MI HERMANO ANDY Y YO: 4. La cuarta vez
( Relatos Gay )


Tras el desayuno temprano, mi padre me llamó y me pidió que me sentara en el sofá del salón. Estuvo un rato largo de silencio esperando que yo reaccionara y preguntara qué quería. Me propuse provocar que él se cansara antes de preguntarle cualquier cosa. Yo pensaba en lo que me diría y se me ocurrieron todas las veces que follé con Andy, sobre todo la última y me empalmé por debajo de mi short vaquero con temor a correrme, porque estaba muy nervioso. Y mi padre, hombre de poca paciencia, explotó.
— ¿No tienes nada que decirme?
— Papá, yo no te he llamado.
— Déjate de sarcasmos, joder, y dime qué te pasa…
— No me pasa nada, papá, ¿a qué viene esto?, explícame tú.
— ¿Qué pasa contigo y con Andy?
— Pregunta a Andy lo que quieras saber de él, ¿acaso yo soy Andy?
— Si me respondes de esa manera te vas a acordar de mí para siempre…
— No intentarás pegarme…, ¿o sí?
— Si me enfadas igual te pego…
— Luego yo te denuncio.
— No me amenaces, no me amenaces…, —dijo con cierto retintín y silabeando muy bien y detenidamente.
— No es amenaza, papá, si me pegas, te denuncio. Esto está cantado, te lo repito, si me pegas, te denuncio. Me pegaste una vez hace dos años por algo que yo no hice ni sé aun por qué…; me dijo un maestro que te denunciara, pero mamá me rogó que no lo hiciera…, pero te aseguro que ahora lo haría al instante. Eres insoportable, no nos has educado, tus asuntos eran antes que nosotros…
— Porque tenía que daros de comer…
— ¿Sí…?, ¿darnos de comer? Dices “darnos de comer”…, ¿a quién?, ¿a nosotros o a tu puta?
Me miró con los ojos rojos como si sangraran de ira, y bramó:
— ¡¡Cállate, maricón!!
— ¡Ah!, de eso se trata… ya, yaaaa…, de eso se trata…
— Sí, de eso, exactamente de eso.
— Yo pienso que no se trata de eso, sino de Aurelio…
— ¿Qué sabes tú…?
— Casi todo, papá, casi todo…, pero llegaré a saberlo todo. Pero sí sé lo de tu segunda mujer, tu puta oficial, Mariana, la de la Alquería de .
— ¿Ese Andy?, ¿para eso os juntáis para joder y cotillear?
— Deja a Andy tranquilo que él no debe saber nada, pienso que no sabe nada…
— No va a ser Tono…
— No; lo sé por mi hermano, bueno mi medio hermano Aurelio. ¿Acaso no sabes que vamos al mismo Colegio? Hace dos meses hablé con él; nos estamos haciendo amigos, y me contó de su madre y de su padre que resulta que eres tú… —se puso rojo como un tomate muy maduro—. Aurelio, a estas alturas, aún no sabe con quien hablaba, se lo voy a decir un día de estos, porque es su derecho saber que tiene hermanos y quiénes somos. Aparte de que es un tío simpático y agradable.
Tras un largo rato de silencio en que le vi tragar saliva como si se tragara una serpiente por la cabeza, movía sus manos como si quisiera suplicar, miraba para todas partes muy nervioso y bajando humildemente la voz, mirando al suelo, me dijo:
— Por favor, no hables nada de esto con nadie, sería un escándalo para la familia, saldríamos todos perjudicados.
— Vamos a ver, papá, no seas estúpido, yo no iba a decir nada a nadie, pero no soporto tu tiranía… ¿Cómo me pides a mí que me calle lo que es verdad si tú has empezado a escandalizarte por lo que ignoras como un idiota? ¿Tienes dos varas de medir, una para ti y otra para mí?
