--------------------------------------------------------------------------------
Después de aquella tarde con Cristina, meterme cosas por el agujerito del amor se convirtió casi en una necesidad; Probé todo tipo de cosas: Mis dedos, bolígrafos, mengos de cubiertos de cocina, el palo de la escobilla del váter… ¡Pensé que me había convertido en una ninfómana!
Pero soy una chica grande y mi coño también lo es, y al poco tiempo los bolis, los dedos y demás dejaron de satisfacerme y empecé a buscar cosas más grandes para meterme. Un día, mientras me metía los dedos, se me ocurrió que podría meterme una butifarra: La imaginaba gorda, carnosa y dura… En definitiva, era lo más parecido a una polla que podía encontrar.
En casa no se suele comer butifarra, así que tuve que planear comprar una la próxima vez que me tocara ir a comprar. Durante más de una semana estuve esperando impaciente la oportunidad de ir al mercado, ya fuera el Sábado o antes, si mi madre necesitara alguna cosa de última hora, cosa que no ocurrió.
Finalmente llegó el día, y yo apenas podía disimular mi excitación; Había fantaseado tanto con aquel día y aquel trozo de carne que me puse mis mejores bragas, sostenes y unos pantys negros para ir a comprar. Si hubiera tenido unas medias con liguero y unos zapatos de tacón, me los habría puesto.
Estaba totalmente colgada de aquella butifarra: Me sentía adorando fervorosamente a un dios con forme de polla gigante representado por aquel embutido que ni siquiera había visto.
Me recreé por el camino repasando minuciosamente los detalles de cómo debía ser mi butifarra, imaginándola como las pollas duras de los hombres que aparecían en las revistas porno que mi hermano escondía en su cuarto y que yo a veces me llevaba al lavabo para soñar cómo las chupaba y cómo me penetraban mientras yo daba gusto a mi coño.
Finalmente, yo también iba a chupar mi propia "polla".
Llegué al mercado y me entretuve con la compra, dejando mi juguete para el final, alargando el dulce momento. Y el momento llegó: Con el carro de la compra casi lleno me dirigí lentamente y casi con reverencia a la charcutería; En el aparador yo no veía embutido; Veía pollones de todos los tamaños y colores, y debía elegir uno para mí.
Al final me decanté por una morcilla gruesa y oscura que me recordaba a un negro de las revistas de mi hermano y que no me hubiera importado que me pusiera a cuatro patas y me montara. Sí, me iba a follar a un negro.
Camino de casa me paré un par de veces haciendo como si buscara algo en el carrito, aunque lo que hacía era acariciar la tranca de mi negro, imaginándome cómo mis caricias le ponían la polla dura y a punto.
Llegué al portal, abrí, y mientras llegaba el ascensor saqué la morcilla de su envoltorio de papel y me la metí debajo de las bragas; Quería sentir aquel trozo de carne apretándose contra mi pubis: Estaba fría, y en mi mente se formaba la imagen de los pelos de mi chocho aplastados contra aquella morcilla negra, acariciándolas, y me pregunté por un momento si no debería habérmelo afeitado… No, no lo había hecho nunca antes, y a mi negro le gustaba mi chocho peludo.
Miré el reflejo del cristal en la puerta del ascensor, y ví a una chica con la polla morcillota (nunca mejor dicho); Le toqué el paquete, y era como tocárselo a mi negro.
Llegué a casa con la morcilla dentro de mis bragas, dejé el carrito en la cocina y fui a mi cuarto a esconderla en el cajón de la ropa interior, bajo los sujetadores. Tenía que esperar a que no hubiera nadie en casa; En unas horas, mis padres saldrían a pasear, mi hermano quedaría con sus amigos y una servidora se convertiría en una zorra con un pedazo de carne entre las piernas… Pero hasta entonces tendría que disimular.
Cuando al final mi hermano se fue y me quedé sola, cerré la puerta con pestillo: Había llegado el momento que llevaba una semana entera planeando, e iba a ser una ocasión especial. Como si de una cita se tratase, me maquillé y me puse un vestido azul; También pensé en ponerme unas medias de mi madre, pero estaba demasiado ansiosa y decidí quedarme en pantys y ponerme sólo los tacones. Volví al cuarto y preparé una escena metiendo la almohada bajo el cubrecama como si hubiera alguien dormido debajo, saqué la morcilla del cajón, la coloqué encima de la almohada y lo tapé todo.
Salí de la habitación, me recompuse y volví a entrar observando aquel bulto en la cama e imaginando que era mi negro esperándome; Me tumbé en la cama y me abracé a él, acariciando el paquete de mi semental y haciendo comentarios sobre el tamaño de su verga. Cerrando los ojos, bajé hasta su entrepierna y, sin dejar de acariciarla, empecé a besar esa gran tranca hasta que el ansia me pudo y aparté el cubrecama, más que dispuesta a comérmela.
