LA COMPETENCIA
( Relatos Heterosexuales )


Me llamo Amanda. Tengo 29 años. Soy comercial. Hoy es un día de finales de septiembre, que al sol puede pasar por uno de julio. Tras un mes de encierro, haciendo por necesidad de la empresa labores de oficina, por fin vuelvo a la calle. Libertad, minivestido y tacones; carretera y música a toda ostia antes de empezar la ronda de visitas. Almuerzos con clientes, acabar la jornada laboral horas antes que el resto de la población activa… Huele a autorrealización temporal.
Las 12 del mediodía. La mañana ha ido a pedir de boca. Me digo: Un par de visitas más. Venga, Amanda, Importaciones EL REY. Has ido como siete veces en un año y la directora de exportación no ha bajado ni a recibirte, siempre reunida. Pero es el día de tu vuelta y hace un sol radiante; Son tuyos.
Salgo del coche. Me quito la chaqueta. Mis sandalias son portavoces de mi buena racha. Entro, paso firme y cabeza alta. Algo acelera mi pulso; alguien. De pie, hablando con la recepcionista, uno noventa y pico de pura potencia en un traje negro. No hace falta un segundo más para que mi mente se lo folle encima del mostrador. Y no hace falta un segundo más para que él haga lo propio a través de su mirada verde, pervertida, infinita. Escena igualita al comienzo de una de mis fantasías más guarras.
Me presento. Entre sonrisas nerviosas descubrimos que somos competencia. Rubén. Me da su tarjeta. Le doy la mía. El también espera a la de exportación, pero la suya es una visita de cortesía. Ya trabajan con ellos. Me viene bien, me abre el camino. He hecho bien en entrar. Le miro de arriba a abajo sin poder ni querer evitarlo; le digo que con esa planta me va a quitar todos los clientes. El se deja decir. La recepcionista percibe la tensión sexual, incontenible. Dos frases cruzadas, dos sonrisas cabronas pintadas para todo el día. ¿Dónde comes? Me pregunta. No lo se, no tengo nada pensado. - ¿Comemos juntos? - OK. Nos llamamos sobre la una.
        Baja la de exportación. Primero pasa él. Diez minutos después me recibe a mi. En nuestra reunión, esta mujer me da más información de la que quiero, y me cuenta que está casado y tiene una cría de un mes. Es lo que tienen algunas mujeres, que pasan de lo anecdótico a lo narrativo sin darse cuenta. Bueno, Amanda, no podía ser perfecto. Al menos tienes material para tus noches en soledad.
        Salgo de Importaciones EL REY. Alguien chistea. Me giro. Es Rubén. Lleva esperándome cerca de la puerta desde que ha acabado su reunión. Le doy la enhorabuena por su reciente paternidad. Se sorprende por un segundo – Ah, te lo ha contado-, y me propone comer juntos de nuevo. Quedamos en vernos a la una y media en el restaurante del polígono.
        En la comida… Complicidad desde el primer momento. Ni un rubor. Es como si nos conociésemos de toda la vida. Confesiones mutuas, impensables a alguien a quien acabas de conocer. Mismo signo, misma profesión, mismo deporte, misma afición- casi adicción al sexo… Y ahí es donde, sin darnos cuenta, acabamos enfocando la conversación. Gustos, costumbres, experiencias… Posturas, disfraces, ganas… Y no se sabe quién de los dos es más cerdo. Joder, es que cuando te he visto entrar, madre mía, con esas piernas… Esas tetas… Y cuando te has girado he visto ese culazo… Buff… Podría haberlo tachado de palabrería, si no es porque veo de cerca la protuberancia de su pantalón. Vamos a comernos el postre en otro sitio… Me dice. Evito darle pie a nada. Le doy silencios y risas por respuestas a sus dardos cargados de testosterona, pero mi lenguaje corporal denota que me siento halagada y muy, muy excitada. La conversación, que ya dura dos horas, ha de ir viendo su fin. No quiero meterme en líos. Nos despedimos con dos besos. Mientras camino hacia mi coche, me mira el culo con un descaro obsceno y consentido; su gesto da a entender que no sólo soy yo la que se iría a un campo de naranjos a pegar el polvazo de la semana.
        
Mismo día. Las ocho de la tarde. Tumbada en el sofá. Me masturbo. Dos veces. Las dos pensando en Rubén. Sigo húmeda. Suena mi móvil. Es él. Ha bajado al supermercado y aprovecha para llamarme para saber cómo llevaba el calentón. Estoy cachonda y distante. Pero volvemos a hablar de sexo. Te comería el coño hasta que tuvieras que cambiar las sábanas. - Te chuparía la polla hasta sacarle brillo. Nos espera a los dos una noche difícil. Sé lo que va a hacer en la ducha en cuanto llegue a casa, y él sabe lo que voy a hacer en cuando cuelgue el teléfono.

        La noche siguiente quedo con un “follamigo”, Pablo. Quiero olvidar. Me gusta su tamaño, su sentido del humor, su compañía y su fogosidad. Fogosidad, no animalismo. Por eso mientras le tengo encima me sorprendo a mi misma pensando en Rubén y en su mirada caníbal, en su boca amenazante, en su voz salvaje, en su descaro, y en el polvo que no echamos. Sigo moviéndome, como si me zumbara a un muñeco. Pablo y sus 15 minutos de esta vez, quedan a la altura del betún al lado de una fantasía tremenda e inagotable. No vuelvo a quedar con él.