— Es que…
— Sin excusas, sé hombre…, debiera darte vergüenza descuidar a tu familia por liarte con una puta que tiene otros hombres y no quiere a su hijo… Pero yo ya lo tengo claro, soy gay, me comporto como gay y follaré con quien quiera porque no tengo mujer e hijos por quienes responder, y tú no vas a decirme en adelante ni media porque no te voy a hacer ni puto caso y en cuanto pretendas prohibirme algo o negarme algo, lo tuyo lo gritaré desde el balcón de la fachada a todo el que pase. Ahora vete y déjame dedicarme a mis cosas, depravado, porque eso eres, un depravado.
En mi dormitorio ya estaba Andy totalmente desnudo como que me esperaba. Lo besé y le dije:
— Vamos a la calle a pasear, hace calor, ponte solo ropa deportiva por si queremos correr.
— ¿Te has mirado a la cara? ¿Qué te ha pasado con papá?
— Si vienes conmigo te lo cuento todo.
Le costó ponerse su ropa de deporte lo que a mí quitarme los zapatos. Me daba prisa. Me puse el short, las zapatillas, me eché al hombro un crop top y salimos corriendo. Andy salió cargado con su mini mochila a la espalda. Iniciamos la carrera mientras me iba poniendo el crop. Llegamos al Parque de La Fontana en una rápida carrera..
— ¿Nos sentamos o me cuentas caminando?
— Vamos a sentarnos sobre la hierba.
Así lo hicimos, yo me senté y Andy se puso alargado sobre el césped mirándome. Conforme iba contándole lo miraba, vi su cara apoyada sobre sus manos tal como estaba acodado sobre el césped. Me parecía el chico mas guapo del universo. Sus ojos brillantes, su boca abierta escuchando, su recta nariz y el sudor de la carrera bajando desde sus cabellos por su frente, por su rostro y cayendo al suelo. Parecía llover sobre un trocito de césped. Me enderecé, me puse de rodillas y lo besé absorbiendo el sudor acumulado en pequeñísimas gotas sobre el labio superior. Me besó y volví a sentarme para acabar con la historia. Luego lo miraba en silencio sorprendido por su cálida atención a todo lo que le decía.
— ¿Vamos al río? Ahora viene agua clara, muy limpia, —me dijo.
— Vamos donde quieras, te seguiré siempre; aunque llegara un día en que no me quisieras, yo te querré siempre.
— Ni pienses eso, me he consagrado para ti.
— Entonces vamos empatados.
Iniciamos otra carrera hasta llegar al río.
Antes de salir del pueblo en la gasolinera, Andy compró dos bocatas y coca-colas en lata. Nos adentramos por el camino y llegamos al río. En verdad que el río llevaba el agua muy limpia, discurría apacible e incluso en los lugares más profundos podía verse el fondo con sus grandes piedras que lo hacían más misterioso y a la vez más hermoso. Me llevó al lugar donde era algo más ancho y más profundo, un embalse natural formado por las propias piedras del río. Los árboles dejaban caer sus ramas hasta muy cerca de la corriente para empaparse de la humedad del río. Debajo de uno de esos árboles se desnudó Andy y me invitó a desnudarme.
No lo dudé, tenía deseos de entrar en aquellas aguas tan limpias. Me quité mi ropa, la dejé como él junto al tronco de aquel hermoso y amplio árbol. Inmediatamente entramos a la orilla, donde el río mojaba nuestros pies. Andy se zambulló de cabeza y cuando salió a la superficie me miró para ver cómo me actuaba yo y con un salto impulsivo penetré en el aire que me dejaría caer en las aguas del río de cabeza. Me puse frente a Andy sonriendo y me sonrió también. El agua no estaba fría, tampoco caliente, muy soportable y agradable para refrescarse.
