Abríamos la puerta y la playa se ofrecía a nuestros pies. Hacía un calor bochornoso y no había aire acondicionado. Apenas acabábamos de llegar que ya estábamos empapados de sudor. Llevabas un vestido de algodón ligero con motivos florales y se podía apreciar a simple vista como se había pegado a tu cuerpo, resaltando la esbeltez de tu figura. Tu cara lucía sonrojada por la transpiración y mi mirada se fijó en un hilillo salado que descendía por tu cuello hasta perderse entre tus senos. Recuerdo perfectamente que en aquel momento pensé que el deseo nacé en cualquier instante, que la simple visión del sudor sobre tu piel es capaz de despertar en mi un auténtico caudal de excitación.
- Uf ! Voy a tomarme una ducha fresquita pero ya mismo ! – me dijiste con ese tono entre inocente y malicioso que invita a presagiar momentos de intensa sensualidad.
No dije nada. Me quedé plantado mirando como buscabas en tu bolsa el jabón y la toalla.
- Voy a poner las cosas en la nevera. – dije como para mi mismo. -¿Quieres beber algo ? Una lata ? Todavía está fresquita...
- Sí, sí... Me muero de sed.
Te acerqué la lata abierta y me quedé observando como te la bebías, sin apenas respirar, casi de un tirón. Y pensaba para mis adentros que cómo me gustaba verte beber así, sedienta, con ganas... Verte comer y beber de una manera tan natural, espontánea ; esos gestos te hacían a mis ojos aún más bella, más mujer, más deseable. En ese momento, sin pensarlo, te hubiera tumbado en el suelo de la cabaña y te hubiera poseído con una furia animal. Sin embargo, ahí estaba yo, de pie, sin apenas pestañear y con la boca entreabierta, beata de admiración.
- Buf ! Qué calor, por Dios ! – decías mientras te sacabas el vestido, lentamente, por la cabeza.
Al ver cómo te miraba, con esa mirada mía que tanto dice sobre mi deseo por ti, me sonreiste burlonamente y me dijiste :
- Hey ! Pero si se te cae la baba !
Y no era para menos. Desnuda ante mi, con una simple braguita que apenas te tapaba el pubis, observaba tu cuerpo rollizo y húmedo, sintiendo como se alteraba mi respiración y una corriente suave pero intensa me recorría la espalda, bajando directa hacia mi sexo.
Me lanzaste tu vestido. Lo atrapé al vuelo y me lo llevé a la cara, saboreando con ardor la mezcla de fragancias que de él se desprendían. Mientras tanto, inclinándote, te desprendíste de las bragas y dándote la vuelta te dirigiste al baño.
- ¿Te vas a quedar así, como una estatua, todo el día ? – me dijiste con voz melosa, cerrando tras de ti la puerta.
Recogí tus braguitas. Las olí un breve instante. Mi erección se hacía insoportable. Busqué una bolsa de plástico y las puse dentro. Cogí tu vestido y lo puse a secarse sobre una silla al sol. Fuera, la temperatura a pesar de ser muy elevada, era suavizada por una agradable brisa marina. Pero el sol fustigaba con ganas y lo sentía quemar mi piel incluso a través de la camisa.
El paisaje que se presentaba ante mi era increible. Una playa desierta, un cielo casi blanco de tan radiante que era el sol. Una sensación de felicidad infinita me inundaba. Estaba allí, solo, con la mujer que quería, con la mujer más bella y más dulce que un hombre pudiera soñar. Y ante nosotros, todo el tiempo del mundo.
Una pequeña ventana, sin cristal, daba al baño. Me asomé y te vi enjabonándote bajo el chorro que caía suavemente sobre tu espalda, lanzando grititos pues el agua parecía estar bastante fría. Tu espesa melena reposaba brillante y oscura sobre tus hombros. Admiraba todas y cada una de las partes de tu cuerpo divino. Mis ojos, ahora, se concentraban en el gotear incesante del agua sobre tu pelo, sobre tus hombros. Me daba cuenta hasta que punto la más pequeña superficie de tu piel me producía escalofríos placenteros. Tus hombros, por ejemplo, son de una finura delicada pero tu cuello y tu nuca aun lo son más. De repente, apareció en mi mente una imagen cargada de sensaciones felinas : te sujeto delicadamente los hombros mientras deposito en tu cuello, en tu nuca pequeños besitos que despiertan en tu garganta ronroneos de gatita en celo. Es increible como en tan poco tiempo puede uno tener tantos pensamientos sensuales.
- ¡ Amor mío ! – te llamé y al girarte pude contemplar el efecto que el agua fría había producido en tus pechos : los pezones erguidos como perlas rojizas despuntaban altivos. El agua resbalaba sobre ellos, sobre tu vientre acogedor... Se perdía entre tus muslos cubiertos de espuma jabonosa. – Voy a darme un baño. No tardes, mi vida. Esto es el paraíso.
- ¿Qué dices ? ! ¿Me vas a dejar así ? –con voz insinuante - ¿No quieres que te lave ?
Y yo, haciéndome, el duro :
- No, prefiero bañarme en el mar. El agua está más caliente.
- Bueno, como quieras ! – me contestate con fingida indiferencia mientras que, de manera ostensible, hacías desaparecer tu mano entre las piernas entornando los ojos lascivamente.
Esta chica me vuelve loco, pensé, es increible como sabe ponerme a cien.
Miré a mi alrededor y constaté inutilmente que la playa estaba desierta. Me desnudé rapidamente y dando gritos como un mono salvaje corrí hacia la orilla, alegremente consciente de mi desnudez, del balanceo jocoso de mis testículos y de mi pene erecto. Me zambullí en aquellas cálidas aguas que lameteaban todos y cada uno de los poros de mi piel y sentí un tal grado de felicidad que casí me pareció que las lágrimas brotaban de mis ojos. Así estuve unos minutos, nadando, haciendo el muerto... relajado y feliz.
Salí del agua y me tumbé en la arena, cerca de la orilla, las suaves olas como en un murmullo besándome los pies. Cerré los ojos y dejé mi espíritu vagabundear allá donde quisiera mientras el sol, poderoso, secaba con rapidez mi piel.
Qué agradable sensación el estar desnudo sobre la arena, las manos cruzadas bajo mi nuca, los ojos cerrados, las rodillas dobladas, las piernas abiertas sintiendo el calor reconfortante del sol y la brisa marina acariciándome todo tu cuerpo.
Me dejé llevar por esa somnolencia que te arrulla dulcemente. No te sentí llegar. Pero algo extraordinario despertó mis sentidos. Sin siquiera rozarme, te habías arrodillado entre mis piernas y me besabas la verga. Esta, al primer contacto de tus labios se enderezó contenta.
- Vaya, me pensaba que tú también estabas dormida ! –dijiste como si tuvieras una conversación más con ella que conmigo.
Empezaste a recorrerla con tu lengua como quien saborea un helado.
- Hum ! Está saladita y calentita ! Y qué gordota se está poniendo ! Me está entrando un hambre...
Y dicho esto, abriste la boca y te la engulliste casi por entero. Yo sentía como tu lengua me envolvía a lametones, como tus dientes simulaban que la mordían, como tu saliva la embadurnaba desde la base hasta la punta, como tu cabeza subía y bajaba en un bombeo incesante. Con tus manos no parabas de acariciar el interior de mis mulos, presionabas dulcemente mis testículos, deslizabas un dedo entre mis nalgas... Abrí los ojos un instante y vi cómo me mirabas y comprendí lo que ibas a hacer : como un fakir tragándose un sable, la hiciste desaparecer lentamente en tu boca hasta que tus labios tocaron mi pubis. Creía morirme de placer. Sentía que iba a correrme de un momento a otro.
