Lucía
( Relatos Lesbicos )


La conocimos en una reunión en casa de amigos y me sentí cohibida cuando nos presentaron y con voz afónica dijo: -Hola, me llamo Lucía. –Natalia respondí. Mientras me daba un breve beso en la mejilla y su sutil perfume me envolvía. Era imponente, alta y corpulenta aunque con cara de jovencita. Anchas espaldas, hombros torneados y poco busto, cubierto por un top negro sin breteles que evidenciaba que no usaba corpiño y una cabeza grande con rasgos masculinos, boca grande y mandíbula fuerte, rasgos que no lograban suavizar su muy rubia y enrulada melena que le caía sobre los hombros ni sus ojos claros. El resto de su apariencia abrumaba, brazos musculosos, manos inmensas y largos dedos y larguísimas piernas (para peor vestía con dudoso gusto) generosamente exhibidas por un corto pantaloncito negro que destacaban aún más sus muslos torneados de jugadora de hockey. Las tremendas piernas se apoyaban en pies de un tamaño notable, calculé que calzaría 41 ó 42, como un hombre. Al apartarnos le pregunté a mi marido: -¿Es un travesti? Respondió: -No, es muy poco femenina y tiene pocas tetas. Un travesti sería más afeminado y tendría tremendas tetas, es un marimacho. Me reí, pero comprendí que tenía razón, ningún travesti tendría tan pocas tetas ni sería tan poco femenino, era una chica con una gran indefinición sexual pensé.
Pero aunque no era bella era tremendamente atractiva, su exuberante cuerpo tan generosamente exhibido atraía las miradas de los hombres y de casi todas las mujeres de la reunión y yo no podía quitarle los ojos de encima. Estaba sentada en un sillón un poco bajo y, cada vez que cruzaba o descruzaba las piernas, disimuladamente todos los ojos se volvían hacia ella pero, a pesar de su fuerte atractivo (o por consecuencia de ello) estaba la mayor parte del tiempo sola como si nadie se atreviese a exhibirse a su lado. Me fascinaba su ambigüedad, su androginia, no podía evitar imaginarla en una situación sexual y me preguntaba si sería fogosa o fría, de alguna manera esa chica había tocado algún resorte de mi personalidad ignorado por mi misma y me llenaba de inquietud.
En un momento que conversábamos con un amigo le pregunté: - ¿Por qué no hablás con esa chica nueva, no te gusta? La miró y respondió: -Es muy atractiva, pero me intimida, no me imagino saliendo con ella… No podría acostarme con alguien más fuerte que yo y que me puede cagar a trompadas. Largué la carcajada. Tenía razón, ningún hombre quiere ser el más débil de una pareja, para nosotras es distinto, ese es nuestro papel y lo deseamos, pero para animarse a esa chica se necesitaba un verdadero atleta.
Más tarde me dirigí al baño y al entrar Lucía se retocaba el maquillaje frente al espejo. – Perdona. Dije y comencé a girar para salir. –No, quedate, ya salgo. Respondió. Entré y cerré la puerta. –¿Lo estás pasando bien? Pregunté más por cortesía que por deseo de iniciar una conversación. –Sí, muy bien. Respondió. –Sin embargo no te veo hablar demasiado… -Pero escucho atentamente. Dijo seriamente haciéndome sonreír por la agudeza de la respuesta. –Sos muy dulce. Dije impetuosamente. -¿Yo dulce? Preguntó verdaderamente sorprendida con su voz tremendamente afónica. Debí morderme la lengua, pero ya era tarde. –Dulce y bella… Y muy tímida. Agregué. ¿Cuántos años tenés? -18.- Respondió sorprendiéndome. –Pensé que eras más grande, yo tengo 25 y estoy con mi marido. –No tengo novio, justamente por eso me invitó mi profesora, acabo de cortar y ella pensó que sería bueno que conociese otra gente. –Tuvo una buena idea, aunque no haya nadie de tu edad, pero parecés más grande y… -Nadie que hablar conmigo. Me interrumpió con un dejo de tristeza en la voz que me conmovió. –Es porque no te conocen, vas a ver que pronto van a empezar tratarte y vas a tener muchos amigos. Mirá, hagamos una cosa, tomá mi tarjeta dije abriendo mi cartera y entregándole una. Llamame en la semana y tomamos el té y nos conocemos, me gustaría mucho ser tu amiga. Sus ojos se iluminaron y digo con voz más afónica aún: ¡Gracias! Te voy a llamar.
Cuando salió del baño me temblaban las manos y me pregunté por qué había actuado tan impulsivamente, pero no me respondí porque conocía perfectamente la respuesta y me inquietaba.
