Gonzo
( Relatos Amor Filial )


Se denomina gonzo a una película porno sin guión ni diálogos, en la que tiene lugar un acto sexual puro y duro, con la cámara mostrando fundamentalmente, casi siempre en primer plano, el sexo de los protagonistas.
A pesar de que estas películas son de bajo presupuesto, últimamente se están produciendo otras que, con el mismo estilo, cuidan algo más la iluminación, el decorado y el vestuario.
Pero, ¿por qué está catalogado este relato como “filial”? Leed, leed.

Nota de los autores

Nos ha salido un relato largo, muy largo. Pero le hemos revisado, y no podemos cortar ni una frase, de manera que os rogamos que tengáis paciencia, y le leáis de cabo a rabo. ;)
La pregunta en estos casos suele ser si se trata de una historia real o de ficción. Bueno, comme-ci, comme-ça, que dicen los galos. No tenemos los mismos apellidos, y ambos somos hijos únicos. Pero las escenas del relato no las “parimos” sentados ante el ordenador, sino que las representamos en la cama antes de escribirlas.
Verdad o ficción… Eso es accesorio. Lo importante es que os resulte tan excitante leerle como ha sido para nosotros escribirle.



—¡¡¡Que has hecho ¿qué?!!! —gritó Javi con el rostro desencajado.
—No te enfades, por favor —rogó Magda, con lágrimas como puños corriendo por sus mejillas—. Yo… No he encontrado otra salida.
—Pero Magda, eso es…
La chica cerró sus labios con el dedo índice, impidiéndole que continuara.
—Déjame que te lo cuente. Luego, si quieres, puedes llamarme lo que desees.
—No, por favor, —respondió él con gesto más suave—. No voy a llamarte nada. Pero quisiera que me explicaras como has podido llegar a… a… —se interrumpió antes de que, otra vez, saliera de sus labios el reproche, en forma de palabra gruesa, que tenía en la punta de la lengua.
—No quería preocuparte más. Sé que apenas duermes por las noches, obsesionado como estás porque se nos está acabando el dinero. Y sé que no te das por vencido, que llamas a todos los anuncios por palabras, que vas a todas las entrevistas de trabajo, que incluso visitas por tu cuenta empresas por si necesitan alguien con tu formación. Pero no te sale nada. Yo estoy tan preocupada como tú. Verás...
Se quedó pensativa unos instantes antes de continuar.
»—Anteayer tuve que hacer cola para sellar la tarjeta del paro. No hacía más que pensar que éste será el último mes que cobro, que ya se ha acabado la prestación. Y que luego, con suerte, conseguiré los 400 euros de limosna que da el Gobierno, eso si no se enteran de que tú también los has solicitado. Pero, en el mejor de los casos, 800 euros nos darán para pagar el alquiler de la casa, el agua y la luz, pero no para comer.
»—De manera —continuó— que cuando la chica que estaba delante de mí en la fila me habló de ello, no la mandé a hacer gárgaras, que es lo que habría hecho hasta el mes pasado. La escuché. Parecía muy fácil: 250 euros por una hora de trabajo. Solo tenía que responder a las preguntas que me hicieran, y desnudarme completamente ante la cámara. Solo eso.
»—No te creas que no lo dudé —se anticipó a las previsibles objeciones de su hermano, que iba a decir algo—. Estuve más de una hora sentada en un banco del parque, con la tarjeta en la que me había apuntado el número de teléfono en la mano. Me dije a mí misma todo lo que de seguro me vas a decir tú. Pero nos quedan poco más de 100 euros para terminar el mes, y aún es día quince…
—¿Tan mal estamos? —preguntó su hermano con voz velada. Magda asintió con la cabeza, mostrando un gesto compungido.
—Total, que al final me decidí —prosiguió ella—. No te quise decir nada, porque de seguro que te habrías opuesto. Y al final, concluí que no es tan malo, que, total, solo son unas fotografías, no es como si… como si tuviera que acostarme con un tío.
»—Llamé al teléfono que me dieron, y concerté una cita para hoy. —Se detuvo al ver el rostro de su hermano, y le acarició la mejilla con ternura por encima de la mesa—. No fue tan malo como pensaba. Solo estaban el hombre con el que hablé (que, por cierto, tiene toda la pinta de ser gay) la mujer que manejaba la cámara de vídeo, y otra mujer, que fue la que me maquilló. Había una gran cama en la habitación. Primero me hicieron firmar un papel que apenas leí, algo sobre condiciones y exención de responsabilidades, creo recordar, tras mostrarles mi DNI.
»—Después, sentada en la cama, sin quitarme nada aún, me estuvieron haciendo preguntas…
—¿Qué tipo de preguntas? —la interrumpió Javi.
—Chorradas, no sé cómo alguien puede pagar por ver eso. Que cuando perdí la virginidad. Que con qué frecuencia practico el sexo. Que en qué posturas me gusta hacerlo. Que si he practicado el sexo anal… Cosas de ese tipo —se había ruborizado visiblemente, probablemente recordando otras aún más comprometidas.
»—Y al final, me pidieron que me quitara poco a poco toda la ropa. La mujer de la cámara estuvo dando vueltas a mi alrededor… —su rubor subió aún un grado— y luego me filmó sentada en la cama con… Después tumbada boca arriba, de espaldas, y de costado. Eso fue todo. Me vestí, me pagaron, y me fui.
El silencio se mantuvo unos segundos. Javi le rompió al fin.
—¿Te has parado a pensar en que doscientos cincuenta euros nos llegarán, estirándolos, para terminar este mes? ¿Y después? Lo único que has conseguido es prolongar un poco más nuestra agonía económica, a costa de… —Javi se quedó mirando a su hermana de hito en hito. Su rostro apesadumbrado cambió de expresión, como si se le hubiera ocurrido algo de repente—. ¿No habrás pensado…?
Magda se levantó de la silla, y se puso detrás de su hermano. Sus brazos pasaron en torno a él, abrazándole.
—Tienes que verlo como yo: es un trabajo. No muy convencional, pero un trabajo al fin y al cabo.
—¿Y cómo crees que me sentiré yo al llevarme a la boca la comida que mi hermana gana mostrándole a todo el mundo su… su cuerpo? No, no me veo en el papel de chulo de mi hermana —terminó con acidez.
—No tienes por qué sentirte de ninguna manera —Magda había elevado el tono varias octavas, y su tono se había endurecido—. Te repito: es un trabajo. Y no se trata, como te decía, de acostarme con nadie; solo desnudarme para las fotos. Además, —acarició una mejilla de Javi— mañana mismo cambiará nuestra suerte. A mí me contratarán en una de las empresas que tienen mi currículo. O me llamarán del supermercado en el que he echado la solicitud. O quizá tú encuentres un puesto adecuado a tu preparación. Ya verás, todo va a ir bien a partir de ahora.

Pero no fue así. Pasaron los días, y no llegaba ese contrato, para ninguno de ellos. Y los doscientos cincuenta euros se fueron evaporando poco a poco.
Javi se sumió en un frenesí de visitas, entrega de currículos, llamadas a antiguos compañeros y profesores de la Facultad. Buenas palabras en tono de conmiseración, pero nada más.
Cada bocado que comía le sabía amargo. Era incapaz de abstraerse del hecho de que los alimentos se habían comprado con el dinero obtenido por su hermana, desnuda ante el objetivo. Y, peor aún: una de sus noches de insomnio, vino a su mente la vívida imagen de Magda sin ropa ante aquellas personas, evolucionando ante la cámara, mostrando el… Y experimentó una erección. Se odió a sí mismo por ello, trató de pensar en otra cosa, pero la imagen volvía insidiosa.
Aunque eran las cuatro de la madrugada, salió a correr. Y el aire frío de finales de septiembre le despejó, y borró de su mente aquel retrato… Hasta la noche siguiente.

—Tenemos que hablar —le dijo Magda a la vuelta de otra frustrante mañana de inútiles gestiones en busca de empleo. Estaba sentada en el mismo lugar en que lo estaba cuando días atrás le contó lo de su “trabajo”.
—Pues tú dirás —respondió, tomando asiento frente a ella.
—Tengo una oferta. —El rostro de él se iluminó—. No te alegres demasiado pronto, se trata de una sesión de fotos… Desnuda.
—No puedo consentir… —comenzó a decir él.
—No quisiera que esto estropeara nuestra relación, así que tienes que ser pragmático, y mirarlo como yo lo veo —le interrumpió Magda—. Verás, desde la muerte de nuestros padres has sido más que un hermano para mí. Más un amigo, un confidente. Alguien a quien podía contar mis penas. Una persona que me ha apoyado siempre. Y eso es lo que quiero que hagas ahora: que en vez de juzgarme, destierres esas ideas preconcebidas de tu cabeza, y me apoyes. No eres mi chulo, eres mi hermano. ¿Acaso yo me sentí mal cuando tú aportabas el dinero y pagabas mis estudios, antes de que cerrara tu empresa? No, me pareció lo normal. No sentí que era tu “chula”, si es que eso existe. Porque no tenemos a nadie más. Y eso es lo que tienen que hacer dos hermanos: cuidarse el uno al otro.
Se hizo un silencio como de plomo. Javi tenía la mirada baja, y su expresión de derrota enterneció a Magda, que tomó una de sus manos sobre la mesa.
—Esta vez no es porno barato, como la anterior. Se trata de fotografías artísticas, y la paga es superior. Mira, te prometo una cosa: no que será la última vez, porque no sabemos cuánto va a durar esta situación. Te prometo que no lo voy a convertir en una profesión, sino en algo provisional, para ayudarnos hasta que las cosas cambien. Que lo harán muy pronto, ya verás.
—Magda, me he informado: se trata de un ambiente muy peligroso. Precisamente porque es una actividad semiclandestina, no ilegal, pero muy mal vista, puedes encontrar toda clase de gente desagradable, y podría pasarte… quién sabe qué.
—No me pasará nada, ya lo verás. Además… —se quedó pensativa unos segundos—. Se me había ocurrido algo que… pero tú no querrás.
—Ahora mismo puedo aceptar casi cualquier cosa —dijo él con gesto de infinito cansancio, y miró a su hermana de frente por primera vez.
—Se trata… Casi no me atrevo a proponértelo. Acompáñame. Te presentaré como mi agente, mi novio, o lo que sea.
—Tu chulo —le interrumpió Javi.
—No vuelvas con esas otra vez, por favor —rogó ella—. Ya había pensado en que se trata de un ambiente no exento de riesgos, pero si tú estás conmigo, no podrá sucederme nada malo.

Efectivamente, se trataba de fotografía artística. Javi lo supo días después. No estuvo presente durante la sesión (tuvo lugar en el estudio del fotógrafo, que era a la vez su domicilio, y él esperó en una habitación contigua, mordiéndose los puños) Al terminar, le entregó a su hermana, junto con un cheque que les iba a permitir vivir dos meses sin estrecheces, un sobre con unas pruebas impresas en papel.
El sobre quedó sobre el pequeño escritorio de la habitación de Magda, como una continua tentación para Javi. Quería y no quería comprobar si, efectivamente, se había tratado de arte o de pornografía, y no se atrevía a abrir el sobre, por si se confirmaban sus temores. Pero también, porque las imágenes mentales de su hermana desnuda ahora eran recurrentes. Y en cada ocasión, aunque se reprochaba su debilidad, tales visiones eran acompañadas de una erección, que no podía evitar.
Por fin, una mañana en la que Magda había salido a una entrevista de trabajo “normal”, no pudo resistirlo más. Entró en su dormitorio y extrajo del sobre cuatro instantáneas a todo color. Lo primero que llamó su atención es que Magda tenía depilado el pubis, excepto una fina línea de vello de unos cinco centímetros de larga, que partía de donde se insinuaba el inicio de la abertura de su sexo (que permanecía oculto en todas ellas)
En las cuatro imágenes aparecía tendida en el suelo, sobre unas pieles, en distintas posturas. Sugerentes, pero no groseramente explícitas, como había temido. No pudo evitar que su mirada se detuviera durante mucho tiempo en sus firmes pechos cónicos, con los pezones erectos. En sus caderas plenas, sus muslos perfectos, su trasero lleno y firme, en una imagen que le recordó a la de la “Venus del espejo” de Velázquez, pero solo en la postura. No había angelote, y el cristal azogado, de mucho mayor tamaño que en el cuadro, devolvía la imagen frontal de su hermana. Se le cortó la respiración. La imaginación del fotógrafo había conseguido que el espectador pudiera contemplar el precioso cuerpo femenino por delante y por detrás simultánea y totalmente.
Las imágenes, a pesar de la desnudez de Magda, transmitían un aura de… pureza e ingenuidad. Quizá por la expresión de su hermana en todas ellas, mirando fijamente a la cámara. Era como si estuviera posando desnuda únicamente para disfrute de su novio o marido.
«O para mí» —concluyó.
La ola de deseo le arrolló. Se maldijo por ello, y guardó rápidamente las fotografías en el sobre. Tarde, porque cuando se volvió, Magda estaba tras él, y de seguro le había visto mientras las contemplaba.
El deseo dejó paso a la vergüenza, y notó que el rubor subía a sus mejillas.
—Yo… perdona, Magda, no quería…
Ella compuso una sonrisa medio velada. Y su rostro también estaba arrebolado.
—No pasa nada, Javi. Tú tienes más derecho a verlas que todos esos otros hombres que, de seguro, las mirarán con intenciones más impuras que las tuyas. De hecho, no te las mostré porque me daba mucha vergüenza —bajo la vista—, pero las he dejado ahí para ti. Por si querías verlas.
—Magda, no debía… Somos hermanos.
—Efectivamente —repuso ella—. Solo que yo lo veo al revés: si cualquier desconocido puede tener derecho a contemplar mi cuerpo, pagando por ello, tú le tienes en mayor medida. Y no te voy a decir que no haya sentido rubor al ver esas fotografías en tus manos, pero no es como si yo estuviera desnuda ante ti. Finalmente, “esa” no soy yo, sino una serie de pigmentos sobre un papel.
Javi fingió que el argumento le convencía; no quería que su hermana se encontrara más violenta aún de lo que debía estar.

Javi durmió muy poco esa noche. Ahora no tenía que representarse una imagen mental de su hermana desnuda, sino recordar las imágenes, —“pigmentos sobre papel” había dicho ella— que, sin embargo, para él eran tan reales como si en verdad hubiera contemplado su cuerpo. Y las noches siguientes, en lugar de aplacarse el insensato deseo que había sentido al verlas, llegaron a llenar por completo sus horas de vigilia.

En las siguientes semanas, hubo dos sesiones fotográficas más, y Javi la acompañó a todas ellas. El primero de los dos fotógrafos insistió en que él estuviera presente durante la sesión, y Javi hubo de echar mano a toda su fuerza de voluntad para negarse. Más que nada, porque Magda no intervino para apoyar su decisión, sino que se mantuvo en silencio, mirándole fijamente con el rostro arrebolado.
El segundo, sin embargo, pareció encontrarse molesto por la presencia de Javi. Y él no pudo dejar de pensar que, sin ella, el hombre aquel (bajo, tripón y calvo) quizá habría tratado de hacer algo más que manejar la cámara.
Ahora era su hermana la que solicitaba algunas copias impresas, “para su book”, explicó al segundo fotógrafo, que parecía remiso a dárselas. Y en ambas ocasiones, se las mostró a Javi cuando llegaron a su casa. Ruborizada, pero decidida.
—No debe haber secretos entre nosotros. Quiero que me veas, y que llegues a convencerte de que, como te dije la primera vez, se trata de un trabajo.
Y Javi hubo de tragarse las ácidas palabras que vinieron a sus labios. Porque él se sentía cada vez peor ante el hecho de que su hermana posara desnuda, y que ello, por si fuera poco, estuviera manteniéndoles a ambos.
Y por las noches, se debatía en las sábanas revueltas, queriendo borrar de su memoria aquellas imágenes, y maldiciéndose a sí mismo cada vez que su recuerdo le producía una erección.
No podía evitarlo. Sabía que no debía, que era monstruoso. Pero deseaba a su hermana con todas sus fuerzas.

De la tercera sesión no tuvo noticia en su momento. Una empresa de ingeniería, en la que había dejado su currículo, le llamó para contratarle. Javi se sintió aliviado: por fin, acabarían las sesiones fotográficas de Magda, él podría olvidar los retratos, y todo volvería a la normalidad.
Pero no sucedió exactamente así. El contrato era por dos semanas, una suplencia. El sueldo, miserable. Pero se dijo que bien, que seguramente durante ese tiempo tendría ocasión de mostrar sus conocimientos. Y que transcurrido ese tiempo, quizá… quién sabe.
Durante esos días llamaron a Magda para ofrecerle una sesión. Pero esa vez, ella no se lo dijo.
Se enteró cuando, finalizado el contrato precario, fue a ingresar el cheque en el banco. Solicitó el saldo, y comprobó que, en lugar de los mil euros que imaginaba, había algo más de dos mil quinientos.
Solo podía tratarse de un ingreso de Magda. Lo peor era que esa vez no le había hablado de ello, ni le había mostrado las fotos.

