Posesion en el gimnasio
( Relatos Heterosexuales )
Hacía poco tiempo que me había separado de mi marido y no había vuelto aún a formar pareja. Fui, como lo hago regularmente al menos dos veces por semana, al gimnasio. He pasado apenas los 30 años y la verdad es que, si bien estoy más que satisfecha con mi figura, igual hago ejercicios para distraerme y mantener mi cuerpo esbelto. Ese día había finalizado mi rutina luego de una hora de esforzarme y transpirar y disponía a retirarme, cuando el profesor me avisó que habían agregado un servicio de masajes y que, para los clientes habituales como yo, la primera sesión sería sin cargo, que podía tomarlo en ese mismo momento ya que, a primera hora de la tarde que es cuando voy al gimnasio, hay solo dos o tres chicos más, de esos que dedican a su cuerpo todo el día (y así lo tienen, vale agregar) y nadie esperaba por los masajes. Decidí que sería bueno, que me relajaría de una semana difícil y una mañana particularmente dura en el jardín maternal en el que me desempeño como maestra, así que acepté tomar la sesión de masajes. El profesor me acompañó al cuarto que habían improvisado para los masajes en una esquina al final del gimnasio (mientras yo pensaba que ya había escuchado antes eso de que el primero te lo regalo ...) Parecía bastante precario pero no me importó demasiado. Detrás de una cortina había dispuesta una camilla, un perchero de madera y un biombo por todo equipamiento. Carlos me presentó al masajista que se llamaba Marcelo y se retiró. Me tendió su mano cálida y firme y me dio toda la impresión que lo había visto antes, podía ser en el propio gimnasio. Ese cuerpo que lucía atlético enfundado en una camiseta tipo musculosa y un pantalón de gimnasia holgado, pero sobre todo esos grandes ojos negros intensos y penetrantes y esas manos enormes, difícilmente se me podrían haber pasado por alto.
Con voz grave me dijo “andá detrás del biombo y desvestite”. Dudé un instante y adivinando mi pensamiento añadió “cubrite con el toallón”. Me quité la ropa de gimnasia y me cubrí con el toallón que, a decir verdad mucho no me cubría, si me tapaba los pechos me quedaba al descubierto la conchita, así que haciendo malabares logré acomodarlo de manera que me tapara desde los pezones hasta apenas terminada la cola. Me ubiqué al lado de la camilla teniendo con una mano el toallón por arriba y con la otra cubriendo mi conchita que quedaba al descubierto. Hizo un ademán para que me acostara en la camilla y agregó secamente “boca abajo”. Una vez acostada en la camilla me bajó la toalla hasta la cintura y me embadurnó la espalda y los brazos que descansaban a los costados del cuerpo con un aceite, para luego empezar a deslizar sus enormes manos callosas con suavidad pero con firmeza desde el cuello hasta la cintura a lo largo de la columna. Se detuvo largo rato en el cuello y en los hombros apretando con fuerza pero sin lastimar y me sentí volar. Era una delicia, me parecía estar levitando. Mientras masajeaba las costillas y los costados cada tanto me hablaba, poco, con esa voz grave que me parecía surgía de mis propios sueños. Yo le contestaba balbuceando algún monosílabo. Creí entender un comentario fuera de lugar, algo así como que se notaba por los nudos en el cuello que no era bien cogida. Lo pasé por alto. Le podía permitir una grosería semejante después del placer que me proporcionaba. Estaba totalmente relajada y entregada a sus maravillosas manos, no me iba a molestar por una pequeñez. Luego de un rato que no sabría calcular cuanto duró, pero que fue pleno de placer, se ubicó a mis pies, tomó mis tobillos y abrió mis piernas, delicadamente pero con firmeza, de modo que quedaron algo separadas, lo suficiente como para que pudiera deslizar sus manos por el interior desde los dedos de los pies hasta la cola. Me quitó la toalla que la cubría y ante mi mirada sorprendida, me clavó sus profundos ojos y por toda justificación dijo “así está mejor” y cubrió el resto del cuerpo con el aceite. No tuve ánimo para resistirme, estaba totalmente entregada. Deslizaba sus manos firmes y cálidas con sabiduría desde los pies hasta la cola pasando por el interior de los muslos y rozando, como al pasar, mi conchita que se estremecía con cada contacto. Jugaba con sus largos dedos pellizcando mis nalgas y luego continuaba así por los muslos y las pantorrillas hasta llegar a los dedos de los pies y volvía deslizando, casi acariciándome con sus manos hasta llegar nuevamente a la cola obviamente sin dejar de rozar la conchita y la raya de mi culito, cada vez se detenía más en ese lugar haciéndome estremecer con