No me esperas, no sabes que estoy aquí. Saberlo hace que mi adrenalina se dispare. Estoy nerviosa. Mi cuerpo tiembla mientras me desnudo, quiero vestirme para esta noche: sujetador, tanga, medias, todo transparente. Mis pezones rozan la tela, están tan sensibles que me duele. Es un dolor suave me gusta, aunque prefiero el que tu me produces cuando los lames, los succionas. Es un dolor agudo, una descarga eléctrica que llega hasta mi sexo y lo empapa de mi esencia y me produce un orgasmo rápido, potente, agudo.
Siento mucho calor. Abro las puertas de la terraza y me quedo en el marco disfrutando del viento en mi piel. Hoy habrá tormenta, los primeros truenos empiezan a oírse lejos avisando de su llegada. Esta noche habrá tormenta fuera y dentro. Furia de los elementos, descarga de agua, viento arrastrando a su paso todo lo que le apetezca, todo lo que quiera, relámpagos cegadores, truenos que ensordecen cualquier sonido producido sin su consentimiento.
Estoy muy excitada. No se a que hora vas a llegar. No esperas encontrarme en tu casa, no tienes prisa por llegar.
Me rió, no se porque supongo que los nervios de pensar en tu cara cuando me veas. Me encanta ver como se oscurecen tus ojos por el deseo. Enciendo las velas. Cojo la caja de cerillas, es suave entre mis dedos, empujo la caja con el índice, se desliza suave para dejar al descubierto su contenido, igual que cuando bajo la cremallera de tus pantalones y tu sexo sale a mi encuentro, listo para que lo reciban mis manos. Cojo una cerilla, acaricio tu pene con suavidad, apoyo mi dedo en su cabeza y la enciendo con un movimiento rápido. Primero la chispa, una gota que acaba por prender en fuego. Me gusta mirar la llama, su calor, me gusta quemarme los dedos, la boca, la lengua.
El salón se ha llenado de luz tenue, temblorosa, paseo entre las velas. Me siento llena de energía, siento como me invade su calor, su color. La terraza sigue abierta y el viento hace bailar las pequeñas llamas a su antojo. Así quiero hacerte sentir yo esta noche. Una simple llama al viento, sin voluntad, obligada a sentir lo que yo quiera, a moverte hacia donde yo quiera. Apagarte y encenderte cuando yo quiera.
Oigo un coche en la grava de la entrada. Ya llegas. Es el sonido del deseo en el aire. Se apaga el motor, se abre una puerta, el placer viene a mi encuentro. Igual que la tormenta, ya está aquí. Ha empezado a llover, relámpagos brillantes cruzan el cielo, me atraen. Salgo de nuevo a la terraza y la lluvia empapa mi cuerpo caliente, pero no noto su frescor. Estoy hipnotizada por la fuerza de los elementos. Es una furia incontenible, nada la detiene, nada la controla y lo sabe. Es consciente de su propia fuerza y disfruta de ello. Se ríe, se mofa de nosotros. Es energía pura y quiero alimentarme de ella. Cierro los ojos y levanto la cara al cielo, abro los brazos abarcando todo a mí alrededor. Un trueno retumba sobre mí. Es la tormenta, está enfadada, sabe que le estoy robando su energía y se revela, pero estamos conectadas. Noto como entra la furia por las puntas de mis dedos, por los poros de mi piel. Me llena y me absorbe a la vez. Es una lucha constante que se hace patente en mi interior. Soy la tormenta, truenos y relámpagos suenan para mí, por mí, desde mí. Estoy girando, soy un tornado, viento que se agita y destruye, que levanta todo a su paso y reconstruye todo a su placer. Tengo dominio absoluto, poder supremo. Abro los ojos.
Todo se detiene de repente, el mundo se para. Estás en la puerta de la terraza, no te oí entrar. Tus ojos son negros como el carbón, pero relucen como el fuego entre la lluvia. Me estás mirando con hambre, no es deseo es hambre de carne, salvaje. Tu americana y tu maleta están en el suelo. ¿Por qué me fijo en eso? Ninguno de los dos nos movemos, tu sigues en la puerta y yo continuo en medio de la terraza, empapada, con los brazos levantados, inmóvil. De repente estalla un relámpago y un trueno rompe el silencio creado para nosotros y para ti es un empujón hacia lo que quieres. Hacia mí. En dos zancadas me alcanzas y me aprietas contra ti mientras devoras mi boca con un beso brutal que me consume. Nuestros cuerpos arden de inmediato y la lluvia se evapora a nuestro alrededor, estamos rodeados de volutas de vapor que se elevan hacia el cielo. La tormenta arrecia, no se conforma viendo que podemos vencerla, no puede permitirlo. Pero nosotros ya no la necesitamos, ya no queremos su energía porque tenemos la nuestra.
No se como pero estás desnudo. Me levantas del suelo y me haces que rodee tu cintura con mis piernas mientras caminas hacia la balaustrada de piedra y me poyas en ella. Su tacto áspero lastima mi piel, pero me gusta. Me separo de ti y miro tu cara, me gusta verla retorcida de placer, de deseo. Aparto mis brazos de ti y los apoyo en la piedra fría exponiéndome a la lluvia y a ti, a la tormenta y a tu deseo. Tú deslizas una mano por el centro de mi torso, de arriba abajo, con fuerza, sin delicadeza y de un tirón arrancas mi sujetador. Mi gemido es un trueno que compite con la tormenta. Mi cabeza cae hacia atrás y mi cara recibe los golpes de las gotas de la lluvia, agujas que se clavan en mi piel, la tormenta quiere castigarme, arrebatarme el poder que sabe que poseo. Está celosa, no puede competir con la energía que emana de nosotros.