Un rato más tarde un amigo solitario se sentó al lado de Lucía y comenzaron a hablar animadamente, pero en lugar de alegrarme por ella me sentí incómodamente celosa lo que me reproché amargamente. Largamente pasada la medianoche la dueña de casa se acercó a Lu y le dijo algo al oído y ella asintiendo con la cabeza se despidió de nuestro amigo y acercándose nos saludo diciendo: -Mi mamá me vino a buscar, me tengo que ir. Era verdaderamente sorprendente que a tan imponente mujer la mamá la fuese a buscar a reuniones como a una pre adolescente. Cuando me dio un beso en la mejilla le susurré: -Llamame. Y ella con voz más afónica que lo normal respondió: -Sí. Cuando se iba no pude dejar de mirar sus redondas caderas y sus sensuales e imponentes muslos y pensé “Si yo fuese su madre también la iría a buscar a las fiestas.
Esa noche al acostarnos sorprendí a mi marido echándole los brazos al cuello buscando ávidamente su boca, me desnudó en un santiamén y nos amamos ardorosamente, sin que imaginase que cuando hundía su lengua en mi boca yo pensaba en Lucía.
Me llamó el miércoles siguiente cuando ya desesperaba y buscaba excusas para pedirle su teléfono a mi amiga y profesora de Lu, el corazón me latió fuertemente cuando escuché su voz afónica y casi desfalleciente decir: “Hola, soy Lu” Como si le hiciese falta identificarse con tan peculiar voz. Nos encontramos en Clásica y Moderna a las cinco de la tarde y llegué cinco minutos antes de pura ansiedad.
Cuando llegó desee que me hubiese tragado la tierra. Otra vez vestía un breve pantaloncito que le permitía exhibir sus notables muslos, esa chica no tenía noción de la discreción ni del buen gusto, pero era tremendamente atractiva y no hubo par de ojos que no se volviesen a admirarla. Pero cuando me saludó con un beso en la mejilla y volví a oler ese delicado perfume que usaba y que era el rasgo más femenino de su personalidad, me olvidé de todos mis prejuicios y volví a quedar atrapada por su ambigua seducción.
Hablamos brevemente de la reunión del pasado sábado hasta que luego de agotar el tema le dije directamente: -Hablame de vos, contame Lu. Respiró profundamente como si fuese a encarar un tema difícil de abordar y comenzó: -Terminé el colegio el año pasado y estudio inglés y tramito una beca para estudiar en Londres. Vivo con mis padres y mi hermano de catorce años, mis padres son profesionales jóvenes y se creen muy modernos, pero mi papá es un troglodita que sostiene que las mujeres somos infradotadas y mi mamá le tiene terror porque él se ocupa todo el tiempo de demostrarle que no puede tomar decisiones sola, eso sí, le repite todo el tiempo que la ama, pero en realidad la sojuzga y la humilla todo el tiempo…
Fue un torrente de palabras y me di cuenta que Lu tenía una urgente necesidad de hablar, pero con lo que continuó me dejó helada: -A los quince me obligaron a debutar sexualmente, creo que sintieron miedo de que me desviase de su ideal de sexualidad… -¿Cómo? La interrumpí. –Sí, me obligaron, yo tenía un novio y lo invitaron a pasar las vacaciones con nosotros ¿Un mes entero te das cuenta? Era casi imposible que no sucediese algo, pero se quisieron asegurar y me hablaron de sexo y me dijeron que ya tenía edad para comenzar a tener una vida plena y me compraron píldoras anticonceptivas aunque insistieron en que le exigiese a mi novio el uso de preservativos…
No cabía en mí de asombro ¿Qué clase de gente eran esos “Jóvenes y modernos” padres de Lu, pero Lu continuaba: -Yo estaba aterrada y no quería saber nada de un debut sexual tan público como el que mis padres me preparaban y no comencé a tomar las píldoras lo que me valió un fuerte reto. Finalmente, cuando llegamos a la casa de la playa, no pude escapar a mi destino y la primera noche mi novio se metió en mi cama y me desfloró torpemente. A la mañana siguiente mamá me interrogó sobre cómo me había ido y la odié con toda mi alma, a ella y a mi papá que tenía una sonrisa de oreja a oreja en la mesa de desayuno y no dejaba de mirarme con cara de degenerado como si intentase descubrir algún rastro de mi debut sexual…
Sentí una profunda rabia por lo que le habían hecho a esa niña, esos egoístas hijos de puta intentaron impedir que su hija eligiese libremente su sexualidad y me imaginaba que lo mismo habrían hecho con su hijo. Nunca había escuchado nada así, parecía algo de otra época que creíamos ya definitivamente superada, pero parecía que aún quedaban algunos dinosaurios vivos.