—Magda, hay mil quinientos en la cuenta de los que no tenía noticia. ¿Has aceptado un nuevo trabajo?
Su hermana bajó la vista.
—Sí —aceptó con voz contenida. Y sus labios temblaban.
—¿Por qué no me dijiste nada? —quiso saber—. A estas alturas, ya me he resignado a ello.
—Es que esta vez se trataba de algo ligeramente diferente —dijo sin osar mirarle a los ojos.
—¿Diferente? ¿Cómo de diferente?
Magda alzó la vista, ruborizada pero decidida, y enfrentó la mirada de aquellos ojos de idéntico color al de los suyos.
—En esta ocasión sí hube de mostrar el sexo a la cámara.
Fue como un mazazo para Javi. Ahora ya no podía engañarse con el subterfugio de que se trataba de arte. Esto era otra cosa, pornografía. Pero, ¿de verdad solo había mostrado su sexo? En un segundo, pasaron por su mente mil imágenes. Magda follando con un tío sin rostro ante la cámara. Magda violada por un fotógrafo como el de la última sesión a la que la acompañó. No podía hablar. Las palabras se atropellaban en su mente, pero no llegaban a sus labios.
—Sabía que no te parecería bien, por eso no te lo dije. Estaba segura de que, de haberte hablado de ello, habrías pasado más noches insomne, dando vueltas en la cama. ¿Crees que no te escucho? ¿Crees que no sé que darías algo por evitar que volviera a hacerlo? ¿Crees que a mí me gusta? Pero estamos hablando de supervivencia, Javi. De que ninguno de los dos, por más que nos esforzamos, —y te juro que me esfuerzo— encontramos otra cosa.
»—Mira, —sus manos fueron a las mejillas de su hermano, obligándole a mirarla de nuevo—. Con ese dinero, más tu cheque, podemos aguantar unos meses. No más sesiones durante ese tiempo. Y, ¿quién sabe? Entretanto alguno de nosotros puede tener alguna oportunidad, conseguir un trabajo “normal”.
La voz de Javi era ronca cuando volvió a hablar.
—¿Me enseñarías esas fotos? —preguntó. Y no era el morbo de contemplar la intimidad de su hermana lo que le movía al pedirlo. Quería, necesitaba desesperadamente quitar de su mente, con las reales, aquellas imágenes mentales de Magda usada como una puta.
—¿Estás seguro? —preguntó ella a su vez—. No me importa, pero temo tu reacción. Te noto deprimido desde que supiste que no te renovarían el contrato, y temo que esto te deprima aún más.
Al no obtener respuesta, se levantó y fue a su habitación, de la que regresó con un sobre, que esta vez abultaba un poco más. Extrajo seis o siete instantáneas, y las desplegó sobre la mesa, atenta a la reacción de Javi.
Él las tomó, y las fue pasando, deteniéndose tan sólo unos segundos en cada una de ellas.
Las tres primeras no eran muy diferentes de las de ocasiones anteriores. La diferencia es que Magda ya no aparecía con los muslos muy juntos, o con un lienzo velando su sexo, sino que en ellas se vislumbraba el inicio de su hendidura.
En la cuarta, aparecía acuclillada acariciando a un gato siamés. Y en esta, aunque una sombra la velaba parcialmente, ya se percibía indistintamente la abertura de su vulva, de la que sobresalían sus labios menores.
En la quinta, Magda miraba a la cámara con una expresión entre inocente y provocadora. Tumbada boca arriba en una enorme cama, con la espalda ligeramente incorporada apoyada en unos almohadones, tenía una rodilla flexionada y la otra pierna formando un ángulo considerable. En esta ocasión, su sexo aparecía entreabierto, como si alguien…
Magda pareció adivinar sus pensamientos:
—Nadie me tocó, Javi. Yo misma, a petición del fotógrafo, me… abrí un poco.
Javi tenía un nudo en la garganta, y la boca seca. De nuevo le faltaban las palabras. Tomó la quinta imagen.
Magda en la misma cama, de costado, simulaba dormir. Uno de sus muslos, adelantado, permitía que su sexo, esta vez cerrado, así como el orificio fruncido de su ano, se mostraran sin tapujos a la cámara.
Él juntó las fotografías muy despacio, y luego las volvió sobre la mesa.
El silencio se prolongó durante muchos segundos. Javi, con el rostro desencajado y la vista baja, muy pálido, parecía ausente.
—¡Javi, por favor, dime algo! Me estás asustando.
Él pareció salir de un profundo trance. Suspiró profundamente, y se asomó de nuevo a los ojos húmedos de su hermana.
—¿Qué puedo decir? —musitó—. Ya lo has dicho tú todo. Solo una pregunta: ¿hubo algo más que no esté en las fotos, y no me hayas contado?
—Nada, Javi, te lo juro. —La chica rodeó la mesa ante la que, ambos de pie, se había desarrollado la conversación, y se abrazó a su hermano—. Solo puedo prometerte una cosa: nunca más, lo oyes, ¡nunca! volveré a ocultarte nada.
—Eso es lo que más me ha dolido —dijo él con voz contenida—. Habría hecho cualquier cosa, con tal de que no hubieras tenido que prestarte a…
—No he corrido ningún riesgo, Javi. Es tu imaginación la que quiere ver lo que no hay. Piensas que, por el hecho de posar desnuda, puedo someterme a cualquier otra cosa. Y me duele que puedas creer eso de mí. Además, el fotógrafo y la maquilladora se comportaron de modo totalmente profesional.
—No dudo de ti. Temo por ti. Y me duele no ser capaz de evitarte pasar por todo esto.
—No temas —dijo ella, y le besó en una mejilla, dejando después su rostro en contacto con el de su hermano.
Se separó para mirarle de frente, y compuso una sonrisa velada:
—No ha pasado nada. Sigo siendo la misma. Nadie me ha hecho ningún daño. Y, lo más importante, sigo queriéndote como siempre, y deseo que tú me correspondas.
Estrechó el abrazo, pegando su cuerpo al de su hermano. Y si percibió la erección que él, maldiciéndose a sí mismo, no había podido evitar, no lo mencionó; no hizo ningún gesto que pudiera hacerle pensar que se había dado cuenta, y mantuvo el apretado abrazo durante mucho tiempo.
Él era consciente de que su excitación no había sido causada únicamente por las explícitas imágenes del sexo de su hermana. Aunque se resistía a admitirlo en su interior, por primera vez en la relación con ella, la presión de sus duros pechos, sueltos bajo la bata de andar por casa, la de su pubis apretado contra sus genitales, y el contacto de la espalda femenina en sus manos a través de la liviana tela, habían causado en él un efecto inadmisible, que se negaba a aceptar: sentía un deseo físico doloroso por ella.
«Pero, ¿es solo deseo, o algo más?» —pensó con un estremecimiento.

En la noche en blanco que siguió, poblada del recuerdo de la vulva de Magda, con sus labios menores entreabiertos como los pétalos de una flor, una idea comenzó a tomar forma en su cabeza: Javi sabía que había una eclosión de todo lo gay. De seguro que, al igual que para los heterosexuales, debía haber todo un negocio de revistas y fotografías de hombres. Él sabía que su cuerpo, tejido con los mismos mimbres que el de su hermana, era atractivo (se lo habían dicho las mujeres con las que había tenido sexo) Quizá podría posar desnudo de la misma forma que lo había hecho Magda, evitando así que ella tuviera que aceptar otro “encargo”.
Pero, ¿por dónde comenzar? De seguro que su hermana conservaba los teléfonos de los fotógrafos para los que había posado. Pero no podía pedírselos abiertamente. No, esperaría un momento propicio, y los buscaría en su habitación. Aunque quizá los conservara en su teléfono móvil. Sería fácil revisar su lista de contactos mientras ella estaba en la ducha.
La idea de no depender del dinero que ganaba ella con la exhibición de su cuerpo, le reconfortó lo suficiente como para, al fin, entregarse a un sueño reparador.

Magda estuvo a punto de “pillarle” hurgando en su móvil. Fue cosa de segundos que, cuando dejaba el teléfono sobre la mesilla después de recorrer inútilmente la lista de contactos, tuviera tiempo de salir rápidamente de su dormitorio cuando sintió abrirse la puerta del aseo.
De manera que esperó a que ella saliera a resolver no sabía muy bien qué papeleo relativo a su solicitud de la ayuda de 400 euros, para entrar de nuevo en su dormitorio.
Se detuvo en el umbral, rascándose la cabeza dubitativo.
«Su escritorio, —pensó—. Seguramente en el cajón…»
Pero no encontró nada, aunque tampoco sabía muy bien qué buscar. Quizá una agenda. Revisó rápidamente la mesilla de noche. Sin resultado. Su vista recorrió la habitación, deteniéndose en las estanterías en las que se mostraban sus libros. Se acercó. Había una especie de cajita metálica, del tamaño aproximado de una tarjeta de visita. Sintiéndose mal por la invasión de su privacidad, la abrió. ¡Premio! Tomó nota rápidamente en una hoja de papel de los nombres, direcciones y números de teléfono, y la cerró, dejándola en la misma posición en que estaba; se disponía a salir, cuando cayó en la cuenta de que en su registro, aunque rápido y somero, no había encontrado rastro alguno de las fotografías.
Aunque su mente consciente le decía que no debía, que aquello no estaba bien, sintió el deseo imperioso de volver a contemplar aquellas imágenes.
De nuevo su mirada fue posándose en cada uno de los muebles de la habitación de su hermana, hasta que se detuvo en las estanterías de los libros. Había un álbum de fotografías que él no recordaba haber visto ninguna de las veces que había quitado el polvo. Le tomó, abriéndole con la garganta seca. Efectivamente. Fue revisando las imágenes, colocadas en orden cronológico, deteniéndose mucho tiempo en cada una de ellas. Y aunque se sentía mal por ello, admirando cada detalle de aquel precioso cuerpo.
Cuando llegó a las imágenes de la segunda sesión, advirtió que estaba experimentando una erección.
Tercera sesión. Su mirada quedó fija en los atisbos del inicio del sexo de su hermana que mostraban las imágenes.
Para cuando llegó a la fotografía del sexo de Magda entreabierto, su mano, inconscientemente, estaba frotando la dureza de su pene a través del pantalón. Su excitación había ido in crescendo y, acalladas hacía rato las voces interiores que le reprochaban lo que estaba haciendo, sus ojos se llenaron de la imagen de los labios menores entreabiertos de Magda, de un color rosado un poco más oscuro que el del interior de su vulva, el capuchón de su clítoris, oculto en la imagen, el pequeño orificio cerrado de su vagina…
Se recriminó a sí mismo por la erección que le había producido la contemplación de las fotografías y, tras dejar el álbum en el mismo lugar del que le había tomado, se sentó en el sofá con el teléfono, y la hoja en que había anotado los datos de las tarjetas.
Reconocía las direcciones a las que había acompañado a su hermana, pero había dos que no le resultaron familiares. Decidió comenzar por ellas.
—Diga, —respondió una voz amanerada a las cuatro señales de llamada.
—Verá, yo… —(no sabía cómo plantearlo) Al fin se decidió—. Creo que ustedes se dedican a hacer fotografías… digamos sugerentes, y me pregunto si estarían interesados… —el corazón le golpeaba en el pecho, y tragó saliva antes de continuar—. …en fotografías masculinas.
—¡Oh, no, hijo, ¡jajajaja! Lo nuestro es el vídeo… (silencio) Pero quizá podríamos… —la voz se había vuelto taimada—. ¿Has actuado alguna vez con otro hombre?
—¿Qué? —sintió un desagradable estremecimiento—. ¿Quiere decir follar?…
La voz le interrumpió.
—¡Pues claro! ¿De dónde sales tú? ¿Eres activo o pasivo?, ya me entiendes, ¡jeje!
—Yo… esto… lo pensaré.
—Claro, hijo. Aquí estaré.
Y colgó.
Javi se quedó pensativo durante unos minutos. «¿Su deseo de impedir que su hermana volviera a mostrarse desnuda ante la cámara, llegaba tan lejos como para permitir que otro hombre le enculara? Sintió nauseas ante la idea. No tenía nada en contra de los homosexuales, hombres o mujeres, pero él no…»
Sacudió la cabeza, y marcó el siguiente número de teléfono.
—Estudio Erotic Dreams —una ronca voz de mujer, le pareció.
—Buenos días. Les llamo porque soy modelo. Poso sin ropa, y me preguntaba si ustedes necesitarían…
La dura voz de la mujer le interrumpió.
—¡Huy, hijo! Últimamente, hay chicos como tú a patadas, la crisis, ya sabes. ¿Qué tienes tú que otros no tengan?
Javi se quedó absolutamente confundido. Pero había llegado muy lejos como para darse por vencido. Trató de que su voz sonara firme y decidida.
—Tengo un buen cuerpo —afirmó.
—¿Culturista? ¿O más bien tipo resultón de piscina?
—Soy un chico normal. Me cuido, pero no tengo “tableta de chocolate” ni unos bíceps espectaculares. ¿Por qué no concertamos una entrevista? Me ve, y decide usted misma.
—No tengo tiempo para perderlo mirando la pollita de todo el que me llama.
Javi se sintió derrotado. La ronca voz de la mujer había hecho una pausa.
—Mira, hagamos una cosa: envíame una foto de cuerpo entero. Ni que decir tiene que en pelotas, y ya veremos. Por cierto, ¿estás depilado?
—¿Quiere usted decir el cuerpo? No, tengo muy poco vello.
—Ya. Un efebo —respondió rápidamente la mujer—. La polla. Me refería a tu polla, ¡joder! Las melenas no se llevan.
—Por supuesto —respondió Javi con tono de suficiencia.
—Me pillas de buenas hoy. Toma nota de mi dirección de correo electrónico (se la dio) Mándame esa foto, junto con tu número de teléfono, y ya te llamaré. Pero no te prometo nada.
—De acuerdo —aceptó Javi con la boca seca.
La línea quedó en silencio.
«Bien, ahora tengo dos problemas —pensó—. Uno, afeitarme los huevos. Dos, hacerme una foto “resultona”. Aunque realmente hay un tercero: decírselo a Magda. Aunque no sé para qué. Total, este virago no me llamará»

Para cuando llegó su hermana, Javi había decidido que, a pesar de todo, probaría suerte. Y tras pensarlo mucho, no se le ocurría mejor manera de solucionar el problema “uno” que preguntarle a ella, que tenía la cuquita depilada. Y para ello, previamente “tres”, explicarle el paso que había dado.

—Hasta el mismísimo… —barbotó Magda indignada, mientras entraba en el salón—. Me joden estos burócratas, con un puesto de trabajo seguro, para los que todo son pegas y…
Se detuvo al ver el gesto de su hermano.
—¿Qué pasa Javi?
—Ven, siéntate —pidió él, palmeando el asiento del sofá a su lado.
—No me asustes —rogó Magda con gesto medroso.
—No pasa nada, cariño. Verás, he pensado que, igual que tú posas desnuda, yo también puedo hacerlo.
El gesto de Magda se transformó en otro de ternura. Tomó la cara de su hermano entre las dos manos.
—¿De veras estás dispuesto a hacer eso por mí?
—Haría por ti cualquier cosa. Todo, antes que permitir que continúes mostrándote sin ropa ante cualquiera.
Magda le besó en la frente.
—Pero si no me importa, tonto. Mira, la primera vez me temblaban las piernas, y me sentía avergonzada. Pero ahora ya no. Me abstraigo. Pienso en otra cosa mientras el fotógrafo dirige su objetivo a mi cuerpo.
—A mí sí me importa que lo hagas —le interrumpió él.
—Ya lo hemos hablado, Javi. Y creí que lo habías aceptado.
—No puedo, Magda. No te imaginas la sensación de impotencia que tengo al pensar en cómo nos mantienes a los dos.
Ella le dirigió una sonrisa.
—Ahora soy yo la que se siente mal, pensando en hasta dónde estás dispuesto a llegar para evitar que pose desnuda. Pero, bien, veo que estás decidido. ¿Cuándo es la sesión?
—No sé —respondió Javi—. De momento tengo que enviar una foto… de cuerpo entero, ya te imaginas cómo. Lo que me lleva al primer problema…
Javi se detuvo. No sabía cómo plantearlo. Mientras, su hermana le miraba expectante.
—He visto en tus fotos que no tienes vello… ahí. ¿Dónde te has depilado?
Magda compuso una sonrisa intencionada.
—No creo que te sirva a ti. Me lo hace mi amiga Carmen cuando comienza a crecerme un poco, y yo la depilo a ella. Aunque, bien pensado —su sonrisa se tornó intencionada—, déjame que se lo pregunte. —Recorrió el cuerpo de su hermano con la vista, y compuso una expresión exageradamente apreciativa—. A lo mejor Carmen sí que quiere.
—¡Joder, no! —saltó Javi con el rostro rojo como la grana.
Ella posó una mano en su muslo.
—Era broma, tonto. No me veo pidiéndole eso a mi amiga, y menos explicándole el porqué. Ahora en serio, te presto nuestros útiles, y lo haces tú mismo. ¿Cuándo vas a hacerlo?
—Cuanto antes —respondió él—. Este… hay otra cosa, Magda. Me da mucho corte pedírtelo, pero es que… ¡Va! que tendrás que hacerme tú la foto…
Su hermana le miró con cara de coña.
—Para mí no será problema, aunque, por la cara que pones, creo que para ti sí, ¡jajajaja!
Magda se levantó y se dirigió a su habitación, de la que regresó portando un neceser.
—Mira, esta es una maquinilla eléctrica especial, con tres cabezales para distintos acabados. Hay también, una cremita para aliviar el pequeño escozor que te quedará después —le mostró el tarrito—. Primero corta el vello más largo todo lo que puedas… —se interrumpió—. Pero no sé por qué te doy todas estas instrucciones. Es lo mismo que cuando te afeitaste la barba que te dio por dejarte. Cuando termines, lávate abundantemente esa parte, y luego te extiendes un poco de crema.

