Miss Lonely
( Relatos Heterosexuales )


Tocabas la guitarra cuando llegué. Te escuchaba desde el umbral de la puerta cerrada y te imaginaba, como siempre, sentado en el sofá fundiéndote en un solo ser con ella. ¡Cuánto la envidiaba! Cuando por fin salí de mi trance y me decidí llamar, me abriste sin camiseta, con tu torso perfecto al descubierto y unos vaqueros rotos que se te caían y dejaban entre ver la goma de los calzoncillos. Tu pelo castaño y enmarañado caía por tus hombros y la sombra de una barba perfectamente descuidada poblaba tu mentón. Así, tenías un aire irresistible que hizo que mis piernas temblaran. Oculté mi nerviosismo cuando me cogiste de la mano y me obligaste a pasar a tu casa: sombría, sobria, elegante, llena de Cd’s y libros…

-¿Qué se te ha perdido por aquí?- bromeaste.- Hacía mucho que no venías a verme. Había llegado a pensar que ya no me querías.

Te miré sentada desde mi sillón, el mismo desde el que te había visto llorar por otras cientos de veces. Frente a mí, yacía tu Gibson dominando el sofá, mirándome burlonamente, recordándome que ella era la única a la que hacías tuya.

-No quería que tu nueva niña se pusiera celosa.- dije sin apartar la mirada de la guitarra.- Os quería dejar un tiempo a solas.

Te reíste sonoramente mientras la acariciabas sensualmente con un dedo. ¡Aquello me pareció una provocación en toda regla! Cuando acabaste de picarme, me trajiste un café. Tú ya estabas tomando un ron con cola, pero no parecías borracho.

-¿Te apetece tocarla?- preguntaste de pronto.

Alcé una ceja, confusa.

-Tú nunca dejas tus guitarras, ni tan siquiera a mí.- Respondí con cautela en la voz.

-Será cosa del alcohol.

Te acercaste a mí con la guitarra en la mano y me la dejaste caer con sumo cuidado. Me abriste ligeramente las piernas y te apoyaste en mis muslos para acercarte a mí.

-Vamos, sé que llegas mucho tiempo deseándolo…- tus labios rozaron apenas los míos. Tu voz llevaba a lomos una doble intención.

Te colocaste tras de mí a la par que cogías mis manos con las tuyas y las colocabas en la guitarra. Cerraste los ojos y me imploraste que comenzara a tocar. Temblaba de nerviosismo bajo tus brazos, pero acerté a tocar un tema de Bob Dylan. “Miss Lonely” acarició cada rincón de tu casa. Te escuché reír. Sentía tu aliento acariciando mi cuello. Sabías que aquella canción fue la que estabas tocando cuando nos conocimos en un bar de mala muerte. Yo apenas cumplía la mayoría de edad. Tú eras un proyecto de rockstar treintañero con fama de casanova. Siempre me he preguntado por qué no me follaste aquel día, al fin y al cabo lo hacías con todas. ¿Por qué yo nunca acababa en tu cama? Pero ahora, con un par de años más y con tus historias en mi cabeza, me sentía una niña que sólo deseaba entrar dentro de tí.

Escuché un pequeño gemido en mi oído.

-No te detengas.- me ordenaste mordiendo el lóbulo de mi oreja.- Sigue, por favor.- pedías.

Te hice caso. Seguí tocando aquella absurda canción mientras sudaba, mientras imaginaba tu cuerpo a mi espalda. ¿Estarías excitado? Giré ligeramente mi cabeza y pude ver como tus pantalones dejaban entrever un bulto que nunca habías mostrado ante mí. Cerré los ojos, me dejé envolver por la música. La posibilidad de que te masturbaras mientras yo tocaba tu niña, tu guitarra, me hacía temblar. A esas alturas, las notas eran notas sin sentido que mis manos tocaban mientras imaginaba que era tu torso, tu piel, la que acariciaba con aquella destreza.