Lucía continuó: -Todo el mes fue igual, apenas mis padres se encerraban en la habitación nos íbamos con mi novio a la cama y fornicábamos como conejos por horas, desde luego mi naturaleza respondía a los estímulos y superado el traumático debut comencé a disfrutar del sexo, lo que no imaginaba es que a la vuelta de las vacaciones a mi papá ya no le gustaba tanto que volviese a casa justo a tiempo para la cena en lugar de volver del colegio a la hora de la merienda, es que me iba a la casa de mi novio ya que sus padres volvían de trabajar tarde y aprovechábamos para acostarnos, papá comenzó a sentirse inquieto, había engendrado un monstruo y el monstruo se le escapaba de las manos, justo a él que es tan dominante.
Lu no era nada tonta y comprendía perfectamente la situación y la describía claramente. –Papá empezó a perseguirme y maltratarme mientras mamá intentaba defenderme, así todas la noches la cena terminaba a los gritos y yo levantándome de la mesa mientras papá me gritaba que no me había dado permiso para retirarme y mamá dejaba de defenderme para no transformarse en su siguiente víctima y mi hermano sufría por la situación porque comenzaba a percibir lo que le esperaba a corto plazo. Las cosas se calmaron temporariamente cuando mi relación con mi novio terminó. El tiempo fue haciendo su tarea y yo crecía y crecía y él se quedaba petiso y pronto le llevaba una cabeza y con algo de tacos más todavía, creo que se sintió cohibido y prefirió cortar y evitar las cada vez más crueles bromas de los amigos.
Lucía contaba su historia de forma totalmente despojada, como si no fuese su propia vida la que narraba. –En el último año de colegio decidí estudiar traductorado de inglés y comencé a gestionar a través de la Cultural Inglesa una beca para estudiar en Londres lo que no le causó demasiada gracia a papá. Aunque el muy hipócrita dice que me va a extrañar horrores yo estoy segura que lo que le da rabia es perder el control sobre mí, sin embargo la decisión está tomada y ya tengo 18 años y no necesito autorización para viajar. De todos modos mamá me ayuda, ella quiere que yo pueda hacer lo que ella no se atreve.
-¿No hiciste terapia Lu? Pregunté. –Sí, claro. Y la sigo haciendo y mi mamá que es psicóloga, pero no ejerce porque tiene terror a la responsabilidad, también. Ella hace años, pero no la ayuda mucho que digamos, en cambio a mi me ha ayudado a tomar algunas decisiones como cortar con mi último novio porque me di cuenta que lo único que le interesaba era acostarse conmigo y después contarle a los amigos todos los detalles. Me di cuenta que era otro pelotudo como mi papá y que no era casual que me hubiese fijado en él, todavía conservaba algún resabio edipico.
Estaba anonadada, la historia de Lu me parecía escapada de una novela inglesa del siglo XIX y me admiraba que esa chica hubiese podido romper el cerco de su brutal padre.
Luego me tocó a mí hablar y mi historia, que a mí me parecía absolutamente intrascendente y anodina y mi felicidad, desde mi casamiento hacia dos años, eran para Lu como un cuento de hadas. Le conté que pintaba y que exponía y que había comenzado a vender y me comenzaba a hacer poco a poco conocida y que la próxima vez la invitaría a casa a ver algunas de mis obras. La fascinó que fuese pintora y me contó que ella escribía y que había publicado un cuento en una antología y así se pasó el tiempo y de pronto Lu se asustó al ver la hora y dijo: -Tengo que irme es tardísimo y tengo como una hora de viaje… ¿Dónde vivís Lu? Pregunté. –En Ramos Mejía. Contestó. -¿Y cómo vas a viajar? Pregunté asustada. –En tren. Respondió. –Vos estás loca. Dije crudamente. –A ésta hora los trenes van repletos y vos vestida así vas a bajar desnuda, yo te llevo, estoy con el auto. -No, no quiero que te vean en mi casa… Te dejo a un par de cuadras y no discutas más. Dije con autoridad y la llevé.
En el viaje Lu iba en completo silencio y la miraba de reojo. Su perfil era rotundo, pero me fascinaba. Su ambigüedad me inquietaba al tiempo que me atraía, sus definidos rasgos contrastaban con su voz y su cabello extraordinariamente rubio y fino. Sentía un fuerte deseo de tocar su piel pálida y transparente, besar su cuello y oler el delicado perfume que usaba y que me embriagaba, toda ella exudaba sexo y mis 25 años y mi matrimonio pleno y feliz daban repentinamente un inesperado salto mortal al asomarme al abismo de los ojos claros de Lu.