Javi se quitó toda la ropa en su dormitorio, cubriéndose después con uno de los pantalones cortos de pijama que usaba habitualmente.
«Que aunque el desnudo está de moda en esta casa últimamente, no es cosa de exhibirse en pelotas» —pensó con una sonrisa irónica.
Se dirigió al baño, con una sensación de vergüenza. Se quitó el pantalón, y se sentó en el bidet. Pronto, el receptáculo quedó lleno de vellones de pelo rizado. Cuando ya no pudo apurar más el corte con las tijeras, eligió uno de los cabezales.
No resultaba muy diferente que afeitarse las mejillas, como había dicho Magda, aunque la maquinilla le resultaba extraña, esa parte no estaba curtida como el rostro, y era mucho más sensible. Ya a mitad del proceso advirtió que aparecía ligeramente enrojecida. Después, comenzó con las ingles.
«¡Joder! no sé cómo las mujeres hacen esto por gusto. Duele como el demonio» —pensó.
Sus testículos estaban llenos de pelos largos, muy espaciados.
«¿Habrá que afeitarse también esto?» —dudó con la maquinilla cerca del escroto.
Acercó el dispositivo y, con una gran prevención, comenzó a rasurar.
Estaba en ello, cuando los nudillos de Magda repiquetearon en la puerta.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó a través de la madera con voz risueña.
—Como el culo —barbotó él—. No sé cómo vosotras…
—¡Jajajaja! —la risa cantarina de su hermana sonó amortiguada—. Ahora comprenderás los sacrificios que hacemos para que los chicos nos veáis atractivas. Espera, que paso a ayudarte.
—¡No! —gritó él, completamente confundido, tapándose instintivamente los genitales con una mano.
Pero, obviamente, su hermana no entró. Escuchó su risa alejándose.
Javi terminó aquella desagradable tarea como pudo. El espejo del lavabo devolvía su imagen solo hasta la cintura, por lo que hubo de subirse en el taburete.
Lo veía bien, aunque se encontraba extraño sin pelo en el pubis. Era una sensación muy rara. Se pasó la mano: rascaba un poco, como su rostro por las mañanas antes de afeitarse.
Se duchó y, tal y como le había indicado Magda, se extendió crema por las zonas rasuradas.
Se vistió y salió del aseo, pensando en vengarse de su hermana con una broma.
No estaba en la cocina ni en el salón. Se asomó a la puerta del dormitorio de ella. Estaba sentada frente a su portátil, dándole la espalda. Se acercó sigilosamente.
—No te vuelvas, estoy desnudo —le dijo con la voz más seria que pudo fingir.
—No te lo crees ni tú —saltó ella rápida, sin volverse—. ¿Mi caballeroso y protector hermano entrando en pelotas en mi habitación? ¡Anda ya! Además, ¿qué creías? ¿Qué me iba a escandalizar y a taparme los ojos? ¡Jajajaja!
—Bueno, yo no me los tapo cuando me muestras tus fotos… —replicó él algo corrido.
Magda se volvió.
—A ver… Mmmm, claro no se te ve… la parte interesante, ¡jeje! así que no sé cómo te lo has dejado. Pero tengo una mala noticia para ti: acabo de ver un par de pelis porno, y los tíos tienen rasurado todo el cuerpo, sin excepción.
—¿Desde cuando te dedicas a mirar esas guarrerías? —preguntó él con voz caustica.
—Desde que tengo que documentarme para aprender cómo debe ir mi hermano a esa sesión. Mira…
En la pantalla del portátil de Magda se veía la imagen en movimiento de dos hombres y una chica, todos completamente desnudos. Ella estaba en cuclillas, ante uno de los tíos, efectivamente, lampiño, con el pene de él metido en la boca, mientras masturbaba al segundo, en cuyos genitales tampoco había un solo cabello. Como en la parte visible de los dos cuerpos masculinos.
—Pero, si no tenemos acceso a Internet —afirmó él con extrañeza—. ¿Cómo te has bajado ese vídeo?
Magda compuso una sonrisa angelical.
—La conexión wi-fi del vecino no tiene protección…
—¡Vaya!, mi hermana es toda una hacker —replicó él.
—A lo nuestro —dijo Magda poniéndose en pie—. Ven a la luz que te veo mejor. —Y recorrió el cuerpo de Javi con la vista.
—¡Joder, que envidia! —exclamó—. Apenas tienes vello en las piernas, y poco en los brazos. Pero hay que quitarlo todo, ya lo has visto. Espera un momento.
Salió, volviendo con una gran toalla de baño, que extendió en la cama.
—¡Venga! —palmeó la felpa—. Túmbate que vamos a solucionarlo en un pis pas.
Javi, muy cortado, obedeció sin rechistar. Su hermana extrajo la maquinilla del neceser. Eligió uno de los cabezales, y le montó. Se inclinó sobre él, y comenzó a afeitarle los cuatro pelos que tenía en torno a las tetillas. Luego se dedicó al corto y ralo vello que tapizaba el vientre de su hermano, desde debajo del esternón, hasta la cinturilla elástica del pantalón.
Javi dirigió una distraída mirada hacia la mano que manejaba la maquinilla, pero sus ojos toparon con el escote de su hermana que, abierto por la postura, dejaba al aire los dos senos. Una cosa era verlos en fotografía, y otra muy distinta contemplarlos en vivo. Apartó los ojos rápidamente. Ya tenía bastante con la mano que acariciaba su estómago tras el paso de la maquinilla, para comprobar su suavidad. Trató desesperadamente de evadirse, porque sintió que su pene comenzaba a abandonar su flaccidez.
—¡Uffff! —protestó Magda incorporándose—. Me duelen los riñones, estoy en una postura muy forzada.
Se subió en la cama, arrodillándose con una pierna a cada lado de sus pantorrillas.
«¡Noooo! —gimió él interiormente— ¡no te sientes…!
Afortunadamente para su tranquilidad no lo hizo.
—Levanta los brazos —pidió—. Vamos con las axilas, que ahí queda mucho trabajo por hacer.
Y entonces sí que se sentó, y sobre sus muslos. Y no sólo eso, sino que se dobló por la cintura, quedando casi tumbada sobre él. Javi, en un ¡ay!, notaba perfectamente la leve presión del trasero de su hermana en su carne y la suavidad de la cara interna de sus muslos rozándole. El escote había quedado a la altura de su vista, y los pechos perfectos de Magda se bamboleaban con sus movimientos a un palmo de su cara. Trató de concentrarse en los ligeros tirones que experimentaba, antes que en su pene, que actuaba por su cuenta, sin saber nada de parentescos, y volvió la cabeza a un lado, para no seguir contemplando sus firmes senos. Magda se incorporó, pero se mantuvo sentada sobre él.
—¿Te has rasurado el vientre? —preguntó.
—No, obviamente.
—Espera, voy a bajarte un poco el pantalón, para ver cómo está.
La chica tiró ligeramente del elástico. Pero se le fue la mano, y dejó al descubierto todo el pubis, y la base del pene de su hermano, que quedó oprimido bajo su mano derecha. Enrojeció hasta la raíz del cabello, y la retiró de la dureza que había percibido durante unos instantes, como si “aquello” quemara.
Javi al parecer no se había dado cuenta, o fingía no haberlo advertido.
Magda dudó qué hacer a continuación. En los breves instantes en que había entrevisto la unión del miembro con el pubis, le había parecido que quedaba un poco de vello. Pero en su fuero íntimo, reconoció que, aparte de su interés por repasar el rasurado, había otro: con un estremecimiento reconoció que quería, deseaba ardientemente contemplar en su totalidad lo que apenas había vislumbrado un momento antes.
«¡Qué narices! Al fin y al cabo él ha visto la totalidad de mi cuerpo en las fotografías. Y mi cuquita en primer plano. Además, cuando le tome la fotografía estará forzosamente en pelotas» —se dijo a sí misma.
Sin detenerse a pensarlo, no fuera a arrepentirse, se acuclilló para dejar libres las piernas de él, sujetó el elástico del pantalón corto con las dos manos, y tiró decididamente de él hacia abajo, dejándole en sus rodillas.
—¿Qué coño haces? —preguntó él cubriendo su pene con una mano.
—Te has dejado pelo en la parte baja del vientre y… déjame verte. También en las ingles. Y puede que en más sitios, pero si sigues tapándote, no podré asegurarme.
—Magda, esto es… ¡joder! —acertó a decir Javi.
—¿Indecente? ¿Inapropiado? —preguntó ella con voz caustica—. Déjate de monsergas. Al fin y al cabo, tú me has visto desnuda hasta hartarte.
—No es lo mismo —protestó él—. En tu caso era en fotos…
—Bueno, si quieres, lo dejamos aquí, pero tienes un aspecto de lo menos profesional, ya has visto los tíos del vídeo… Y luego te haré la foto decentemente vestido. ¿Hace?
Javi lo pensó un instante. Tenía razón, por supuesto, pero aquello era indecente e inapropiado, como había dicho ella. Completamente avergonzado retiró renuentemente la mano.
«¡Joder!» —se admiró Magda silenciosamente.
Claramente no estaba empalmado, o al menos no del todo, porque pendía fláccido entre sus piernas, pero… “Aquello” medía unos catorce centímetros. Y grueso. Nunca había, no ya disfrutado, sino contemplado algo igual. El glande de un rojo oscuro estaba totalmente al descubierto. Sacudió la cabeza.
«No vas a follarte a tu hermano. Concéntrate en lo que tienes que hacer» —se recriminó.
Tomó de nuevo la maquinilla, y repasó pequeños rodales de vello muy fino, que habían quedado en su estómago, vientre, y la parte superior de su pubis. Cambió el cabezal al de “máximo apurado”, e insistió en el pubis, que presentaba el aspecto de una barba de dos días.
—¿Qué cabezal has usado? —preguntó.
—No sé, uno de ellos. ¿Importa?
—Mira, hay uno para apurado, otro para cabellos largos, y un tercero para dejar un largo como si no te hubieras rasurado en días. Has debido usar éste último.
En la unión del pene habían quedado pelos. Deslizó la herramienta… que terminó tropezando con el miembro de su hermano.
—¡Joder!, Magda, esa parte es muy sensible. Ten cuidado.
—Perdona, lo siento. Trataré de ir más despacio —se excusó.
Finalmente, se fijó detenidamente. En las ingles quedaban pelos de mediano tamaño, y había otros más largos en el costado de sus testículos.
—Separa las piernas, chato. Así no puedo… —Seguía sin tener acceso completo—. Mejor eleva las rodillas, y ábrete todo lo que puedas.
Ahora sí. Dio varias pasadas, eliminando los restos que se había dejado él, concentrando su mirada en la suave piel del interior de los muslos, porque no quería… No pudo evitar que el dorso de su mano se deslizara en varias ocasiones por sus testículos.
«¡Madre mía! —se admiró—.Enormes y duros»
Javi estaba en un ¡ay! Solo el inmenso “corte” que le producía estar así expuesto a las miradas de su hermana, había evitado que su falo creciera. Pero cada roce de sus manos era un suplicio. Sintió una especie de suaves calambres en el escroto, tenso como la piel de un tambor.
Tenía el cuello dolorido por la postura. Volvió la cabeza, y sus ojos tropezaron de nuevo con los senos de Magda. Peor aún: acuclillada como estaba, la falda había quedado recogida en su cintura, y durante un segundo, contempló la entrepierna de sus braguitas blancas sugerentemente introducida en su abertura. Con un estremecimiento, se obligó a mirar al techo.
Magda dudaba con la maquinilla aun ronroneando en su mano. Para repasar los testículos había que alzar “aquello”, que…
—«¡Madre de mi vida!» —exclamó para sí.
Ya no estaba doblado siguiendo los dictados de la gravedad, sino que aparecía ligeramente elevado, y era un poco más largo.
—Este… Javi, tienes que levantar tu… No llego a…
Observó que la vista de su hermano se mantenía obstinadamente hacia arriba, mientras cogía con dos dedos su miembro y le levantaba.
Probó a pasar la herramienta por la piel ligeramente arrugada, pero no se deslizaba bien, sino que se hundía.
—¡Ay!, Magda, ¡joder! —exclamó él.
«Hay que tensar la piel con dos dedos —pensó—. Pero él no puede saber en qué parte. Y si le voy indicando “un poco más arriba”, un pelín más abajo”, esto va a ser el cuento de nunca acabar. ¿Me atrevo?
Se atrevió. Notó que el cuerpo de él se estremecía ante el contacto y, tratando de ignorarlo, insistió hasta que no pudo distinguir sombra alguna de vello.
Otra cosa eran los cabellos ralos y largos que podía ver en el periné y en torno a su ano. Se encogió de hombros, y separó los glúteos de su hermano con el índice y el pulgar.
«¡Mierda! —barbotó Javi para sí—. Esto sí que no…»
Pero se quedó quieto, sintiendo la vibración de la máquina en la parte más sensible de su anatomía. Y lo peor es que aquello produjo en él un efecto que jamás habría imaginado: su pene creció y se endureció hasta llegar a la completa erección.
Tras unos segundos, su hermana quedó satisfecha, y apagó el dispositivo. Al levantar la vista, sus ojos se abrieron desmesuradamente al percibir el miembro viril de Javi, orgullosamente enhiesto, y con una longitud y diámetro para ella nunca vistos.
Confundida, apoyó la mano izquierda en la cama para levantarse (la derecha aún seguía sosteniendo la maquinilla) Pero lo hizo en el borde del colchón, que cedió. Se vio proyectada hacia adelante y abajo, quedando tumbada sobre él, completamente despatarrada, con su monte de Venus oprimiendo aquella enorme erección.
Los rostros estaban muy juntos. Su mirada se posó en los ojos brillantes de Javier, y en su mirada de fuego. Temblaba como atacada de fiebre, y estaba como paralizada y dividida en dos: la hermana SABÍA que debía incorporarse, que aquello no podía continuar un momento más. La hembra, enardecida de deseo, no solo quería prolongar el contacto, sino que anhelaba sentir muy dentro de sí aquel miembro que latía en contacto con su vulva a través de la fina tela de sus braguitas. El interior de su vientre se vio sacudido por una sucesión de pequeñas convulsiones. No era un orgasmo —acertó a pensar—, pero sí su inicio.
Notó las manos de él posarse en sus caderas.
«¡Por favor, por favor, hazlo, fóllame!» —gritó la hembra en su interior.
Javi había estado a punto… No quería ni pensarlo. El deseo insensato le había dominado por unos segundos. Consiguió recobrar el control de sus manos, un momento antes de que tiraran hacia abajo de las bragas de Magda. Cada centímetro de su piel gozaba del contacto del cuerpo femenino; su pecho notaba la turgencia de los senos oprimidos contra él, y su pene pulsaba, impaciente, bajo el sexo de su hermana.
Temblando, se controló con un enorme esfuerzo de voluntad. Giró su propio cuerpo, empujándola, hasta dejarla tendida boca arriba, y se incorporó, sentándose después en la cama. Tomó el pantalón corto, y se puso en pie. Aún, antes de salir, se permitió mirar a su hermana: tendida boca arriba, con las rodillas elevadas y los muslos ligeramente separados, la falda de su vestido era un rebuño en su cintura. Sus senos subían y bajaban acompasadamente bajo la liviana tela de su vestido, al ritmo de su respiración acelerada. Y en la entrepierna de sus braguitas había una extensa mancha delatora de humedad.