- ¡Para, para, por Dios ! Que ya no puedo aguantar más !
En tus ojos se dibujó una sonrisa pillina y en lugar de parar aceleraste el movimiento de bombeo mientras tus manos pellizcaban energicamente mis tetillas.
- Arrrg ! Me cooorrroooo ! – dije con la voz entrecortada por una especie de resoplido de ballena, como a ti te gustaba definirlo, y sentí como el semen salía en violentos borbotones y desaparecía en las profundidades de tu garganta. Sentí tus labios cerrarse en torno a mi pene y tu lengua recorrer la punta en busca de las últimas gotas, saboreándolas con deleite.
- Hum ! Esto también estaba saladito ! – Me dijiste mientras te acercabas para besarme.
Nuestras bocas fueron una. Mi lengua bebía tu lengua. Mis papilas reconocían el gusto de mi jugo, su olor intenso. Yo sabía que esos besos te volvían loca. Al principio no querías que eyaculara en tu boca. Tenías miedo de sentir asco. Yo sabía que no debía forzarte, que todo iba a llegar con naturalidad, como tantas otras cosas entre nosotros. A mi me encantaba que me acariciaras con tu boca y yo veía que para ti era también una fuente inmensa de placer el hacerlo. Entonces, en el momento en que yo me sentía al borde del orgasmo, te lo hacía saber y me llevabas al final con tus habilodosas manos. Después, yo recorría con mi lengua los regueros de leche aun tibia sobre tu cuerpo, sobre tu cuello, sobre tus senos y terminábamos fundiéndonos en un beso ardiente con el que tu boca aprendió a reconocer y a degustar el gusto de mi simiente.
Me decías también que te gustaba tanto hacerme esto que en más de una ocasión te corriste tú también, al mismo tiempo que yo, con la ayuda de una simple caricia de tus dedos sobre tu clitoris. Estoy segura, añadías, que el día que eyacules en mi boca, será tal mi placer que el orgasmo me llegará simultáneamente. Y ese día llegó. Y fue maravilloso. Una de las cosas que más miedo te daba era la cantidad de liquido, más que el sabor u otra cosa. Yo te decía que no hacía falta que te lo tragaras, que podías besarme justo después y así compartirlo conmigo. Estos comentarios todavía enardecían más tu calentura. Así pues, una tarde de primavera, después de haberme lavado concienzudamente, como a ti te gustaba hacerlo, me dijiste que querías verificar que mi piruleta –como te gustaba llamarla- estaba bien limpia y sin más preámbulos empezaste a acariciarla con tu boca. Yo, que ya me había quedado a las puertas de la dulce muerte con tan sólo tu lavado manual, te dije que no iba a poder aguantar mucho más vista la aplicación con la que tu boca me masajeaba. No contestate nada. Y cuando sentí que iba a explotar quise desprenderme de tu voracidad pero no lo conseguí pues, con tus manos agarrándome con fuerza mis nalgas, la hundiste aún más si cabía en tu boca. Intenté parar el fluir incesante de semen pero fue inútil : me estabas succionando hasta la última gota. Y en ese instante, que quedará grabado en mi memoria hasta mi muerte, oí tus gemidos orgásmicos, esos grititos entrecortados y agudos que como gatita en celo sueltas en el momento del climax. Juntos habíamos alcanzado un estado ultra elevado de osmósis placentera.
En estas cosas pensaba mientras tú, dejándome tumbado en la playa medio muerto de gusto, te zambulliste en el mar para disfrutar, como yo lo había hecho minutos antes, de ese cuadro idílico que la suerte nos había permitido de disfrutar juntos.
Me estaba quedando adormecido, como suele pasarme tras la dulce agonía del orgasmo. Así que me levanté y sin dudarlo me tiré de cabeza al agua. Tú te habías quedado cerca de la orilla, chapoteando como un niño. Me acerqué nadando, tarareando la musiquilla de « Tiburón » y te pusiste a reir con esa risa tuya tan alegre, tan contagiosa mientras que con ambas manos me lanzabas ráfagas de agua como si con ellas pudieras evitar mi ataque. Me abalancé sobre ti y empecé a morderte imitando la voracidad del escualo. No parabas de chillar, de gritar y de reir al mismo tiempo. Y así estuvimos un buen rato, jugando como chiquillos ; tocándonos, mordiéndonos, abrazándonos, besándonos con esa despreocupación propia de los jóvenes adolescentes. Eramos, simplemente, felices.
- ¿Vamos a tomar un rato el sol ? –me dijiste entre beso y beso.
- - Claro. Voy a buscar las toallas y la crema solar que, blancos como estamos, nos vamos a achicharrar vivos.
Salimos del agua y fui corriendo a buscar la bolsa de playa, preparada de antemano con todo lo necesario. Cojí también una botella de agua bien fresquita. A medida que me acercaba a ti, te contemplaba de pie con los pies aun en el agua, de espaldas mirando el horizonte y me decía que eras magnífica, que la visión de tu cuerpo desnudo me quitaba el aliento... Cuántas veces me pareció comprender que tú no lo veías de la misma manera que yo ; y cuántas veces más te hice saber hasta que punto la belleza de tu cuerpo no se explica con palabras sino con sentimientos y sensaciones y que éstos en mi han sido siempre, desde el primer día en que descubrí tu geografía, de una extraordinaria fuerza, sensual, pasional, erótica... Cuando me dices, por ejemplo « no ves que piernas tengo, de montañera, con estas pantorrillas ? » o « y estas caderas que a las que engordo un quilo son ellas quienes lo recuperan de inmediato ! » o incluso « y estos muslos tan rechonchos ! » Y yo te respondo que cuando te veo caminar desnuda ante mi lo que yo veo es lo que yo siento, es decir, tus caderas, tus muslos, tus piernas, tus nalgas me hablan, me piden a gritos que los acaricie, que los toque, que los recorra con mis manos, con mi boca... Y esas sensaciones son tan hermosas que hacen que todo cuánto veo en ti me parezca bello, atractivo, sensual, apetitoso, si, apetitoso... Tu cuerpo es para mi como un gran pastel de cumpleaños y yo como el niño goloso que nunca tiene bastante con una pequeña parte.
Extendí las toallas y te propuse la botella para que bebieras un poco.
- ¿Empiezas conmigo ? –me dijiste tumbándote de espaldas.
- ¿Ehhh ?
- Si, tontorrón... A untarme todita de loción solar, por detrás y por delante. ¿No te apetece ? – me preguntaste con ese tono que me hace perder los sentidos mientras movias ligeramente tus caderas y separabas un poquito tus piernas.
Primero me senté sobre ti, apoyando mi sexo todavía en reposo sobre tu trasero y durante unos minutos esparcí sobre tus hombros, tu espalda y tus brazos una buena cantidad de protección solar, en movimientos circulares unas veces, otras laterales, otras tantas de arriba abajo... Me gustaba tanto procurarte este tipo de masajes que aun sabiendo como iba a terminarse, me encantaba tomarme mi tiempo y apreciar contigo hasta que punto a ti también te gustaba.
Separé un poco más tus piernas y me puse de rodillas a la altura de tus pies. Sentía el sol quemándome los hombros por lo que me puse un poco de crema pues intuía que iba a pasar un buen momento en esa posición. Unté bien tus pies y tus piernas en un masaje lleno de profesionalismo, intentando concentrar en ello mi mirada y evitando de fijarme exclusivamente en lo que me aparecía más arriba. Proseguí poniéndote crema detrás de las rodillas y subiendo lentamente por tus muslos. ¡Cómo me gustaba acariciar tu cuerpo en un largo y sensual masaje !