La dejé a pocas cuadras de su casa luego de un corto viaje de 20 minutos por la autopista y al volver di una breve vuelta por la ciudad de Lu y entonces comprendí el por qué vestía así. Todas las chicas usaban breves shorts y todos los hombres, grandes o chicos usaban bermudas, todo el mundo se vestía de manera mucho más informal que los que vivíamos en la ciudad de Buenos Aires, sonreí al recordar las piernas de Lucía.
Me llamó la semana siguiente cuando ya me devoraba nuevamente la ansiedad y la invité a tomar el té en casa para mostrarle mis pinturas. Llegó puntualmente y esta vez usaba una breve minifalda de jean y una remera lo que la hacía parecer de la edad que tenía. Tomamos el té y me pidió que le muestre mis pinturas. La tomé de la mano y la llevé a mi atelier al que entró como a un templo a pesar del tremendo desorden en el que trabajaba. Miraba asombrada mis pinturas como si no pudiese creer que yo misma las había pintado y prometí que le regalaría una obra en la que había comenzado a trabajar en esos días. Abrió los ojos con sorprendida alegría y me preguntó si podía verla. La llevé hacia el atril y descorrí el lienzo que cubría la tela.
Quedó paralizada mirando el boceto en carbonilla con un par de pincelazos de color con el que probaba. -¿Soy yo? Preguntó asombrada. –Si Lu, sos vos. Es tu perfil, así es como te veo. –Pero yo no soy tan linda. Argumentó. –Lu… Protesté. Ahora me miraba como intentado discernir si no era una broma que le estaba jugando, pero la suerte estaba echada y la tomé de los brazos y la besé en la boca.
-Naty… no… Yo… nunca… Yo… no soy… -Yo tampoco Lu. Dije con voz ronca por el deseo mientras la abrazaba y hundía mi lengua en su boca en un ardiente beso. Era como abrazar una columna por su tamaño y la dureza de su cuerpo, aunque pareció derretirse entre mis brazos, pero fue sólo un momento y se recompuso y era ella la que abrazaba ahora y me apretaba contra su cuerpo y me hundía su lengua inmensa en la boca y me dejaba sin respiración. Luego nos miramos jadeando, asombradas por lo que había sucedido y la tomé de la mano y la llevé al dormitorio.
Nos desnudamos al pie de la cama, Lu era una estatua griega y la recorrí con mis ojos detenidamente mientras se dejaba mirar. Sus pechos parecían pequeños pero no lo eran, lo parecían por su contextura. Sus pezones eran notables y asomaban de grandes areolas rosadas. La cintura era estrecha y la piel tersa de su vientre se hundía en la flor de su ombligo. El vello púbico era dorado como su cabellera y su entrepierna notablemente cavada permitía apreciar los gruesos labios de su vagina que brillaban ya húmedos, se me hizo agua la boca al mirarla. Nuestra diferencia de tamaños no me impidió volcarla en la cama y arrojarme sobre ella que abrió las piernas para recibirme.
Nos besamos con ardor, mordiéndonos las bocas, chupándonos las lenguas, apretándonos las tetas con dedos crispados mientras nos frotábamos los sexos empapados. Tomé la iniciativa y mordí sus pezones arrancándole afónicos gemidos, lamí sus areolas, chupé y apreté cada pezón entre mis labios mientras Lu gemía y yo enloquecía de deseo. Luego baje por su cuerpo lamiendo y mojando con mí saliva la tersa piel y pasé mi boca entreabierta por su suave y sedoso vello púbico antes de hundir mi lengua entre los abiertos e inflamados labios de su vagina deliciosamente perfumada y mojada, Lu gritó.
Sus manos apretaron mi cabeza contra su vagina y casi me asfixia, había entrado en una cadena de orgasmos y había perdido por completo el control de sí misma. Gemía, jadeaba, gritaba con voz como nunca afónica y se sacudía arrasada por la sucesión de orgasmos. Separé los labios de la vagina con mis dedos y la penetré con la lengua, luego descubrí el clítoris y lo apreté entre mis dedos para hacerlo aflorar de su capullo y lo atrapé entre mis labios y lo chupé fuerte y el grito de Lu rebotó en el techo y las paredes de mi dormitorio mientras se sacudía y comenzaba a intentar una huida que no estaba dispuesta a permitir. Me arrojé hacia su boca y la besé profundamente con mi boca empapada por sus flujos y Lu conoció por primera vez el sabor de su propia vagina. Me froté contra ella hasta acabar yo también.