Las horas siguientes fueron difíciles para ambos. Los dos eran conscientes de lo que podía haber sucedido solo con que uno de ellos hubiera ido un paso más allá. Magda y Javi compartían un pensamiento común: se sentían atraídos por el otro, con una atracción física impensable, dado su parentesco.
Javi cocinó (lo hacía casi todos los días que estaba en casa) y después puso la mesa.
«Esto tiene que acabar. No sé cómo, pero tenemos que superarlo» —se dijo a sí mismo.
Se detuvo ante la puerta cerrada del dormitorio de su hermana, y dudó unos instantes. Los suficientes como para representarse mentalmente su imagen tumbada en el lecho, completamente desnuda, como la había visto en las fotografías. Sacudió la cabeza para alejar el mal pensamiento, y tocó con los nudillos.
—Magda, la comida está en la mesa. Ven antes de que se enfríe.
Dio media vuelta, regresando a la cocina, y se dedicó a servir vino en las dos copas. Por el rabillo del ojo, distinguió la silueta de su hermana, parada bajo el dintel. Le dirigió una sonrisa tranquilizadora, y se sentó. Magda le imitó pasados unos segundos.
Se había cambiado de ropa, pero era casi peor: ahora llevaba una camiseta blanca sujeta en los hombros por dos cintas estrechas, a través de la cual se distinguía la oscuridad de sus aréolas, con los botones erectos en la cúspide, y que dejaba al aire una porción de su vientre plano.
En la parte inferior, unos pantalones cortos, algo holgados. Al sentarse ante su hermano, sin embargo, Javi tuvo una rápida visión de la entrepierna hundida en su abertura, con los bultos de los labios mayores a cada lado. Se sintió morir.
Comieron en silencio, hurtando al otro la mirada, intercambiando únicamente frases del estilo de “sírveme más vino, por favor”, o “¿puedes cortarme otra rebanada de pan?”.
Finalmente, Javi no pudo soportar aquello un momento más: alargó la mano sobre la mesa, y la tomó por la barbilla, obligándola a mirarle.
—¡Hey chica! Estás muy callada.
Magda le dedicó una sonrisa velada, pero no dijo nada.
—Como tú decías antes, —comenzó Javi— ha sido inapropiado e indecente; ambos hemos tenido un momento de debilidad, pero no ha pasado nada del otro mundo. Tú me has visto desnudo por primera vez, de la misma forma que yo he tenido ocasión de contemplarte sin ropa en las fotografías. No tienes por qué sentir vergüenza alguna por ello… Y no podemos consentir que esto se interponga entre nosotros, ahora nos necesitamos el uno al otro más que nunca. ¿Vas a seguir así de seria?
Esta vez la sonrisa de su hermana fue luminosa, mirándole a los ojos voluntariamente por primera vez.
Había omitido, por supuesto, el hecho diferencial de que él la había visto desnuda solo en fotografías, y no había puesto un dedo sobre el cuerpo de su hermana, mientras que ella había estado contemplando “en vivo” hasta lo más recóndito del suyo, y no solo eso, sino que además, había estado tocando sus genitales. Y, ni que decir tiene, no insistió en poner de relieve el impulso sexual que cada uno había experimentado hacia el otro.
De repente, le vino algo a la memoria; no había vuelto a pensar siquiera en ello.
—Y tienes que volver a verme desnudo otra vez, —continuó—, porque tengo que enviar una fotografía, ¿recuerdas? Y es difícil hacerlo uno solo.
—¿De veras quieres seguir adelante con lo de tu posado? —preguntó ella, mirándole fijamente.
—Ya te dije que sí, Magda. Estoy decidido a hacerlo.
—Está bien —aceptó ella poniéndose en pie—. Vamos a recoger la mesa. Supongo que tendré que cambiarle las pilas a la cámara digital. Mientras, te… quitas la ropa, y me esperas. Por cierto, —se interrumpió, con un rimero de platos en las manos—. ¿Dónde lo hacemos?
—¿Qué te parece en el salón? —propuso él—. Hay una superficie de madera lisa en la pared, y he pensado que es el mejor lugar.
—Está bien, —convino su hermana.
Javi se quitó la ropa en su dormitorio, dirigiéndose después al salón, donde encontró a Magda manipulando la olvidada cámara digital. Ella alzó la vista brevemente, dirigiéndole una rápida mirada, para después volver a concentrarse en el dispositivo.

Javi se mostraba desnudo ante su hermana con absoluta tranquilidad. No sentía pudor en absoluto, y le parecía un sueño lo ocurrido unas horas antes en su dormitorio. Observó que ella le miraba también como si el hecho de que él estuviera sin ropa fuera de lo más habitual. Aunque siempre con la vista por encima de su cintura.
Javi se situó en el lugar que había propuesto, y su hermana se acercó cámara en ristre.
—Hay demasiada luz, Javi.
—¿Y si corremos los visillos del balcón? —propuso él.
—Deja, ya lo haré yo —Magda compuso una sonrisa irónica—. ¿Te has dado cuenta de que estás en pelotas, queridito? Solo falta que alguna vecina te vea así, y a mí detrás haciéndote fotografías. Nos crucificarían como mínimo.
Tras hacerlo, Magda se ubicó ante él, y retrocedió hasta que la figura de su hermano llenó el visor. A pesar de que el tejido tamizaba la luz, aún era demasiado cruda.
—Tenemos que poner algo además de los visillos —informó a Javi—. Hay mucha luz.
—Bueno, yo no sé, tú tienes más experiencia —Se interrumpió, advirtiendo una ligera crispación en el rostro de su hermana. Se acercó a ella, y le acarició una mejilla—. No te ofendas, cielo. Quería preguntarte qué hacen los fotógrafos profesionales.
—No me ofendo. Es que me había parecido notar en tu voz… no sé, como un tono de reproche.
—No hay nada que pueda reprocharte. Sobre todo ahora, que yo voy a dedicarme a lo mismo que tú —le sonrió tranquilizadoramente.
Magda correspondió a su sonrisa, y repitió el gesto de él, posando levemente los dedos en la mejilla de su hermano.
—Hay como unas sombrillas plateadas —informó ella— puestas del revés, con un foco hacia abajo. Y una especie de marcos blancos que reflejan la luz.
—Pues no tenemos nada similar —dijo él, como hablando para sí—. Y creo que el paraguas no servirá, aunque le forremos de papel de aluminio. Lo que sí podemos hacer es poner una sábana en el balcón, además de los visillos. Dio dos pasos, y luego se detuvo, riendo con ganas.
—Otra vez tendrás que hacerlo tú, cariño. Los vecinos, ya sabes…
Segundos después, con la luz aún más tamizada, Magda encuadró nuevamente el cuerpo de su hermano en el visor. Bajó la cámara con gesto de fastidio.
—Tienes una sombra que te cubre medio cuerpo. Sería más sencillo si esperáramos a la noche, pero entonces el problema sería la falta de luz.
—Bueno, se me ocurre… Lo de las sombrillas no, impensable, pero podemos construir una de esas pantallas reflectantes con una litografía cubierta por un lienzo blanco —recorrió las paredes con la vista— Mira, aquella grande será perfecta.
Durante unos minutos se afanaron, tensando la tela en el cuadro, que graparon por detrás. Pero… ¿dónde ubicarle? Javi trajo una escalera de mano, y colocó el rectángulo a media altura.
—Mira ahora cómo queda, —solicitó, mientras volvía a ubicarse en el mismo lugar anterior.
Magda contempló la imagen a través del visor. Aún quedaba algo de sombra. Se acercó, y colocó el improvisado reflector un poco más bajo. Volvió a encuadrar. Se dirigió al “invento” y le inclinó un poco. De nuevo, contempló el efecto a través de la cámara. Perfecto. Solo que…
—Hay otra cosa… —le miró ruborizada—. Es que… Bueno, tienes enrojecido el pubis. Se nota demasiado el afeitado reciente.
—Pues hay poco que podamos hacer… —respondió él—. Esperar a mañana o pasado, pero no quisiera dejar pasar más tiempo. Pueden olvidarse de mí…
—…o ponerte maquillaje sobre las rojeces —continuó ella—. Tengo una base que probablemente las disimulará bastante.
—Probemos —aceptó Javi.
Se dirigieron al dormitorio de Magda. Ella revolvió en la coqueta —no se maquillaba habitualmente— hasta seleccionar un tarro. Se volvió hacia su hermano con él en la mano.
Javi estuvo a punto de pedirle en broma que se lo extendiera ella. Se mordió la lengua a tiempo. Su hermana podía tomarlo como una invitación a volver a hacer algo inapropiado e indecente, y ofenderse.
Tomó el tarro, y se volvió de cara al espejo de cuerpo entero que revestía una de las puertas del ropero de Magda. Tomó una pequeña porción de la crema, y comenzó a extendérsela por encima del pene, llegando incluso a las ingles. Advirtió el reflejo de la mirada de su hermana, clavada en sus genitales sin ningún reparo.
—Ya, —dijo él cuando supuso que había suficiente.
—Deja que te mire de cerca —Magda se arrodilló en el suelo frente a él, absolutamente tranquila—. ¡Jajajaja! eres un desastre. Te has dejado pegotes, y hay zonas sin cubrir.
Javi se quedó de piedra. Los dedos de su hermana comenzaron a recorrer su pubis, extendiendo el cosmético. Luchó desesperadamente por evadir su mente, pensar en cualquier cosa que no fuera el tacto suave que le masajeaba. Ella tomó otra porción, y reinició el dulce suplicio. El leve roce se desplazó a sus ingles, y percibió la caricia del dorso de la mano de Magda en sus testículos, como por la mañana. Por fin, cuando terminó, Javi advirtió con alivio que su pene seguía colgando fláccido entre sus piernas.
—Tienes el escroto algo enrojecido también, pero la piel es oscura, e imagino que ya mañana no se notará mucho —dijo Magda aparentemente tranquila, mientras volvía a ponerse en pie—. ¿Probamos ahora?
Se dirigieron de nuevo al salón.
—¿Cómo me pongo? —preguntó él dubitativo.
—Menos de frente, mirando a la cámara en posición de firmes, como quieras —replicó ella.

Minutos después, había plasmado la imagen de su hermano en diversas posturas, desde muchos ángulos diferentes. Cerró la cámara, y extrajo la tarjeta del dispositivo.
—Tendrá que ser en tu portátil —dijo Javi—. Mi ordenador no tiene lector de tarjetas. Y tendremos que enviar el correo también desde él, porque yo no robo la conexión inalámbrica del vecino— concluyó con retintín.
Mientras ella manipulaba su ordenador, sintiendo la abrumadora presencia del cuerpo varonil desnudo tras ella, Magda, de nuevo, se encontraba dividida en dos mitades separadas: una de ellas deseaba que su hermano se vistiera, ahorrándole así el suplicio de contemplar lo que no podía tener. La otra, gozaba lo indecible con la visión del cuerpo masculino, reflejado en el espejo del ropero.
A pesar de todo, las fotos habían quedado ligeramente oscuras. Nada que no pudiera remediarse con su programa de retoque fotográfico.
—¿Cuál prefieres? —preguntó él, mientras apoyaba las manos en sus hombros. Magda se sintió morir.
—Estoy tratando de verlas con otros ojos, —respondió—. No con los de tu hermana, sino con los de una mujer que no te conoce de nada, y por tanto no está influida por tabúes ni otras monsergas. —Hizo pasar las imágenes una a una en el visor, hasta que eligió una.
De nuevo sintió una sensación indescriptible. La hermana miraba la imagen reflejada en la pantalla con ojo crítico: era perfecta. La hembra, no podía apartar la vista de aquel hermoso miembro en reposo, que le devolvía la imagen.
—Mi dirección de correo es… —se inclinó a un costado de ella, para apuntar en un post-it su dirección de outlook.com y su contraseña—. Solo tienes que escribir que “de acuerdo con nuestra conversación…” ya sabes, el número de mi móvil, y añadir la foto como adjunto.
Minutos después, Magda apagó el portátil y se puso en pie, dando frente a su hermano, pero sin osar mirarle más abajo del rostro.
—Alea jacta est —bromeó sonriente—. Miró su reloj de pulsera—. ¿Sabes qué hora es? Las seis. ¿Tienes que hacer algo esta tarde?
—No, —respondió Javi.
—¿Qué te parece si damos un paseo por el parque? —propuso ella.
—Perfecto. Saludable y baratito…

Mientras caminaban en silencio, las manos se rozaron. Sin pensarlo, Javi entrelazó los dedos con los de su hermana. Ella le dirigió una sonrisa, y no dijo nada.
Instantes después, se cruzaron con doña Gúdula, la vecina del segundo segunda, que respondió con un avinagrado “hola” al saludo de los dos hermanos.
—¿Te has fijado? —a Javi le bailaba la sonrisa en la voz—. Si las miradas mataran…
—Y eso que no sabe que me dedico a posar desnuda…
—…y que luego me enseñas las fotografías, —continuó Javi.
—…y que te tumbas en la cama, y yo te quito los pantalones —añadió Magda, con la risa bailándole en la voz.
—…y tú me acaricias los genitales… —dijo él.
Su hermana le miró con gesto fingidamente ofendido.
—Eso no es verdad, eran roces sin intención, ¡jajajaja!
—…y después me tomas fotos en pelotas… ¡jajajaja!
No se percataron de que la mujer se había vuelto al escuchar sus risas. Miró con desaprobación las manos unidas de los dos hermanos, y sacudió la cabeza con gesto escandalizado.

—¿Sabes? —dijo él mientras, sentados en un banco, miraban a los niños correteando alrededor de ellos—. Por primera vez desde esta mañana me encuentro bien. Y me alegro de que podamos bromear sobre lo ocurrido.
—Cuando me llamaste para la comida estaba avergonzada, no podía mirarte a los ojos.
—Bueno, yo tenía más motivos para sentir vergüenza. Al fin y al cabo, fui yo el que tuvo la… reacción indecente e inapropiada.
—No te fijaste… —Magda afirmaba más que preguntar—. La… reacción indecente e inapropiada fue mutua.
—Pero lo hemos superado —dijo Javi—, y las cosas vuelven a ser como siempre entre nosotros.
—¿Me enseñarás las fotos? —preguntó ella con un hilo de voz.
—Claro. Pero no vendas la piel del oso antes de cazarle. Puede que incluso no me llamen nunca.
Magda se quedó mirando el rostro de su hermano. Tenía la mirada perdida en el infinito, y por un instante le asaltó el loco deseo de besarle. Él volvió la cabeza, encontrándose con la mirada brillante de su hermana. Algo se derritió en su interior al contemplar su precioso rostro.
—¿Te he dicho alguna vez que eres lo más querido para mí en este mundo? —preguntó Javi con voz algo ronca.
Ella no respondió, limitándose a apretar su costado contra el de su hermano.

Aquella noche, ninguno de ellos durmió demasiado.

