Esa mañana llegué al trabajo con retraso, el tráfico era peor de lo habitual y nuevamente Carlos estaba ahí esperando tener una reunión con mi socia. Por esas fechas Carlos llevaba ya varios meses dándome saludos y elogios que más que coquetos yo diría que bastante sugerente. Aunque normalmente hago caso omiso a sus jueguitos de palabras, podía notar nuevamente su peinado, la camisa planchada y su paquete bien colocado en su pantalón. Se me hacia agua la boca viendo eso. Lo único que pasaba por mi cabeza era poder sentir todo el poder de su masculinidad dentro de mí, poder arañar su pecho y cogerlo del cuello mientras me penetraba con fuerza contra el escritorio. Carlos es uno de los muchos hombres con los que fantaseo a diario en la intimidad y aunque lo evite e intente, lo único que mi cabeza me da son fuertes tendencias sumisivas ante Carlos y su virilidad. En siete años de matrimonio he podido saborear unas seis vergas distintas y la que sigue ganando afortunadamente es la de mi marido. Nadie piense mal, yo a mi esposo lo amo y nunca lo dejaría pero mi cuerpo me pide siempre un poquito de acción anónima y si él no se entera nadie en este perfecto matrimonio sufre. La de Carlos tenía que ser la número siete, aunque arriesgado por motivos laborales, ese era mi objetivo.
Esa tarde antes de cerrar el despacho Carlos regresó para entregar unos documentos de venta a mi socia. El computador estaba ya apagado y yo era la última que quedaba en la oficina apunto de apagar las luces. Con su sonrisa de siempre me entregó los documentos y cuando los fui a archivar medio agachada dándole la espalda, pude sentir su calor corporal en mi espalda y su respiración en mi nuca. Me deje llevar y solté mi cuerpo contra él, presionando mis nalguitas contra su verga dura. Me cogió por el cuello, aun dándole la espalda, y me subió la falda dejando mi culo al descubierto. Como pude y sin ni siquiera mirarle le desabroché el pantalón. De inmediato sacó de su billetera un paquete de condones. Muy prevenido y oportuno, pensé, se nota que le va la marcha igual que a mí.
- No te lo pongas – le dije mirándolo con ojos de ansias.
- Pero…
- No te lo pongas – le interrumpí casi en tono de suplica – quiero sentirte a ti, quiero sentirte adentro.
No había pasado ni un minuto desde que había sentido su respiración y yo ya estaba completamente mojada. El bajó y aun teniéndome a cuatro patitas sobre mi escritorio me dio una buena lamida vaginal. Es muy probable que muy pocas veces en su larga vida sexual hubiera saboreado unos jugos como los míos, sobre todo al estar tan empapada y lubricada como esa tarde.
Acto seguido pude sentir su verga en mi interior y como con fuerza me penetraba desde atrás. Tengo que admitir que la verga de Carlos no es tan grande y gorda como la de mi marido pero como polvo no me puedo quejar. Pocos minutos después descargó toda su leche dentro de mí. No lo culpo, un cuerpo como el mío no los hace aguantar mucho normalmente y aunque fue rápido yo también quedé bastante satisfecha. Me limpié lo mínimo ya que saber que tenia parte de su semen en mi interior me hacía sentir verdaderamente orgullosa de mi sexualidad. “Objetivo logrado”, me decía con malicia a mí misma, “lo lograste, eres irresistible”.
Durante el camino a casa no hice sino extrañar a mi marido, quería verlo y dormir a su lado. Pero el orgullo superaba al sentimiento de culpa esa tarde.
Esa misma noche, mi esposo al llegar de trabajar me tiró contra la cama como si fuera su juguete y me arrancó las pantis con unas ganas admirables. Me abrió las piernas, me las besó y poco a poco fue deslizando sus labios y su lengua hasta llegar a mi vaginita. “No puedo creer que no sientas el sabor de Carlos en mi interior”, me decía a mí misma. “¿No me sientes distinta?” “¿No se sepo más rico?” “Saboréame, prueba mi clítoris aun adolorido por la violada irresponsable que me dieron en la oficina” - le decía a mi marido en mis pensamientos.
- ¿Te gusta como sabe? Le pregunte esta vez en voz alta.
- Siempre – respondió el mientras continuaba su trabajo oral.
Esa noche mi marido y yo hicimos nuevamente el amor. Fue mi tercer polvo del día, el mejor y el que me dejó realmente muerta. Dormí con su descarga en mi interior. No me puedo quejar, tengo todo lo que quiero, tengo todo el placer que me pide mi cuerpo y mientras sea joven y activa seguiré teniendo siempre a los hombres que deseo. No me considero infiel, más bien ojala pudiera contarle mis aventuras a mi marido a quien amo con locura, pero sé que nunca me entendería.
A Carlos lo veo siempre, ahora más que antes, pero ya no lo admiro como antes. Una vez uno logra sus objetivos es muy difícil volver a desear a las personas como al principio. Excepto a mi esposito a quien siempre deseo y deseare. Además ya tengo a alguien más en mi mira.