Reposamos jadeando ruidosamente y acariciándonos agradecidas por tanto goce. Luego me deslicé a su lado y nos volcamos hasta quedar frente a frente mirándonos a los ojos, entonces le dije con voz tan afónica y ronca como la de ella misma: -Te amo. Y la besé nuevamente en la boca. Ahora fue ella la que me acostó sobre mi espalda y se echó sobre mí y chupo mis tetas y mordió mis pezones y me arrancó gritos de placer y fue bajando dejándome su reguero de saliva en busca de mi entrepierna a la que llegó afortunadamente muy rápido. Su lengua me penetró como un pene, me mordió haciéndome doler, pero de puro ansiosa. Me chupó ruidosamente y me hundió dos de sus grandes dedos en la vagina y me devolvió uno por uno todos los orgasmos recibidos hasta que le supliqué por favor que parase porque me iba a desmayar si continuaba acabando y Lu se echó sobre mí y me aplastó bajo su peso y me frotó su vagina contra la mía buscando un último orgasmo compartido. Luego nos sumimos en el dulce abandono del sexo saciado.
Nos acariciamos y nos besamos largamente y nos repetimos palabras muy dulces, me preguntó:-¿De verdad es tu primera vez? –Si Lu, es mi primera vez. Respondí mirándola a los ojos. Sonrió feliz y esa sonrisa despejó cualquier duda que me pudiese asaltar nunca. Pero la realidad interrumpió prosaica ¡Era tardísimo! –Vamos Lu, vamos a bañarnos, en una hora llega mi marido y tengo que cambiar las sábanas y preparar la cena, hoy no voy a poder llevarte pero te pido un auto… Hablaba atropelladamente, pero más pensaba en que era tarde para Lu y temía que el animal del padre la maltratase. Se resistió a que le pagase un auto, pero impuse la autoridad de mi edad y la obligué a aceptarlo. Cuando sonó el portero anunciando la llegada del auto nos despedimos con un beso y Lu me dijo: -Gracias por hacerme saber quién soy. Se me llenaron los ojos de lágrimas y le acaricié la mejilla en silencio
Esa noche sorprendí a mí marido con mi fogosidad, pero mucho más aún con la larga fellatio que le practiqué que lo obligó, por primera vez desde que nos conocemos, a pedir clemencia: -Basta Naty, basta, por favor. Susurró luego de derramarse en mi boca y que me bebiese su semen. Esa noche necesitaba confrontarme con un hombre luego de la apasionada y reveladora tarde que había pasado con Lucía, necesitaba sentir un miembro viril penetrarme, sentirlo en mi boca y asumirme mujer heterosexual. Los días siguientes fueron de apasionada luna de miel, Salíamos a cenar en la semana, íbamos a tomar una copa y escuchar música como novios y volvíamos a casa a amarnos hasta la salida del sol, fueron días felices, aunque la omnipresencia de Lu no me abandonaba. Volvimos a vernos el martes siguiente.
Llegó a casa y nos besamos locas de deseo apenas la puerta se cerró a sus espaldas y corrimos a la cama a amarnos como adolescentes. Nos quitamos la ropa a los tirones jadeando por la ansiedad y caímos en la cama y nos revolcamos besando, mordiendo y chupando hasta que Lu, con un extraño gemido, pareció perder la cabeza y me arrojó sobre mi espalda en la cama y hundió su boca en mi vagina. Chupó ruidosamente masturbándome con sus dedos mientras le tiraba del pelo tratando de apartarla cada vez que un orgasmo me arrasaba y suplicaba por un respiro que no me concedía. Traté de huir deslizándome hacia un lado pero me tenía fuertemente aferrada y lo único que logré fue que mi cabeza colgara a un costado de la cama. Finalmente pude apoyar mis manos y colgué de la cama empujando con mis pies en incómoda posición, pero eso no la detenía. Entonces recordé sus propias palabras cuando se refirió a la actitud de su padre al volver de las vacaciones: Había engendrado un monstruo y el monstruo se me escapaba de las manos.
Finalmente caímos de la cama y grité: ¡Basta Lu! Me miró sorprendida sentada en el piso y recién entonces pareció tomar conciencia de haber perdido la cabeza, lamentablemente era tarde para ella. La tomé de los brazos y la hice parar, pero solo para arrojarla de espaldas en la cama y arrojarme sobre ella en busca de revancha. Gritó de sorpresa, pero me dejó hacer y hundí mi boca en su vagina y la mordí sin que eso le impidiese aferrar mi cabeza y hundirla entre sus piernas, Lu tenía una sexualidad exacerbada, acorde a su tamaño y yo lo descubría desde la peor situación: ser su víctima, pero qué privilegio ser la víctima de tan sensual hembra.