Mis manos proseguían su camino acercándose cada vez más de su último objetivo. De vez en cuando mis dedos rozaban el leve vello que cubría tu sexo y sentían como toda tú te estremecías. Ahora sí que mi mirada no podía apartarse de aquel simpar espectáculo... Pero por un instante desvié mis ojos de tu divina cuevita y te masajeé tu impresionante culito como el panadero prepara la masa para hacer el pan. Cada vez que separaba tus rollizas nalgas aparecía ante mi ese misterioso agujerito que tanto placer nos deparaba.
- ¡Hummm ! ¡Aaahh ! – susurraste al sentir el contacto húmedo de mi lengua en tu agujerito.
Yo ya no había podido aguantar más. Desde hacía más de cinco minutos luchaba ante el deso imperiante de acariciarte con mi lengua, de saborear tus frutos más secretos. Qué deleite ahora que lo recorría en círculos concéntricos que te arrancaban ligeros gemidos de placer. Mis manos no paraban de sobar amorosamente tus glúteos. Mi lengua te lamía sin tregua. Endurecía su puntita para que, como un pequeño estilete, pudiera timidamente penetrarlo. Mi olfato despierto captaba el intenso aroma de tu excitación. Con una rapidez sorprendente sentí al unísono tu respiración alterarse, acelerarse ; mi lengua percibir como la temperatura de tu cuerpo aumentaba de algunas décimas ; el olor de tu sexo abrirse paso reclamando que lo llenara con el mío y de repente... el orgasmo llegó, brutal, extraordinario... tus gemidos se perdían en aquel aire tropical como un canto al placer absoluto. Conocía tan bien esa melodía que sabía que no era más que el primer movimiento de una larga y espectacular sinfonía ; la más bella de todas las músicas.
Esperé unos instantes en los que dejé que mis manos recorrieran tus muslos hasta encontrarse pegadas a tu sexo. Te diste la vuelta, sin decir nada, separando tus piernas para ofrecerme tu fruto más preciado. Me volvía loco de deseo el saberte así, insaciable, dispuesta a todo, a morir de placer si cabe.
Mis dedos separaron los pétalos de tu flor que se abría esplendorosa, llena de vida, reluciente, rebosante de tu néctar. Tu botoncito palpitaba sobresaliendo de entre los labios... Cuántas veces me habías dicho que te excitaba sobremanera sentirte así, abierta para mí... « Soy tu cosilla ; haz lo que quieras conmigo » me decías y tus palabras atizaban mi deseo. En momentos así quisiera tener mil lenguas, mil bocas, mil dedos, mil sexos ... para besarte sin reposo todo el cuerpo, para acariciarte sin descanso hasta hacerte enloquecer, para tomarte una y mil veces hasta la saciedad.
Mojé un dedo en mi boca y lo hundí en ti. Pensé que iba a derretirse en tu interior. Lo saqué y me lo llevé de nuevo a la boca para saborear el caldito de tu vientre. Esta vez con dos dedos dentro de ti, empecé a moverlos con suavidad, a ritmo creciente. Tú me acompañabas empujando tu vientre hacia mi. Tus manos acariciaban sedosas tus pechos ; tus dedos pellizcaban tus pezones endurecidos. El vaivén de mi mano, de mis dedos se hacía cada vez más frenético. Y, de repente, levantaste tus caderas y te quedaste inmóvil... Fue una explosión de placer, un orgasmo increible... Sentí mis dedos llenarse de tus liquidos más íntimos, tu vagina contraerse, tus muslos estremecerse... Y yo mirándote, sin osar moverme, sin querer retirarme, sólo mirando tu cara, tus ojos abiertos, tu boca profiriendo un felino y desgarrador gemido. ¡Cuánta belleza concentrada en un solo cuerpo, en un instante único !
Te quedaste unos segundos sin moverte, sin respirar. Retiré poco a poco mis dedos de ti. Estaban empapadísimos. Empecé a acariciarme mientras contemplaba tu fruto del mar abierto y palpitante. Abriste los ojos y al ver lo que estaba haciendo me dijiste :
- Ven...¡ Tómame ! ¡ Clávate hasta el fondo !
Me acosté sobre ti y te penetré con delicada fuerza. En tu interior sentía como si mil lenguas de fuego me lamieran. Mi boca buscó con afan la tuya y nos fundimos en un beso de extrema pasión que nos condujo a un extasis insoportable. Quise separarme un poco pues sentía que un vaivén de más y llegaba al final. Entonces agarraste con fuerza mis nalgas y atrayéndome hacia ti :
- ¡Arrrgg ! Ahhh ! Me coooorrroooo, Dios, me coooorrrooo ! ! ! – tu orgasmo llegó violentamente, tus gritos resonaban en toda la playa... Tus uñas se clavaban en mis nalgas, en mi espalda. En ese momento me olvidé completamente de mi ; sólo sentía tu cuerpo estremecerse bajo el mío ; sentía como el placer se te escapaba por cada uno de los poros de tu piel y yo lo absorbía insaciablemente. Mis caderas continuaban su movimiento de máquina de coser, con su aguja inmensa, a punto de explotar, entrando y saliendo de ti con cadencia harmoniosa.
- Eres una mujer maravillosa –te dije casi en un murmullo- Te quiero con locura.
Me miraste sin decir nada. Yo conocía muy bien aquella mirada... perfectamente. Sabía que en tus ojos, que en tu boca, que en tus senos y en tu sexo, en todo tu cuerpo, resplandecía ardiente el amor que sentías por mi. Sabía también como en aquellos momentos de placer sofocante, unas palabras de amor y deseo susurradas al oido podían hacer estallar en ti volcanes de lujuría ilimitados. Y así te dije :
- ¡ No puedo más, mi amor ! Estás tan caliente que voy a inundarte tus entrañas con toda mi leche...
Apenas dichas estas palabras, sentí las contracciones de tu sexo sobre el mio que me indicaban que un nuevo orgasmo estaba apoderándose de ti, diferente al anterior, más breve pero igual de intenso. Y en ese instante aceleré tanto como pude ese mágico vaivén y sentí como mi pene, como una barra de hierro candente se abría de par en par liberando una gran cantidad de semen que inmediatamente era absorbido por tus jugos formando un mar de lava incandescente. Seguí moviéndome dentro de ti aprovechando los últimos instantes de erección y tú continuabas agarrándome por las caderas, frotándote contra mi pubis, tu boca, tu lengua buscando la mía para ayudarte a alcanzar el zénit una vez más.
- Mi vida, eres insaciable... Me vuelve loco que seas así... Córrete, amor mío, disfruta al máximo.
Y mientras mi erección empezaba a desaparecer, te vi, de nuevo, inundar tu cara con esa expresión que le da el éxtasis y que ha hecho y hace de mí el hombre más feliz del mundo.
Nos tomamos un respiro, no exento de caricias sensuales. Ahora eras tú la que me untaba todo el cuerpo de crema solar. Sentada sobre mi vientre, sentía tu vulva abierta rezumando nuestros liquidos y tus manos recorriendo aceitosas mi cara, mi cuello, mis brazos mi torso... Estuviste un largo rato así, frotándote sobre mi vientre, descendiendo lentamente hacia mi pubis, hacia mi pilila ahora reducida a su mínima expresión, siempre con tu conchita pegada a mí como una ventosa. Te contemplaba maravillado de ver como después de una explosiva serie de orgasmos seguías buscando el placer, como si tu cuerpo siguiera pidiéndote más y más. Yo te dejaba hacer, agotado y feliz, disfrutando del sensual masaje que me estabas dando y que te estabas propinando. Observaba tus tetas y me decía que eran hermosas... Tú que siempre te quejabas de no tenerlas más grandes y yo siempre diciéndote que para mí eran como dos panelitos de rica miel con esos dos pezoncitos siempre duros e hinchados como granos de granada... Cuántas horas habré pasado acaricándolas, besándolas, chupándolas y mordisqueándolas sin jamas calmar mi sed...
