Tenía yo en ese entonces diecisiete comprimidos años. Yo los llamo comprimidos porque la verdad de las cosas es que me sentía a presión en todos los sentidos. Mis padres me controlaban más de la cuenta, el colegio me era totalmente opresivo, mi mente estaba a punto de estallar plena de sensaciones semi elaboradas, deseos insatisfechos y ansiedades cálidas difusas. Pero por sobre todas las cosas mi cuerpo parecía no caber en sí mismo. Era así, porque mi desarrollo, un poco tardío, por esa misma razón, fué explosivo. Casi de una semana para otra, mis sujetadores parecían reventar, mis pequeñas bragas se me incrustaban en todas mis hendiduras, mis muslos, ya largos,lucían ahora suaves y consistentes y mi pubis se pobló de una generosa mata de vellos ligeramente negros que yo me acariciaba con deleite cada noche y cada mañana.
Respecto a la cuestión sexual, el colegio no me había enseñado nada, pero mis amigas, al decir de ellas, me habían enseñado todo lo que necesitaba saber. Esta sabiduría sin embargo se había mantenido, hasta entonces, en el plano puramente teórico, con algunas experiencias marturbatorias frecuentes y una relación inicial con un primo un año menor que yo, cuyo único resultado observable fué la pérdida de mi virginidad sin pena ni gloria y que únicamente sirvió para contar en mi grupo que yo ya tenía experiencia sexual, pero estrictamente hablando no tenía ninguna y vaya si quería tenerla. Existían sin embargo dos factores que me impedían acceder a dicha experiencia en forma libre y satisfactoria. Uno era el control definitivo que mis padres y sobre todo mi madre, ejercía sobre mí a fin cuidar mis más preciados tesoros morales. El otro era que yo no quería entregarme fácilmente, como lo hacían mis amigas más íntimas, con los muchachos del grupo, porque eran habladores y todo lo hecho lo comentaban fanfarronamente. Yo quería hacer todo, pero conservar mi imagen de mujer decente. Y así fue como me decidí a ser violada!.
Me di cuenta que una violación reunía casi todas las características que yo anhelaba. Era excitante, brutal, sorpresiva, de corta duración, sin inhibiciones, salvaje, instintiva, con una carga tensional deliciosa, absolutamente clara y sin vuelta. Casi nunca eran conocidos los detalles ni los personajes, y nadie se andaba vanagloriando de haber violado a alguien ni de haber sido violada, solamente los protagonistas sabían y guardarían el secreto para siempre.
Así las cosas y decidido el procedimiento, me di a la tarea de encontrar entre las posibilidades a mi alcance un violador que fuera de mi agrado. No me fue nada difícil, porque ya me había dado cuenta hacía semanas el impacto que yo causaba entre los hombres y la verdad era que les encontraba toda la razón. Yo sabía que era una hembra perturbadora. Hice primeramente un perfil del violador. Necesitaba que fuera un hombre maduro, entre unos treinta y cuarenta años. Esto era necesario porque no quería que actuara con vacilaciones. Debería ser conocido, a fín de que si hubiese problemas mi historia fuese creíble. Debería ser casado, para asegurarme una adecuada reserva de su parte y poder presionarlo en caso de apuros. Debería ser adinerado porque el dinero es una buena cobertura en estos casos. Todos estos elementos no los había inventado yo. Simplemente los había ido aprendiendo desde el cine y la televisión, y me resultaba fascinante saber si en la realidad funcionaban. Con todos estos elementos de juicio, fue que seleccioné a Román X (no puedo poner aquí el nombre verdadero, pero él sabe) Hasta el nombre me pareció nombre de violador, lo encontré excitante.
Román era medio amigo de la familia y tenía una fábrica de repuestos para automóviles en el parque Industrial a quince minutos de nuestra casa. La última vez que lo ví, prácticamente me había realizado un scanner con la mirada y como cumplía con todos los requisitos del perfil me dí a la tarea. Lo primero que hice fué encontrarme casualmente con él. Después de saludarle coquetamente le pedí una entrevista porque deseaba que me aconsejara sobre posibilidades de trabajo puesto que yo no quería seguir estudiando, pero le pedí que por favor no le contara nada a mi padre. Aceptó encantado y la entrevista sería en su oficina de la fábrica el sábado en la mañana.
Esa mañana preparé todos los detalles para ser violada. Luego de bañarme perfumadamente, seleccioné una ropa íntima de fácil acceso, liviana, sin broches ni botones, deslizable, una falda amplia pero corta y una blusa ceñida pero diáfana. No llevaba ni collares ni pendientes ni anillos, no tenía maquillaje. Me miré al espejo antes de salir y me encontré perfectamente violable. Cuando mi automóvil pasó el gran portón de entrada , me dí cuenta que el lugar estaba prácticamente abandonado de obreros. Luego en el edificio de oficinas no había personal trabajando, era fin de semana, y Román me esperaba de pie al final del hall donde se encontraba su amplia oficina.
La verdad es que no recuerdo bien de que hablamos en un comienzo, solo recuerdo que él estaba muy nervioso y yo muy tranquila. Era lógico que fuese así, yo sabía que él me iba a violar y el no sabía que era un violador. Recuerdo si muy bien que yo no me senté en el sillón que me ofreció, sino que permanecí de pié sin mirarlo fijamente y le hablaba mientras examinaba unos libros de los armarios o me agachaba para ver de cerca las hermosas plantas decorativas. De ese modo él pudo examinar, a su vez, a voluntad el perfil de mis tetas insolentes, la curva de mi trasero y mis muslos que en alguna oportunidad se ofrecieron generosos. Solo recuerdo el momento en que me abrazó desde atrás, me agarró las tetas y me dijo la única frase que yo le escuché en esa oportunidad:
- Eres una muchacha que me tiene loco... No sé lo que hago -.