Le hundí los dedos en lo más profundo de la vagina y la masturbé sin piedad mientras le chupaba el clítoris con todas mis fuerzas apretándolo entre mis labios, lo chupaba tan fuerte que lo había hecho crecer hasta el tamaño de uno de mis pulgares, Lu comenzó a gemir y a quejarse haciéndome sonreír, pero mi perversidad no estaba aún satisfecha y pronto Lu pagaría por su impiedad conmigo.
Junté tres dedos de mi mano derecha y los hundí con toda mis fuerzas en el ano de Lu. Su grito fue ahora de auténtico dolor y su espalda se separó de la cama y su cuerpo se arqueó apoyado en su nuca y sus nalgas, pero no me detuve y empujé y saqué, empujé y saqué con todas mis fuerzas mientras le mordía la vagina. Me tiró del pelo intentando alejarme, pero era inútil y resistí los tirones de pelo metiendo los dedos hasta su base. Cada vez que empujaba resoplaba por el esfuerzo, pero pronto sentí que mis dedos entraban y salían más fácilmente del ano que comenzaba a dilatarse, los gritos y las súplicas de Lu se habían espaciado y ya no me tiraba del pelo con fuerza y hasta me empezaba a apretar la cabeza contra su vagina, de pronto gritó: -¡Naty! Y se sacudió presa de un terrible orgasmo. Apreté mis dedos y los mantuve profundamente hundidos en su culo y sentí sus latidos, fuertes latidos que supuse de su vagina, Lu estaba acabando brutalmente.
Permanecimos en la misma posición varios minutos hasta que le saqué los dedos y me acosté a su lado y nos besamos, me sentía avergonzada por mi perversa reacción, brutal e irracional, pero a la vez me sentía unida a esa jovencita de una manera distinta, de una forma que no lograba explicarme, pero que quizás fuese consecuencia de la posesión total de su cuerpo.
-Perdoname Lu. Dije avergonzada. –No, por favor Naty, fue maravilloso, no me pidas perdón por haberme hecho sentir tanto placer. Nos besamos largamente y volvimos a amarnos ahora calmamente y luego otra vez hasta que se hizo la hora de la despedida. Nos bañamos, la ayude a vestirse y la peiné y llamé un auto para que la lleve. Al irse nos besamos largamente y me dijo con esa voz que me dejaba tan excitada: -Gracias por hacerme totalmente mujer. La acaricié y no pude evitar sentirme una verdadera hija de puta.
Esa noche busqué la expiación de mi acto. Cuando mi marido me desnudó le eché los brazos al cuello y le susurré al oído con la voz ronca por el deseo: -Tomame toda… Toda… Completamente… ¿Entendés? Y para no dejar lugar a dudas me desprendí de sus brazos y me coloqué boca abajo, él comprendió perfectamente. Se colocó encima de mí y separándome las nalgas con una mano me apoyó el grueso y caliente glande en el orificio de mi virginal ano y empujó.
El grito de dolor lo detuvo, pero mi decisión era inquebrantable y la expiación indispensable. –Seguí, seguí, no pares… Aunque me duela… Seguí. Dije con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas mientras me aferraba a la almohada con todas mis fuerzas y me disponía al sacrificio que lavaría mi conciencia. Me penetró lentamente y mordí la almohada con todas mis fuerzas para ahogar los gritos que se me escapaban de la boca. El dolor era intenso como no imaginé, pero necesario.
La almohada pronto se empapó con mis lágrimas y mi saliva. Sentía el grueso miembro caliente penetrar mi recto y ya me parecía que nunca terminaría de entrar cuando sentí los gruesos y suaves testículos tibios apoyarse contra mis nalgas y mi marido se detuvo jadeando ruidosamente. Descansó sobre mí un momento lamiendo mi cuello antes de comenzar a moverse muy suavemente. Lo hacía cuidadosamente intentando evitarme sufrir, pero el dolor era lacerante y a duras penas sofocaba mis quejidos aunque, poco a poco, el terrible dolor comenzó a hacerse levemente soportable y sus lentos movimientos me producían una deliciosa sensación, era un dolor agradable, si es que los hay, y el insoportable sufrimiento comenzó a excitarme.