Una voz me ordena que te mire- Mírame, fija tus ojos en los míos, quiero ver tu expresión mientras te penetro, quiero notar como te poseo, como te hago mía, como pasas a formar parte de mi- Lentamente levanto mi cabeza, mis ojos se encuentran con los tuyos. Tu mirada es tan profunda que me duele, me desgarra por dentro. No hay palabras, no las necesito. La lluvia arrecia, los truenos son constantes, los relámpagos restallan sobre nosotros y tú y yo nos miramos. Se lo que he de hacer, se lo que quieres que haga, se lo que necesito hacer. Mi mano obedece tu orden. Se desliza entre nuestros cuerpos, se permite un momento para disfrutar de la humedad de mi sexo, está empapado y se perfectamente que no es la lluvia, eres tu, es tu fuerza, tu deseo, mi energía. Mis dedos han entrado en mí y comprueban el calor que desprendo, mi interior abrasa, estoy incandescente. De repente vuelvo a ser consciente de tu mirada, tus ojos se han entrecerrado esperando lo que debía haber hecho ya, lo que realmente esperabas que hiciera. Tienes la mirada de quien se siente desesperado por algo que no llega a ocurrir, por algo que le están negando y sabe que tiene derecho a sentir. Eres egoísta, lo sabes y te importa un bledo, quieres que lo haga y que lo haga ya. Tu furia empieza a ser palpable, me asusta, pero sin saber porqué voy a desafiarte. Se que es peligroso, que si despierto la fiera que hay en ti nada podrá pararla. Me da igual voy a hacerte perder el control, voy a hacer que hagas lo que quieras, como quieras y sin importarte para nada si me dañas o no. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y con expresión de triunfo empiezo a bombear con mis dedos en mi sexo. Tu grito sobrepasa los truenos.
Salvaje arrancas mi mano de mi interior, me das la vuelta y me apoyas en la fría piedra doblada por la cintura. Con tus piernas me obligas a separar las mías, enrollas mi melena en tu puño, apoyas tu pene en mi sexo, te inclinas sobre mi – Esto es lo que has conseguido, ¿esto es lo que buscabas verdad?, pues lo vas a tener, prepárate – y con un golpe brutal empalas mi sexo con tu lanza a la vez que estiras mi pelo para obligar a mi cuerpo a recibirte más profundo. El dolor es agudo, siento como si mi vagina se desgarrase, no puedo reprimir los gemidos de dolor, pero lo único que consigo es excitarte más y aceleras el ritmo, le imprimes más fuerza. La fuerza de tus embestidas hace que mi cuerpo se frote contra la piedra de la baranda, lijando mis pezones con su superficie. Todo el mundo pensaría que es una tortura insoportable, que es una violación salvaje, pero se equivocarían. Un placer abrumador empieza a abrirse paso desde mi sexo hacia mi alma, mis gemidos se convierten en gritos de aliento para ti, para que embistas con más fuerzas, para que no pares, para que me des el orgasmo que se que va a llegar y va a partirme en dos, desgarrarme por completo con un placer deslumbrante y abrasador. Ya se acerca, tu cuerpo empieza a convulsionar, tu garganta empieza a emitir sonidos que bien podrían salir de la de un animal salvaje, de un depredador. Comienza el éxtasis, los dos salimos disparados hacia el centro de la tormenta con un grito furioso que acalla cualquier sonido producido a nuestro alrededor y con una última embestida brutal inundas mi interior con fuego líquido, con la esencia de tu cuerpo que me quema y me catapulta al placer más absoluto que he sentido jamás.
No se cuanto tiempo ha pasado desde que te derrumbaste sobre mi en la baranda. Tu sexo sigue dentro de mí, pero tu respiración se ha relajado. Despacio te levantas y sales de mi interior. Duele. Suavemente me incorporas y me das la vuelta. Tus ojos se posan en mis pechos lastimados. Tus manos se dirigen hacia ellos pero se detienen sin tocarlos. ¿Te da miedo? Levanto mis ojos y veo que me miras intenso. Una mirada de dolor esta presente en tus ojos. Tus manos se posan en mi cara y con tus pulgares limpias las lágrimas que no sabía que había derramado.
No hablas, me abrazas con dulzura y me levantas en tus brazos. Me estás llevando a tu cama y con cuidado me depositas en ella. Te separas de mi, por un momento me invade el temor de que me dejes sola, pero no, al cabo de un momento noto tu cuerpo deslizarse a mi lado. Pasas tu brazo bajo mi cuello y me amoldas a tu cuerpo mientras nos cubres con la sábana. Me acomodas contra ti y besas mi cabeza suavemente. Tus brazos me sostienen con fuerza.
El sueño me invade escuchando el sonido de la tormenta alejándose, los relámpagos han cesado, los truenos se apagan. Nos dormimos acunados por el sonido relajado de la lluvia que cesa.
FIN, por ahora.