Nadamos hasta la otra orilla donde había una especie de claro con tierra como de arena y piedras muy pequeñas. Nos tumbamos a tomar el sol antes de que desapareciera. Allí, tumbado, sentí placer natural de estar en aquella hondonada, con calor del sol, con el trino de algunos pájaros invisibles, nadie que me hablara sermoneando. Solo miraba a Andy y gozaba de su silenciosa compañía. Calculé que habían transcurrido unos 40 minutos y yo me había puesto en todas las posiciones para que el sol me dorara sin quemarme. Andy también se había movido mucho por la misma razón. Se estaba bien allí con tanta quietud y el sonido de fondo del discurrir del agua. En mis pensamientos me venía a la cabeza la vida en casa, hasta el ruido del agua me molestaba, porque en casa el agua es ruidosa, en el baño, en el lavabo, en el fregadero, hasta cuando bebe mi madre que apura el vaso al final y suelta una especie de gorguera molesta. Aquí el agua hacia un sonido suave, agradable, musical con compases repetidos como el acompañamiento de una melodía que en ese momento eran mis pensamientos. Ademas, Andy, con ser mayor que yo, no manda, no exige, no grita, nunca grita, no molesta y habla más con su mirada que con su boca. ¡Qué agradable es Andy! No me hubiera movido de allí para nada. Escuché la suave voz de Andy:
— ¿Nadamos a la otra parte y comemos los bocadillos?
— Sí, vamos.
Nadamos despacio, sin hacer carreras, hasta la otra orilla, no era lejos, cosa de unos minutos. Nos sentamos bajo el frondoso árbol. Andy sacó dos latas de coca-cola y los dos bocatas.
— Son mixtos de jamón y queso que ya estaban preparados.
— Seguro que saben muy rico porque a esta hora y después de nadar apetece, y son grandes, —respondí animoso.
— Mira que suerte hemos tenido, allá van dos parejas.
Miré al frente y vi cuatro personas. Por el movimiento distinguí que eran dos varones y dos mujeres. Cuando llegaron a la orilla ya supe que eran muy jóvenes. Miraron todo, pero no nos vieron porque la frondosidad del árbol no se lo permitía. Se retiraron aproximadamente donde estábamos nosotros y se desnudaron completamente los cuatro y entraron cogidos de la mano en el agua, los dos chicos las dejaron al comienzo de la orilla y nadaron por todo la poza. Nosotros cuidamos de nuestra pequeña digestión y cuando ellos se retiraron para tumbarse sobre las toallas, nosotros salimos del árbol y nos metimos en el agua, nadamos mucho. No salimos a la pequeña playa por no molestar a los otros y nos quedamos en la orilla del río sentados sobre unas piedras planas que nos permitían reclinarnos para tomar el sol. Pero nos movimos mucho entrando y saliendo en el agua. Estábamos hablando y vimos que los dos chicos nadaron y llegaron hasta nosotros. Nos saludaron desde el agua y respondimos a su saludo levantando el brazo. Se acercó uno a la orilla y preguntó:
— ¿Se puede pasar?
— Sí, esto es del río, —contestó Andy.
— No queremos molestar, pero ¿se puede beber esta agua?
— Mejor si subes ahí arriba, hay un pequeño nacimiento, pero sería mejor que yo te regale unas latas de coca-cola que tenemos aquí, —dijo Andy.
Y sin esperar respuesta, se levantó, fue bajo el árbol y trajo cuatro latas diciendo:
— Sois cuatro, ¿no?
— Sí, pero no te molestes os quedáis sin…
— No tardaremos en irnos y me quedan dos más.
— Él es muy previsor, — dije yo.
El chico bajó al agua le dio tres a su compañero y regresó a conversar. Estaba todo el rato de pie. Mirábamos cómo nadaba su amigo y llegó integro con toda su carga a la otra orilla.
— Vosotros debéis ser hermanos, lo digo por el parecido.
— Lo adivinaste bien —dijo Andy—. Me llamo Andy y él es Cali.
— Me llamo Manolo, él es Eugenio, y ellas son dos amigas nuestras, —dijo Manolo.
— No sois de por aquí…, veo que desconoces…
— No; no somos de por aquí, venimos de Bilbao, ahí en Alquería tenemos un conocido que nos invitó a pasar el fin de semana, aprovechando que habíamos ido a Valencia. Ayer nos trajo aquí, nos gustó y hoy hemos regresado paseando; mañana nos vamos ya.
— Nosotros somos de esta parte del río. Aquí hay sombra y allá hay playa, antes hemos estado allí, pero ahora no hemos querido molestar…
— Bueno, os hemos molestado nosotros, sois nudistas o es casualidad encontraros aquí.
