Cuando recuerdo a Sabrina, la preciosa jovencita de 18 años que trabajó como empleada doméstica en casa durante 4 meses, con quien nos masturbamos sin decirnos nada, creo que hubiera sido bueno también cogernos.
Debido a que mi trabajo me posibilitaba estar en casa la mayor parte del día, mientras mi esposa trabajaba fuera desde las 9 hasta las 20, fui yo quien recibió a las mujeres que acudieron al aviso del diario pidiendo una empleada cama adentro.
El segundo día, luego de haber tomado nota de 12 postulantes, alrededor del mediodía (el aviso decía concurrir de 10 a 14 horas), tocó el timbre una chica que por la mirilla pensé que era un promotora de algún producto comercial, por lo rica que se la veía. Como dije, ya había atendido a 12 mujeres, y al menos la mitad de ellas fueron hembras de buenos cuerpos. Dos de ellas lograron pararme la pija, una por las tetas grandes que se escapaban por el escote, y otra por un culazo redondo que parecía explotar en los vaqueros que tenía. Por ellas dos me hice hermosas pajas.
Pero lo que ví por la mirilla me excitó de inmediato. Recién me había levantado y sólo tenía encima un boxer, que al verla se levantó con la pija al palo.
Se me ocurrió que si era una vendedora, la haría pasar y, con la excusa de que me había despertado, la recibiría así como estaba. Seguramente la chica vería mi polla erecta, se asustaría y huiría, y a mi me daría motivos para pajearme. Entreabrí la puerta de entrada, asomé la mitad de mi cuerpo, y pregunté: “¿Si?, ¿qué necesita?”
“Buen día señor, vengo por el aviso…”, dijo la muñeca que estaba del otro lado.
Lo que ví me dejó helado, mentalmente, y con la pija más dura: era una chica de 1.75 metros, unos ojazos verdes grandes, impresionantes; vestía una minifalda que mostraban unas piernas largas y suaves, asentadas en unas sandalias, y una remera cortita que mostraban su ombligo y cintura delgada y apenas contenían dos tetas poderosas. Su cara era hermosa.
“Ah, bueno, esperame un momento, recién me despierto y estoy desnudo; me pongo algo encima y te recibo”, le dije.
Fui al baño y me coloqué un toallón. Fui hasta la puerta y le abrí. Ella entró y no pude creer que semejante hembra buscase trabajo como doméstica. La hice sentar y cuando me acerqué a mi silla, sin quererlo, se me cayó el toallón al suelo, dejando ver no sólo que estaba con un boxer, sino que tenía la pija parada. Ella bajó sus ojos a mi bulto y luego se hizo la boluda, mientras yo me disculpaba y recogía el toallón.
Me contó que se llamaba Sabrina, de 18 años, estaba sola y necesitaba trabajo pues había salido de su pueblo en Misiones en donde no tenía futuro.
Le mentí que ya había tomado una empleada, y ella rogó que le de una oportunidad. Mientras tanto, le mostré la habitación en donde dormiría la empleada y cuando entró se agachó para apretar el colchón. Seguro lo hizo a propósito, pues dejó ver su culo y una tanguita. Yo me hice que tropezaba y acerqué mi cuerpo, y mi verga parada, a su trasero. Ella sólo se incorporó y, por un segundo, me pareció, se apretó contra mi bulto. Al darse vuelta tenía la cara roja. “Por favor, déme el trabajo, le aseguro que haré todo lo que usted quiera…”, me dijo. Se me ocurrieron todas las chanchadas pero le respondí, muy seriamente, que a mi esposa no le gustaría una chica jovencita y con vestidos como el que ella tenía. “Don, tengo un guardapolvo grande, que me tapa todo; yo se lo que piensan de mi las mujeres casadas, no se preocupe, pero déme el trabajo, por favor”, me rogó.
“Hagamos un trato: estás a prueba una semana, y yo le diré a mi esposa que vos sos huérfana y no tenés donde vivir; y cuando esté ella no abrís la boca, tenés el pelo recogido y usarás alpargatas y guardapolvo hasta debajo las rodillas y cerrado arriba…”, le dije.