cada pasada. Cuando se percató que me había humedecido me hizo dar vuelta boca arriba y me dijo “te gusta ¿no? Putita, sos una putita que necesita que se la cojan bien ¿no es cierto?” clavándome el filo de sus ojos negros. Me tomó por sorpresa otra vez y me volvió a dominar, no se si era su mirada envolvente, su voz grave y dominante, su seguridad, o todo junto que creaban una atmósfera en la que me sentía sometida a ese hombre que ni siquiera conocía. Sentí que dentro mio se produjo un click. Si hasta ese momento estaba disfrutando unos masajes deliciosos, a partir de allí fue una experiencia alucinante. Si me sentía relajada y dichosa de recibir caricias placenteras, dejé de pertenecerme a mi misma y me entregué en cuerpo y mente a Marcelo y la verdad es que, si conservaba algún pudor, me alivié totalmente y me dejé llevar sin ataduras. Me sentía envuelta en una burbuja dispuesta a dejarme hacer y a hacer lo que me ordenaran sin siquiera pensarlo.
“A ver putita como tienes los labios” me dijo inspeccionando mi conchita. Era increíble, pero me humillaba y más me excitaba. Abrió los labios de la vagina y metió uno de sus dedos. Jugaba con mi clítoris con un dedo y con otro de la misma mano lo introducía bien profundo, mientras con la otra mano masajeaba mis pechos y pellizcaba mis pezones que al contacto enseguida se endurecieron. Ya metía de a dos los dedos en el charco que era mi vagina cuando dejó de chupar y acariciar mis pechos y con esa misma mano se bajó apenas el pantalón, lo suficiente para que emergiera su magnífico miembro. Me tomó con fuerza la cabeza y dijo “chupá puta de mierda y no pares hasta tragarte toda la leche que tengo para vos”. Se lo agarré como poseída con ambas manos recostándome sobre uno de mis codos, algo incómoda por cierto, y lo llevé a mi boca, tratando de mirarlo a los ojos como hago en estas situaciones pero no pude sostenerle la mirada y apenas cada tanto lo espiaba. Pasé mi lengua delicadamente primero por sus huevos y no paré hasta llegar a la cabeza que ya había salido de su capucha por efecto de mis manos y mi saliva. Chupé con esmero y froté mis manos por esa hermosa tranca y al cabo de muy poco tiempo sentí como crecía y se endurecía ocupando toda mi boca. Marcelo no había abandonado su juego de manos con mi conchita que estaba ardiente y totalmente inundada. Seguí chupando hasta que noté que sus ojos se ponían en blanco y su vista se perdía, en ese momento me tomó fuertemente con ambas manos de la cabeza y me metió su enorme miembro hasta la garganta casi al tiempo que descargaba su torrente de leche dentro de mi boca. Tragué lo que pude y el resto se deslizó por las comisuras de mis labios, así que con la lengua atrapé lo que se había escapado y seguí lamiendo hasta que de su fuente no salió una gota más. “Muy bien puta, lo hiciste bien, seguí chupando que lo hacés muy bien”. Ni falta hizo que me lo dijera. Yo seguía chupando esa tranca que no se aflojaba pese a haber eyaculado suficiente esperma y comencé a pasarme yo solita los dedos por mi húmeda conchita que necesitaba satisfacción. Fue cuando dos manos firmes me tomaron por las caderas y tiraron hacia el borde inferior de la camilla quedando mi conchita a la altura del vientre de Carlos que había ingresado al cuarto sin que yo lo notara y habría observado toda la escena. Bajó sus pantalones y sacó su descomunal miembro, lo mojó con saliva y por suerte solo me penetró apenas la cabeza. Tomó mis piernas que colgaban de la camilla y las colocó por encima de sus hombros. Sin siquiera avisarme, a esa altura yo era simplemente un objeto. Tomó impulso y me la metió hasta el fondo con un solo movimiento. Sentí como empujaba las paredes con fuerza y creo que me llegaba hasta el ombligo. Mientras Carlos me cabalgaba, continuaba chupando la pija de Marcelo, que a esta altura ya estaba reluciente y lista para una nueva embestida. Entonces se apartó y dejó su lugar a dos chicos que estaban en el gimnasio y se acercaron al oír mis gritos. Se ubicaron a los costados de mi cara y sacaron sus armas también de un tamaño considerable. Alternativamente con una mano pajeaba a uno mientras se la chupaba al otro como poseída mientras acompañaba con movimientos rítmicos las embestidas de Carlos. Ambos jugaban con mis pechos mientras me gritaban groserías lo que me excitaba aún más. Estaba como loca, me sentía feliz de ser sometida. Nunca me había pasado de ser sometida con mi propio consentimiento. Estaba entregada totalmente y sin cargo de conciencia hacía lo que me ordenaban y me dejaba hacer y lo más increíble es que disfrutaba como loca. Era alucinante.