Al día siguiente, Javi recomenzó sus inútiles gestiones, con una esperanza renovada. No podía, no consentía renunciar a conseguir un trabajo decente.
Llevaba más de una hora de espera ante la puerta cerrada del despacho del director de Recursos Humanos; la secretaria le había dirigido varias miradas insinuantes, y su actitud, más la minifalda recogida, mostrándole sin pudor sus bragas amarillas, le indicaba que quizá la chica podría ser un plan, si se lo propusiera. Pero, —advirtió con extrañeza— aunque era una auténtica maravilla de mujer, no provocaba en él ningún deseo.
En ese momento sonó su teléfono.
—Diga —contestó a la llamada.
—Te llamo de Erotic Dreams —reconoció inmediatamente la voz dura de la mujer con la que había hablado el día anterior—. Mira, estás de suerte. Tengo un encargo, y casualmente das la imagen adecuada. ¿Puedes estar por aquí hoy a las cinco de la tarde? Apunta la dirección…
La mujer hizo una pausa antes de continuar.
—Por cierto, no hemos hablado de honorarios; no sé qué idea te habías hecho, pero las cosas no están como para tirar cohetes. Además, los chicos se pagan menos que las chicas. ¿Te parece bien quinientos?
—Setecientos cincuenta, —respondió tras meditarlo unos segundos. No podía dar la imagen de que necesitaba desesperadamente aquel trabajo.
—¡Vaya! Encima con exigencias. Mira, sé que es tu primera vez, no hay más que ver la foto. De manera que… ¡Vale!, hoy estoy de buenas. Seiscientos.
—Setecientos cincuenta, —repitió él con voz firme. Había pensado que la mujer había tardado solo unas horas en llamar, lo que quería decir que, por alguna ignorada razón, le quería a él, no a ningún otro.
—Seiscientos cincuenta —propuso la mujer—. No puedo pasar de ahí, con eso casi no cubro gastos.
—No creo que vendas por menos de mil, y no una vez, sino varias —replicó él con voz dura—. Así que no me vengas con monsergas. Setecientos cincuenta.
Se hizo el silencio en la línea. Javi temió por un momento haberse pasado de la raya.
—¿Sabes? No debería decírtelo, pero me caes muy bien. A cualquier otro le habría mandado ya a tomar por culo. Pero hay una cosa, queridito: yo tengo la sartén por el mango, y no puedo permitir que un culito respingón se me imponga, perdería “cara” en el negocio. Setecientos. Lo tomas o lo dejas.
—Hecho, —acepto él.
—Bien, pues hasta luego —se despidió la mujer con brusquedad—. Y colgó.
Casi al mismo tiempo, la secretaria del director apretó el botón que cortaba la comunicación con su jefe.
—Javier —llamó su atención—. Lo siento mucho —continuó con voz compungida—. Don Tomás dice que la reunión se ha alargado, y que no podrá recibirte hoy.
Él se levantó despacio, y se acercó a la mesa de la chica, que por un momento temió una reacción violenta.
—¿Sabes? —comenzó con voz calmada—. Sé que no es tu culpa, pero, ¿por qué no podéis decir de entrada que no hay nada para nosotros, en lugar de hacernos perder toda la mañana? ¿Tan difícil es?
—Yo soy una empleada —respondió ella encogiéndose de hombros.
Mientras él se dirigía a la puerta, la mujer admiró sus anchos hombros, sus estrechas caderas, sus nalgas apretadas, y sus andares elásticos.
«Lástima —pensó—. Este es diferente. Viste bien, se expresa correctamente… y además, está como un queso»
Mañana, si don Tomás estaba de buenas, buscaría el currículo de Javi y se lo pasaría… suponiendo que no hubiera ido a parar a la papelera.

Magda le recibió con una alegre sonrisa. Mostraba leves salpicaduras de salsa de tomate en la barbilla.
—Hoy es el día libre del chef, de manera que he tenido que improvisar: spaghetti Carbonara. Nutritivos y baratitos. Y hay hasta parmigiano de pega rallado, todo un lujo…
Se puso seria, al advertir la expresión de su hermano, y se detuvo en mitad de la frase.
—¿Qué pasa, Javi?
—Que ni me han querido recibir en la empresa a la que acudí en busca de trabajo.
—Bueno, ya saldrá otra cosa… No te preocupes.
—No, lo que me preocupa es lo otro: la sesión fotográfica es esta tarde a las cinco.
—¡Ya sabía yo que mi hermano triunfaría en todo lo que se propusiera!… —exclamó Magda palmoteando alegremente. Se puso seria—. ¿Has pensado que no han tardado más que unas horas en llamarte?
—Lo he pensado, y hasta he regateado el precio.
—¡Bien! Este es mi chico. ¿A qué hora?
—A las cinco, y son más de las tres. Tengo el tiempo justo de comer, ducharme y vestirme.

En el trayecto desde el aseo hasta su dormitorio, tras la ducha, a través de la puerta entreabierta de la habitación de su hermana, vio que se estaba aplicando lápiz de labios ante el espejo, vestida para salir.
—¿Vas a algún sitio esta tarde? —preguntó Javi desde el umbral.
Ella miró a través del espejo su figura cubierta por un albornoz.
—Voy contigo.
—¡No!
—¡Sí! —replicó Magda—. Y sin discusión. —Cerró la barra de labios, y se acercó a Javi—. Tú me has acompañado todas las veces… Bueno, menos una. Y tu presencia me daba seguridad y confianza. Sé que tú no precisas que nadie te proteja, como en mi caso, pero sí necesitas el mismo apoyo que tú me has dado. Así que no hay más que hablar: voy, y basta.
Javi se encogió de hombros, resignado. Sabía que cuando a Magda se le metía algo entre ceja y ceja era muy difícil hacerle cambiar de opinión. Y en su fuero interno, agradecía que fuera con él, como un seguro contra el pánico que comenzaba a sentir.
—¿Qué me pongo? —le preguntó, iniciando el camino hacia su habitación.
—Mmmm, traje, pero no corbata. —Entró tras él, y abrió el armario—. Este gris combina bien con la camisa azul abrochada en los puños. Y un bóxer, están de moda.
Javi la miró de hito en hito, con una sonrisa zumbona.
—¿Vas a quedarte a mirar cómo me visto? No es que me importe, total…
Magda se volvió, azorada, e inició la salida. Se giró antes de llegar a la puerta.
—¿Cómo va lo de tus genitales? —preguntó.
—Bien. Esta vez no será necesario el maquillaje.

Cuando Javi dio la dirección al taxista, (según Magda no se podía ir a esos sitios sudado, con la ropa arrugada y oliendo a Metro) Magda le miró con los ojos abiertos como platos.
—Oye, esa es la dirección de mi último trabajo. ¿Agencia Erotic Dreams? —preguntó en un susurro para no ser escuchada por el taxista.
—La misma. Verás, en una nueva invasión de tu intimidad, (que confío perdones) llamé a los números que había en tu tarjetero.
—Bueno, supongo que sabes que el fotógrafo es una mujer…
—Claro, —dijo él—. Lo que no sabía… —bajó la voz hasta convertirla en un susurro, mientras pegaba los labios al oído de su hermana— es que esas fotos tan… explícitas, digamos, no habían sido tomadas por un tío. Y eso me hace sentir un poco mejor.
Magda sonrió interiormente ante sus palabras. Javi pensaba únicamente en el momento de posar, pero no en que las imágenes serían contempladas después por un montón de hombres. Aunque a ella misma le convenía hacer la misma abstracción.

Pocos minutos después, Javi apretó el botón del timbre de la puerta. Se trataba de un inmueble moderno, no algo sórdido como había temido. A la amazona aquella debían irle bien las cosas.
Se abrió la puerta, y tras ella apareció una mujer… grande, es la palabra, de unos cincuenta y tantos. No era obesa, pero todo en ella era enorme. Unos pechos desmesurados, que desbordaban por el escote de su blusa. Una cintura ancha, sin que se distinguieran michelines. Caderas amplias, coronando un par de piernas como columnas, enfundadas en medias negras, como su falda. Y rostro de facciones duras y gesto de pocos amigos que, extrañamente, se iluminó al ver a Magda.
—¡Hombre! Magda, la virgen pudorosa. Precisamente tenía pensado llamarte mañana. —Tomó a la chica de un brazo, y la empujó suavemente al interior, sin hacer caso alguno a Javi, que hubo de sujetar la puerta para que no le golpeara en las narices.
—¿Llamarme? —preguntó Magda con extrañeza.
—Sí, —respondió la mujer—. Igual no debería decírtelo, porque subirás tu caché, pero tus fotos han tenido mucho éxito, y la gente quiere más…
Entonces reparó en la presencia de Javi. Se encaró con él.
—Y tú, ¿quién coño eres? —preguntó con voz desabrida.
—Teníamos una cita a las cinco, ¿recuerdas?
—Ya es casualidad… —se detuvo y miró a Magda—. O no. ¿Es tu novio, marido, rollete o algo así?
—Algo así —respondió Javi sin precisar más.
—Bueno, acompañarme al despacho. Ya sabrás por tu “algo así”, que hay que firmar unos papeles…

Javi leyó por encima el documento antes de estampar su rúbrica. Cuando alzó la vista, se encontró con una mirada calculadora de la mujer.
—Se me está ocurriendo… Mirad, cambiamos de tercio. Dos mil por una sesión con los dos juntos.
Javi dirigió una aterrorizada mirada a su hermana, para encontrar sus ojos abiertos como platos, con una expresión parecida a la suya en su hermoso rostro. No sabía qué decir. Y aunque lo hubiera sabido, tampoco podía articular palabra. Tragó saliva, y respondió en tono contenido:
—Creo que vamos a declinar tu oferta…
—¡Vaya! Javi, el negociador sin piedad. Dos mil doscientos, y esta vez es mi última palabra.
—¿Te importaría que lo habláramos mi… chico y yo en privado? (por un terrible momento había estado a punto de decir “hermano”)
—Vale. Pero no os demoréis, que tengo mucho trabajo esta tarde.

Cuando se encontraron a solas en el pasillo, Magda le miró de frente.
—¡No! Magda —exclamó él.
—¡Sí! Vaya que estás negativo hoy. Mira, con ese dinero no tendremos que aceptar más posados durante un tiempo. Se trata solo de un trabajo, me duele la boca de repetírtelo. Además, tú ya estabas decidido a hacerlo, así que, ¿cuál es el problema?
—Pero es que tú y yo… desnudos… —acertó a balbucear Javi—. Es muy fuerte.
—¡Vaya cosa! Tú estás harto de ver mi cuquita en fotografías. Y ayer estuviste en pelotas todo el tiempo delante de mí…
—Se te ha olvidado por qué estamos así, de modo que te lo recordaré —dijo Javi en tono seco—. Se trata de que no quiero que mi hermana pose desnuda ni una sola vez más.
—¿Qué diferencia hay entre que lo hagas tú o yo? —preguntó Magda con los brazos en jarras—. Ninguna, piénsalo. Hablan por ti los prejuicios, el machismo más rancio; ¡oh!, mi dulce hermanita tiene que mantenerse pura, porque lo contrario es una deshonra para la familia —remedó la voz de él—. Además, —suavizó el tono— yo no soy tu hermana, sino tu “algo así”, de manera que…
Javi aún dudó unos instantes.
—¿Cómo será? —preguntó en voz baja.
—Mira, no lo sé. Mirta te va pidiendo que poses así o asá. No hay más que relajarse y seguir sus indicaciones.
Tomó a Javi de la mano, antes de que pusiera más pegas, y entraron en el despacho.
La amazona aquella estaba hablando por teléfono. Tapó el auricular con la mano, tras excusarse, y les interrogó con la vista.
Javi tragó saliva, y asintió.
—Magda, tú ya conoces la casa. Id al vestuario, desnudaos, y me esperáis en el estudio, no tengo que indicarte dónde es.

—¿Cómo te sentiste tú la primera vez? —preguntó Javi mientras se quitaba la camisa—. Yo estoy acojonado.
—Más o menos —respondió su hermana—. Estuve a punto de echar a correr. Luego… bueno, te acostumbras a estar en pelotas delante de la gente, y ya no te hace tanta sensación.
Él dudó con la camisa en la mano. Había visto un colgador para la ropa como los de las tiendas, pero estaba a su espalda, junto a Magda. Dudaba en volverse. Finalmente, pensó que en algún momento debía enfrentarse a ello, y se dio la vuelta.
Magda estaba colgando su vestido, cubierta únicamente con unas braguitas de encaje, de espaldas a él. Se le secó la boca. Una cosa eran las fotografías, y otra distinta contemplar el cuerpo de su hermana, tal y como le estaba viendo ahora.
Magda se quitó la única prenda que le quedaba, la depositó en la barra superior, y le dio frente. Sus mejillas mostraban un ligero rubor, pero parecía estar más tranquila que él. Javi dirigió la vista al suelo, como si le hubieran pillado haciendo de voyeur. Confundido, desabrochó su pantalón, y le hizo deslizar por sus piernas, colgándole de una percha. Finalmente, y no sin dudarlo unos segundos, se desprendió del bóxer, que dejó junto a las braguitas de Magda. Y todo esto sin osar mirarla.
—¡Eh! —dijo ella alzando la barbilla de su hermano—. Vamos a estar frente a frente desnudos durante un rato, de manera que es mejor que te acostumbres a ello; así evitarás, digamos, reacciones inapropiadas e indecentes. Mírame. Sin miedo. Ahora mismo no somos familia, sino “algo así”, de manera que olvida todos esos prejuicios. —Se separó de él un par de pasos.
A pesar de su aparente seguridad, Magda no pudo evitar una sensación de pudor ante el escrutinio a que la estaba sometiendo su hermano. Sentía flaquear sus piernas, y el rubor le producía una sensación de calor en las mejillas.
Javi dejó que su vista recorriera aquel hermoso cuerpo desnudo, que solo había contemplado en fotografía. Con un nudo en la garganta, sus ojos se posaron es sus hombros, descendieron desde su cuello hasta sus pechos, en los que se detuvo unos segundos: altos, turgentes y de forma cónica, las aréolas de un tono solo un poco más oscuro que la piel circundante no eran un círculo aplanado, sino un segundo cono, que terminaba en unos pezones erectos en la cúspide. Continuó por su vientre plano, y admiró su estrecha cintura y sus caderas. Tras una ligera vacilación, su mirada descendió hasta el pubis, con la fina línea de vello que ya conocía por las fotografías. Pero no era lo mismo mirar una imagen plana que contemplar en vivo la apenas insinuada separación de su vulva, invisible desde su posición elevada. Sus ojos vagaron por sus preciosos muslos, sus rodillas redondeadas, y resbalaron hasta sus pequeños pies perfectos.
Magda giró en redondo, para permitir que él se recreara con la vista de su tersa espalda, sin un defecto, y sus firmes nalgas redondas, entre las cuales pudo vislumbrar apenas la protuberancia de sus labios menores…
Curiosamente, y quizá impresionado por la situación, el indudable deseo que le inspiraba aquella imagen no se traducía en un endurecimiento de su pene, que se mantenía en reposo.
Cuando de nuevo giró para darle frente, advirtió que la vista de ella se dirigía a sus genitales.
—¿Te he dicho alguna vez que eres una mujer preciosa? —consiguió articular con voz ronca.
Magda levantó la cabeza, mirándole a los ojos.
—No, hasta que hemos pasado de ser hermanos a “algo así”, —intentó ella bromear para dulcificar la situación.
Les interrumpió la irrupción de Mirta en el pequeño recinto.
—¿Qué estáis haciendo? Lumi, mi ayudante, está enferma, y tengo que hacerlo todo yo sola.
Recorrió con la vista el cuerpo desnudo de Javi, que no pudo evitar una sensación de pudor. Estuvo en un tris que se tapara los genitales con la mano.
—Las fotos no te hacen justicia, estás muy bien… aunque no debería decírtelo, no me vayas a renegociar los honorarios, ¡jeje!. En cuanto a ti… —miró ahora a Magda—. ¡Joder! ¡quién tuviera tu edad de nuevo! No necesitas maquillaje alguno.
La vista de la mujer pasó del rostro de Magda al de Javi, para volver después al de su hermana.
—He sacado tu ficha, y me he dado cuenta… ¿Sois hermanos? ¡Joder, qué morbo!
—Simplemente tenemos los mismos apellidos. Son muy comunes —saltó rápido Javi.
De nuevo, la mujer miró alternativamente el rostro de los dos, comparó los cabellos rubios de ambos, de igual tono, y se encogió de hombros.
—Acompañadme, ya hemos perdido mucho tiempo, —concluyó mientras andaba hacia la puerta.