Comenzó a incrementar el ritmo, metía y sacaba más veloz y profundamente y ahora mis quejidos se acallaban lentamente y sentía su boca abierta en mi cuello, su respiración caliente y su fuerte jadeo mientras su saliva me mojaba. Clavé los dedos en la almohada y soporté los embates de su duro miembro que me empalaba sin ninguna misericordia. Lo sentí crisparse y sus dedos clavarse en mis hombros dolorosamente mientras me empujaba con tanta fuerza que mi cabeza comenzó a golpear el respaldo de la cama. Pensé quejarme, pero comprendí que era inútil, el climax se avecinaba.
De pronto me mordió el cuello ferozmente al tiempo que con un vigoroso embate me clavaba el miembro en lo más profundo del recto y un terrible rugido se escapaba entre sus dientes que me mordían sin piedad. Sentí como se derramaba dentro de mí y el tibio semen que me inundaba lo más profundo de mí ser, provocaba un fortísimo latido de mi vagina y un increíble orgasmo me sacudió a su mismo ritmo.
Nos sacudimos convulsamente entre rugidos y sollozos en el mayor orgasmo jamás experimentado por ambos, ya no me importaba que me clavase los dientes en el cuello ni que el dolor de mi ano me pareciese el más fuerte jamás sentido en toda mi vida, también el orgasmo que nos arrasaba era el mayor jamás sentido y bien valía la pena cualquier sufrimiento por experimentar tanto placer.
Permanecimos unidos largo rato y recién después varios minutos dejó de morderme y después de muchos más pude decirle: -Bajate, por favor, no puedo respirar. Entonces tomó conciencia de que me aplastaba con su peso inerte y comenzó a retirarse de mí. Lo hacía lentamente, como para ahorrarme el dolor que no le preocupó cuando me penetraba, y yo tomaba conciencia del tamaño de su miembro que parecía no terminar nunca de salir de mí recto, hasta que me abandonó con una fuerte contracción del esfínter y un borbotón de semen me bañó los labios de la vagina.
Nos abrazamos y nos besamos largamente, agradecidos por la entrega él y yo por el placer recibido, pero aún no estábamos saciados. Finalmente la noche se hizo demasiado larga y recién terminó cuando sonó el despertador y él se tuvo que levantar para bañarse e irse a trabajar, me había penetrado seis veces, cuatro por la vagina y dos por el ano. Quedé abandonada en la cama como una muñeca rota, literalmente rota, completamente desnuda, boca abajo, entre sábanas manchadas y un fuerte olor a sexo y a ano desflorado.
Me desperté al mediodía y luego de un largo baño descubrí al mirarme en el espejo la oscura marca de la feroz mordida en la parte posterior del cuello, pasarían muchos días antes de que esa delatora señal me abandonase pensé preocupada. Almorcé rápidamente, bebí dos tazas de café y me encerré en mi atelier con un solo propósito, pintar a Lucía. Pinté frenéticamente y seis horas después di por terminada la tarea, yo no pintaba retratos, pero éste era mi Zuavo, me admiré de mi obra, Lucía completamente desnuda sentada de perfil mirando al espectador. Sus senos firmes y los pezones erectos y su mirada de Gioconda indescifrable, era mi mejor obra y no la exhibiría, era para Lu, sólo para ella. La envolví en lienzos y la escondí entre otras obras.
Al mediodía siguiente Lu me llamó: -Hola, soy Lu. Dijo como siempre desconfiando de que pudiese reconocer su inconfundible voz. –Quiero verte. –Yo también. Respondí. –Tenemos que hablar. Agregué. –Voy para allá dijo. –No Lu, veámonos en Clásica y Moderna, si venís a casa no vamos a hablar y tenemos que hablar. Hizo un extraño ruido, como un gemido y me pareció que se daba cuenta que no tenía demasiadas buenas noticias para ella.
Se le notaba el miedo en la cara cuando llegó, pero no anduve con vueltas: -Lu, vamos a tener que dejar vernos por un tiempo… -¿Por qué? Musitó con voz más afónica que nunca. –Porque estoy perdidamente enamorada de vos, pero también amo a mí marido y no quiero cometer una locura. Si hoy tengo que tomar una decisión te pediría que nos fuguemos ya mismo, que comencemos una nueva vida en algún lugar donde no nos conozcan, pero sos muy joven y no puedo arruinar tu vida ni la de mi marido ni la de tu familia… Lu había comenzado a sollozar quedamente y se me rompió el corazón, sin embargo fui inflexible. –Andate a Londres, intentá independizarte de tu familia, crecé y dentro de seis meses volvemos a hablar. Si volvés a Buenos Aires tomaremos una decisión y si no volvés, pero estás convencida y decidida a que estemos juntas yo volaré a Londres.
