Él me empujó contra un árbol y clavó su lengua en mí, sus labios y su lengua mojaban mi boca, su saliva me embriagaba y mi mano apretaba más y más aquella verga estupenda y la masajeaba para mantener su firmeza. Mientras me besaba y lo magreaba, levantó mi falda y acarició mi vulva bajo la ropa, sus dedos recorrían mi abertura húmeda y enardecida. Mis piernas se doblaban ante el placer que sus caricias me provocaban. Sin más me dejé caer y sujete su pene con mi boca, lo chupe con ganas sintiendo como intentaba detener la eyaculación que seguramente estaba pronta. Repentinamente dio algunas arcadas y lanzo su leche en mi boca, llenándola a punto de ahogarme. Me levante para que viera mi cara pringada de su semen y como la limpiaba con mi lengua y mis dedos para después tragarme el rico condimento.
Puerca, me dijo con dulzura, y le sonreí. En respuesta me quité las bragas y se las metí en la bolsa de su saco. Camine lentamente pero con determinación hasta la entrada del metro. El consiguió alcanzarme en los torniquetes. Sucia dijo de nuevo en mi oído mientras entrabamos. Llegamos al andén y esperamos a que llegara el tren, la ráfaga de viento que ocasionó el convoy, consiguió levantarme la pequeña falda y dejar expuesta mi desnudez para regocijo de él y de algunos pocos mirones que estaban en el otro andén.
Entramos. El vagón estaba casi vacío. Se sentó. Me senté frente a él. Él sonreía, mirando para uno y otro lado, nervioso. Me señalo con la mirada a un viejillo que estaba sentado casi frente a mí. Lo mire. Era un señor mayor, pero no tanto, canoso, con pinta de vago. Me generó cierta ternura. Abrí mis piernas y levante mi corta falda. Estaba segura que mi vulva y mi escasa vellosidad se advertían. Al viejillo se le encendió una llama lujuriosa en el rostro, abrió la boca lo suficiente para que un hilillo de baba resbalara por su labio. Él pareció no prestar atención a la salacidad del anciano. Se acerco a mí y desabrocho mi blusa dejando a la vista un bra blanco y el nacimiento de mis prominentes tetas. Sin mayor preámbulo él desabrocho el seguro del bra, haciendo que mis melones de mujer de 17 años quedaran expuestos: Grandes, lechosos, con un halo rosado y unos pezones alargados.
Comenzó a masajearlos, con ganas y fuerza, apretujándolos, halando los pezones hasta hacerme gemir de un doloroso placer. El viejillo saco, sin pudor alguno, su flácido miembro y tomando su glande con los cinco dedos emprendió el gustoso ejercicio de la masturbación. Mientras tanto él acariciaba mis tetas haciéndome suspirar de gusto. Cansado o harto de mis tetas se sentó a mi lado y contemplo al viejillo, entonces su sonrisa aumento y sus ojos brillaron.
Sacó su enorme y preciosa verga que estaba ya dispuesta para la acción y, levantándome en vilo, me ensartó, lentamente por la vagina sin piedad alguna. Mientras me subía y bajaba sobre su enorme falo, le gritó al viejo que se acercara; el viejillo que había conseguido poner su aparato rígido, se acercó presuroso hasta donde estábamos y me ofreció aquel juguete que, ya tieso, era más grande de lo que había supuesto. Lo ensartó en mi boca y le regalé un buen número de mamadas haciendo que el vejete me llenara de lisonjas subidas de color. Aguanto poco y se escurrió en mi boca, me dio tanta pena que no permití que se desperdiciara nada de aquella leche que me había regalado.
Él al ver que el viejo había terminado me volvió a levantar y esta vez dejo que mi cuerpo callera sobre su verga haciéndola entrar por el orificio de mi ano. Sentí como su pene se abría paso por mi estrecha abertura, haciendo que mis quejidos fueran más plañideros. Él metía cada vez más su monstruosa verga haciendo que me retorciera de un placentero dolor que me llenaba todo el cuerpo. El viejillo al verme en ese estado se hincó frente a nosotros y metió su lengua en mi húmeda vagina, manejándola con tal maestría que consiguió que me corriera en su boca al mismo tiempo que él se corría dentro de mi ano.
Finalmente nos bajamos y salimos del metro, él me llevó cerca de mi casa y me despidió con un casto beso en la frente. Cuando entre mamá me recibió con una sonrisa. Con lo distraída que es ni cuenta se dio que no llevaba bragas.
- Y bien ¿cómo les fue?
- Bien, mamá, él me llevó al cine y luego de paseo.
- Ya te dije que no le digas él, aunque no viva con nosotras sigue siendo tu padre.
Que tengan lúbricos y húmedos pensamientos.
Mejoraste mucho en este relato mepusiste al 100% mi amor