Pareciste leerme el pensamiento. Tus manos de pronto comenzaron a acariciar mis brazos mientras lamías mi cuello. Una de tus manos comenzó a pellizcarme los pezones duros tan sólo cubiertos por la blusa. Era una provocación. Siempre que iba a tu casa nunca llevaba sujetador. Me excitaba ver como tocabas la guitarra sin apartar la vista de mis pezones, o por lo menos eso era lo que a mí me gustaba pensar.

-Mi pequeña miss Lonely…- me susurraste. – No sabes la de veces que he deseado hacerte esto...- pegaste tus labios en mi oído. Notaba tu aliento acariciarme, tu respiración acompasarse con la mía.- No sabes la de veces que he querido follarte, pero no estaba bien. Tú eras una niña, una niña muy caliente eso sí. Yo tenía que hacer como que no caía en tus provocaciones, como que no veía tus pezones duros mirarme con lujuria. La de veces que me he tenido que ir al baño para pajearme pensando en lo que te haría si pudiera. Pero no, eres una cría, me decía. Y ahora, te voy a follar, me da igual lo cría que seas. Te voy a follar durante horas, te voy a hacer mía, te voy a besar toda la noche, te voy a tocar con más pasión que a la puta de mi guitarra.


No podía soportarlo, no podía continuar tocando la guitarra mientras tú explorabas mi cuerpo. Dejé de tocar inconscientemente mientras un ligero gemido salía de mis labios. Rodeaste el sillón, me quitaste la guitarra y la tiraste al sofá, que amortiguó su caída. Me miraste con picardía. Tus ojos brillaban y no supe adivinar si era por el alcohol, aunque tu aliento delataba que ése era el primer ron de la tarde. Cerré los ojos y mis labios buscaron los tuyos, mis manos ansiaban tocarte. Me besaste con furia, con pasión. Te mordí el labio inferior mientras me recostabas en el sillón. Seguí besando tu cuello, haciendo que tu respiración se volviera más agitada. De pronto, viste que perdías el control e interrumpiste el beso. Tus manos me quitaron con poco cuidado la falda y la arrojaron a mitad del comedor. Con la boca, quitaste con furia mis bragas y te quedaste mirando mi sexo ya desnudo.

Tu mano buscó mi clítoris, sin más ceremonia. Comenzaste a jugar con él, presionándolo, pellizcándolo. Luego recorriste el trazo de mi raja y te detuviste en la entrada a mi vagina. Un dedo entró y comenzó a acariciar las paredes de mi vagina, cada vez más mojada. Te vi sonreír antes de de que tu lengua se atreviera a chuparme el clítoris. Lo recorriste con ella, lo mordías suavemente con tus dientes. Un escalofrío me recorrió. Se me erizó el vello de todo el cuerpo. Con mis manos, busqué tu cara para acariciarte mientras con sumo cuidado. Pasados unos minutos, tuve que agarrarme a la tela del sillón mientras me movía violentamente, evidenciando el orgasmo.

Buscaste mis labios y me besaste. Con mi lengua recorrí cada rincón de tu boca, probando mi propio sabor de tus labios. Sin dejar de besarte, te bajé los pantalones y los lancé lejos, con mi ropa. Me arrodillé postrada ante ti y comencé a besar tu pene, cada vez más duro, a través de la tela de tus boxers. Estuve jugando contigo, excitándote, hasta que tú, con la mirada encendida, te arrancaste los calzoncillos. Sonreí satisfecha. Cogí tu miembro con mis manos y comencé a masturbarte lentamente. Sé que deseabas que me lo metiera en la boca, pero te quise hacer esperar. Finalmente, mi lengua comenzó a recorrer la forma de tu glande con sumo cuidado. Luego, lo besé con mis labios hasta que, poco a poco, lo fui introduciendo en mi boca. Lo metía y lo sacaba, lo mordía ligeramente cuando llegaba al capullo. Me quité la blusa y dejé mis pequeños pechos al descubierto. Tus manos buscaron de nuevo mis pezones, pero las aparté con un ávido movimiento. Cogí tu sexo y comencé a acariciarlo entre mis pechos. Aquello te excitó mucho más. En apenas medio minuto te estabas corriendo sobre mis senos.

-Esto es sólo el principio.- amenazaste.