En estos pensamientos estaba yo cuando, sin apenas darme cuenta, te giraste ciento ochenta grados sobre mi y recostándote sobre mis piernas levantaste tu escultural popa, dejando ante mis ojos la visión celestial de tu culito y tu sexo babeante. Me dijiste mientras me embadurnabas las piernas deslizando tus manos hasta llegar a mis pies, lo que hacía que tu crupa se me ofreciera inmensa como la yegua la ofrece a su semental para ser montada :
- No sé qué tiene tu piel que me lleva a la gloria... No sé qué tiene tu cuerpo tan paliducho y delgaducho que me hace perder los sentidos...
Y aunque no me lo pidieras explícitamente, yo comprendía qué era lo que querías... Así que acerqué mi boca a tu coñito aun ardiente y con lametones de gato sediento me apliqué a conciencia para dejarlo limpito y reluciente...
- Hummm ! Qué bueno que está nuestro caldito ! ¡Dame más, dame más, que me muero de sed !
Y al oir estas palabras, empezaste de nuevo tu ronroneo orgásmico, a la vez que aplastabas mi cara con tus nalgas calientes y yo no hacía más que respirar tu salvaje perfume y mi lengua completamente clavada en ti se retorcía cual serpiente lasciva arráncandote grititos profundamente agudos e interminables. Y ocurrió lo que en todo el tiempo que llevábamos juntos –varios años de intensa actividad amatoria- sólo en un par de ocasiones tuve el placer de disfrutar : te estabas corriendo, mi amor ; estabas eyaculando... De tus entrañas brotó un chorrito de tibio y transparente líquido que fue recogido ávidamente por mi lengua escurriéndose hasta el fondo de mi boca, sin tener apenas tiempo de degustarlo.
- ¡Qué pasada, mi vida ! ¡ Te has corrido en mi boca ! ¡Me las llenado de tu jugo más íntimo !
Pero tú ya no contestate nada. Extenuada por esta última ascensión, te dejaste caer sobre mí haciendo de nuestros cuerpos uno sólo. Todavía pude contemplar un pequeño hilillo blanquecino que luchaba por salir de tu sexo flameante para terminar depositándose sobre mi pecho. Nuestra primera sesión de sexo total y sin tabúes tocaba a su fin.
Nos besamos con dulzura, nos dijimos mil palabras de amor encendido y nos tumbamos, uno al lado del otro, cogidos de la mano, dejando que fuera ahora el sol quien nos acariciara durante unos largos minutos. Nuestro silencio extático sólo era profanado por el suave arrullo de las olas que nos mecía amorosamente.
Después de una hora de bronceado intensivo, con la piel enrojecida y un hambre acuciante, decidimos tomar una ducha rápida, vestirnos y, con el coche que habíamos alquilado, ir hasta el pueblo más cercano – a unos 15 kms, en el otro extremo de la isla- para buscar un buen restaurante donde poder recuperar fuerzas. La noche había dejado caer su manto de estrellas cuando encontramos un pequeño restaurante de aspecto muy rudimentario con una terraza, improvisada sobre unos tablones de madera, a pie de mar que nos pareció suficientemente atractiva como para cesar en nuestra busqueda. Visto desde fuera, no tenía nada de extraordinario, pero resultó ser una exquisita sorpresa.
Nos sentamos frente a frente, cogiéndonos las manos, mirándonos con voluptuosa ternura, hablando sin cesar de mil y un temas que nos eran propios y por los que sentíamos el mismo interés : la belleza de la naturaleza, las sensaciones que sentíamos ante una puesta de sol, las características de la población del lugar, su color, su manera de hablar... Hablamos de arte y de literatura, de libros que estábamos leyendo o que íbamos a leer... Entre tanto, nos trajeron el aperitivo de la casa, un licor rosado y dulzón, con unas cositas para picar. Con el hambre que llevábamos encima vaciamos los platitos en un santiamén y nos bebimos nuestras copas sintiendo de inmediato el efecto reconfortante de la comida y el alcohol.
Una de las cosas que me encantaban de ti era el efecto que el alcohol te producía. No te hacía falta beber mucho para que en tus ojos, en tu mirada, su pusieran a brillar miles de estrellitas y la carga de sensualidad que normalmente posees se multiplicara de manera palpable. Todo ello se traducía en ti en una necesidad apremiante de contacto físico : tus manos no cesaban de acariciar las mías, de juguetear con los pelillos de mis brazos... De vez en cuando, te llevabas una de ellas y me besabas la palma o la besuqueabas con redoblada dulzura. Y todo ello sin dejar de hablar, sin dejar de contarme mil y una historias, cualquier cosilla que te pasara por la cabeza, riendo a menudo a carcajada limpia de mis respuestas –no siempre adecuadas, pues me costaba un mundo seguirte el hilo- o de tus propias ocurrencias.
Si pudiera dar una definición de lo que es la felicidad para mí diría que es algo tan simple como estar contigo, verte feliz y sentir que ese estado de beatitud que compartimos lo provoca, es su causa y consecuencia, el amor inmenso que nos damos, espiritual y físico.
La verdad es que cuando nos trajeron el pescado que habíamos pedido con una botellita de vino de aguja, yo ya experimentaba de nuevo una erección galopante, mal disimulada bajo la ligera tela del pantalón que me había puesto. Y eso, ¿por qué ? se pregunta uno ; pues, muy sencillo... Porque te encuentro impresionante, tremendamente guapa, con un cuerpo que es pura delicia y también porque eres romántica, dulcísima, tierna y a la vez, fogosa, explosiva, sensual y sexualmente un volcán en perpétua erupción... Pero por encima de todo ello, porque me haces sentir bien en todo momento, porque contigo me siento como un joven aventurero... porque te amo con locura y porque venero cada uno de tus gestos, de tus movimientos, de tus palabras... Todo.
Comíamos frugalmente y te observaba con detenimiento. Te habías recogido el pelo rojizo en una espesa coleta y eso me gustaba pues realzaba los finos rasgos de tu rostro : tus orejitas perfectas, tus ojos brillantes, expresivos, tu nariz ligeramente respingona, tu boca acogedora, tus labios repletos de vida, tus dientes de perla... Y ese color de tu tez pálida ahora transformada en rojiza por los rayos impíos del sol. Llevabas un vestido de tonos rojos y anaranjados que te quedaba de maravilla, con un ligero escote y una falda que caía mansamente sobre tus rodillas...
Fue una cena maravillosa. Salimos del restaurante un poquito borrachos, agarrados de la cintura como jóvenes enamorados y fuimos a dar un paseo por el pueblo. Caminábamos ajenos al enjambre de turistas que revoloteaban a nuestro alrededor. De vez en cuando nos parábamos para abrazarnos y besarnos con fogosidad primaveral. Al salir de la cabaña te había pedido que no nos pusieramos nada debajo, ni sujetador, ni braguita, ni calzoncillos y ahora que nos besábamos muy pero que muy pegados, podía sentir mi bastoncito enderazarse y chocar furioso contra tu vientre.
- Me parece que tu hermanito tiene otra vez ganas de guerra – me susurraste al oido con pura malicia.
- ¿Y tú cómo lo sabes, listilla ?
Y mientras nuestras lenguas se enroscaban saboreándose mútuamente, deslizaste con disimulo una mano en mi entrepierna, por encima del pantalón...
- Por esto, pillín - dijiste cerrando con fuerza tu mano sobre mi sexo mientras yo miraba alarmado –pero divinamente excitado- a derecha y a izquierda por si alguien pudiera vernos. Al ver la cara que se me ponía y sin quitarme la mano de encima te echaste a reir con esa risa cascabelera tan tuya, mitad burlona, mitad provocativa...
