Tan blanca como la vainilla, tan dulce ese olor de su jabón que a pesar de haber quedado en su piel no ha quitado su placentero olor femenino. Ese olor mezcla de calor que casi puedo saborearlo acercándome a olerla, y que me llega como un oleaje; olor a humedad que me conduce, con los ojos cerrados, hasta su propia orilla para dejarme sumergida en su aroma de agua marina, ese olor primoroso en el que me ahogo y me dejo llevar hasta perderme completamente.
Totalmente perdida en ese calor impregnado en mi propia piel. Calor sugestivo que sube desde tu piel, insinuándose para que lo ansíe más con mi boca que empieza a ponerse jugosa, y mi lengua… que está delirando y ya quiere relamerse con tu sabor impregnado en tu piel. Ese tu sabor femenino me hace extraviar en la fantasía de besar tu piel, en su sensual dulzura que trasmite al tocarla con los labios, en su delicadeza de tierno pétalo, como si fuera algodón de azúcar que puedo morderlo y chuparlo hasta sacarle parte de su agradable y seductora dulzura.
Temblorosa piel que me recibe como una niña escondida en su propia desnudez cuando llego a lo más profundo de su ser. Que si no fuera porque te conozco diría que se manifiesta en tu piel un cierto miedo, mezcla de toda la inocencia y la duda que perdiste alguna vez mientras pretendías ser la mujer más atrevida y desenvuelta; extravagante como ninguna otra, producto de una curiosidad obscena que te condujo hasta mis manos.
Es así que tu flor fresca y olorosa se abre en mi mano, esos dos pétalos que son labios húmedos me trasmiten tu humedad en los dedos. Tu fraganciosa e impúdica flor cede y se suelta estremeciéndose ante la presencia de mi mano, se abre plenamente excitada por un roce apenas advertido, seguido de un beso que llega a tu piel fresca apenas como una cosquilla, como un roce.
Hago una pausa y ahí está, esa tu piel tan tierna y jugosa, dejándose hacer a voluntad con la punta de mi dedo al borde de su labio rojo, lustroso por la humedad que se derrama inadvertidamente pero a caudales, ese jugo tan deliciosamente húmedo que se suelta sobre mi dedo y deja en la comisura del labio una leve baba blanca, muestra de la satisfacción que sientes por la acción de mi dedo que se desliza por todo tu labio al interior y hacia afuera, rozándote ligeramente; consiguiendo abrirte cada vez más, hasta que ambos labios rojizos, húmedos y carnosos se abren como una flor que palpita llevada por mi mano y me deja tocar en su interior, en ese fondo tan caluroso y mojado que no cabe duda que es la gloria misma que puedo alcanzar sólo tocándote así como te toco, apoderándome del fondo de tu entraña donde encuentro toda tu flor regalándose a mi mano, toda esa tu piel tan profunda, donde puedo entrar y caber con los dedos, donde siento inundarme en un fondo marino tan infinito y femenino que puedo encontrarlo sólo dentro de ti. Dentro de tu gemido de placer, dentro de tu piel temblorosa, dentro de tu agitación y de esa tu explosión sobrecargada de humedad sobre mis dedos.
Yo probaba ese elixir y me sentía agradecida por recibirlo y a la vez me sentía provocada, extasiada y perdida en la fantasía de tu oleaje oloroso y cálido; lo sacaba desde tu fondo y lo llevaba directo a mi boca, para recibir esa mezcla de salinidad y dulzura sobre mi lengua.
Para recibirte a ti, mi flor carnosa, oculta entre dos muslos blancos, mi flor entre vientre adolescente y marcas de otras manos, de otros dedos, de otras caricias, besos y sudores.
Pero eres hembra y tienes más que pudor, desvergüenza y así te entregas a todas las manos, te abres como flor para que todos se sirvan y se lleven un poco de tu frescura, de tu juventud y ternura.
Ojala y fuera sólo mía. Y no esa, la vagina que tanto besaban.
Este relato es parte del libro digital “Lésbico y confidencial II” que es de distribución gratuita, las interesadas en leerlo completo sólo deben pedírmelo.
Al momento de pedírmelo nombra el título de este relato. Y por favor solo chicas.