— Él es el nudista, yo lo soy pero menos…, —dijo Andy.
— La verdad es que nos gusta desnudarnos, pero no somos nudistas porque en nuestra casa no lo son mis padres y no vamos a ir fastidiando por el mundo…, —dije para quedar bien.
— Pero estáis muy bien, pocos os ganarán, perdonad que os lo diga, pero tenéis buena polla y con lo twinks que sois, resultaréis atractivos para las chicas, —dijo Manolo.
— Yo creo que es pronto todavía para tener novia, las chicas son muy exigentes, mis amigos que tienen novia son unos esclavos de ellas, — añadió Andy.
— Y que lo digas, macho, eso es verdad, si te descuidas, ¡joder!, se llevan más que hacienda…, dijo Manolo.
— Y…, cierto es que si no vienen…, con nosotros, hummm…, no podríamos ir ni a la otra esquina de nuestra calle…, —se quejaba Manolo.
— ¿Lo ves? Como mamá con papá…, —me dijo Andy.
— Y encima nos quiere esclavizar a nosotros…, —dije.
Ya nos reímos todos. Lo llamaban de la otra parte, nos despedimos y se fue allá. Se iban vistiendo y a la hora de irse nos gritaron para saludarnos levantando la mano. Quedó el tiempo apacible.
— Andy, me han entrado gamas de que me folles…
— Vamos a masturbarnos juntos, tú a mí y yo a ti, luego nos lavamos y regresamos a casa, porque ni hemos avisado ni traigo móvil…
— ¡La que se va a armar…!
— Pero es igual, ya somos mayores, si se enfadan con nosotros, nos enfadamos con ellos y nos metemos a follar…
— ¡Pero, Andy…! ¿Qué te pasa? Tú no eres así…
— Sabes, no era…; pero ven aquí que no alcanzo desde aquí…
— Voy, voy, voy…
— Esta polla que toco con mis manos para masturbarla es tuya, pero es para mí y la masturbo para darme placer.
— Entonces… —dije yo extendiendo la mano para tomar su polla—, esta polla tuya es para mí y te la masturbo para darme placer.
— Así es Cali.
Iniciamos lentamente de modo incómodo, poco a poco nos pusimos pegados uno al otro, más cómodo para masturbarnos mutuamente. Nos llenamos de placer, nos besamos lengua con lengua, labios con labios…
— No sueltes mi polla, estoy a punto, quiero verla en tu cuerpo.
— Haz tu lo mismo, —respondí.
Aceleramos el masaje de pollas y sentí en mi mano las palpitaciones de la polla de Andy y la dirigí a mi cuerpo, al instante me llenó de la leche acumulada en sus bolas. Ya no quise demorar y solté todos los esfínteres, ocurrió lo mismo. Acabamos con un largo beso, acerqué un grumo de mi esperma que había bajo el ojo de Andy y lo degustamos con nuestro beso. Andy estaba muy bueno y revuelto ese día. Me gustó su actitud rebelde de tanto tiempo contenida.
**********
— Nos vamos, no hay problemas, nos vamos los dos, lo tengo resuelto, yo cuidaré de mi hermano.
— ¿De qué vais a vivir?, —preguntó mi madre como si le importara mucho.
— Tenemos un cuerpo, lo podemos vender al que nos ofrezca, somos dos, podemos ganar lo suficiente para comprar esa casa que se vende al frente y ponemos un gran cartel que diga: «Hermanos Fernández Mompó, gígolos de profesión. etc.
— Eso no lo vamos a permitir.
— No sé cómo nos lo impediréis, será nuestro trabajo, sabrán todos que sois los hijos que habéis echado de casa, y vuestra será la culpa: “Pobres chicos, de algo han de vivir”, dirán vuestros amigos y conocidos. Vuestros enemigos dirán: “Serán hijos de puta esos padres, esos ni son padres ni tienen alma”. Mientras tanto vuestros hijos serán unos putos que ganan más dinero que su padre y seremos vuestra vergüenza. Ahora ya bastan las razones, Vamos, Cali —me dijo furioso— es la hora de que hagamos del amor entre nosotros, antes de que nos echen de esta puta casa.
