Lo que a continuación relato tiene en mí al primer sorprendido, por los contrastes, por los matices inesperados que me asaltaron.
No recuerdo bien cuando comenzó la atracción, las sonrisas, los flirteos. Debió ser entre reunión y reunión, en alguna comida de trabajo a solas. Nos fuimos apreciando.
Es de justicia presentarla. Estoy hablando de Cristina, una mujer de mediana edad, unos 40, morena, de ojos claros, frios y profundos. Inteligente y precisa. Con un cuerpo equilibrado, no excesivamente sensual, no maltratado por los años, con una exótica armonia. Normalmente sobria y elegante, sin destacar sus curvas femeninas. Con su especial forma de caminar que hacía pensar que ni siquiera rozaba el suelo, fluida, suave, ligera. Estoy hablando de mi jefa.
Con el tiempo se había ido creando confianza entre nosotros, la sonrisa era cada vez más fácil y compartida. Las miradas más cálidas, y la formalidad inicial iba desapareciendo.
Cerca de fin de año había sido su cumpleaños y me había invitado a felicitarla. Esto rompía la estricta relación profesional dando oportunidad a un contacto algo más personal. Así lo hice. Le llamé, y siendo cercano, le deseé lo mejor. En la conversación se le notaba algo tensa, para la soltura que solía mostrar al teléfono. Me despedí con un ‘Disfruta’ y la mejor de mis sonrisas, esperando la percibiera.
No acierto a recordar cuando me llamó para, por cortesía, agradecerme la felicitación por su cumpleaños. ‘Nada especial, unas cañas’ dijo. ‘Por supuesto’ contesté. Y así me dirigí al lugar donde habíamos quedado. Un pequeño bar muy moderno, pero tranquilo. Con poca luz y buena música. Agradable hasta decir basta. No sé si fueron las cañas o lo que desde hacía tiempo se iba fraguando en nuestro interior.
Poco a poco la distancia se iba reduciendo, y nos rozábamos cada vez más. Las miradas se cruzaban de una forma que en ocasiones nos dejaban en un silencio que ponía en evidencia algo políticamente incorrecto.
El calor del local, decía y su blusa se liberó de un botón que dio un respiro a su escote, de piel blanca, suave, procaz.
No lo he comentado, sus pechos no son grandes, pero su tamaño permite cierta curva y caída. Se adivinan anchos con la blusa.
Confieso que fue divertido, nos reimos durante toda la tarde, y al final se hacía tarde. Decidí acompañarla al parking en que habiamos dejado los coches. De camino ella aprovechaba para apoyarse en las paredes y puertas y cuando estas faltaban, en mi brazo. La cerveza estaba juguetona.
En este momento me cuesta entender cómo localizamos su coche. Un CLK oscuro, con tapicería de cuero claro. Un toque de distinción a su altura.
Al llegar era difícil despedirse y me pidió que pasara al coche, ya que le costaba mantenerse de pie. Al entrar al coche, aprovechó para soltarse el pelo. Y el efecto fue el que suele provocar en los hombres, una cierta excitación. Quizá lo asociamos al descubrimiento de la hembra que estaba escondida en la mujer.
Comenzó a agradecerme la tarde que habíamos compartido, pero fue cuando la besé. Me acerqué a ella lentamente, mirándole a los ojos mientras ella seguía hablando y empezaba a callar.
Recuerdo unos labios carnosos y cálidos. Una lengua serena y excitante recorriendo la mía. Saltando entre mis labios y encadenando caricias. No tardé en sentir una erección muy fuerte.
Fue entonces cuando acabé de desabrochar botones de su blusa deseando tomar sus pechos en mis manos y saborearlos como fruta fresca. Al posar mi lengua en ellos recuerdo suaves gemidos y cómo arqueaba la espalda dejándose llevar. En ese momento acercó su mano a mi entrepierna, en la que la presión contra la ropa era muy intensa.
Masajeó el bulto sobre el pantalón del traje, lo que parecía excitarle aún más. Quizá tanto que decidió abrir la caja de Pandora desabrochando el pantalón y bajando el slip. Fue entonces cuando mi polla salió a la luz bien húmeda y pidiendo protagonismo.
No me hizo esperar y la tomó entre sus manos aproximando su boca despacio al hueco lleno de líquido que se formaba entre el prepucio y el glande como si fuera una diminuta copa.
Acercó la lengua queriendo degustar ese líquido que empezaba a deslizarse hacia fuera, para a continuación bajar firmemente el prepucio y engullir mi polla con su ardiente boca.
Me estaba excitando tanto que empecé a desear acariciar todo su cuerpo, teniendo como primera estación su culito. Aprovechando que estaba recostada hacia mi polla subí su falda y deslicé mis dedos en el interior de su tanga, tanteando su piel, que ya estaba algo húmeda de sudor y excitación.
Al sentir que me aproximaba hacia su agujero, movió las piernas para facilitar las cosas, por lo que aterricé con mi dedo indice sobre su ano, que comencé a masajear y a dilatar.
Mientras su boca se iba volviendo aún más traviesa con mi polla y los gemidos se oían ahogados por lo llena que mantenía la boca.
Yo seguía jugando con su culo, pero en esta ocasión había deslizado dos dedos bien ensalivados, lo que parecía encantarla.
Aunque era una delicia la mamada que me estaba regalando quería sodomizarla allí mismo. Aún me sorprende que accediera, quizá porque esta cachonda como una perra, pero salimos del coche y aprovechamos el hueco tras la columna del parking. Allí se apoyó con las dos manos, arqueando su espalda y ofreciéndome su culo. Me aproximé por detrás y entré en ella sin dificultad, con una ligera embestida que arrancó un gemido de sus labios y un agradecido movimiento de caderas. Mis manos buscaron sus pechos y sus pezones mientras la penetraba cada vez más fuerte y le susurraba al oído las ganas que tenía desde hacía tiempo de follarla así, como una perra, como un zorrita.
Estoy hacía que cada vez se excitase más y se restregase contra mí chocando sus nalgas contra mi vientre, mientras se abría el culo con las dos manos y me pedía más.
El verla así, como una zorra a mi disposición, me excitó tanto que sentí que me faltaba muy poquito para correrme por lo que aceleré las embestidas buscando llenarla de leche con el propósito de ver cómo se le escaparía un chorro por su culo al terminar.
Así fue, seguí embistiendo y en pocos golpes estallé en su interior mientras ella gemía con más rapidez y me arañaba las nalgas con sus manos. Seguí coleteando torpemente en su interior mientras mi respiración era más intensa y fuerte, para recuperar el aliento.
Al poco me retiré de ella y le di la vuelta para besarla , pues quería sentirla más cerca, después del brutal sexo que habíamos compartido.
Me deslumbró la ternura de aquel beso y la fatiga que la inundó.
La ayudé a vestirse y a subir al coche, pero la llevé a casa conduciendo yo. Se había comportado como una perfecta puta, y se merecía que la tratara como una perfecta señora.
Al día siguiente, la mirada estaba demasiado cargada de sentimientos y recuerdos, pero esa es otra historia….