotros son como la que acabo de contar. La de este relato forma parte de lo que Montse llama FOLLAR y que, por desgracia, tanto nos gusta a los hombres. Pero no siempre se debe follar, porque si no, nos volveríamos unos pervertidos y nos cansaríamos de las relaciones sexuales. Así es que, entre folleteo y folleteo, tampoco viene mal HACER EL AMOR, que no deja de ser una penetración como otra cualquiera, pero en plan mucho más romántico, con besos, caricias y arrebatadas declaraciones de amor en el momento del orgasmo (por ejemplo: ¡Te quiero!¡Te amo!¡Te adoroooooooooo!). Como Montse suele decir, los hombres somos unos chapuzas en la cama y ya es momento de que aprendamos a hacerlo bien.
Aquí finaliza mi relato. Saludos a todo/as.
Jorge.