Llevaba puestas unas medias negras, además del sujetador. Para contemplarla bien, le dije que se sentase sobre la cama con las piernas cruzadas, lo que ella hizo. Era perfecta. Tenía el vientre liso, la carne prieta y firme, unos muslos torneados y cubiertos por sus medias negras… Fui hacia la cama y, empujándola hacia atrás, terminé “sentado” sobre su vientre. Ella sonrió mirándome y yo le devolví la sonrisa. Le besé y chupé sus preciosos y firmes senos y su cuello. Le dije que abriese las piernas, lo que ella hizo a la vez que me decía que me pusiera la goma. Me puso ella el preservativo y le dije que me la chupara. Me gustaba el sonido de chupeteo húmedo que hacía. Sentí el calor de su boca en mi polla y la caricia de su pelo rubio platino sobre mi vientre.
Le dije que se pusiese encima y ella introdujo mi verga en su vagina. Mientras ella se movía de forma maravillosa, yo jugaba con sus tetas, que sobresalían firmes por encima del sujetador, y con su culo. Al rato, tuve que decirle que se parara porque un poco más y me había corrido, y yo quería penetrarla por detrás, que es mi postura favorita. Se puso en la postura del perrito y yo, embriagado por la firmeza de sus formas y sus curvas, y en pie fuera de la cama para follarla con mayor vigor, se la metí por el coño bien profunda. Giré un poco mi cadera a la derecha y sentí que el acoplamiento era perfecto. Su culo y mi pubis parecían haber sido diseñados uno para el otro, danzando al ritmo de la follada. Ella giraba su cabeza y me miraba mientras gemía (creo que algo, al menos, era real). Yo continuaba con mis embites, esos donde su culo y mi pubis se besaban, hasta que, gimiendo, me corrí. Ella parecía que quería seguir, pues hacia movimientos para adelante y para atrás con su dorado (por la luz que nos rodeaba) culo, pero yo no quería correr riesgos de que se rompiera la goma y saqué mi miembro de dentro de ella.
Se fue a lavar y yo me vestí.