- ¿ Y tu hermanita... ? ¿Tiene también ganas de batalla ? – te pregunté simulando una seriedad que en nada correspondía a la realidad.
- No sé, no sé... Deberías comprobarlo tu mismo... – y cogiéndome de la mano me llevaste a una parte del pueblo donde no había gente que pudiera vernos.
Abrazado a ti, deslicé mi mano bajo tu falda hasta que entró en contacto con tu suave vello ; separaste un poco tus piernas y mi dedo mayor se hundió entre los labios de tu vulvita... ¡Estabas mojadísima ! Hundí mi dedo en ti con una facilidad pasmosa y empecé a masturbarte al mismo tiempo que nos besábamos con pasión. A pesar de no estar completamente tranquilos en aquella callecita oscura y desierta, nos dejamos llevar por la excitación y el deseo incontrolables.
- Ohhh, amor, ¿qué me haces ? – me decías en un murmuro lánguido y sensual.
Qué hermoso era verte entregada así ! Qué extraordinarias sensaciones recorrían nuestros cuerpos ! El peligro de ser descubiertos duplicaba la dosis de adrenalina y aceleraba nuestra excitación... Y la tuya en particular pues, tras unos minutos en los que mi dedito jugaba en tu interior palpando y reconociendo cada uno de los rincones de tu húmeda cueva, cerraste de repente tus piernas aprisionando mi mano entre ellas, abriste los ojos casi desorbitados y sin dejar que nuestras lenguas se desunieran, te llegó el clímax deseado en una explosión silenciosa de placer que sólo nuestras bocas escucharon.
Nos abrazamos unos instantes en los que te llené la cara, el pelo, tu cuello de amorosos besitos y te susurré un montón de piropos que me salían de mi alma encendida...
- Volvamos a la cabaña, cielo. Tienes que liberar a tu pajarito –dijiste cogiéndolo en tu mano como minutos antes lo habías hecho – El pobre está muy triste aquí adentro...
Nos fuimos con paso alegre hasta el coche. La noche era hermosísima y el aire cargado de calor y de humedad nos hacía sentir aún más calientes. Me puse al volante y tomamos la pista de tierra que nos conducía en una media hora hasta nuestro refugio paradisíaco. El coche era de tipo Jeep, descapotable, con lo cual y a pesar de conducir a poca velocidad, el aire nos era de gran alivio para soportar mejor el bochorno del ambiente. La noche oscura apenas me permitía distinguir tu silueta a mi lado. En cambio, lo que si distinguía con claridad era la presión de tu mano sobre mi pierna, muy cerca de la bragueta, tensada como una pequeña tienda de campaña.
Mientras conducía mis pensamientos divagaban y, aunque no pudieras verla, una sonrisa de satisfacción se dibujaba en mi cara. Pensaba en lo fácil que era que se me empinara ; bastaba un simple contacto de tus dedos, de tus labios en cualquier parte de mi piel para que mi falo se enderezara orgulloso. Recordaba aquella novela que había leído años atrás sobre un tipo que se despierta un día con una erección impresionante y que se le vuelve permanente... Desde que te conocía yo me sentía igual : al mínimo roce, con el más pequeño gesto sensual de tu parte, o simplemente una imagen, un recuerdo, una palabra y ... ¡Zas ! Mi corazón se ponía a latir ferozmente y a bombear litros de sangre que me hinchaban automáticamente mis partes nobles. Y lo extraordinario era que en muchas ocasiones la excitación me llegaba por sorpresa, en cualquier lugar, en cualquier momento y se volvía tan duradera e insoportable que necesitaba buscar un lugar tranquilo para poder desahogarme. Y siempre, siempre, pensando en ti.
Algunas veces, me habías dicho, esto también te ocurría a ti. Entonces, si no podíamos remediarlo juntos, me enviabas mensajes cargados de erotismo ; me decías que estabas tan caliente que si tuvieras un vibrador lo utilizarías de inmediato... Y yo, puedes imaginártelo, con sólo leer estas palabras corría a aliviarme pensando en la escena que insinuabas. Otras veces me decías que te habías acariciado varias veces pero que la fuente de tu sexo seguía emanando zumito sin parar... Todos estos mensajes y mil cosas más, los tenía almacenados en mi memoria como joyas imperiales y salían a la superficie en la ocasión menos pensada... Como ahora...
Habíamos recorrido unos cinco kilómetros. Estábamos en pleno corazón del bosque tropical. Olía intensamente a verde, a vegetación luxuriante, a cálida humedad repleta de vida. Ese calor, ese perfume balsámico, todo... Todo era terriblemente afrodisíaco.
Entonces, me bajaste la bragueta y sacaste al aire mi pobre pajarito enjaulado que te lo agradeció de inmediato mostrando su cabezita violacea y soltando discretamente unas gotitas de líquido seminal.
- Vaya, vaya, con el gusanito baboso... – y con la punta de la lengua las recogiste delicadamente. – Este gusanito malo – con tu mano me la agarrabas con fuerza, bajandole la piel hasta dejar el prepucio completamente desnudo - ... me lo voy a ...
No podía seguir conduciendo de aquella manera, con tu boca haciéndome una felación extraordinaria... ¿Cuántas veces me habías hecho esto ? Cientos, sin duda. Y sin embargo, cada vez que lo hacías tenía la impresión de que esta vez era la mejor.
Paré el coche a un lado de la carretera y terminé de desabrocharme el pantalón. Pero en lugar de seguir te paraste y me dijiste :
- No, hombre, no... Así no tiene gracia !
- ¿Qué quieres, que tengamos un accidente ? Anda, sigue, por favor...
- Bueeeno... Porque me lo pides así... Pero antes dime bien fuerte que me quieres...
- Te quieeeeee... Mmmmm... roooo ! Dioooossss, que boooocaaaaa !
Cuando sentiste que estaba a punto de estallar te separaste y subiéndote el vestido por encima de las caderas, te sentaste sobre mí... Te dejaba hacerlo todo. Me encantaba cuando te mostrabas activa, dominante. Me asiste el pene por su base y lo condujiste hasta la entrada de tu sexo... Y cerrando los ojos, te clavaste en mí, hasta el fondo. Así te quedaste unos instantes, en tu posición favorita, conectando tu mente y nuestros sexos convirtiéndolos en una sola entidad, con un solo objetivo : sentir placer en estado puro. Tenía una admiración sin límites por esa capacidad tuya a subliminar lo físico con lo psicológico ; esa capacidad que me parecía ilimitada para la autoproducción de placer. Hacer el amor contigo cobraba una dimensión casi metafísica.
Yo seguía sin moverme, con todo mi miembro dentro de ti. Y tú iniciaste un movimiento circular, pendular con el que tu pubis y tu clítoris se frotaban permanentemente contra mí. En la punta de mi pene sentía lengüetazos ardientes de tus jugos lubrificantes.
- Ya me llega, ya me llega... Amor mío... No puedo más...
- Adelante, correte vida mía ! Lléname de toda tu leche que yo me uno a ti enseguida !
Y así fue : el orgasmo nos llegó al mismo tiempo y nos unimos en un mismo grito salvaje que duró varios segundos. La percepción de todo mi ser vaciándose en lo más hondo de tus entrañas me produjo una sensación de vértigo indescriptible... como si me quedara a las puertas de entrar en coma... La más dulce de las agonías.
Al llegar a la cabaña nos desvestimos con rapidez y después de tomar una refrescante ducha nos acostamos agotados pero colmados de felicidad. Apagamos la luz y nos dormimos mansamente, como nos gustaba hacerlo : pegados en un solo cuerpo ; tú eras mi Africa y yo tu América, unidos en un único y primitivo continente.