Me la metí en la boca lentamente, disfrutando de su tamaño y acariciándola con mis labios. Me imaginé mirando a los ojos de mi negro mientras se la mamaba, sacándomela de la boca en ocasiones para hacerle una buena paja y volviendo después a trabajarme su polla con la boca y saboreándola con la lengua.
Cuando en mi imaginación mi macho estaba ya a punto y bien duro, me subí encima de él, montándolo con una pierna a cada lado, y empecé a frotar mi entrepierna con la morcilla; Para entonces, mi coño ya había empapado mis bragas y mis pantys, y podía notarlo cuando me acariciaba ahí abajo. Cuando no pude más me quité los zapatos, las medias y las bragas, y comencé a frotarme directamente por debajo del vestido, sintiendo cómo aquel pollón separaba mis labios cuando se apretaba contra ellos.
Me estaba muriendo de gusto, y eso que aún no me la había metido. Lubriqué bien la morcilla con mi propio flujo vaginal y la apunté a mi coño con las manos; Lentamente fui bajando, notando cómo se intentaba abrir paso y cómo mis labios se abrían ante la presión. Paré unos segundos, disfrutando como una loca de la sensación de tener una polla justo a la entrada de mi coñito, que estaba a punto de ceder… Un empujón más y la polla entró del todo.
Exhalé un suspiro mezcla entre alivio y placer y empecé a moverme arriba y abajo, sujetando aquel trozo de carne por la base y dejando que entrara y saliera de mí… Pero soy una chica gordita y no estoy muy acostumbrada al ejercicio, así que al poco rato de cabalgar sobre mi potro, decidí cambiar de posición: Me tumbé boca arriba, me abrí de piernas y volví a frotar aquella morcilla húmeda contra mi coño, golpeándolo de vez en cuando con ella hasta que alcancé el primer orgasmo.
Nunca antes, ni siquiera con Cristina, me había corrido de aquella manera: Me sentí inundada mientras apretaba la morcilla contra mi clítoris, y entre los espasmos notaba cómo mi coño rebosaba y mi corrida goteaba por mi culo… Me sentía como una yegua, y quería más.
Volví a meterme a mi negro en el coño con las dos manos, apretando con fuerza y sintiéndola apretándose contra el fondo de mi útero como si quisiera romperla dentro de mí, y después empecé a meterla y sacarla con fuerza, follándome furiosamente hasta que me corrí una segunda vez.
Estaba exhausta, pero no quería parar, así que me tomé un descanso: Chupé la mocilla, saboreando mis propios jugos e imaginando que mi semental también se había corrido; Bajé los tirantes del vestido y me saqué las tetas del sujetador, y mientras me relajaba me pellizqué los pezones y los golpeé suavemente con mi porra de carne.
Entonces caí en algo: Probar aquel morcillón en mi culo. Hasta entonces nunca, ni siquiera con Cristina, se me había ocurrido meterme nada por detrás, y esta ocasión era perfecta; Aún con las tetas fuera fui al lavabo en busca de alguna crema para lubricar mi ano, y después al cuarto de mis padres a por un condón: Con mi culito virgen y estrecho, no quería que la morcilla se me rompiera en el peor momento.
Volví al cuarto y torpemente le puse el condón a mi polla de juguete… Era mi primera vez y me costó un poco, pero lo conseguí. Después me tumbé, me eché un poco de crema en el dedo y, abriendo las piernas, busqué a tientas mi ojete y le puse la crema, probando si estaba bien lubricado metiéndome un dedo. Una vez lubricada cogí la morcilla, levanté las piernas todo lo que pude y busqué mi agujero con la punta… Cuando lo encontré presioné suavemente mientras hacía fuerza para ayudarla a entrar, y poco a poco me la fui metiendo. Casi me pareció oír un "flop" cuando dí el último empujón y la tranca entró unos dos centímetros dentro de mí sin resistencia alguna.
Me encantaba, me sentía una guarra; No era la primera vez que me masturbaba, pero sí lo era con una cosa así metida en el culo, y no tardé en empezar a mover ese tarugo de carne adentro y afuera, mientras con la otra mano acariciaba mi clítoris, me abría el coño, me metía los dedos y, en definitiva, me daba gusto hasta que tuve dos orgasmos más.
Quedé tendida en la cama, incapaz de moverme. Con los ojos cerrados, temía quedarme dormida y que mis padres me encontraran tirada en la cama con un vestido, las tetas fuera, sin bragas y con una morcilla metida en el culo, así que hice un esfuerzo y lo arreglé todo antes de meterme en la cama otra vez.
La morcilla me sirvió una vez más antes de romperse, y por recomendación de Cristina empecé a considerar un consolador… A fecha de hoy tengo cuatro que dan mucho gustito a mis agujeros cuando estoy sola… Aunque claro, no se pueden comparar con las de verdad.