Pasaron algunas semanas antes de que una mañana a la hora de ir a la escuela me dijera muy pegadito al oído: Hoy quiero llevarte al cine, vístete con algo que se pueda levantar muy fácil. Seguido de eso me guiño el ojo y me despidió con una nalgada.
Toda la mañana se me fue lenta. Me urgía abandonar la escuela para llegar a casa y cambiarme, y salir disparada al cine. Apenas me despedí de David con una mamada rápida. Me bañe y me enfunde en un vestido verde claro, sin mangas, con un amplio escote en V y con botones al frente. Me llegaba arriba de las rodillas. Unas bragas pequeñas y un sujetador media copa con broche al frente que le robe a mi madre. Estaba lista la niña de lo hermosa que se veía.
Cuando llegue al cine Ernesto ya me esperaba. Nos acercamos a la taquilla, y mi hermano pidió tres boletos; mi alegría desbordante se escurrió por el caño. Así que no estaríamos solo. Entonces ¿para qué arreglarme?, ¿para qué ponerme tan mona? Me sentí engañada, frustrada, molesta, decepcionada. Ernesto me abrazó y me dio un beso para ponerme contenta. (Sonrisa fingida). Cinco minutos después llegó su amigo, Juan Carlos, un chico casi tan guapo como mi hermano. Un poco más delgado y un tanto ñoño.
Lo primero que dijo Juan Carlos cuando me vio, fue: Así que esta es tu hermana la guarra. (¡Perdón!) Sí, contesto Ernesto, descubrí que es algo putilla. (¡Ey, que aquí estoy!) Se ve sabrosa. (¡O sea!) Y coge bien. (¡Por Dios!) Nos sentamos hasta atrás, a mi me colocaron en medio de ellos.
En cuanto se apagaron las luces, Ernesto, comenzó a meterme mano. Me sentía un poco cohibida por la presencia de Juan Carlos, pero a mi hermano parecía no afectarle. Así que me hice la valiente y lo deje hacer.
Sentía su lengua escarbar mi boca, sus manos acariciaban mi pecho. El calor empezaba hacer presa de mi cuerpo, sentí como me iba entregando a este hombre que me enseñaba lo que era una relación de carne a carne. Mi cuerpo se otorgaba, mis piernas se abrían. De pronto sentí una mano ajena hacer explotación de esas puertas que dulcemente abría yo para mi amoroso hermano.
Mi primer instinto fue cerrarlas, pero Ernesto me tomó dulcemente de la rodilla y me incito a reabrirlas. Aquel extraño a nuestros juegos, estaba siendo invitado, no sabía si yo era un regalo para él o él era el obsequio que me habían prometido. Sumisamente abrí mis piernas aceptando con ese gesto las caricias que buenamente me prodigaba Juan Carlos.
Cuatro manos navegaban por mi cuerpo, cuatro manos me saciaban la necesidad de contacto que tenía. Se asían a mí con gusto, con ganas. Las de mi hermano magreaban mis tetas con deleite, agasajándose al tocarlas, magullarlas, exprimirlas, al estirar los pezones levantados, estirarlos hasta el punto del dolor. Las manos de Juan Carlos, acariciaban lentamente el interior y exterior de mis piernas, sujetando con pasión mis muslos, se introducían hasta el fondo del vestido para pellizcarme las nalgas y agasajarlas. Sus dedos rozaban limpiamente mi vulva por encima de las bragas, apretando un poco para pegar la tela en mi rajada.
Ernesto desabotono mi blusa, dejando que la luz de la pantalla iluminara mi cuerpo de bronce. Juan Carlos desabrocho el bra, haciendo saltar mis grandes tetas con sus sendos pezones dispuestos a embestir. Acariciaron por un rato más mi cuerpo que pedía a gritos (suspiros y jadeos) ser tomado. Juan Carlos me quitó las bragas, lanzándolas al aire en la penumbra de la sala. Introdujo sus dedos en mi vagina mojada y comenzó a masturbarme.
Ernesto chupaba con avidez mis pezones, llenándolos de su saliva, mordiéndolos gloriosamente. Juan Carlos clavo su lengua en mi vagina, provocándome las ganas de gritar de gusto. Cuatro manos, dos bocas, dos lenguas, todo para mi gusto. Entonces Ernesto rompió nuestro ménage à trois, levantándome y ofreciéndome impúdicamente a su amigo.
Juan Carlos me tomó de las caderas y me sentó en su pene. Una verga grande y gruesa que no tuvo consideración. Sentí como entraba en mi vagina lubricada por mis jugos y su saliva. Entro directamente, abriéndose paso y lastimándome un poquito. Se ajustaba bien en mi interior que la apretaba con gusto. Yo lo montaba con ganas, con deseos de sacar todo lo mejor de él. Cuando termino dentro de mí, derramándose por completo, me mando con mi hermano; quien hizo lo que le correspondía sujetándome fuertemente del pecho para clavarme mejor su pene.
Toda la película fue un ir y venir entre ambos, como si yo fuera una pelota de tenis que recibieran los jugadores con fuertes raquetazos de semen, para devolverme, más lubrica, con su contrincante. Cuando terminaron me pidieron que me abrochara el vestido, no pudimos hallar mis bragas así que salí sin ropa interior puesto que Ernesto pensaba que puesto que ya no usaba calzones tampoco era necesario que usara el sujetador y me mando a quitármelo.
Juntos nos fuimos en el metro, compartiendo boca a diestra y siniestra. En el vagón nos encontramos a Daniel, a quien presente como mi amigo con derechos. Venía con dos amigos más. De lo que pasó ahí ya les contare en otra ocasión, mientras tanto: muchos besos y lúbricos pensamientos.
Te haa faltado contar con detalles mi amor haun haci te pongo mi voto va?