Me desperté con el primer sol de la mañana. Enseguida noté que no estabas a mi lado pero eso no me preocupó pues sabía que te gustaba andar un ratito y el lugar se lo merecía con creces, así que me quedé en la cama y no tardé nada en dormirme de nuevo. Al cabo de un buen rato, me despertó el olor del café recién hecho y tu voz pizpireta diciéndome :
- Venga grandullón, que es hora de levantarse...
Habías preparado un frugal desayuno con tostadas, mermelada y fruta tropical. Excelente para reponer fuerzas y comenzar el día con renovada energía. Me puse una camiseta y un short y saqué la mesa y dos sillas a la terrazita de la cabaña. Nos besamos y pude sentir el agradable olor de tu piel fresca lo que significaba que ya habías pasado por la ducha.
- Y yo que quería que nos ducharamos juntos – te dije con cara entristecida.
- No, hoy no... Estaba super sudada y tú seguías durmiendo como un tronco... No te iba a despertar para eso, ¿no ?
- Para eso... – te contesté enardecido – Para eso soy capaz de levantarme a las tres de la mañana !
- Anda, no seas bocazas, que a las tres de la mañana dormías como un bebé ... pero roncando como un ogro !
- Vaya, lo siento...
- No te preocupes... Te he dado unos golpecitos y el terremoto se ha calmado... Además, si quieres, puedo enjabonarte la espalda cuando tú te duches...
Y seguimos disfrutando de esa primera mañana en la isla, desayunando con apetito voraz y contándonos mil historias y haciendo mil planes para la jornada y los días venideros.
Más tarde cuando nos preparábamos para una buena matinal de bronceado, descubrimos que en la cabaña había dos tumbonas de playa, en estado un poco desastroso pero utilizables y eso nos alegró un montón pues a los dos nos gustaba leer y hacerlo sobre la toalla no es lo que se diga muy confortable.
Nos instalamos como en la víspera a orillas del mar e iniciamos el ritual del embadurnamiento mútuo. Pero esta vez logramos limitarnos a las zonas menos erógenas de la piel, aunque en tu caso eso sea bastante difícil de encontrar. Pero bueno, la cuestión es que una vez puesta la cremita te sentaste en la tumbona, abriste tu libro y te sumergiste en su lectura olvidándote de quien pudiera existir a tu lado. Yo me quedé revoloteando a tu alrededor con unas ganas locas de hacerte el amor, evidentes a simple vista, aunque tú no las vieras...
- Anda, ponme cremita aquí... que se me va a quemar como un frankfurt – y te cogía la mano para hacerle sentir que no estaba bromeando – Lo ves, se está achicharrando ...
- No... Luego... – me dijiste con mucha desfachatez- Vete a tomar un baño que así se te refrescara, obseso, que eres un obseso...
Hice ver que me enfadaba – nada más lejos de la realidad, pues sabía a ciencia cierta que pronto sería yo quien te pediría que me dejaras leer tranquilo- me di media vuelta y me zambullí en las cálidas aguas. Estuve nadando un buen rato y al salir y acercarme a ti vi que me observabas con detenimiento :
- Lo ves como se te ha refrescado... ¡Ja, ja ja ! Estoy segura que ahora es más pequeña que mi dedo meñique...
- ¡Qué mala eres ! – y me puse a salpicarte para castigar tu impertinencia.
- ¡ Para ! ¡ Para ! ... Que me estás mojando el libro...
Te lo arranqué de las manos y me tumbé sobre ti. El contacto de mi piel mojada y fresca en la tuya ardiente te hizo proferir un grito de sorpresa...
- ¿ Qué haces ? ¿ Estás loco ? Que nos vamos a cargar la tumbona...
Pero en lugar de apartarme me abrazaste fogosamente y nuestras bocas se encontraron deseosas de intercambiar nuestras salivas. Me levanté y de pie ante ti te dije, orgulloso :
- Dime ahora si es más pequeña que tu meñique...
- Hombre... No está mal... Pero las he visto de mayores... – me contestate con un cierto desdén teatral.
Y levantándote, pasaste junto a mi con aires altivos y sin mirarme, obsequiándome con una palmadita en mi trasero. Entraste poco a poco en el agua y yo, como miles de veces desde que te conozco, me quedé como un pasmarote mirándote y buscando la mejor réplica a tu última frase...
- ¡ No importa la cantidad sino la calidad ! – te grité
- Ya... Ya ! – te oí decir en tono de burla.
Me tumbé de cara y estuve tomando el sol unos minutos. Mi miembro había recobrado su frustante tamaño de origen pero me sentía super feliz... Es increíble el efecto que los rayos solares aportan al organismo : son auténticas vitaminas vitales.
Cuando mis pensamientos comenzaban a vagabundear por senderos de gloria me sobresalté al sentir sobre mi piel multitud de gotitas de agua fresca y salada. Abrí los ojos, alcé la vista y ahí estabas tú, de pie con las piernas en uve, una a cada lado de mis hombros. Levanté un poco la cabeza para contemplar mejor el paisaje que se me ofrecía.
- ¡ Mariiiisco freeesco ! – te pusiste a canturrear como pescadera en el mercado mientras doblando poco a poco tus rodillas bajaste tus caderas hasta dejar la mercadería anunciada a la altura de mi boca.
Aunque minutos antes te habías negado a complacer mi instinto masculino, cualquier deseo de venganza se iba esfumando a medida que mis labios entraban en contacto con los tuyos que, como infieles y traidores protectores bivalvos de tu preciado molusco, se abrieron gustosos al sentir el tacto amante de mi lúbrica lengua. La posición en cuclillas era bastante inconfortable para ti, para los dos. Con mis manos sobre tus rodillas y sin perder en ningún momento el contacto de mi lengua en tu sexo, te las bajé hasta que tocaron la arena. De la maniobra, tú ni te habías dado cuenta concentrada como estabas en el oleaje placentero que bañaba tus sentidos. Jamás me cansaría de procurarte esta clase de caricias.
Lamí con ternura tu hipersensible clítoris que como un sensor fotovoltaico te suministraba sin parar descargas de goce. Sintiendo que el momento culminante se te acercaba implacable saqué la lengua tanto como pude y pegada a tu vulva te la ofrecí como el genio ofreció a Aladino su alfombra mágica para que te hiciera volar a ese país de maravillas del que sólo tú conoces el secreto.
Mis papilas gustativas se saturaban de mar y de sexo ; de tu sexo, fuente lúbrica inagotable en su rítmico frotamiento hacia la cima...
- ¡ Oh, Dios, qué gusto ! ¡ Qué lengua ! ¡ Qué lengua ! ¡ Qué lengua ! ¡ Quéééé... !
¡ Mmmmmm ! ¡ Ahhhhhhh !
Qué difícil es expresar con simples onomatopeyas el complejo registro sonoro de tus orgasmos. Pero en cualquier caso, son siempre para mí tan celestiales como la mejor de las Cantatas de Bach.
El sexo contigo es algo profundamente distinto a cualquier norma, a cualquier ritual. El típico esquema : preámbulos, acto sexual, conclusión, se rompe en mil pedazos cada vez que hacemos el amor. Y eso es así porque nosotros hacemos el amor en cada acto de nuestras vidas, en cada momento que compartimos, en cada conversación que tenemos. Indudablemente que existe una alquimia compartida de nuestros cuerpos, un compendio de intercambios sensoriales que enardecen nuestros sentidos ; pero en la base de todo ello está la esencia intransferible de nuestro amor. Amor, devoción, pasión, deseo, comprensión, ternura... Todo en uno.
- Ven... Súbete al velero... Tu mástil está listo para izar las velas... – te dije en un summum de lirismo erótico.