Yo no le respondí, pero esperaba que si supiese lo que yo quería que hiciera. Me hice la sorprendida, me dí vuelta y con toda mi fuerza le estampé una palmada brutal en su mejilla derecha. El se retiró, sin decir nada tomándose el rostro y en el momento en que yo me acercaba para pedirle disculpas por mi reacción impulsiva me tomó ambos brazos y apretándome luego contra él desde la cintura me forzó a tenderme sobre el sofá cercano. Volví a golpearlo en la cara, pero ahora con menor fuerza porque me había asustado de verdad la fuerza de su abrazo. Ahora me tenía inmovilizada con su cuerpo sobre el mío, y sin soltarme los brazos trataba con sus rodillas de separar mis piernas al tiempo que yo hacía fuerzas por mantenerlas unidas lo que me estaba ocasionando una excitación sensacional que percibía con claridad en mis genitales. Logré liberar uno de mis brazos, lo que le dejó una mano libre que rápidamente subió mi falda hasta la cintura para dejar expuestas mis piernas y mis bragas que Román acarició con torpeza. Esto lo enardeció. De un fuerte tirón, sacó mi liviana blusa por sobre mi cabeza y mis tetas, que habían salido del sujetador en los esfuerzos anteriores , se le ofrecieron como dos melones asustados. Yo trataba de sacármelo de encima y con ello no conseguí sino bajarle la cabeza hasta dejarlo en posición de chupar mis tetas sin dificultad alguna. Roman succionaba como enloquecido al tiempo que accionaba sobre mis bragas que cedieron sin dificultad En ese momento mi ardor era incontrolable de manera que decidí pasar a la fase dos. Estallé en un llanto desesperado que fui atenuando paulatinamente hasta dejarlo reducido a una especie de pequeños gemidos. Me dejé caer sobre la alfombra, hundí mi rostro entre mis manos y me tendí boca abajo entre gemidos ahogados. Esa posición tenía dos ventajas, podía disfrutar sin que me viera de cada uno de los detalles placenteros de mi vejamen y le presentaba a él mi culo maravilloso segura de que terminaría de enloquecerlo por completo. Yo tenía razón.
No pudo resistir. A los pocos segundos sentí su candente hierro recorriendo los montes inexplorados de mi trasero en toda su superficie. No pude en ese momento apreciar sus dimensiones, pero faltaba muy poco para ello. Lentamente me fué dando vuelta sobre la alfombra. Yo seguía gimiendo y mi actitud revelaba a la perfección una mujer vencida y derrotada después de luchar por su virtud, pero dispuesta a no oponer ningún tipo de resistencia con tal de que tan detestable momento terminara pronto.
Román se había desnudado, estaba ahora de pie frente a mí y su miembro, desde abajo, me parecía una vara venosa, tensa y curvada hacia arriba, con una cabeza brillante a punto de reventar. Esa visión me pareció cautivadora. Me cubrí el rostro con las manos, pero entre mis dedos ví como se arrodillaba frente a mí, cerré ahora los ojos, sentía latir mi vulva como un reloj desesperado. Entró en mí en forma gloriosa, como yo imaginé siempre que sería, con autoridad, con propiedad, separándome perfectamente en dos mitades, situándose él en el centro para decirme con su grosor que allí donde estabamos no existían ni las palabras ni los prejuicios ni las fantasías. Me separó las piernas con suavidad pero con firmeza, me las llevó hasta los hombros y después de brindarme con sabiduría sus veinticinco centímetros de presencia, tocó mi fondo agitándose mientras yo gemía sobrecogida por el placer.
Me retenía ahora por la cintura y en una especie de prodigio de contorsión se fué poniendo de pié y sin soltarme ni salirse me depositó sobre su mesa de escritorio. Yo adopté la actitud de quien ha perdido el sentido, y en realidad estaba a punto de perderlo de gusto. Allí en esa posición me sometió al vaivén de su émbolo ardiente , enseñándome que mi vagina era un instrumento prodigioso al cual arrancó todo tipo de ritmos y melodías que yo acompañaba con mis primeros orgasmos desesperados, que él seguramente no percibía porque estaba embelazado con la posesión prohibida. A los pocos segundos se produjo la descarga y me sentí invadida. Se fue saliendo para dar espacio a su líquido denso y yo sentí, entre mis fingidos lamentos, como él recogía la lluvia entre mis vellos y entre mis muslos. Comencé a despertar de mi fingido pseudo desmayo y lo observé con calma. Estaba de pié, desnudo, agitado aún bajo los efectos de la pasión desatada, su miembro monumental ya no estaba curvado hacia arriba, sino levemente hacia abajo pero casi horizontal y goteante. Lo tomó en su mano y en ese momento me miró, allí sobre la mesa, con las piernas separadas, desnuda, chorreando su semen desde mi fondo que sentía deliciosamente abierto, con mis tetas apuntando al cielo y toda mi juventud desafiante. Entonces deslizó su mano a lo largo de su miembro, como limpiándolo del semen adherido, con la actitud del asesino que limpia el cuchillo con que termina de atravesar a su víctima y sólo en ese momento ví en su rostro que estaba terriblemente asustado.
Yo me cubrí la cara con la manos, para reprimir la risa porque en el fondo se veía ridículo. Cuando nos encontramos en alguna parte, me mira desconcertado y anhelante, pero él sabe muy bien que una mujer es violada una sola vez. Lo que ignoraba, hasta hoy, es que todo fué una maravillosa idea mía.