Primero acabó Carlos llenándome con su leche y luego casi al tiempo los otros dos chicos que me llenaron la boca, la cara y el pecho con su esperma caliente.
Estaba satisfecha, había tenido tres orgasmos mientras duró todo. Creí que todo terminaba aquí, pero no. Marcelo se acercó con una silla que había traído del gimnasio y, chasqueando en el aire un cinturón, me ordenó que me bajara de la camilla, que me pusiera en cuatro patas en el piso y mientras me castigaba suavemente con el cinturón en la espalda y en la cola gritando “¡toma perra!”, y luego que me trepara a la silla agarrada del respaldo con las manos y la cola bien parada apuntando hacia fuera. Era la primera que me castigaban. No había tenido experiencias de ese tipo. Encima me vendó los ojos y ató mis muñecas por la espalda, lo que me hizo sentir más sometida aún y logró una entrega mayor, total. Por supuesto que un poco me dolió, pero fue mucho mayor el placer. Marcelo abrió bien mis piernas y me pasó su lengua por el culo y fue metiendo sus dedos en el orificio. En otra oportunidad no hubiera permitido que me pasaran la lengua por el culo, es un límite, pero tal era la entrega que hasta eso disfruté. Cuando el orificio estuvo suficientemente dilatado apuntó con su enorme tranca y me la metió sin miramientos mientras gritaba “¿esto es lo que buscabas puta?” Y a mi me salió de adentro, no pude contenerme y le respondí “Sí, más, quiero más, metémela toda, rompeme el culo de una vez por todas”. Tenía más para darme, empujó hasta el fondo su enorme y tiesa tranca hasta llegar hasta donde ya no se podía mas. Nunca me habían metido tanto por el culo, al menos de esa forma. Como un perro en celo, me cojió como un animal, y yo disfrutaba con su enorme pija adentro de mi culo y esas otras tres pijas que apuntaban a mi cara y pasando mi lengua por cada una y comiéndomelas. Cómo expresarlo. Esa situación y el olor a transpiración y todo eso, acabé y mi chorro se mezcló con el esperma de el ser que me dominaba y me sometía y fue genial. Fue increíble.
Después los otros tres me volvieron a coger. Primero Carlos me tomó con uno solo de sus enormes y musculosos brazos por las caderas y me penetró por adelante. Me tenía como una muñeca, mis espaldas apoyadas contra la pared, con ambos brazos por la cola mientras me cabalgaba en el aire hasta que descargó nuevamente su torrente de leche hirviendo en mi interior, lo que me hizo estallar una vez más. Luego y casi sin dejarme reponer, uno de los chicos se sentó en la camilla, me tomó por la cintura y me hizo sentar encima suyo con mi culito que estaba ardiente apuntando a su pija y descender lentamente hasta que mis nalgas chocaran con sus huevos y el otro me penetró por delante de modo que me cogieron al mismo tiempo. Yo volví a acabar una vez más mucho antes que ellos me llenaran las entrañas de esperma. Cuando ya todos estaban satisfechos Marcelo me ordenó que me lavara y me vistiera y que me fuera. Sigo yendo al gym pero no tomo masajes porque Marcelo me los da personalmente en casa, claro que cuando el quiere, pero no me quejo. El es el Amo y yo me he convertido en su sumisa.
Me encantaría recibir sus impresiones porque realmente quedé conmovida. Mi nombre es y mi dirección es
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