- ¡ A sus órdenes, mi capitán ! – contestaste riendo feliz y haciendo un saludo militar con una mano y cogiéndome el miembro en su base con la otra, te sentaste sobre él dejando que te llenara completamente. – ¡ Buaaaauuuu !¡ Mi capitaaaannnn ! ¡ Qué mástil más grande tiene ! – suspirabas mientras tus caderas iniciaban un movimiento en espiral como si estuvieras haciendo mayonesa en un mortero.
- ¡ Creía que pensabas que no era nada del otro mundo, marinera ! – te dije con un tono entrecortado por el mortífero vaivén al que me sometías.
- ¡ Ahhhhhhh ! ¡ Mmmmmm ! ¡ Ahhhhhh ! – fueron tus únicas respuestas.
La sincronización era tan perfecta que no tardamos en unirnos en un quejido gustoso y terminamos abrazados y besándonos cariñosamente colmados de placer...
Conociendo tu apetito insaciable sabía que muy pronto volverías a la carga pero por ahora yo no podía satisfacerte y por eso me fui pronto a darme un buen chapuzón y al salir y ver que habías vuelto a tu interesante lectura me dije « ¡Uf, un respiro ! Fui a buscar unas bebidas frescas, un poco de fruta y mi libro –no os penséis que yo siempre estoy pensando en lo mismo...- me tumbé a tu lado y me puse a leer unos minutos.
El sol picaba de lo lindo. Me di la vuelta y me puse a tomarlo de espaldas, que siempre era más fácil de soportar. Tú estabas a mi lado, medio sentada sobre la tumbona, con un sombrero de paja que te protegía del sol y que te permitía seguir leyendo ese libro de tu autor preferido. Te pedí si podías untarme la espalda y tuve que repetirte la pregunta una segunda vez de tan concentrada como estabas en la lectura. Eso también para mí era signo de felicidad : estábamos tan a gusto que todo lo que hicieramos lo hacíamos a fondo, con una tranquilidad de espíritu, una calma y una concentración que dificilmente teníamos en la vida corriente.
Me pasaste la crema con suavidad por toda la espalda, por detrás de mis piernas...
- Y ahora, el culito... Hummm, este culito de torero que me encanta ... Uy... Qué agujerito tan oscuro y peludín !
De verdad que tenías el don de calentarme a velocidad vertiginosa. Pero como sabía que querías continuar tu apasionante lectura y que teníamos ante nosotros todo el tiempo del mundo, te dije :
- Anda, vuelve a tu libro... Después ya haremos una siesta crapulosa...
- Bueeeno... Cómo quieras...Pero déjame al menos darle un besito.
Y sin esperar mi respuesta sentí tus labios sobre mi ano y la caricia húmeda de tu lengua recorriéndolo de sensuales lametones. Fueron unos breves segundos de exquisito placer los que me procuraste pero suficientes para que mi mente se lanzara a recordar uno de los momentos más eróticos de los miles que la vida y el destino me habían ofrecido disfrutar...
Recordaba aquel día, años atrás, en el que al llegar a tu casa me recibiste así :
- Buenas tardes, señor, ¿en qué puedo servirle ? – llevabas una bata blanca de algodón que te llegaba justo por encima de la rodilla y unas medias de blanco satén.
- Buenas... Sí... Verá... Tengo hora con la doctora...
- Bien. ¿Y cuál es su problema ?
- Pues mire... Me duele todo el cuerpo, sobretodo la espalda y ... por aquí – y te indiqué (bueno, a ti no, a la enfermera) la parte de atrás de mi espalda, a la altura de los riñones.
- Bien. La doctora le atenderá enseguida. Venga, por favor – te seguí hasta el salón de tu casa- Siéntese aquí ; la doctora no tardará en llamarle.
Y desapareciste por la puerta que daba a tu habitación-consultorio. No era la primera vez que jugábamos a este tipo de juegos altamente excitantes y cada vez conseguías sorprenderme por tu imaginación y el fervor empleado en la interpretación de tu papel. Yo me limitaba, las más de las veces, a lanzar la idea, pero mi imaginación se paraba allí ; entonces eras tú quien recogía la idea y elaboraba un pequeño guión cargado siempre de detallitos picantes.
Al cabo de unos minutos oí tu voz llamándome. Me levanté, abrí la puerta y te vi, de pie en medio de tu habitación y casi me caigo de espaldas de la impresión. Te habías quitado la bata y sólo llevabas puesto una combinación finísima de sujetador, braguita y medias sujetas a un liguero de encaje, todo ello de un color blanco inmaculado. Enseguida me fijé en el detalle que confería profesionalismo y seriedad a tu actuación : llevabas colgado un estenoscopio !
A pesar de mi cara de tonto alucinado y de las ganas de reir que seguramente tenías, guardaste la compostura y muy seriamente me dijiste :
- Bueno... Le voy a proporcionar un tratamiento que, en mi modesta opinión, va a quitarle todos los males. Pero para empezar debo examinarle con detenimiento para lo cual le pido que se desnude y se siente en esta silla...
- Pero... ¿Debo desnudarme por completo ?
- Por supuesto. No dude que eso me facilitará enormemente mi trabajo.
Me desnudé con rapidez y sin quitar ojo de la escultural doctora –la cual me observaba con mirada antropológica, como si estuviera viendo el esqueleto de un homo-sapiens, o más bien debiera decir « homo-erectus »- me senté en el taburete que instantes antes habías llamado silla. Yo también interpretaba mi papel de paciente seriamente pues como se puede imaginar las ganas de ... de todo, eran insoportablemente duras –como mi entrepierna lo mostraba con elocuencia-... Pero un juego es un juego y hay que saber jugar.
Durante un momento deambulaste a mi alrededor, sin acercarte, sin tocarme, sin hablarme... Simplemente para que te viera, para que me calentara a fondo con la visión de tus curvas y tus sensuales movimientos... En un momento dado te giraste y descubrí boquiabierto que la braguita no era más que un estrechísimo tanga que dejaba al descubierto tus impresionantes nalgas. Sabedora del efecto que tal visión me producía lo aderezaste inclinándote hacia delante, las piernas extendidas y ligeramente separadas, como si recogieras algo que se te hubiera caído. No pude contenerme, tenía ese culito tan cerca de mí...
- ¡Estese quieto ! No ve que pone en peligro el tratamiento.
- Lo siento mucho, doctora. No volverá a ocurrir... Pero es que de repente me ha entrado un dolor aquí, un dolor tan duro...
- No se preocupe... Ese dolor también le desaparecerá... Pero tiene que dejarme hacer mi trabajo.
Y empezaste a examinarme. Me miraste los ojos. Las orejas. Me hiciste abrir la boca, sacar la lengua y decir « A ». Me hiciste respirar hondo, dejar de respirar, expirar a fondo mientras aplicabas el disco del estenoscopio de juguete sobre mi espalda y en mi pecho. De vez en cuando interrumpías el examen para soltar un « Mmm, todo bien, todo bien ». Después me hiciste la prueba de los reflejos en la rodilla y para terminar me pusiste el estenoscopio sobre mis pequeñas bolitas y me hiciste toser...
- Bien, bien... Todo me parece en orden – dijiste sin prestar atención a la erección incontrolable de mi miembro – Ahora, acuéstese en la camilla – o sea, en tu cama- y relájese... – No, así no, de espaldas... Bien, así está mejor.
Pusiste una música extremadamente sensual.Encendiste unas velas perfumadas y apagaste la luz. La habitación quedó en una penumbra sugestiva. Mentalmente me iba preparando a lo que iba a venir y lo disfrutaba de antemano. Oí que abrías un cajón y que sacabas algo pero cuando quise mirar me ofreciste un antifaz para que me tapara los ojos.
- Con esto, el tratamiento multiplicará su efecto.
