En verano, poco después, mi madre y yo fuimos de compras, a una tienda de deportes. Nos encontramos con un amigo mío y su madre. Nos presentamos. Ellas se besaron, él besó a mi madre y yo a la suya; con tan ¿mala? Puntería, que casi fue en los labios. Sonreímos ambos y nadie se enteró. Seguimos mirando los cuatro juntos y yo vi un chándal que me encantó. Lo cogí y me fui al probador. De ancho bien, pero de pierna un poco grande. Sólo les quedaba ése de mi talla y era algo más largo de lo que correspondía, por un defecto de fabricación. Me asomé y llamé a mi madre. Vinieron los tres. Lo miró y dijo: “¡Vaya por Dios, y sólo hay uno! Lo malo de estas prendas es que tienen esa goma en el bajo que como pa’ desmontarlo”. Pero la otra señora es modista y aseguró que ella podría hacerlo sin problema. Mi madre y mi amigo se fueron hacia las zapatillas de deporte. La mujer se agachó, me colocó la cintura bien y detuvo su mirada... ahí. No dijo nada; sólo me miró sonriendo. Acabamos de comprar todos, nos comimos unos helados y cada uno a su casa. La señora se llevó el chándal para arreglarlo.
Cuando lo tuvo listo, me llamó. Fui a recogerlo. Estaba sola y pregunté por el hijo. “Lo mandé al súper con una buena lista”. No comprendí eso de la lista, en principio. Me dio el pantalón y me dijo que lo probara. Pero me daba vergüenza y lo notó. “Oye, que tienes la edad de mi hijo, y no creo que lleves calzoncillos con agujeros...” Tenía razón. Quité las bermudas y me puse lo otro. Ella se agachó como la vez anterior y me colocó la cintura. Luego tiró un poquito del bajo, para ver la longitud. Miró hacia arriba y se detuvo un rato en la zona sexual. Volvió a bajar la cabeza y tiró de nuevo, esta vez con fuerza. El pantalón cayó y la mujer, como un rayo, se fue al calzoncillo, quitándomelo antes que me diera cuenta. Suspiró, y se metió en la boca mi rabo. Consiguió que me pusiera a tono en segundos. Pero sólo eso. Se puso en pie, me cogió la mano y me llevó a su habitación. Se tumbó en la cama, quitó la camisa que llevaba y me pidió que le lamiera los pechos. Está buenísima la buena mujer. Tiene unas tetas preciosas, por lo que no dudé y me lancé a ellas. Luego cogió mi cabeza y empujando me indicó que bajara a su pelvis. Se quitó la falda y las bragas. Abrió las piernas y me dijo: “Lánzate al pilón”. Yo no sabía muy bien lo que hacer, pero ella me iba explicando. Después de un rato, me levantó la cabeza, tiró de ella y me pidió que la penetrara. Así lo hice. No quiso que me corriera dentro; quería ver mi leche salir. La saqué, y empezó a meneármela con energía, hasta que solté todo sobre su vientre. Se lo extendió y hasta lamió los dedos. Luego me cogió por el culo y caí sobre ella, que se abrazó a mí. Me duché y me fui con el chándal.
Cuando nos encontramos los amigos, el hijo me preguntó si había quedado satisfecho con el trabajo de su madre. ¿Qué le iba a decir yo? ¡Pues que sí!
A mediados de verano, decidimos ir de acampada. Nos puntamos 12 en total. Algunos no pudieron venir, por diferentes motivos. Pusimos bote para comprar comida y bebida. Cada madre nos dio algo también, así como vasos, cubiertos, papel higiénico, servilletas... Algunos tenemos tiendas, pero no eran suficientes. Uno de los que se quedaban tiene una tienda grande y nos la dejó. El montaje no es tan sencillo como el de nuestros iglús, por lo que su madre se prestó a enseñarnos. Fuimos a su casa del pueblo, porque la tenían allí y porque dispone de un jardín grande. Nos iba indicando cómo colocar los hierros y demás. En una de éstas, me pude tras ella, para ayudarla a encajar una esquina de la tela, que estaba muy tensa. Al empujar con tanto ahínco, una vez que entró, quedé pegado a ella. Es de imaginar la posturita, ¿no? Pues eso. Ella no dijo nada. Se separó, con cierta parsimonia y nadie se percató. Antes de irnos, merendamos algo y nos relajamos tumbados en la hierba. La señora se puso a limpiar por la casa. Recogió las cosas de la tienda y las metió en el coche. Volvimos a casa.
Por la noche, me llamó uno de los que iban de acampada y me dijo que faltaban los clavos de sujetar los vientos. Nos íbamos dos días después. Telefoneé al chaval que nos la dejó y me dijo que fuera por su casa a primera hora de la tarde. Fui y me estaba esperando la madre. Subimos al coche y yo ni pregunté por el hijo. ¿Para qué? Si me importaba un pijo que viniera o no...
Llegamos al pueblo, entramos en la casa y buscó la bolsita en la planta baja; por todas partes. No apareció. Se fue a la planta de arriba y me llamó. Subí y me quedé de piedra. ¡Estaba desnuda, esperándome boca abajo! Como no reaccioné, giró la cabeza un poco y me dijo: “Haz lo que sepas”. Le lamí y mordisqueé todo lo accesible. Se giró e hice lo mismo. Comí su chochete y le metí los dedos que entraron. Creo que cuatro. Cuando se la iba a meter se negó. Me mosqueé un poco, no creas. Entonces se incorporó, cogió un tubo, lo abrió, lo apretó y salió un gel transparente, con el que impregnó mi polla, untándose el culo seguidamente. “Ahora sí”, dijo tumbándose de nuevo, con las piernas abiertas y elevadas. Yo me quedé estupefacto. Ni soñando había hecho eso. Se impacientó, y sentándose otra vez en la cama, me cogió por la cintura, tiró de mí e hizo que perdiera el equilibrio. La postura al caer era la idónea. Otra vez tumbada del mismo modo que estaba, indicó con la cabeza que se la metiera por el culo. Poco a poco, fue entrando. Hasta el final. Empujé como nunca. Eso era increíble. Cogió una de mis manos y se la puso en el pecho. Sobaba sus tetas al tiempo que la sodomizaba. Cogió mi mano libre y la puso en la vagina. Era algo completo. Gemía, gritaba, se moría de gusto la tía. No sé cuántas veces se correría. Yo una. Y no fue en su culo, ni en su coño (que no me follé), ni en su vientre. La cosa acabó en una paja entre sus tetas. Una cubana, vamos.
Nos fuimos tranquilamente, no sin mi pesar por la pérdida de los ganchitos dichosos. Pensé en alto: “Bueno, compraremos una bolsa, que no será tan cara”. Pero ella se rió y, viendo mi cara de asombro, aclaró: “Está en el maletero, bobo”. Reímos los dos.
Por la noche, entramos todos en el canal, para quedar y eso. Los que no iban, nos decían cosas como: “Ojalá os llueva, perros!” y otras lindezas. El que nos prestó la tienda soltó un “que os den por el culo, cabrones!” Yo respondí que le dieran a él. Omití el “como a tu madre”, que sería de rigor. Ya sabes, nos metemos con las madres. Unos más que otros. Y algunos nos metemos... de diferente manera.
Podría contar más, puesto que hay. Pero no quiero cansar. Me estoy haciendo con todas las madres de mis amigos. Por eso cuando en el chat me despido, como todos, diciendo eso de “recuerdos a tu madre, dile que ya iré a echar otro polvo en breve”, lo hago con toda la razón. Con conocimiento de causa, vamos.
Y dicen que madre no hay más que una. Ja ja. Según para qué...