Javi guiñó los ojos, deslumbrado por la cruda luz del estudio. En un extremo se había recreado un dormitorio, con una gran cama cubierta con sábanas blancas y cabecero de hierro, casi oculto por unos almohadones del mismo color que el cobertor. La mujer les indicó que fueran hacia ella.
—No sé si te lo dijo Magda —se dirigía a Javi—; lo mío es recrear una historia con una secuencia de fotografías. Bien, en este caso, se trata de dos amantes que se despiertan por la mañana. Es como un gonzo, pero en fotografías, en lugar de vídeo.
Los dos hermanos se miraron confundidos.
—No es porno —aclaró la mujer—, ya sabe Magda que no es mi rollo. No os voy a pedir que folléis. Solo miradas, suaves caricias, cosas así. De momento, tumbaros para que pueda ajustar la iluminación.
Javi se tendió boca arriba el primero, y después lo hizo Magda, guardando una prudente separación. La mujer acercó a ambos un fotómetro en distintas partes del cuerpo. Se apartó para contemplar el efecto. Después movió una pantalla reflectante, y giró ligeramente un foco. Hizo algunos ajustes en una cámara montada sobre un trípode. Volvió a poner el fotómetro a corta distancia del pecho de cada uno. Por fin, pareció satisfecha del resultado.
—Bien. Estáis dormidos, así es que, los ojos cerrados. Tú, Javi, quédate como estás, boca arriba. El brazo derecho doblado sobre tu cabeza, el izquierdo a lo largo del cuerpo, con naturalidad. Magda: de costado, vuelta hacia tu chico —ella adoptó la posición que le indicaba la mujer—. Una mano sobre el pecho de él… No, el codo doblado en tu cadera, así te tapas las tetitas. ¡Mmmm! mejor ponla sobre su vientre. —Dirigió una mirada crítica, y rodeó la cama—. Niña, adelanta más la rodilla derecha; quiero que se vea un poco tu rajita. Así está bien.
La mujer tomó la cámara del trípode, y evolucionó alrededor de los dos hermanos, accionándola desde diferentes ángulos.
—Vale —dijo al fin—. Magda se ha despertado, Javi aún no. Magda se incorpora un poco sobre el codo izquierdo… —esperó a que la chica adoptara la posición—. Así. Te gusta ver como duerme tu chico. Sonríes, y le acaricias tiernamente el rostro.
«¡Joder! No son profesionales, lo tengo claro, pero parecen hechos para esto» —pensó la mujer.
De nuevo, tomó diversas instantáneas, tanto de cuerpo entero como solo de cintura para arriba.
—Perfecto. Javi se ha despertado. Se vuelve hacia su chica… así. Magda se arrodilla y se inclina hacia él. Javi la toma por los hombros… Muy bien. Sonreíd como sabéis.
Nuevas tomas desde distintas posiciones.
Javi se había “metido” totalmente en su papel. Había conseguido hacer abstracción de que las manos femeninas que se habían posado en su vientre, como una caricia, eran las de su hermana, no las de otra mujer. Su sonrisa fue cálida y tierna, no tenía que fingir nada: traslucía el cariño que sentía por ella.
—Bueno, vamos subiendo la temperatura —dijo la fotógrafo, que se quedó pensativa un rato—. Javi, incorpórate un poco, apoyado en el codo izquierdo… Así. Magda, arrodíllate detrás de él, y cruza los brazos sobre su pecho… —Esperó a que la chica adoptara la postura—. Tendrás que estar algo más tumbado, Javi. Le tapas la cuquita a tu chica con la cabeza. Aunque… esperad. Mejor tiéndete del todo. Magda, inclinada con las tetitas sobre la cara de tu chico, y las manos en sus ingles… Vale, pero separa un poco las rodillas, y adelanta el pubis, no se te ve nada.
De nuevo, la mujer circuló en torno a los dos hermanos, y los clics de la cámara indicaron que estaba realizando tomas desde diferentes alturas.
Mientras, Javi trataba desesperadamente de evadirse de la visión del sexo de su hermana a centímetros de su rostro. Sus labios menores estaban replegados en el interior de su vulva, formando como un montoncito de carne arrugada… Se obligó a mirar a Mirta, descubriendo que la sola visión del careto de la mujer, y el “corte” que le producía estar desnudo ante ella, eran suficiente para evitar la erección que había estado a punto de experimentar.
—Perfecto, chicos —alabó la mujer—. Bien, ahora estáis los dos a punto… Tú, cariño, quédate donde estás. Cielo, boca abajo, con la cara bien cerca de la polla de tu chico. Se trata de simular que estás a punto de comértela, pero no lo hagas, porque os repito que esto no es pornografía.
Magda, completamente ruborizada, adoptó la posición indicada por la mujer.
«¡Joder, joder y joder! —pensó la fotógrafa, mientras contemplaba la escena por el visor de la cámara—. No he visto nunca una cosa igual»
—¡Eh!, cielo, las manos en las ingles de tu chico. Recuerda: vas a hacerle una mamada.
Las tomas fueron esta vez de cerca, encuadrando el rostro de Magda y los genitales de su hermano.
—Vale, —dijo la mujer bajándose de la cama, donde se había subido unos momentos antes—. Quizá… Sobre las rodillas, con el culito en pompa, sujeta la polla de tu chico por la base.
Magda colocó la mano, con el índice y el y pulgar rodeando el cilindro de carne de su hermano, y la palma apoyada en los testículos. Estaba acalorada, pero no solo por la irradiación de los focos. Una cosa había sido sus manoseos del día anterior en el pene de Javi, pero esto era diferente. Sintió una contracción en la vulva, y luchó por no concentrar sus sentidos en el tacto ni la vista.
Esta vez, la mujer se arrodilló en el suelo, alternativamente a derecha e izquierda de los dos, accionando la cámara varias veces. Luego buscó la posición para conseguir una imagen en escorzo, en la que se viera también el sexo de la chica, además del pene y las manos de ella en torno a él.
—Suficiente —dijo Mirta poniéndose en pie—. Ahora tú, cielo, siéntate sobre los talones. Cariño, arrodíllate a la espalda de tu chica. Un brazo sobre sus tetitas, con la mano en una de ellas. La otra mano, sobre su coño.
Javi se sintió morir. En su mano izquierda sentía la dura rugosidad del pezón derecho de su hermana, mientras su antebrazo, apoyado en el otro seno, notaba la dureza de su protuberancia gemela. Dudó unos segundos con la mano derecha, temblorosa, sobre el pubis de Magda. Finalmente, tras mirar de nuevo el desagradable rostro de la mujer como antídoto a la excitación que le invadía, la desplazó ligeramente hacia abajo, cuidando de no posarla en la vulva de su hermana. Pero aun así, sentía la suavidad de la piel del interior de sus muslos
Esta vez, la mujer hizo las tomas de frente, aunque cambiando ligeramente de lugar un par de veces.
—¡Eh!, estáis empezando a sudar. Descansad un poco, y secaros, mientras voy a por un vaso de agua.
La mujer salió precipitadamente del estudio, después de lanzarles una toalla que tomó de una pila que había en una mesita auxiliar.

En el baño, Mirta se refrescó la cara y las muñecas con agua fría. Se miró en el espejo:
«¿Por qué me causan este efecto? ¡Joder!, estoy harta de contemplar a tíos y tías en pelotas —exclamó para sí—. Tienen algo, un no sé qué, que me está poniendo a mil».
Y es que había como un arco eléctrico invisible entre ellos, algo fuera de su experiencia, que erizaba su vello, y le había producido contracciones en el sexo.
Las otras parejas, con sus gestos estereotipados, y su indiferencia ante el hecho de mostrar los genitales a la cámara, la dejaban fría; estos no. Los dos tenían las mejillas encendidas, y acataban sus órdenes, sí, pero… Había llamado a Magda “virgen pudorosa”, y su anterior posado justificaba sobradamente el apodo. Ahora ella y su chico habían conseguido algo muy difícil: adoptar posturas decididamente sexuales, ofreciendo a pesar de ello una imagen de inocencia.
Sacudió la cabeza.
«A ver si va a resultar que son hermanos de verdad —pensó—. Pero no, lo que estoy viendo no es amor fraternal precisamente»
Decidió esperar un poco más, para tratar de serenar su respiración agitada. Mientras lo hacía, el espejo le devolvió el reflejo de la ducha, con su mampara transparente, y en su mente comenzó a formarse una idea, aún sin concretar…

Javi, arrodillado en la cama ante su hermana, esperaba su turno, mientras ella enjugaba el sudor de su rostro y axilas, y la pasaba después bajo sus pechos, que oscilaron sugerentemente.
—Antes, me dijiste que me acostumbrara a verte desnuda —recordó Javi—. Pero lo que no imaginaba es que, además de mirar, tuviéramos que tocarnos.
—Yo tampoco podía suponerlo —coincidió ella—. Bueno, no pasa nada.
—Es que me da un reparo tremendo. ¡Joder, Magda! Eres mi hermana.
—¡Ya salió el caballero con sus ideas decimonónicas! —exclamó la chica en tono de reproche—. Dijimos antes que nuestro parentesco está suspendido, y que somos una pareja como cualquier otra. —Se volvió ligeramente mostrándole el trasero—. Más vale que cojas otra toalla. Me tengo que secar las ingles… y “lo otro”.
Sentado en la cama, dándole la espalda a su hermana, Javi procedió igualmente a pasarse una segunda felpa por todo el cuerpo. Y en ese momento, Mirta entró en el estudio portando en una bandeja dos vasos en los que tintineaban los cubitos de hielo.
Javi ofreció uno de ellos a Magda, y luego bebió un sorbo del suyo.
—¿Queda mucho? —preguntó a la otra mujer.
—¡Huy! Si casi acabamos de comenzar —respondió ella—. Bueno, cuando estéis preparados, continuamos.
Ambos dejaron sus vasos, y miraron a la mujer, expectantes.
—Bueno, ¿os acordáis de la última posición? Tú detrás, cariño, de rodillas, y tú, cielo, delante, aunque… pareció dudar unos instantes. Cielo, en lugar de sobre los talones, sentada normalmente, y separa bien los muslos. Tú, cariño, en lugar de tapar los pechos de tu chica, coge uno como si estuvieras sopesándole. Con la otra mano, ahora, en lugar de taparla, le abrirás la cuquita con dos dedos.
Javi se estremeció mientras adoptaba la posición indicada por la mujer. Cuando sus yemas se posaron en los labios mayores de Magda, le recorrió un estremecimiento, y sintió en ellas el ligero temblor del cuerpo de su hermana.
La mujer enfocó la cámara desde abajo, sentada en el suelo. La bajó, e hizo un gesto de frustración.
—Estás muy cerrada, cielo. Javi, ¿por qué no estiras ligeramente los “pellejitos” de tu chica?
Javi murmuró un “lo siento” con la boca pegada a un oído de Magda, y se ubicó ante ella. Como había visto antes, sus labios menores continuaban retraídos, formando un bultito que tapaba la abertura de su hermana. Con manos temblorosas, separó los abultados labios mayores, y resiguió sucesivamente los dos pétalos rosados con el dedo índice, abriéndolos, hasta que quedó visible el interior de su hendidura, evitando mirarla a la cara. Y solo después, mientras se arrodillaba de nuevo tras ella, se le ocurrió que habría bastado con que su hermana dijera algo como “no te muevas, ya lo hago yo”, para haberles ahorrado aquello a los dos. Retomó su posición anterior, y ahora abrió decididamente su sexo entre el pulgar y el índice.
—¡Quitos, quietos, quietos! —ordenó la mujer, mientras, desde los pies de la cama, actuaba repetidamente el disparador de su cámara.
Hizo otras tomas en pie, y dejó el objetivo apuntando hacia abajo.
—Bien, estáis calientes y casi preparados para follar… —se interrumpió—. ¡Qué tonta! Tú no le has comido el coño a tu chica. ¿Os tengo que explicar cómo poneros?
Mientras Magda, con el rostro del color de la grana, se deslizaba hacia arriba hasta quedar sentada con la espalda apoyada en los almohadones, con las rodillas levantadas y los muslos muy separados, Javi se arrodilló ante ella. Advirtió un cambio, que le causó un estremecimiento: cuando había visto de cerca el sexo de su hermana unos instantes antes, el prepucio de su clítoris no estaba tan inflamado, ni se distinguía el pequeño botoncito, que ahora asomaba fuera de su capuchón. ¡Estaba excitada! Su pene comenzó a crecer sin que pudiera evitarlo. Elevó ligeramente la cabeza, fijando su vista en los turgentes pechos que se elevaban al ritmo de la agitada respiración de su hermana. Peor aún.
—¿Piensas que se puede comer el coño con la boca cerrada? —preguntó con voz irónica la mujer—. Ábrela, saca un poco la lengua, y arrima la cara más… Así. No os mováis.
Mientras los clics se sucedían, Javi pensó que lo mejor para su tranquilidad era mirar a Magda a los ojos. Pero no pudo. Su hermana los tenía cerrados, su cabeza estaba ligeramente vuelta hacia arriba, y su expresión… ¡Dioses! su lengua obviamente no la había tocado, pero su actitud parecía indicar que estaba experimentando un orgasmo, aunque no pudo percibir contracciones en las palmas de las manos que separaban sus abultados labios mayores. Y su pene creció aún más. Afortunadamente, la voz ronca de la mujer obró como un anticlímax:
—Si no se me hubiera ocurrido sobre la marcha, os habría advertido que vinierais follados de casa… ¡Hala! tumbaros un rato boca abajo hasta que se os calme la calentura, mientras yo voy a… ¡Que esto no es porno, joder!, repito.

Javi jadeaba como un pez fuera del agua.
A su lado, Magda hacía esfuerzos para normalizar su respiración. Había experimentado verdaderamente un orgasmo, y no sabía qué la avergonzaba más: si el hecho de que la mujer hubiera sido testigo de ello, o que su hermano lo hubiera advertido. Pensó en sus sueños húmedos en los que el protagonista era Javi, y se sintió mal. No experimentaba ningún arrepentimiento; en aquel momento, hubiera deseado que la escena no hubiera tenido lugar en el iluminado estudio, sino en la intimidad de su habitación, a solas, y que no se hubiera limitado a que el cunnilingus fuera fingido. Porque ella hacía tiempo ya que veía a Javier más como hombre que como pariente. Y la palabra “incesto”, que la habría impresionado hacía poco tiempo, ahora no significaba nada para ella. Su mala sensación se debía más al hecho de que imaginaba a su hermano lleno de remordimientos, con su anacrónico sentido de lo que estaba bien y mal entre hermanos. Se puso de costado, dándole cara.
—¡Eh!, cariño. ¿Cómo estás?
—No muy bien. Me estoy arrepintiendo de haber accedido a esto. Ya sé todo lo que me vas a decir: que es trabajo, no sexo, esto y lo otro. Pero si no se trata de sexo, le ha faltado poco y menos.
—¡Pero si no ha sucedido nada! —protestó ella—. Mira, ayer tuviste una erección, y yo… —lo pensó un momento buscando una palabra—. Y yo… yo me mojé toda. Eso es una reacción normal, que la fisiología no entiende de parentescos. Y hoy, hemos tenido aún más estímulos, comenzando por el hecho de que tú no habías metido nunca la cabeza entre mis piernas. Y hasta Mirta, me da la impresión, está que se sube por las paredes.
—¡No jodas! —exclamó Javi, volviendo la cabeza en su dirección.
—Pues sí. Pero cuando te preguntaba cómo estás, no me refería a tu estado anímico, sino a tu “palito”. A ver, date la vuelta.
—Mira, —comenzó a decir él mientras giraba sobre un costado— la idea de Mirta corriéndose, es suficiente para destrempar al más pintado, ¡jajajaja!

La entrada de la mujer les sorprendió riendo a carcajadas, recuperada la normalidad. Se habían sentado sobre los talones frente a frente, y ambos lagrimeaban tratando de contener la risa, que había obrado como un anticlímax.
—¿Me contáis el chiste? —preguntó con ironía.
—Cosas de pareja —respondió rápido Javi.
—Bueno, pues si podéis portaros como adultos —y no me refiero a lo que he visto hace un momento— continuamos. En este polvo simulado, ya habéis pasado por el calentamiento. Os habéis tocado, lamido y mirado. De manera que solo queda que finalicéis. Os dejo elegir: ¿qué postura preferís cuando folláis en casa?
Los dos se miraron con la risa bailándoles en los labios.
—La del misionero —dijeron al unísono. Y se echaron a reír de nuevo.
—¡Joder!, no puedo con vosotros —y a pesar de todo, a la mujer se le había dulcificado la expresión—. Pues sea. Magda, boca arriba, las piernas todo lo separadas que puedas. Javi, intenta ponerte sobre ella de manera que no le tapes la “cuestión”. Sujetándote con los antebrazos y las rodillas. —Miró críticamente mientras los chicos obedecían sus indicaciones—. Un poco más arriba… así. Eleva más el trasero… No os mováis.
Se sucedieron varios disparos de la cámara. Finalmente, la mujer, arrodillada a la altura de sus cabezas, indicó:
—Besaros, no tengo que deciros cómo.
Los ojos de ambos se encontraron. Ya no había risas; sus rostros mostraban la emoción que les embargaba. Javi pegó su cuerpo al de su hermana, tomó la iniciativa, y acercó su boca abierta a la de ella, que la recibió de igual modo. Los brazos de él se unieron en la espalda de Magda. Las manos de ella se posaron en las nalgas de él, atrayéndole hacia sí. Con las bocas unidas y cada lengua acariciando la otra, jadeaban, faltos de aire, pero incapaces de separarse.
—¡Hey, hey, hey! —gritó Mirta—. Cariño, eleva un poco el cuerpo, no dejas ver las tetitas de tu chica, ni se distingue tu pollita. —Nuevos clics en la cámara indicaron que tomaba varias instantáneas—. Ya es suficiente. Chicos, hemos terminado.
Se separaron renuentes, con los ojos prendidos en los del otro.
—Se me ha ocurrido… —comenzó Mirta—. Supongo que os querréis duchar. Como hoy es el día de los imprevistos… Quinientos más por una serie de fotografías mientras os… frotáis la espalda el uno al otro en la ducha. Esta vez no voy a daros indicaciones; imaginaos que estáis solos en vuestra casa, y actuar a vuestro aire. Pero tengo que prepararlo todo, de manera que… ¿Qué decís?
Magda interrogó con los ojos a su hermano. Suponía que iba a negarse, por lo que se sorprendió cuando él se volvió hacia la fotógrafo.
—Por mí de acuerdo. ¿Qué te parece, Magda?
—Bien —respondió ella lacónicamente.
—Pues hecho —dijo la mujer—. Y si me ayudas a transportar las cosas, terminamos antes. ¡Ah! Estoy esperando una visita, de manera que poneros esos albornoces que están colgados en la puerta, ¡vamos! salvo que queráis luciros en pelotas.
No querían, por lo que se cubrieron con las prendas.
Tras quince minutos de idas y venidas, transportando focos y reflectantes, tendiendo cables entre el estudio y el aseo, y colocándolo todo, la mujer pareció darse por satisfecha.
—Bueno, ahora… —comenzó a decir, cuando la interrumpió el timbre de la puerta—. Es la visita que os dije. Dadme un minuto que le paso al despacho —añadió, mientras salía.