Me levantaste con rapidez y me empotraste contra la pared. Te metiste uno de mis pezones en tu boca y comenzaste a comértelo, a lamerlo, a succionarlo. Poco después, me alzaste y me penetraste sin previo aviso. La primera embestida me hizo daño y me robó un grito agudo que te hizo sonreír. Comencé a moverme sobre tu cadera con lujuria, haciendo que la penetración fuera rápida y profunda. Te estaba gustando. Me lo decía tu cara de placer. Cansado, me tumbaste en el suelo y entonces fuiste tú el que tomó el control. El suelo estaba frío y aquello hizo que un escalofrío me recorriera. Apenas me dejabas moverme. Me tenías aprisionada bajo tu esplendoroso cuerpo, que había comenzado a sudar. Bombeabas tu pene dentro de mí cada en movimientos cada vez más frenéticos. Comencé a gemir, a gritar, clavé mis uñas en tu espalda, te imploraba que pararas, que no podía aguantar el orgasmo más. Pero tú hiciste caso omiso a mis súplicas y tus movimientos se hicieron más rápidos y toscos. Me cogiste de las muñecas e inmovilizaste mis súplicas. Cuando tus jadeos te lo permitían, besabas mis duros pezones sin miramientos. No podía aguantarlo más, una parte de mí suplicaba que pararas, otra que siguieras haciéndome tuya. Cerré los ojos y no los abrí hasta que me besaste y me pediste que mirara. Tú no te movías, era yo la que, sin querer, cabalgaba sobre ti. Ya te habías corrido y yo no me había dado cuenta. Aquel fue el mejor orgasmo de muchos.

Me tomaste en tus brazos, me abrazaste durante un rato mientras me besabas con dulzura y con pasión. Tu barba me hacía cosquillas en la cara, tus manos recorrían con inconciencia mis curvas. Me levanté con cuidado. Observaste con una sonrisa mi cuerpo desnudo que hacia poco habías hecho tuyo. Fui hacia la cocina sin saber si me seguías, pero por si acaso, moviendo mis caderas de manera que mi culo se movía al compás de mis pasos. Bebí un poco de agua y cuando apenas hube dejado el vaso, noté tus besos en mi cuello. Intenté voltearme, pero no me dejaste. Me abriste las piernas y cuando me quise dar cuenta, noté tu lengua lamiendo mi culo. Tuve que apoyar mis manos sobre la barra y aferrarme a ella. Me hacías cosquillas con el pelo, tu lengua me hacía temblar. Noté tu pecho contra mi espalda, tu dedo dilatándome el ano. Después, la punta de tu pene buscó la entrada a mi culo. Tus manos agarraron con fuerza mis tetas y me penetraste. Grité de dolor nuevamente. Cada embestida me hacía daño, pero me gustaba. Tardé un poco en dejar de gritar, hasta que mi ano se acostumbró a tener tu gran polla dentro de mí.

-Apuesto a que nunca te han hecho esto.- me dijiste burlonamente al oído.- Pero no sabes la de placer que me da metértela ahí, tan estrecho como es tu ano.


Me aferré al banco de la cocina con fuerza. Jadeé, gemí agudamente mientras tus dedos jugaban con mi clítoris, estimulándome. Sentía como gemías en mi oído, pegando tu boca para que escuchara como disfrutabas. Tu otra mano, seguía jugando hábilmente con mis senos. Mi piel se erizaba ante un orgasmo inminente. Grité de placer, te pedí que siguiera hasta que no pudiera más. Tus manos se aferraron a mis nalgas. Echaste la cabeza hacia atrás mientras gritabas. Era la primera vez que te escuchaba gritar así. Te separaste de mí, tu pene, casi derrotado, estaba mojado. Me volví a agachar y lo limpié con mi boca. Recorrí con mi lengua el tronco, lo lamí con esmero y cuidado hasta que una pequeña cantidad de semen calló en mi boca.

-trágatelo.- me pediste.

Te hice caso y me lo tragué con un poco de esfuerzo. Luego te besé mientras me llevabas al comedor y, desnudo, comenzaste a tocar mi canción favorita mientras yo me masturbaba frente a ti.





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Heterosexuales

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