Protestó largamente, pero mi decisión estaba tomada y finalmente se convenció aunque tuve que ceder a un pedido que no podía ni quería rehusar: -Hagamos el amor una vez más. Suspiré porque sería una prueba de fuego para mi decisión, pero accedí. –Está bien, vamos al baño. Dije. Me miró asombrada. –¿Acá? Preguntó sorprendida. –Sí, Lu, acá. Respondí.
Por suerte no había nadie en el baño. Nos encerramos en una cabina, la empujé poniéndola contra la pared, me arrodillé ante ella y le levanté la pollera. La visión de su entrepierna cavada y los gruesos labios de la vagina, que el delgado algodón blanco de su bombacha no lograban disimular, me hicieron perder la cabeza y comencé a lamerla loca de ansiedad mientras Lu gemía roncamente y apretaba mi cabeza contra su entrepierna. Pronto se empapó y el perfume y su delicado sabor de sexo adolescente me embriagaron. Le saqué la bombacha y la puse sobre la tapa baja del inodoro y lamí, chupé y mordí sin darle tregua, estaba enardecida. Hundía mi lengua en su vagina y frotaba mi nariz contra su clítoris y luego lo apretaba entre mis labios y lo chupaba fuertemente haciendo que los gemidos de Lu se transformasen en afónicos jadeos, pero estaba dispuesta que esa despedida fuese inolvidable e iba a lograr que Lu enloqueciese de placer.
Cerré el puño de mi mano derecha y enarbolando el dedo mayor lo hundí con todas mis fuerzas en su pequeño ano, Lucía apenas pudo sofocar el grito y se estremeció, pero mordí su vagina y comencé a masturbar su culo metiendo el dedo hasta que mis nudillos chocaban contra sus nalgas y luego sacándolo casi totalmente para volver a hundirlo profundamente. Lu se sacudía presa de incesantes orgasmos que la arrasaban y me tiraba del pelo y hundía mi cara contra su vagina para sentirme más aún y su jadeo ahora era afónico y ronco hasta que tironeando de mis axilas me obligó a pararme y entonces la besé en la boca con toda mi cara mojada por sus flujos y Lu me lamía bebiendo sus propias secreciones y me hundió la lengua en la garganta en un largo y agradecido beso por el placer recibido.
-Ahora yo. Dijo y fue ella la que me obligó a apoyarme contra la pared y se arrodillaba ante mí que temblaba de ansiedad y sentía mi vagina extraordinariamente mojada. Me sacó la bombacha que fue a hacer compañía a la suya y hundió su enorme lengua en mi vagina como un pene erecto haciéndome sacudir de goce. Me chupó ruidosamente y me mordió y hasta me hizo doler, pero qué me importaba el dolor si lo que me hacía sentir era increíble y además quizás fuese la última vez que nos amásemos.
Perdí la cuenta de los orgasmos que me sacudían hasta que comencé a sentirme mareada y un poco implorando su clemencia y otro poco tironeando de sus brazos logré hacerla parar y ahora fue ella la que llevó a mi boca el sabor de mis flujos que empapaban sus labios y barbilla, pero además cruzó sus piernas con las mías y me apoyó la vagina mojada contra mi muslo haciendo que la mía se apoyase contra el de ella y me apretó y comenzamos a frotarnos hasta que un sublime último orgasmo coronó nuestra breve pero apasionada relación.
Lucía se fue tres meses después y me envío su dirección apenas llegó y allí envié su retrato. Me llamó llorando al recibirlo y repitiendo: -Naty ¡Soy yo! ¡Soy yo! ¡Es increíble, viste en mí cosas que nunca había notado! –Sí, Lu, sos vos. Contesté. –Y tratá de seguir siendo siempre vos misma, no te olvides. Aún repetía que me amaba cuando los ojos se me llenaron de lágrimas y la voz se me ahogó en un doloroso sollozo al despedirme diciéndole que la amaba con todo mi corazón, colgué sin contarle que estaba embarazada, hubiese sido una crueldad de mi parte.
Lucía no volvió, a los seis meses le renovaron la beca y le dieron un trabajo en la Biblioteca y poco después se enamoró de una compañera y comenzaron a convivir y son maravillosamente felices. A veces me escribe y para algunas fechas me llama y con esa sensual voz afónica que aún me altera me apabulla repitiendo que me debe toda su felicidad, que si no hubiese sido por mi probablemente su vida sería un fracaso, que me extraña, que me ama cada día más y me pide que le envíe fotos de mi bebé y de la nena que nacerá en poco tiempo y que se llamará Lucía. ¿Cómo podría llamarse mi hija?




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Codigo do Relato
1725

Categoria
Lesbicos

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