Volvió segundos después, y revisó con ojo crítico todo el montaje.
«Bueno, la luz no es suficiente, habrá que utilizar un valor ISO más alto… —pensó—. Pero los baldosines no producen reflejos. La mampara transparente sí, pero se puede desplazar a un extremo… Puede pasar»
—¿Qué esperáis para desnudaros? —preguntó con voz fingidamente regañona. La verdad es que aquella pareja le caía muy bien.
Javi se dedicó a graduar la temperatura del agua, accionando después el dispositivo que hizo que una cortina de finos hilos líquidos se precipitara desde arriba. Se introdujo en el pequeño recinto, y tendió una mano a su hermana, que le imitó.
Dejaron que el agua corriera sobre sus rostros y mojara sus cabellos. Después, él busco con la vista, hasta encontrar un frasco de gel de baño. Tomó una porción, y comenzó a extenderle por los pechos de su hermana.
A pocos pasos, sonaban las ráfagas de clics de la cámara. Pero ellos no les prestaban atención…

Mirta miraba fijamente una imagen en el monitor de su pc, donde acababa de descargar el contenido de las tarjetas de memoria de las cámaras. En ella, se veía a Magda inclinada, con las manos apoyadas en los baldosines y las piernas separadas, y a Javi sujetando a su chica por las caderas, con el pubis en contacto con sus nalgas. No la había penetrado, aunque en ese momento su pene mostraba una erección completa. Pero lo que la impresionaba era el rostro de la chica: vuelto hacia la cámara, con los ojos cerrados, era la imagen misma del orgasmo.
No sabía si podría vender las fotos, pero le daba igual: las había tomado solo por el placer de contemplarlas.
Les había dejado secándose en el baño, con instrucciones de vestirse y aguardar en la salita de espera.
Pulsó el botón de imprimir. Era la quinta imagen, y la última que les iba a regalar.
Frente a ella, al otro lado de la mesa, un individuo obeso, con un tripón desmesurado, y calvo, salvo una corona de cabello ralo que rodeaba su cráneo de sien a sien. Su camisa abierta mostraba un sinnúmero de collares dorados de dudoso gusto, y sus dedos gordezuelos estaban cubiertos de anillos de gran tamaño, muy chabacanos. Fumaba un puro, a pesar de que ella le había pedido por favor que no lo hiciera. Pero… el mierda aquel estaba podrido de pasta.
—¿Algo interesante? —preguntó él con voz aflautada.
Mirta giró el monitor sin responder, obteniendo un silbido admirativo del tipo, que se comía literalmente con los ojos la imagen visualizada en la pantalla.

Magda y Javi habían resuelto volver a casa andando. Realmente no había sido una decisión, sino que él comenzó a andar, y ella caminaba a su lado. Porque no habían cruzado palabra desde que salieron del estudio. Y evitaban mirarse a los ojos.
Una vez pasada aquella especie de locura que se había apoderado de ambos, Javi comenzaba a pensar serenamente en lo que había sucedido entre ellos. Su mente era un torbellino de pensamientos antagónicos. Nunca había experimentado algo parecido por ninguna mujer. Y resulta que, cuando lo había conocido, se trataba de su hermana.
«¿Cómo podremos continuar con nuestra vida de antes?» —se preguntaba.
No tenía respuesta para ello. Lo que sí tenía muy claro es que ambos se habían asomado al abismo. Y que a partir de ahora, un roce, una mirada, cualquier cosa, podía hacer que se precipitaran en él.
«Pero, ¿de verdad es un abismo? —se preguntó—. ¿O quizá uno de esos raros regalos de la vida?»
Entraron en el parque. La tarde declinaba, pero la temperatura era agradable. Se sentó en un banco, y su hermana, de nuevo, le imitó sin decir nada.
Magda, por su parte, trataba de digerir lo que había sucedido en el estudio. La gran pregunta para ella era si estaba dispuesta a cruzar la línea ante la que se habían detenido; una línea que habrían traspasado sin duda de no estar presente Mirta. Una línea que ella, cerrando los ojos a todo lo que no fueran los sentimientos que le inspiraba su hermano, estaba dispuesta a atravesar.
Sintió la mano de Javi que se posaba en la suya, abandonada sobre el asiento, y entrecruzó sus dedos con los de él.

Más tarde, en su dormitorio, Magda se desnudó completamente. Eligió una especie de camiseta holgada, varias tallas más grande de su medida, que le cubría hasta medio muslo y permitía contemplar sus pechos desde un costado por la abertura de los brazos. Pero esta vez no se puso sujetador debajo. Tomó unas braguitas limpias del cajón. Se quedó mirándolas unos segundos, y luego volvió a guardarlas, dirigiéndose al salón.
Encontró a Javi sentado con la mirada ausente, sumido en sus pensamientos. Él había elegido una camiseta ajustada, más uno de los pantalones cortos de pijama que solía usar por casa.
Javi la miró intensamente. Le partía el corazón contemplar aquella belleza, su cuerpo, que no debía ser para él.
Magda tomó asiento a su lado con las rodillas juntas, y estiró ligeramente del bajo de su camiseta, para cubrir un poco más sus muslos.
«Una incongruencia —pensó—, porque Javi ya ha visto hasta lo más recóndito de mi cuerpo»
Sentía que había que acabar con aquel silencio, pero no se le ocurría qué decir. Volvió los ojos hacia su hermano, y se encontró con su mirada fija en ella.
Él no había resuelto aún sus contradicciones pero, al igual que a su hermana, le pesaba aquel silencio de plomo que había caído sobre ellos como una losa. Finalmente, casi sin pensarlo, decidió hacer una broma:
—Oye, que creo que al menos hemos aprendido algo esta tarde. Si nos duchamos juntos, ahorraremos agua.
—Pero el menor gasto de agua se irá en gel de ducha; tengo las tetas y la cuquita más limpias del mundo —repicó rápida Magda.
Los labios de ambos se ensancharon en una sonrisa, que en seguida se convirtió en carcajada.
—No sé qué piensas de ello, pero para mí ha sido maravilloso —dijo Javi, cuyo gesto se había vuelto serio.
—Ha sido… ¡guau! —convino su hermana.
—Oye, no hemos visto las fotos —Javi se estaba levantando del sofá.
—No creo que sean mejor que la realidad —Magda tenía la mente todavía llena de la imagen del cuerpo desnudo de su hermano.
Javi volvió con el sobre amarillo DIN A4 que había quedado en el recibidor. Se sentó junto a su hermana, y extrajo las copias en color. La primera de ellas le dejó estupefacto: se trataba de la imagen de la ducha en la que él fingía penetrarla por detrás, y se le secó la boca.
Magda se desplazó en el asiento, hasta que sus caderas quedaron en contacto con las de él, y se dobló por la cintura para verlas mejor, con la cabeza a pocos centímetros de la de su hermano.
La siguiente era otra escena similar: el rostro de Magda contraído con un gesto indudable placer, mientras su hermano fingía hacerle un cunnilingus. La cabeza de él tapaba su sexo, que no se veía en la imagen.
En la tercera, ambos estaban tendidos en la cama frente a frente, mirándose a los ojos. La postura de Magda, con la pierna flexionada, dejaba contemplar la raya cerrada entre sus muslos. También era visible el pene en reposo de Javi. Magda jadeó ligeramente al verla, recordando lo que había sentido en aquel momento. Y la imagen había captado perfectamente las emociones que entonces embargaron a ambos.
Javi alzó la vista de la imagen. Estaba comenzando a experimentar una erección, y su estado no mejoró al contemplar los pechos de su hermana, que el escote desbocado de la camiseta, dada su postura, había dejado al aire. Apartó la vista.
La cuarta consistía en otra imagen de la ducha, en la que la mano de Magda enjabonaba el pubis de su hermano, peligrosamente cerca de su pene medianamente enhiesto.
La quinta, por último, era la famosa imagen de Javi tras su hermana, cubriendo sus pechos con el brazo, y con los dedos aparentemente posados sobre su feminidad.
—Oye, una pregunta —dijo Magda—. ¿Por qué no pusiste la mano en mi cuquita? No me habría importado…
Él dejó resbalar las fotografías, que cayeron al suelo. Tomó las mejillas de su hermana entre sus manos. Olvidando tabúes, prejuicios y prevenciones, y tras dirigirle una profunda mirada, unió su boca entreabierta a la de ella.
Se separaron jadeantes, mirándose con los ojos muy brillantes. Otra vez, como en el estudio fotográfico, se había establecido entre ellos la especie de arco eléctrico que había percibido Mirta. Magda se puso en pie. Un tirante de su camiseta había resbalado, y el escote torcido dejaba ver uno de sus senos, con el pezón completamente erecto.
Javi la miró, y se levantó del asiento.
—Se me ha ocurrido…
—¿Qué? —preguntó ella.
—Que podemos repetir lo del gonzo, pero esta vez en serio —propuso él.
Magda le tomó de una mano, y le condujo a su dormitorio. Frente a frente a los pies de la cama, se dirigieron una intensa mirada.
—Que nos vamos a ver desnudos dentro de poco, así que más vale que te vayas acostumbrando —dijo ella, mientras dejaba caer el otro tirante, y la prenda se deslizaba hasta el suelo.
—¡Joder!, es un corte —respondió él con una sonrisa, al mismo tiempo que se sacaba la camiseta.
Magda, sin esperar a que terminara de desnudarse, tiró del elástico de sus pantalones cortos hacia abajo. El pene de él, al máximo de su erección, saltó hacia arriba, quedando totalmente horizontal.
—Mmmm, indecente e inapropiado —remedó su hermana con la mirada fija en su miembro, mostrando una sonrisa traviesa— pero esto no es arte, sino sexo. Y no somos parientes, sino “algo así”.
—Estamos durmiendo, ¿recuerdas? —dijo Javi mientras se tumbaba en la cama, y su hermana le imitaba.
Como en la sesión fotográfica, mientras él fingía dormir, ella posó la mano en el vientre masculino. Pero esta vez no la dejó inmóvil, sino que le masajeó en círculos, llegando a rozar su miembro en una ocasión.
Él “se despertó”, la atrajo hacia sí, y unieron sus bocas en besos hambrientos. En un momento dado, Magda pasó una rodilla sobre los muslos de él, y Javi atrapó uno de sus pechos con la mano.
—Esto no estaba en el guión —dijo él con una sonrisa cuando al fin se separaron.
—Pero me gusta —replicó ella con los ojos brillantes.
Javi se arrodilló en la cama, y le hizo el gesto “ven aquí” con el índice. Magda se sentó sobre los talones dándole la espalda. Él comenzó a acariciar sus senos con la izquierda.
—Perdona —susurró en su oído—. Y la diestra se posó decididamente en el sexo de su hermana, y le masajeó con la mano abierta. Ella exhaló un profundo suspiro.
—Esta vez no me he “cortado”. Estoy tocando tu cuquita —remedó él, mientras introducía un dedo en su vagina.
Magda se envaró, y echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados.
—No… me… importa… —consiguió articular entre jadeos.
Un segundo dedo se unió al anterior. Javi notó en su mano la intensa humedad de su hermana, y apretó aún más su erección contra ella.
—¡Javi! —gritó ella—. ¡Sigue, sigue! ¡Por Dios! ¡Ahhhhh!, me estoy corriendo.
Sus caderas oscilaban fuertemente adelante y atrás. Una de sus manos aferró la de su hermano, oprimiéndola aún más sobre su vulva, y su cuerpo se estremeció con las convulsiones que la sacudían.
Cuando cesaron, se volvió a medias, abrazándose a uno de los muslos de Javi, y le besó en la ingle.
—La temperatura va aumentando —recordó él las frases de Mirta entre postura y postura.
Se puso frente a ella, y la empujó con las manos en sus pechos, hasta dejarla tumbada.
—Las rodillas elevadas, y los muslos muy separados —continuó él—. Estás muy cerrada, cielo. Pero tu chico lo solucionará…
Con una sonrisa traviesa, ella giró en la cama, apartándose de él.
—Fue antes lo de comerte el pene —precisó con voz juguetona. Y repitió con su índice el mismo gesto de su hermano.
Se sentó sobre los talones ante él, que se había arrodillado. Esta vez no hubo vacilación alguna. Cerró los dedos en torno a aquella maravilla de masculinidad, se inclinó, y se la introdujo en la boca sin titubeos. Percibió el sabor del líquido preseminal, pero no le importó. Su lengua lamió el glande inflamado, de la misma forma que lo hubiera hecho con un caramelo. Luego comenzó a subir y bajar la cabeza sobre ella. De vez en cuando la extraía de entre sus labios, mientras su mano continuaba los movimientos longitudinales, solo para contemplar la expresión de éxtasis de Javi.
Lo dejó al cabo de un rato. No le hubiera importado que eyaculara en su boca, pero no quería que aquello finalizara antes de comenzar.
—Ahora sí —dijo mientras se tumbaba, en la postura que antes le había indicado él.
Javi se dejó caer, con la cabeza entre las piernas de Magda. Tal y como había dicho hacía unos instantes, los labios menores estaban apelotonados, formando un bultito con pliegues, excepto en el punto en que habían dejado paso a sus dedos.
Esta vez los tomó con delicadeza, estirándolos, hasta que quedaron entreabiertos como dos pequeñas puertas que franqueaban el paso al interior de su vulva.
De nuevo, se estremeció con la visión del capuchoncito inflamado, largo como dos falanges de su dedo índice, del que sobresalía la brillante perlita de su clítoris.
«No he visto cosa igual —se maravilló—. Es como un pene en miniatura»
Separando los labios mayores con los pulgares, se detuvo unos instantes para recrear su vista con el rosado interior de la vulva, brillante de humedad. Sus ojos contemplaron el orificio de la vagina, solo ligeramente dilatado.
Aplicó sobre el clítoris la punta de la lengua, y el contacto fue como una corriente eléctrica que le recorrió por entero.
El cuerpo de Magda se arqueó, con el trasero elevado de la cama, viniendo al encuentro de su boca.
Lamió, succionó y estiró los “pellejitos” tomados entre sus labios. Su hermana, como atacada de fiebre, se revolvía sobre las sábanas, gimiendo en tono bajo al principio, que iba in crescendo, a medida que se sucedían las contracciones de un nuevo orgasmo.
Magda se sentía volar. Su éxtasis duraba ya unos segundos, y parecía no tener fin. Las sacudidas de placer se sucedían en su interior.
Una convulsión aún más fuerte se apoderó de ella, nublando sus sentidos. Perdido hasta el más leve rastro de pudor, chilló enardecida, rogándole que no se detuviera, que la comiera entera…
Y entonces Javi insertó otra vez dos dedos en su vagina, sin que sus labios y su lengua perdieran el contacto con la dureza de la cúspide de su sexo.
Fue como una explosión, que la devastó por entero. Se dobló por la cintura, y se aferró al cuello de su hermano, gimiendo y suplicando… Sus contracciones fueron haciéndose más espaciadas y leves, hasta cesar por entero. Poco a poco fue recobrando la normalidad, y abrió los ojos, encontrando la brillante mirada de Javi, que contemplaba su rostro con una expresión de amor infinito.
—Hey, chico, esto ha estado muy, pero que muy bien, —dijo sonriente.
Recordó las palabras de Mirta, que remedó:
—“Esto se ha ido calentando, y ahora estamos dispuestos para el final”. ¿Cómo te gusta hacerlo? —preguntó con una sonrisa traviesa, mientras aferraba de nuevo la erección de su hermano, y comprobaba que no se había ablandado lo más mínimo.
—¿Para qué cambiar? —dijo él, también sonriente—. La postura del misionero…
Magda se incorporó en la cama.
—Pero ahora con una variación: yo encima.
No era un capricho; quería volver a sentir lo que había experimentado después de la depilación, pero ahora sin que ninguna tela se interpusiera entre sus cuerpos, piel sobre piel.
Puso las manos en el pecho masculino, y le empujó suavemente, dejándole tendido boca arriba. Reptó sobre su cuerpo, hasta que, como la mañana anterior, quedó despatarrada sobre él, con su vulva sobre aquella magnífica dureza. Sosteniéndose sobre los codos, dejó los pechos al alcance de la boca de Javi.
—Mira, esta vez no tienes que dar una ojeada por el escote. Te los regalo, son tuyos —ofreció juguetona.
Las manos de él tomaron uno de los senos cónicos que se le brindaban, y su boca se cerró sobre el pezón, erecto y turgente.
Magda tampoco había experimentado antes nada similar: la calidez de la boca de su hermano en su botón le producía mil sensaciones placenteras. Sus sentidos se dividieron en dos: la mitad de su ser estaba concentrada en el pecho del que una buena porción estaba introducido en la boca de su hermano, cuya lengua reseguía la pequeña dureza a su alcance. La otra mitad era consciente en cada uno de los poros de su vulva del contacto del pene de Javi, dulcemente apresado entre sus labios mayores.
Apoyándose en las rodillas, hizo oscilar sus caderas levemente adelante y atrás, con su húmedo sexo resbalando sobre su dureza.
Ahora era el rostro de Javi el que aparecía contraído, con una expresión de indudable placer. Magda sentía en su pecho el aliento entrecortado de su hermano.
El dulce roce la fue estimulando. Javi, abandonando su seno, la tomó por las mejillas, y cubrió la boca de ella con la suya. Magda incrementó el ritmo: no podía detenerse. Otra tormenta de placer increíble se estaba formando en su vientre. Como relámpagos, las convulsiones recorrieron su cuerpo, mientras gritaba enloquecida por el goce que estaba experimentando.
Se dejó caer sobre su hermano, cuando las contracciones fueron remitiendo, y le dirigió una mirada amorosa.
—¡Hey, chica! Eso ha estado muy, pero que muy bien —Javi imitó su frase de hacía unos minutos.
—¿Te has corrido tú también? —preguntó en voz baja.
—No, me reservo —respondió él con una mirada de deseo en sus ojos—. Quiero tomarte, que seas mía, y hacerte el amor.
La besó de nuevo ardientemente.
—Estoy dispuesta para ti, —afirmó Magda, mientras le acariciaba el rostro.
Ella elevó el culito, para dejar espacio a la penetración que deseaba, ansiaba con todo su ser. Él guió su pene con una mano, hasta que quedó en contacto con su carne.
—¡Hey, chico! —exclamó ella con una dulce sonrisa—. Por ahí no; solo es nuestra primera cita.
—Lo siento, —se excusó él—. No quería…
De nuevo él introdujo la mano entre sus muslos. Y, ahora sí, Magda sintió el glande descender desde su ano, pasar sin detenerse por la entrada de su vagina, recorrer su lubricada abertura, y rozar su clítoris sensibilizado al máximo…
—¡Hey chico! —jadeó—. No me importaría nada, pero que nada, que siguieras haciendo eso un ratito.
Obedientemente, él hizo deslizar su pene arriba y abajo unas cuantas veces por el interior de su vulva.
Se detuvo y, esta vez sí, su glande quedó apoyado en su puerta del placer.
La miró a los ojos, y le dirigió un gesto interrogante.
—Sí, sí, hazlo —respondió ella con voz entrecortada.
Todos los sentidos de Magda estaban ahora concentrados en su vagina. El glande penetró en su abertura, dilatándola. La sensación fue indescriptible: se envaró toda, y un largo gemido escapó de sus labios.
Javi trataba de contener el impulso atávico que le impelía a empujar y penetrarla hasta el fondo; quería seguir percibiendo la caliente y húmeda presión que le abrazaba; en ninguno de sus sueños había anticipado la emoción que le embargaba por entero.
—Un… poco… más… —pidió ella, con la voz estremecida.
Él empujó ligeramente. Su bálano se abrió paso sin dificultad, y una porción mayor de su pene quedó ceñido por la suave funda aterciopelada de su hermana.
—¡Ay, Javi!, por favor… más, más…
Él contrajo las caderas, impulsando su dureza unos centímetros en el interior del cuerpo de Magda. Se quedó quieto. Tan sólo una pequeña parte del cilindro de carne palpitante estaba fuera.
Gimiendo de deseo, con el cuerpo estremecido por ligeros temblores, Magda se dejó caer lentamente, hasta que su trasero quedó apoyado en el pubis de su hermano. Se sentía llena, colmada, con un sentimiento de gozo y plenitud que no había conocido nunca.
—¿Estás bien? —preguntó él suavemente al ver el gesto contraído de Magda, con los párpados muy apretados.
Ella abrió los ojos, y le dirigió una sonrisa luminosa.
—Nunca he estado mejor —respondió.
—¿Sabes, mi amor? He soñado contigo muchas noches durante estas últimas semanas. Pero nunca me había atrevido a anticipar la dicha que me embarga en estos instantes —consiguió articular él con la boca seca.
Una contracción invadió el vientre de Magda, y un gemido sostenido brotó de sus labios, mientras se tumbaba sobre el cuerpo de él, y su boca iba al encuentro de la de su hermano.
Ahora no podía quedarse inmóvil. Como había hecho antes de la penetración, su pubis comenzó a oscilar inconscientemente adelante y atrás. Con sus trémulos movimientos, el pulsante pene de Javi salía de su conducto apenas unos centímetros, para después introducirse de nuevo hasta el fondo. Y cada una de esas penetraciones la impulsaba un poco más arriba en la montaña rusa de placer en la que estaba montada. Poco a poco, sus convulsiones iban incrementando su intensidad, y en cada una de ellas pensaba que era el límite, que no podía sentir nada mayor… Pero la barquilla de la montaña rusa seguía elevándose, cada vez más alto.
Y Magda exhalaba gemidos de placer, al ritmo de sus arremetidas a las que poco a poco iba imprimiendo una frecuencia mayor…
Y llegó a lo más alto. Se dejó precipitar a un abismo de gozo, chillando, musitando palabras incoherentes, mordiendo a Javi en las mejillas, en los labios, mientras cada célula de su cuerpo se unía al concierto de exaltación de un placer como nunca había conocido.
Javi trataba desesperadamente de contener la liberación, que deseaba como nunca antes había ansiado nada. Vivió el orgasmo de su hermana como propio, como si todas sus terminaciones nerviosas estuvieran interconectadas a las de Magda.
Cuando ella quedó desmadejada sobre él, jadeante, aún tuvo un momento de cordura.
«¿Estamos haciendo bien —pensó—. No es una chica que me haya ligado en la disco, ¡joder!, es mi hermana»
Pero la mirada amorosa de Magda clavada en sus ojos, su sonrisa, y su expresión de dicha indudable, le desarmaron por completo, y el momento pasó.
—¡Hey, chico! —murmuró ella cariñosamente—. No sé si debería decírtelo, pero nunca antes había experimentado nada parecido.
Le miró fijamente.
—Pero tú aún no te has corrido… —era una afirmación, no una pregunta—. ¿Por qué? Quiero que lo hagas dentro de mí. Quiero darte lo mismo que tú me has dado.
Javi mordió suavemente la barbilla de su hermana.
—Este… chica, no me he puesto… protección.
—Mmmm, chico, ¿sabes qué son los anticonceptivos orales? He vuelto a tomarlos…
—En ese caso… —dijo él sonriente—. Creo que…
Javi se abrazó al cuerpo de su hermana, y volteó en la cama, quedando sobre ella, consiguiendo que su pene no abandonara ni un instante el conducto de Magda. Quiso aliviarla de su peso apoyándose en los antebrazos, pero ella no lo consintió: le rodeó apretadamente con los suyos, y cruzó las piernas sobre su cintura.
Javi se quedó inmóvil, disfrutando de la sensación. No era únicamente el contacto físico, piel sobre piel, sino que había algo más, algo indefinible. Era imposible, pero experimentaba una especie de fusión de su cuerpo con el de su hermana. Eran uno, una sola mente, un solo corazón que amaba al otro con desesperación, un único anhelo.
Ella le miró con una sonrisa cálida en sus labios.
—¡Hey, chico! ¿Piensas dejar que siga haciendo yo todo el trabajo?
Javi salió de su abstracción. Su cuerpo inició un leve movimiento de vaivén. Pero no quiso dejarse llevar por la pasión que le consumía como una brasa: quería hacer durar aquel acto de amor. Habría querido congelar ese instante, y que persistiera una eternidad.
En aquella postura, Magda sentía el suave roce en puntos nuevos de su vagina, que anteriormente no habían sido estimulados. Saciada por el orgasmo demoledor que había experimentado, su intención era únicamente la de devolverle el regalo que acababa de disfrutar, no conseguir uno nuevo. Por ello, cuando notó las primeras contracciones precursoras, apenas lo podía creer.
«No es posible —dudó—. Yo nunca…»
Pero aquello estaba fuera de su experiencia. Nunca había sentido ese anhelo, ese deseo de entregarse entera, en cuerpo y alma. Nunca antes había hecho el amor con un hombre que le inspirara aquellos sentimientos.
Javi sentía que no podría demorarlo mucho más; la vagina de su hermana acariciaba su pene, que se deslizaba suavemente por su extrema lubricación. Percibió que la tensión en su miembro iba en aumento. Incrementó ligeramente la frecuencia de sus penetraciones.
Magda abrió muchos los ojos, y envaró su cuerpo, estremecido por un espasmo que la recorrió por entero.
Javi notó su miembro oprimido por los músculos vaginales contraídos, y se dejó llevar. Pegó su boca a la de Magda, y sintió cómo sus testículos inflamados liberaban su carga, en sacudidas cuya frecuencia se incrementaba al mismo ritmo, ahora frenético, de los impulsos con que sus caderas introducían y retiraban su dureza del interior de su hermana.
Magda sintió pulsar el pene de su hermano en su interior. Fue como una conmoción que la sacudió, cortándole la respiración; se aferró con las manos a las nalgas masculinas, y no intentó acallar los gritos exaltados que acompañaban a las convulsiones que se sucedían en su vientre. De nuevo, creía que cada una de ellas sería la última, pero no era así; su hermano seguía acometiéndola, y cada penetración hacía que la siguiente fuera aún más intensa que la anterior.
Poco a poco, aquella hermosa locura que se había apoderado de ambos en su clímax casi simultáneo, se fue apagando.
Javi le dirigió una sonrisa, y depositó un suave beso en sus labios.
—¡Hey, chica! —¡Hey, chico! —dijeron al unísono, y se echaron a reír.
—Primero tú —dijo Magda dulcemente.
—¿Te he dicho alguna vez que te amo? —continuó él con la voz enronquecida.
—Mmmm, suele ser al revés: primero me lo deberías haber dicho, y solo después, me habrías hecho el amor. Pero en fin, esto es atípico… —se interrumpió al constatar el gesto confundido de su hermano, y su rostro adoptó una expresión seria—. Pienso que yo te he amado desde siempre, solo que no lo he sabido hasta hoy.
—Indecente e inapropiado… —susurró Javi.
Magda, alarmada, buscó en la expresión de él arrepentimiento… pero solo encontró una cálida sonrisa.
—…pero me importa un carajo —terminó su hermano.
—¿Qué diría ahora doña Gúdula, si nos viera por el ojo de la cerradura? —preguntó ella con una sonrisa cómplice.
—Deja la charla —pidió él—. No puedo besarte si sigues hablando…