Te sentaste a mi lado y sentí como vertías sobre mi espalda una buena cantidad de un líquido aceitoso con el que inmediatamente después te pusiste a masajearme. Tenía la cabeza ligeramente ladeada y los brazos extendidos y pegados al cuerpo. Te habías puesto de rodillas paralelamente a mí, muy cerca, tan cerca que con mi antebrazo rozaba la suave textura de tus medias.
Primero, empezaste por el cuello y los hombros, un buen rato. Después seguiste por la espalda, bajando por el centro, por la columna, subiendo por los laterales, unas veces con la palma de tus manos, otras veces con las yemas de tus dedos. A continuación, te ocupaste de mis brazos masajeándolos lentamente, de arriba abajo, hasta las manos a las que aplicaste un suave masaje, primero en la palma y después en cada uno de los dedos.
Entre el olor de las velas y del aceite, la suavidad del ambiente musical y el tacto exquisito de tus manos, sentía como mi mente empezaba a volar, evaporándose...
- Doctora, creo que me voy a dormir...
- No se preocupe. Eso es un buen síntoma.
Te levantaste y percibí que te desplazabas a la altura de mis pies. Te ocupaste de ellos unos minutos con una técnica impecable... Una auténtica delicia... Después sentí tus manos acariciar mis piernas y como vertías sobre mis muslos una buena cantidad de líquido. Separaste mis piernas y te instalaste entre ellas para poder acceder mejor a mis muslos. Los masajeaste uno por uno, con ambas manos, desde la rodilla hasta la ingle y viceversa. Tus manos se deslizaban con increible suavidad y a medida que se acercaban a mis zonas erógenas, sentía desvanecerse el sueño dejando paso a un estado de excitación creciente e impaciente.
Abriste mis piernas tanto como mi escasa condición atlética te lo permitía para poder acercarte lo más posible de mi culito, próximo objetivo, sin duda, de tu tratamiento.
- ¿Qué me va a hacer, doctora ? Tengo un poco de miedo.
- No sea miedica, hombre... Relájese y disfrute.
Esta vez sentí el aceite resbalar sobre mis nalgas y tus manos, enseguida, amasarlas, cada una en una, en movimientos circulares que se repercutían del otro lado, en mi pene cada vez más duro. A continuación hiciste algo con tus dedos que me es difícil de describir pero que sería algo así como si andaras con ellos sobre mis glúteos desde fuera hacia dentro hasta encontrarse todos ellos picoteándome mi agujerito. ¡ Qué sensación más extraña me producía tu masaje ! Por un lado me gustaba muchísimo ; dudo incluso que pueda haber algo de tan salvajemente excitante... Sí, esa es la palabra : salvaje, animal, primario... Además, en tus manos me sentía libre y era tal la confianza que tenía en ti, que podías hacer conmigo cuanto quisieras. Y este sentimiento no era fruto de otra cosa que del amor incondicional que nos unía. Y que bueno que era en esos momentos sentirlo así, sentirlo recíproco. Decía que por un lado me encantaba pero por otro lado, imagino, que por mil pudores ancestrales, ligados a yo que sé de religiones y creencias, hacían que me sintiera un poco incómodo. Pero era tan agradable lo que me estabas haciendo que me olvidé de todos estos prejuicios y me dejé llevar ahí donde tú quisieras llevarme.
Del cajón sacaste algo nuevo. Al momento sentí como separabas mis cachetes y depositabas en su centro un nuevo líquido, imaginé, lubrificante. ¡Dios, qué gusto cuando empezaste a penetrarme con uno de tus deditos ! ¡ Qué sensación más... brutal ! Es como si te partieran en dos, como si te abrieran en canal... Pero sin dolor... Una vez vencido el dolor psicológico, te inunda el placer, un placer que te recorre la columna vertebral y que te va directo al cerebro. Me sentía en osmosis total contigo y conmigo mismo... Me estabas haciendo lo mismo que yo tantas veces te había hecho y podía vivir en mí lo mismo que vivías tú. Una especie de subliminación absoluta del placer compartido.
- Doctoooora... Me está mataaandoooo !
- ¿Le duele ? ¿Quiere que interrumpa el tratamiento ?
- NO ! Por favor, no ! Quiero más...
- Espere un poco y verá... Póngase a cuatro patas, por favor.
Así lo hice. Me encontraba en esa posición tan primitiva y en la que me encanta poseerte... Y ahora eras tú la que me poseía... Me estaba abandonando a ti... Era tu « cosilla » como te gustaba decir que te sentías tú en tales circunstancias.
Completamente relajado, mi agujerito bien dilatado por tu tratamiento, esperaba ansioso lo que iba a venir. El ruido del cajón al abrirse supuso que adivinara lo que ibas a hacer. Oí la suave vibración y sentí como lo acercabas hasta la estrecha entradita. Como intuía que dudabas en proseguir, con ambas manos separé mis nalgas para ofrecértelo sin reparos...
- Adelante, doctora... Termine el tratamiento...
Aumentaste considerablemente la dosis de lubrificante y empezaste a penetrarme con extremada suavidad. Podía sentir como mi anito se abría y se abría englutiendo ese juguete vibrante y que ahora me daba tanto placer como el que a ti te había dado.
La hasta ahora frialdad profesional de la doctora dejaba paso a la mujer que me amaba y que me deseaba pues podía escuchar tus leves gemidos, tu respiración alterada... Estábamos sintiendo placer los dos y de una fuerza tal que no puede ser descrito con palabras... Debe ser vivido.
Con una mano movías el vibrador dentro de mi y con la otra buscaste mi sexo iniesto y lo agarraste con pasión. Aquello era demasiado para mí... Sentía como si todo mi ser fuera a estallar de un momento a otro. Y tú, como tantas otras veces al sentir que el clímax me llegaba, aceleraste frenéticamente el movimiento de tu mano hasta hacerme explotar en un orgasmo sin igual, en un río de lava blanquecina que murió en tus sabanas blancas.
Me sacaste el vibrador que continuaba su trabajo ajeno a todo –como no podía ser de otra manera- y me dijiste :
- Bien, ¿ qué le ha parecido el tratamiento ? Y ahora ...
Cuando recobré conciencia pues recordando este episodio me había quedado practicamente adormecido, vi que no estabas a mi lado. Me incorporé y haciendo visera con mi mano te busqué en el agua pero tampoco te vi. Me giré y pude ver como salías de la cabaña, vestida con una camiseta blanca, unos pantalones cortos y una gorra en lugar del sombrero de paja. Llegaste a mi altura y te echaste a reir al ver la cara que hacía :
- ¿Qué ? ¿Tenías miedo de que me fugara con el negro del restaurante ?
- ¿Eh ? ¿De qué negro hablas ? – le dije francamente sin recordar de quién pudiera estar hablando.
- Del camarero, tonto... ¿No te fijaste con qué ojos me miraba ?
Pues no, no me había fijado, yo sólo tenía ojos para ti.
- Me pensaba que los negros no te gustaban – dije un pelín picado.
- ¡Ja, ja, ja ! No, claro que no... A mí me gustan delgaduchos y blanquitos ... Y con una pilila pequeñilla que se adapta muy bien a mi delicada fufunilla – y diciendo esto me besaste golosamente mientras me metías mano sin ningún decoro.
- ¡Estás realmente como una chota ! Pero ¡ cómo te quiero, amor !
- ¡Anda, ve a vestirte que nos vamos de excursión ! He preparado unos bocadillos, fruta y bebida... Todo está a punto.
Recogí los bártulos, me vestí, cerré la puerta de la cabaña y en un santiamén estuve a tu lado presto para iniciar una nueva aventura. Al partir, pero, te hice una última pregunta :
- ¿ Te has traído el vibrador ?
Continuará...