Fue todo tan exacto hoy en el cementerio. Fue de una, parecía esperándome. Caí sin vueltas, salí del subte, crucé la calle entré persignandome como si de verdad fuese cierto lo santo del campo y el respeto a los muertos. Caminé con la cara seria (más de lo normal) pero la mente y el espíritu se disponían a coger. Como poseído caminé, observé, leí lápidas, relajé.
Fui hasta el nicho de mi madrina, ahí estaba el nene. No caminé demasiado para encontrar al puto de mi morbo.
Estaba con otros pibes y pibitas. Era un grupito "pintoresco". Esperé a que se despidieran y mientras le miraba el culo al chico que había elegido. Cantaron una canción, creo que me reí. Él me miró y me toqué la pija.
Me fui acercando para mostrar familiaridad con la difunta.
Ellos eran miembros de un fans club y a mí me beneficiaba el parentesco. Una mina me habló, le conté de la muerta.
Todos ellos escuchaban atentos, como los fieles en una misa escuchan la homilía. Sebastián, me miraba. Yo lo miraba y sonreía. De a ratos, me mojaba los labios con la lengua.
Así, diez minutos.
Los dejé por fin separarse (me estaban agotando), llegué a decir que necesitaba un baño y caminé al baño.
Entré, me bajé el cierre y solo esperé. Cuando él entró yo ya la tenía gomosa. Él también estaba canchero.
Se la ofrecí y se la metió en la boca sin mucho más.
Quise asfixiarlo un poco, lo trabé con la pija en la garganta, hizo arcadas. Qué rico pibe, ¡voluntarioso!
Me ordeñaba la verga con la ansiedad de los putos nuevos, que son como terneros prendidos de las ubres de la vaca; dependientes, golosos e inconscientes. Mientras él me mamaba yo carpeteaba detrás de la puerta que estaba algo abierta. Afuera del baño, el sol devoraba la vida en los pasillos del cementerio. Nadie se veía caminar en el ala derecha de la Chacarita. En el baño había olor a flores muertas que me comía el tabique más que la merca. Botellas de plástico que hacían a su vez de floreros, hojas verdes de relleno en los ramos. Yo paneaba de izquierda a derecha y miraba de a ratos hacia fuera. Él nunca dejó de chupar.
Vi llegar un cortejo acompañando un ataúd que dejarían sepultado en la tierra. Lo tenía en un plano general, hombres cargando el féretro, coronas de flores en manos de los trabajadores, acompañantes en silencio caminaban detrás con un rictus parecido al de los finales concretos. Sacudí la pija en la boca del pendejo que me la chupaba. La cabeza de la verga relucía de su saliva espesa. Entonces lo puse de pie, lo incliné sobre una bacha sucia, lo abrí de patas y me escupí en los dedos. Le mojé piadoso, el culito. Pensé en una bombeada rápida. Le apoyé la pija y se la mandé. Estaba tibiecito, elástico, íntimo. Era como cogerse la conchita de esas minitas que se portan bien, que se quedan quietitas esperando que su macho las desborde de leche. Me lo cogía y le agarraba el cuello, por detrás con todo mi cuerpo sobre él, mordiéndole la nuca, mojandole la oreja, a punto de llenarle el culo de guachitos en mi esperma. Qué misterio me hizo tener lastima de él, no lo sé. Pero se la saqué. Limpia y dura seguía mi desesperación, con la mirada le indiqué seguir chupando. Se arrodilló, detrás de la puerta otra vez y se la tragó hasta los huevos. Oí el sonido metálico de las palas y volví a pensar en la tumba abierta al sol. Pero el sonido era de un primer plano sonoro, y metálica sonó también la puerta del baño. Un tipo entró a mear. Pasó directo al mingitorio, Sebastián se asustó, quiso pararse y lo detuve ahí, de rodillas. Ningún putito debe temer si está conmigo. Yo me retiré apenas algo de la boca de mi puto y adopté la misma posición que el tipo que meaba. Miré al nene frente a mí y él adivinó lo que seguía. El primer chorro de mi meo caliente y rancio erró a su boca y le mojó la cara, después apunté mejor, él se la acomodó y se tragó todo mi meo mientras el otro miraba. El chabón fue hasta la puerta, entró la pala que había dejado afuera y trabó la puerta con el mango. Como ocurre casi siempre en los baños, nadie medió palabra. Así como actores o bailarines habiendo ensayado su obra mucho tiempo, como una coreografía conocida, nos desenvolvimos; igual que cualquier puto en cualquier tetera. Con facilidad, con conocimiento y con morbo.
Mientras yo le agarraba de los pelos al flaquito, él abría la boca y el otro se la llenaba de carne. El tercero y yo nos pusimos lado a lado y el peque nos la chupaba a los dos juntos. El tercero y yo nos besamos, empezamos a pajearnos frenéticamente. Miré hacia afuera por una ventanita y contemplé a los deudos despedir al difunto. Algunos con flores en las manos y otros arrojando terrones de tierra sobre el féretro. Todos de negro riguroso, el sol daba cuenta de lo hermoso de la vida fuera de los muros de la chacarita. Una mujer reventó en llanto doloroso seguramente por la despedida. Yo reventé en una eyaculación monstruosa, quizás, por la bienvenida. Cada golpe sobre aquel cajón fue un chorro de leche para Sebastián.
Sentí que para mí ya había sido demasiado. Abrí la puerta sin pedir permiso y salí.
Nunca en la vida se me ocurrió pedir permiso. Camino a la puerta noté que varias personas me miraban la bragueta. Tenía el cierre bajo y un hermoso lamparón de recuerdo. “Gracias a Dios” –pensé- nunca tuve vergüenza.