María, Alberto y yo
( Relatos Orgias )
Hay muchos momentos sexualmente intensos en la vida de todo hombre. Entre los míos recuerdo especialmente uno. Era de las primeras veces que María y yo quedábamos con Alberto. Llevábamos ya cerca de una hora en la cama pero ninguno de los tres teníamos prisa: estábamos disfrutando de una tarde de sexo y aquello daba aún mucho juego. Pero María lo acortó, al menos de momento. Con una mirada cómplice, me invitó a mirarla. Encendida, juguetona, se introdujo la polla de Alberto en la boca. Parecía una actriz porno, posiblemente era lo que pretendía. Alberto tenía un sexo grande, duro como una roca, fuerte. María lo estaba tragando con avidez, con maestría. Y combinaba sabiamente boca y manos, susurros y gemidos, insinuaciones obscenas, gestos ardientes que alimentaban nuestro deseo, el de dos varones que comparten una mujer con el único objeto de darle placer y recibirlo de ella.
La intención de María era clara: quería que Alberto se corriera en su boca, quería su semen espeso y agrio resbalando en su lengua. Pero quería más:
- Mírame –me dijo- quiero que te corras tú también. Quiero que cuando él se corra me eches tú también tu semen, os espero a los dos.
- Sí –balbuceé, estremecido por la desinhibición de mi pareja, que se entregaba desnuda, desvergonzada y experta a un chico que apenas un mes antes era un extraño. Alberto era el fruto afortunado de un encuentro casual en internet, en una de tantas páginas de intercambios.
- ¿Te gusta, verdad? A mí también. Tú querías esto, pues mírame, estoy disfrutando como nunca, uhmm.
Aquellos largos minutos fueron increíbles. María tragaba y tragaba, alternaba boca y manos, y me miraba, me miraba intensamente, sonriendo, provocándome.
- Así, sigue así – me decía-, vas a correrte al tiempo que él. Mastúrbate para mí, no sabes cuánto me gusta. No sabes lo caliente que estoy.
Finalmente, Alberto estalló. Alberto no gritaba al eyacular, gemía tímidamente. Supe que se corría al ver la boca de María cubierta de aquel caldo espeso y cálido. El semen de su amante de un par de fines de semana. Faltaba el mío. Acerqué mi pene a su cara, para que lo recibiera muy cerca. Pero ella, nos quiso a ambos entre sus labios. Y así fue. Abrió su garganta para recibirme a mí también. No dejó mientras de gemir, acompañando a nuestros espasmos. No dejó de besar, acariciar y apretar aquellos dos miembros erectos y enrojecidos.
Cuando aquello terminó, María quiso darnos un último premio visual. Había reservado en la boca parte del semen común. Y mirándonos, dejó que saliera lentamente entre los labios, para dejarlo caer entre las tetas.
- Os quiero –dijo- y nos besó a ambos.
La fiesta seguiría ahora con su coño húmedo. Pero esa es ya otra historia.
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