Epílogo

Días después, recibieron una llamada de Mirta. Al parecer, las fotografías habían llamado la atención de un productor, que quería que actuaran en otro gonzo filmado en vídeo, éste totalmente real.
Lo estuvieron hablando largamente, para al final, acceder. Al fin y al cabo, follar ante la cámara no era muy diferente que posar desnudos, —realmente cuando lo hicieron solo había faltado la penetración— y la paga era bastante mayor.
Al principio les cortó un poco la presencia de un técnico de sonido y un cámara, ambos varones, así como la de Mirta, esta vez provista de otro enorme grabador de vídeo.
Aparte, en la habitación simulada del estudio (otra cama, con sábanas grises) estaba la ayudante de Mirta, Lola, una mujer muy delgada y escurrida de pecho, que con gesto de indiferencia había decidido que esta vez la chica tampoco necesitaba maquillaje y, lo que les costó más asumir, un tipo rijoso, lleno de collares y anillos, que se comía a Magda con la vista.
Hicieron de tripas corazón, y comenzaron a actuar; “no tenemos guión ni nada parecido, imaginaos que estáis solos en vuestro dormitorio” había dicho el tipejo aquel.
Y eso hicieron. Segundos después, no había cámaras, ni Lola, ni Mirta, ni veían al sátiro aquel. Estaban en su dormitorio, y follaron como lo llevaban haciendo desde la noche que siguió a su posado.
Cuando terminaron, se dieron una ducha (esta vez a solas) se vistieron, y fueron al despacho a cobrar.
De nuevo en su casa, cambiaron impresiones: no había sido tan malo después de todo, —concluyeron.

En los días siguientes, les llovieron las ofertas.
Mirta, que se había convertido en una especie de agente oficioso, y también mentora maternal, les dijo que la razón de su éxito estribaba en que ambos actuaban con absoluta naturalidad, nada de labios fruncidos y gemidos enlatados, como las pornostars. Y no habían fingido el orgasmo —varios, en el caso de Magda—, sino que habían sido absolutamente reales, redondeando la cosa con la eyaculación de Javi, no sobre los pechos y la cara de ella, sino en el interior de su vagina, como había quedado inmortalizado en vídeo.
Rechazaron dos propuestas de trío, una con otra mujer (a pesar de que a Magda en principio no le parecía mal… hasta que vieron una película del género, y ella se dio cuenta de qué iba la vaina) y otra con un hombre, de la que no quisieron ni oír hablar ninguno de ellos.
Rodaron un par de gonzos más, cada vez en instalaciones mejores, y con más paga. Y sin la presencia del obeso de los collares, afortunadamente.
Una nueva propuesta iba de follar al lado de otra pareja, “sin intercambio”, les dijeron, y terminaron aceptando.
Fue raro, pero enseguida se abstrajeron de la neumática (de silicona) rubia (de frasco) y del musculitos (de esteroides) que simulaban follar junto a ellos, así como de los ¡oichhh! con los labios (de botox) en “o” de ella, y se dedicaron a lo que mejor sabían: hacer el amor como si estuvieran solos, con gemidos de placer auténticos.

Según parece, al destino o lo que sea no le debe parecer mal del todo lo del incesto. Estaban tratando de decidir si aceptar alguno de los encargos restantes, cuando les llamó un abogado, cuyo nombre Javi tardó en recordar: se había celebrado el ya olvidado juicio por el accidente de tráfico que costó la vida a sus padres, y el juez había decretado una indemnización de doscientos cincuenta mil, de la que había que deducir el veinte por ciento de honorarios del letrado.
¡No podían creerlo!
Y a los dos días, otra llamada, esta de “bragas amarillas”, la secretaria de don Tomás: “que pasara al día siguiente a firmar un contrato en prueba por seis meses, con la seguridad de que, finalizados éstos, y si todo iba a bien, habría otro indefinido”.
Y el porno perdió dos de sus incipientes estrellas.

A veces pienso que, si solo hubiéramos esperado un poco más, Magda no habría tenido que mostrarse desnuda para el goce solitario de quién sabe cuántos tíos. Pero, de haberlo hecho, tampoco habría conocido el regalo de su amor de mujer, reflejo del que siento por ella, que me llena, y me pone un nudo en la garganta.
Ahora su cuerpo es solo mío, y todas las noches, en nuestro dormitorio, se renueva la dicha de contemplar su hermosa figura sin ropa, solo expuesta a mis ojos, y hacerle el amor muy despacio.
¿El parentesco? Algo ha debido fallar en la Naturaleza para que la mujer que ha sido hecha para mí, que me estaba destinada, sea precisamente mi hermana.
Y doña Gúdula, don Andrés, su marido, y el resto del mundo, que se jodan.

Javi


En más de una ocasión he tratado de imaginar qué dirían nuestros padres si pudieran contemplarnos desde donde quiera que estén, y he concluido que de seguro nos mirarían felices, porque nosotros lo somos. Inmensamente.
Amo a mi hermano con todo mi ser. Magda, la hermana, no existe, y la otra Magda, la hembra, se entrega a él completamente. No hay más miedos, reservas ni tabúes. Cada mañana —y esta vez no actúo— mi corazón se llena con la vista de su hermoso rostro abandonado en el sueño. Él se despierta y deposita un tierno beso en mis labios, y en sus ojos percibo el amor que me profesa. No hay nada más dulce, y en esos instantes, me siento la mujer más afortunada del mundo.

Magda




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Amor Filial

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