“Si don; pero cuando su esposa no esté, ¿puedo sacarme el delantal?”, preguntó.
“¡Sacate todo lo que quieras!”, respondí y los dos nos reímos.
Al otro día llegó a las 8, antes de que se fuera mi esposa, con un pequeño bolso, con un guardapolvo color gris que le cubría desde el cuello hasta casi los tobillos, el pelo atado, sin maquillaje, en alpargatas y con una cara de refugiada. Mi cónyuge la aceptó.
Yo, desde que llegó, al mirarla moverse, me excitaba tanto que comencé a masturbarme mañana, tarde y noche.
Diez días después, volví tarde a casa, luego de una fiesta entre colegas. Debido al alcohol y algunas minas provocativas estaba muy caliente. Era una noche calurosa. Al salir del baño vi que la puerta de la habitación de Sabrina estaba entreabierta. Me asomé y la vi dormida sobre la cama, con sólo una sábana cubriéndole desde la cintura hasta los pies, por lo que se veían sus tetas impresionantes. Me puse al palo. Fui hasta mi dormitorio y comprobé que mi esposa dormía profundamente. Cerré la puerta y me fui al baño. Me desnudé y me coloqué encima un toallón y volví al cuarto de Sabrina. Despacio, me senté al costado de la cama donde dormía y me dediqué a mirarla, dejando que mi pija creciese, mientras acariciaba el pedazo suavemente. Me iba a pajear mirándola, con el riesgo que esto implicaba, pero antes de empezar comencé a bajar la sábana para mirar su bombachita y piernas. Cuando destapé su entrepierna casi me desmayo: ¡estaba desnuda, con su conchita, con pelitos cortaditos, a mi vista! La imagen fue tan fuerte y hermosa que acabé allí, y me apuré a limpiarme con el toallón…
A partir de esa noche, me despertaba de madrugada para ir al cuarto de Sabrina, destaparla y pajearme.
De día, ya conté, me excitaba verla trabajar (sin el guardapolvo), con un pantaloncito corto y una remera, sin corpiño, y me iba al baño o al dormitorio a pajearme. Un día de esos, mientras estaba en plena paja sobre mi cama, entró ella y me vio con la pija parada mientras saltaba la leche. Se quedó mirando segundos, sonrió, pidió perdón y cerró la puerta. Me dio vergüenza. A los dos minutos salí para ir al baño y limpiarme. Estaba ocupado. Sentí sonidos extraños y acerqué mi oreja a la puerta. Eran gemidos, de ella. Se estaba pajeando.
Esa noche no fui a su cuarto, pero al otro día, no bien salió mi esposa, Sabrina fue a su cuarto y regresó sin el delantal. Tenía una minifalda que apenas le cubría las nalguitas hermosas, una remerita cortísima, sin corpiño, y sandalias. Se había soltado el pelo y empezó a acomodar al lado del escritorio donde trabajaba. Primero me hice el tonto, pero luego miré cuando se agachó a mi costado: ¡no tenía bombacha, se le veía todo el culo y la concha! Con la pija redura me fui a mi cama y empecé a darle a mi pija. Y ella volvió a entrar, y me vio, pero se quedó parada más segundos, hasta que se fue y escuché que entraba a su cuarto. Entonces salí como estaba, desnudo, con la verga paradísima, el glande rojo y mojado, y entré a su pieza.
Ella estaba acostada, desnuda, sus tetas moviéndose al ritmo de sus pulgares frotando su clítoris.
Me senté al costado de su cama y gocé mirarla, siguiendo sus espasmos, contemplando tres orgasmos seguidos que tuvo. Luego, cuando ella llegaba al cuarto, yo acabé.
“Don, ¿me puedo chupar la concha?, yo le limpió a usted…”, dijo, y así hicimos un 69 glorioso, chupándonos nuestros jugos de pajas.
(Continúa)