CLASES DE MATEMATICAS A DOMICILIO
( Relatos Gay )
Soy un joven universitario que, para sacarse un dinerillo en verano, da clases particulares de Matemáticas a domicilio. Tengo 21 años, mido 1?75, y soy robusto (suelo practicar ejercicio con pesas). Lo que les voy a contar sucedió el pasado verano.
Como suele suceder en estos casos, me llamaron para dar unas clases durante el mes de julio, porque muchos padres dejan a sus hijos que suspendan todo el curso y luego les entra prisa en verano, como si se pudiese enseñar 9 meses de Instituto en uno solo…
Perdonen, me estoy desviando del caso. Me llamaron, repito, concerté una cita con la mujer que me llamaba y al día siguiente me presenté en su casa. La mujer que me recibió (y que me había llamado) tendría unos 39 años, senos redondos y erguidos (probablemente operados), bronceado de solárium y unas piernas perfectas de gimnasio, que se movían lujuriosamente bajo su minifalda.
-Hola, ¿usted es T***? -me saludó. -Lo soy, lo soy. -Entonces venga, le presentaré a mi hijo, a quien le dará usted clases.
“A ti te las daba yo y no de matemáticas” -pensé, imaginándome a esa hermosa madurita siendo montada por mí.
-¡Alberto, ha llegado tu profesor! Un joven de 18 años salió de una habitación lateral. Era muy delgado, blanco de piel, de ojos verdes como su madre, y de mi misma estatura. -Hola, Alberto, soy T*** y voy a ser tu profesor particular. -Hola, encantado. -Bueno -dijo la madre- si no hay inconveniente podrían empezar ya.
Y dicho y hecho, ese día comenzaron las clases, y continuaron todos los miércoles y jueves de julio. Yo tenía la idea de que la madre de Alberto me usaba más de niñera que de profesor, porque normalmente esperaba a que llegase para irse ella y dejarnos solos toda la tarde. No es que importase, así nos dejaba más tranquilos, aunque en ocasiones zascandileaba por ahí la hermana de Alberto, que era un año mayor que él, y que salía a la madre en belleza física.
El tercer jueves de aquel julio, estaba explicándole un complicado problema de integrales a Alberto. Ambos teníamos sendas Pepsi abiertas en la mesa. En un momento dado, Alberto extendió el brazo para señalarme una duda y, sin querer, derribó y derramó un refresco sobre mí:
-¡Mierda, Alberto, qué has hecho! -¡Lo siento! Cómo te he puesto! Ven al baño, a limpiarte, y de paso te cambias de ropa. -¿Qué ropa? No suelo traer mudas a las clases -me mofé. -Tal vez te sirva alguna prenda de deporte de las mías.
Desde luego, goteando refresco de cola no podía volver a mi casa, así que le di la razón. Me mostró el baño y, mientras yo me quitaba la ropa, él revolvía en su cuarto buscando prendas de repuesto. Cuando entró en el baño yo ya estaba desnudo, y él pareció turbarse un tanto. Supuse que sería mera timidez.
Dejó la ropa sobre la cisterna, y se agachó para recoger la ropa mojada que yo había dejado caer. Su cabeza estaba muy cerca de mi polla; la miró por un instante, luego levantó el rostro y me miró y, con asombro mío, gimió como quien es obligado por el destino, y me la comenzó a chupar.
-¡Alberto, ¿pero qué…? Aaaahhhh! Pero… ¡Aaaahhhh! -comencé a gemir.
El muy pendejo la mamaba de maravilla, mucho mejor que muchas mujeres y yo no sabía si hacerlo parar o dejarme llevar y disfrutar del momento.
-Sigue, sigueee!
Tan pronto succionaba el glande como si me la quisiera exprimir, como se la metía hasta la garganta mientras hacía presión con los labios; ya la lamía todo a lo largo, ya me chupaba los testículos; de súbito, paraba y comenzaba a mover la boca como si la desenrocase, con movimientos circulares, o paraba y me masturbaba para después volver a chupármela, siempre variando el ritmo y la intensidad.
Yo puse mi mano sobre su cabeza y colaboraba al movimiento de vaivén. Al poco rato, paró y me miró avergonzado:
-Yo… yo… lo siento…
No me había fijado antes en la boca perfecta que tenía Alberto, de labios carnosos y firmes, ni en su culo de niña.
-No te preocupes. -lo levanté y lo besé.
Nuestras lenguas se juntaron, explorando la boca contraria, o entrelazándose juguetonas. Yo notaba mi sabor en su saliva. Mientras, sus manos acariciaban mis pezones y mis nalgas, mientras las mías le quitaban la ropa febrilmente. ¡Vaya, no llevaba calzoncillos! Entonces pensé que quizá el incidente de la Pepsi no fuese tan casual como pretendió.
Lo senté sobre el lavabo. Mientras nos seguíamos besando, cogí un poco de jabón líquido y lo extendí sobre mi mano izquierda. Comencé a untarle el ano, poco a poco. Mi otra mano lo masturbaba. Intenté meterle un dedo, y gimió. Tenía un culito muy apretadito, así que volví a untarle el esfínter, con movimientos circulares, y después probé a meterle de nuevo el dedo. Poco a poco fue entrando, mientras Alberto se estremecía.
-Aaaahhhh… nunca me la han metido… -Pero chupar pollas sí lo has hecho antes ¿verdad? -Sí, me saco algún dinero así en los lavabos del Instituto, con mis compañeros…
Aprovechando la distracción de la charla, le metí otro dedo más. Esta vez soltó un chillido.
-SSShhhhh… Calla. ¿Quieres que nos oigan? -Estamos… solos… -Ya, pero por si acaso. -y volví a besarlo con lengua, para que al menos me diera placer y se callase.
Él me masturbaba también a mí. Así estuvimos un buen rato, machacándonoslas mutuamente y besándonos, mientras yo le dilataba el culo.
-Date la vuelta. -le dije Él se dio la vuelta, temblando de excitación. No tenía un solo vello en el cuerpo. Su culito era respingón y durito. Se la fui metiendo poco a poco. -¡Aaaaay! ¡Duele! -dijo.
Yo no dije nada y seguí metiéndosela.
-¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! -pero cada vez gritaba más por placer y menos por dolor.
Cuando llegué al fondo, la volví a retirar suavemente. Alberto se relajó. Y entonces comencé a bombear de nuevo, adelante y atrás.
-¡Siiiii! -se había olvidado de todo y chillaba sin cesar.
Le tapé la boca con una mano, y me la mordió en su éxtasis. Fue una sensación inigualable esa mezcla de placer y dolor que sentí. Creo que incluso yo comencé a gemir en un tono más alto del que debiera… Sentí que me iba a correr. Le pregunté:
-¿Donde quieres que me corra? ¿Dentro o fuera? -¡Dentro! ¡Lo quiero todo dentro!
Un par de golpes más, y acabé. Llené el culo de Alberto con mi leche, mientras él se retorcía, corriéndose a su vez sólo por el puro placer de ser enculado. Saqué mi polla de su culo, manchada de sangre y semen. Gotas de éste se deslizaban por los muslos interiores de Alberto.
-¿Has gozado? -le pregunté.
-Como una perra- me contestó
- No sabía que eras gay.
-Yo tampoco -y me reí.
Nos volvimos a besar largamente, y después nos duchamos para limpiarnos el sudor (por separado), y él me prestó su ropa para volver a casa.
Alberto quedó en convencer a su madre para tener clases en agosto también…
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