Primeros de Octubre. Rubén me llama a la oficina. Sabe que no va a haber nadie esa tarde, todos hacen “puente” menos yo. ¿Me paso a hacerte compañía…? Mi tanga se empapa. Como quieras. A las tres y media aparece en la puerta. Entra. Le llevo de visita, desde el despacho de mi jefe hasta la cocina, el baño o mi mesa, y me lo follo con la mente y la mirada en cada rincón. Mi tanga chorrea. Me pongo un café con leche. Te ha quedado corto de leche… Yo tengo de sobra, dice, poseído por meses de abstinencia forzada. Levanto mi mirada de perra en celo. Cállate, le digo. No seré yo quien se lance. Pero tengo la espalda contracturada de arriba a abajo de contenerme desde que nos conocimos. ¿Me quedo el resto de la tarde y le damos caña a las mesas de toda la oficina?- Tengo curro. Otro día, le digo. No quiero sentirme culpable mientras pueda evitarlo. Le acompaño hasta la puerta. Joder, la tengo “a tope”, está cargadísima. - Ah ¿sí…? A ver… La oficina está en un edificio de viviendas, y no puedo evitar pensar en si el vecino de enfrente está mirando. Pero me da igual; alargo mi mano hasta su miembro para comprobar su estado. Enorme. Diosss!!! Enorme y durísima. La saco, le masturbo suavemente… Unos segundos bastan para que estalle en un chorro de semen, dejando mi mano y el suelo perdidos. Jajaja… Cabrón!

Me levanto al día siguiente, después de fantasear toda la noche con el pecado vestido de traje. Me suena el móvil. Es él. Está conduciendo, cerca de mi barrio. Charlando, le acabo diciendo dónde vivo, creyéndole incapaz de venir. Miro por la ventana. Aparca. Bajo en vaqueros y sudadera. Damos una vuelta. No le invito a subir, no quiero complicarme. Charlamos de todo. Se va. Su mujer y su hija le esperan en casa.

Durante semanas quedamos varias veces a tomar café. Por supuesto, no pierde ocasión para simplemente mostrarme lo empalmado que está, o para comprobar lo mojada que estoy yo, debajo de la mesa, en el coche... Cerdos y culpables los dos.

En una conversación de tantas, a mediodía, me pregunta qué me parece si se pasa por mi casa a comer. Se lo plantea en voz alta como tres o cuatro veces, ¿voy… no voy? Pero quiere ir. Yo estaré en casa, haz lo que quieras… La respuesta es SÍ.
Las 15’ 30. Llego tarde al trabajo. Una vez más. Me he entretenido. El tiempo pasa volando cuando te están comiendo el coño. Los veinte minutos de trayecto son un sueño, o la resaca de tres orgasmos. La misma imagen una y otra vez. Su gesto voraz reflejando a la perfección el deseo animal que acumula. La destreza de sus manos y su lengua confirmándolo. Es un amante nato. Sabe qué mover en cada momento y durante cuánto tiempo moverlo para hacerme gemir como una perra; para hacer que sólo tenga hambre de su carne, erecta y salada, y sed de su leche, dulcemente amarga. Vuelvo a mi realidad. Mierda, en cuanto llegue a casa voy a tener que cambiarme de tanga… por tercera vez hoy.

Después de semanas de sesentainueves sanos y satisfactorios en mi casa, en su coche… Cada vez queremos más. Yo de lo que tengo ganas es de pegarte una buena follada, te voy a poner mirando “pa” Cuenca. - Y yo necesito sudar durante horas y follarte hasta dejarte seco.
Es viernes por la tarde. Se escapa de casa un rato y viene a la mía. Nos miramos…. Nos ponemos… Ni un beso en la boca. No queremos sexo, ansiamos porno. Nos miramos con unas ganas asesinas. Nos desnudamos. Nos dirigimos al sofá. Siéntate, anda, que te voy a comer un rato. Sin apartar la vista de mi coño baja hasta encontrarse cara a cara con él. Ansiosa, su lengua curtida e incansable recorre mi clítoris, haciéndome suspirar. Sabe lo que necesito… sin dejar de chuparme, mete sus dedos una y otra vez en mi vagina, golpeándola con fuerza con el resto de la mano. Gimo de placer, sin importarme quién me pueda oir. Me mira. Le miro. Disfruta. Me muero. Cierro los ojos. Me corro. Lentamente, sube a mi altura y empieza a follarme. En la vida he visto un hombre que se mueva con semejante control, semejante ritmo… Semejante potencia. Una potencia que deja al resto de amantes como nulos. Me maneja; me zarandea como si fuera una muñeca, encima, partiéndome en dos, debajo, mientras le cabalgo salvajemente, él agarrando mis pechos con una fuerza y una lujuria sin precedentes. Me corro otra vez. Se pone detrás. Pocas cosas hay que me exciten más que el sentir embestidas autoritarias en mi coño mientras ofrezco mis nalgas para que las golpeen con el desprecio que se le tiene a una puta sumisa. No puedo estar más cachonda. Joder, ¡cómo me pones! Es que me pones burrísimo, Amanda… UFFF… Me excito más y más. Se que le queda poco. Me vuelvo. Llevo su miembro hacia mi boca, la golpea con él. Mis labios lo buscan. Lo lamo. Succiono una y otra vez hasta que me llena la cara y hasta la garganta de su leche caliente. Nos vestimos. Nos damos dos besos y las gracias. Hasta la próxima.

Ha pasado más de un año y, pese a que nos vemos de cuando en cuando, con el recuerdo de sus folladas tengo los orgasmos más intensos en soledad.




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Heterosexuales

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