Recuerdo al lector que mi hermano y yo nos habíamos jurado el uno por el otro amor perpetuo. Así que lo que decidiera él para mí era la verdad más absoluta porque en todo siempre me hacía caso él también a mí. Ahora estábamos en una batalla contra la imposición de nuestros padres. Habíamos empezado a masturbarnos codo con codo sin necesidad, nos follábamos por gusto, capricho, placer y amor, unas veces todo mezclado otras por apetencias del momento. Eran nuestros cuerpos, no los de nuestros padres ni de la sociedad, «¡A la mierda todo y todos!», me había dicho yo y sentí que Andy igualmente se lo había dicho y automáticamente nos excluimos nosotros de ese viaje, ya sea porque ya estábamos en la mierda, ya por aquello en lo que uno no quiere ni pararse a pensar, por puro placer las decidíamos, era la más absoluta libertad que nos habíamos dado y conseguido y nadie nos lo iba a arrebatar.
A las palabras de Andy, «vamos a follar», mi sexo empezaba a sentir un cosquilleo desde el escroto hasta el glande, al tiempo que empezaba a hincharse. Este estado de excitación de mi miembro, que aún flotaba dentro de mi short vaquero maloliente de todo el día, y de mi cerebro que almacenaba las mamadas pasadas y las demás sodomías en una perversa espiral de placer me estaba trascendiendo literalmente y ya notaba mi preseminal brotar. Tumbado frente al televisor de nuestro dormitorio, las primeras caricias que nos hicimos fueron como de costumbre discretas, una cuestión de pudor falseado que nos calentaba mucho más, o de una hipotética e inventada hipocresía porque sabíamos cómo llegar al final o, llamémoslo como queramos, un modo morboso de iniciar una relación sexual intensa. Mi mano derecha pasó suavemente sobre la tela de mis pantalones revelando una terrible erección. Como el fuego se había extendido ampliamente en mi bajo vientre, sólo una solución podría ponerle fin. A medida que las imágenes iban pasando por mi mente se volvían más y más obscenas, nuestras bocas se volvían más y más secas, nuestra respiración más y más corta y nuestras pollas más y más rígidas mientras nuestros pantalones caían hasta los tobillos, revelando el uno al otro una necesidad insaciable e incontrolable de satisfacer nuestros impulsos traviesos. Sin apartar los ojos de nuestras miradas, mi mano se encontró con mi sexo, rozando el glande con las yemas de los dedos. Andy ya está empezando a pulir su fuste. Veo su pequeño pero bonito sexo brillando con las secreciones pre eyaculatorias. Ya no me ve, ni presta atención a ninguno de mis gestos. Su mente está dividida entre cómo vengarse de la zorra de nuestra madre, a quien quisiera someter a una brutal sodomía y su placer inmediato provocado por el incesante ir y venir de sus dedos sobre un sexo cada vez más húmedo y duro. Lo miro, escudriñándolo, mientras acaricio mi sexo, mis pelotas. Tiene las piernas de un atleta y un vientre ligeramente sobresaliente de un bon vivant. Un abundante mechón de pelo rubio intenso rodea su hermosa polla de la que me llegan olores acres y picantes muy cocidos y ya suficientemente agradables para mis sentidos, una sublime alquimia de olores masculinos. Su pecho está desnudo de pelo, y ya está húmedo de sudor. Sus axilas gotean, y todo su ser me envía ondas de sensualidad e intimidad compartida de primer orden. El sofá se sacude con espasmos, y es el momento elegido para comenzar mi pequeña y sucia masturbación teñida de voyerismo. Mi brazo comienza su carrusel alrededor de mi sexo endurecido, relevado por una mano tensa y enérgica. Entonces empiezo a sentir en lo más profundo de mi cabeza el dulce sopor y el placer de una buena y sucia paja. El aire del salón es caliente, húmedo y acre. El ambiente es eléctrico, y sólo nuestros roncos gemidos perturban la doble penetración de la película de la televisión a la que ninguno de los dos presta ya atención desde hace rato. Su mirada está clavada en mí, profunda e insistente, mientras continúa su hábil masturbación con sólo tres dedos, para retrasar el momento supremo. De mi lado, estoy chupando su eje con toda la mano, mientras me cuido de mirarlo ostensiblemente, con una mirada de puta perdida e irremisible. Enrollo los labios alrededor de mi lengua, suspirando fuertemente, deteniendo mis esfuerzos por mostrarle mi sexo erecto, mi sedoso escroto. Eso le excita cada vez más, y me devora con la mirada, masturbándose a un ritmo fenomenal. Puedo ver su glande violáceo de forma intermitente y, por la cantidad de líquido pre seminal que se acumula en su glande, no tardará en escupir todo el semen que ha acumulado en sus pelotas durante la discusión con mis padre en la noche. Al ver que Andy se balancea como una zorra en el sofá, chillando de placer sin preocuparse de si le escuchan o no, mi propio ritmo cardíaco se dispara. Jadeo salvajemente, con la mano derecha en plena labor masturbatoria, mientras con la izquierda me acaricio los pezones, el estómago, los muslos y luego las nalgas. ¡Qué placer! ¡Qué sensación la de desafiar las prohibiciones paternas! Andy, que esta muy en lo suyo para resarcirse, me mira cada vez con más insistencia y siendo yo mismo bastante excitado por la situación, me levanto en un largo y sugerente movimiento de cadera, dándole la espalda por unos instantes para que pueda detallar mi culito a escondidas. Lo siento completamente perturbado por la visión de mi culo porque siente mi desesperación entre mis padres y él a quien amo más que a mis padres, así que me siento en la silla frente al sofá, y clavando una mirada tan viciosa como traviesa en sus ojos, me dispongo a completar mi disfrute. Nos masturbamos sin decir nada delante del otro, uno para el otro, en una ósmosis inexplicable. De repente, llegan las señales de advertencia del orgasmo: mi sexo se endurece aún más, mi glande amenaza con explotar y los escalofríos recorren mi cuerpo.
Apenas tengo tiempo de sentir el paso del esperma por las vías urinarias cuando, con un grito, las estrellas bailan alrededor de mis ojos, mi pene se contrae y luego se relaja en largas sacudidas de placer, expulsando largos chorros de esperma ardiente sobre mi pecho y mi estómago. Andy se levanta y cumple mis deseos, se acerca a mí, levanta un poco mis caderas, mete su polla en mi culo de un solo golpe, no sé qué noto, pero me duele todo el cuerpo y pienso que es la ruptura familiar la que está en juego. Quiero que lo haga, dos empujones mas de cadera y siento, siento que se viene y expulsa su semen inmediatamente después que él mío. Por primera vez él ha podido dominar su posición, es el jefe de la nueva familia y, con un gemido lastimero y culpable, pero muy liberador, se vacía en mi vientre, llenándome por dentro y tomando definitiva posesión de mí. Andy optó por mí y yo opto por Andy, siento una gran satisfacción. Sólo en este momento volvemos a nosotros, tanto la fiebre y la furia sexual nos habían hipnotizado que estábamos en lo de cada uno y ahora estamos en lo de los dos. Nos miramos durante muchos minutos más, terminando de vaciar nuestra reserva de esperma, nuestra reserva de placer. Mi torso brillaba, goteando con un semen espeso y lechoso. Me acarició cubriendo mi pecho con su cuerpo y en medio esa especie de crema de semental caliente y pegajosa. Tras el abrazo me levanto, le digo que voy a fumar un cigarrillo excepcionalmente bueno en el balcón estando desnudo para que ya todo el mundo lo sepa. Vente conmigo. Fumamos el cigarrillo sabiendo quienes nos han visto, todos aquellos que irán con la historia a nuestros padres para su vergüenza. Luego nos fuimos a duchar. Allí hicimos el amor sin rabia, sin cólera, sin venganza, solo con el puro amor del uno al otro.




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Nombre do Relato


Codigo do Relato
8004

Categoria
Gay

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